{01}
❝ Camin☹ a la reclusión❞
1985; Venecia, Italia.
Recuerdo ese día con perfecta nitidez, el día en que observé por primera vez cómo se derrumbaba todo lo que había construido con gran esfuerzo. Derrumbar en partes pequeñas, se fragmentaba como un espejo al impactar contra la madera del piso, y aún con el pasar de los días, de los meses, la escena sigue ahí, sin poder mudarse de mi cabeza, ese momento lo llevo impregnado en mi memoria como la tinta en la piel al hacerte un tatuaje.
Los árboles moviéndose al compás del aire, cubriendo las diez hectáreas de la nada que nos rodeaba y al frente, el único camino de tierra que conducía hacia mi reclusión.
En ese momento no tenía ni idea de que me acercaba justo para entrar a la boca del lobo.
Mamá sentada en el asiento de copiloto lloraba como magdalena, haciéndole alusión a su nombre, su recogido cotidiano se encontraba inexistente, podría decir que lucia desaliñada debido a su pelo suelto. Papá por su parte, mostraba la misma mirada indiferente de todos los días, de vez en cuando me brindaba atención y me observaba por el retrovisor, de ves en cuando.
Siempre había sido así, criado con el amor y cariño de mi madre y con la rigidez y dictadura de mi padre. Sin embargo, no era tan malo como se escucha, a ambos los quería por igual.
El auto siguió avanzando y avanzando, hasta perderse completamente en el bosque. No fue hasta ese momento en que vi ese lugar: Academia para adolescentes problemáticos. Para mi eso sonaba a algo más como: "Cárcel para jóvenes incomprendidos"
Un lugar para chicos a los que sus padres prácticamente habían abandonado para seguir con sus vidas cotidianas porque un juez lo había dictado. En mi caso, eso era una larga historia.
—Nuestras instalaciones se manejan a la antigua—escuche hablar al señor "bigotitos", como le había apodado yo desde que lo vi parado en la reja de la entrada esperando nuestra llegada—Nada de alarmas o sistemas, sólo yo poseo las llaves. Ninguna puerta puede ser abierta si la otra no ha cerrado. La seguridad está a cargo de policías, hay enfermeros certificados e institutrices verdaderamente capaces de darles una gran educación.
Ese era el rector: Ignacio Masini. ¿Cómo podría describirle sin dar un discurso lo bastante extenso? Un verdadero despreciable hijo de puta, si. Lo supe desde que hicimos contacto visual por primera vez; él y yo no nos llevaríamos para nada bien.
—¿Por cuánto tiempo tiene que estar mi hijo aquí?—preguntó mamá—Denos un aproximado.
—Al menos hasta que el juez evalúe su comportamiento y apruebe su libertad. Es culpable, a menos que se demuestre lo contrario.
—Oh Dios mío—espetó soltándose a llorar nuevamente, llevándose el pañuelo a la punta de su roja nariz.
—Ya, mamá, calma—dije tomándole de la mano.
—¡¿Cómo me pides que me calme Kook?!—espetó otra vez sollozando.
—Ya, bájale tres rayitas al dramatismo mujer—habló ahora la cabeza de la familia entre dientes, brindándole un pañuelo limpio—Esto fue su culpa, debe hacerse responsable de sus actos. Es un Jeon después de todo.
Rodeé los ojos.
Yo venía de una familia poderosa y verdaderamente respetada tanto en el Sur como en las regiones que conformaban el centro de Italia. Nuestro apellido sobresalía fácilmente. Mi padre, Jeon Hyun, y mi madre Magdalena Gotti eran dueños del bufete de abogados que apoyaba los asuntos relacionados con los jefes de estado, después de todo. Cuando creciera, estaba destinado a tomar su lugar como me correspondía, aún así, no me gustaba abusar de las prioridades que me podía traer mi apellido, al menos no hasta que realmente me considerara un Jeon o un Gotti. Por ahora sólo era Jungkook, simplemente Jungkook.
Papá firmó los papeles. Y la platica siguió su ritmo.
—Adiós madre, cuídate por favor—hable cerca de su oído sin deshacer nuestro abrazo.
—Haz todo lo que te digan ¿De acuerdo? Entre más obediente seas, más rápido saldrás de aquí—me respondió tomando mi mejilla, causando cierto dolor en ella—Te amo cariño, no lo olvides. Esta no es una despedida definitiva.
—Magda, no alarguemos esto, sube al auto ya—ordenó papá caminando hasta mi lado para entregarme mi equipaje, haciendo que mamá se separará de mi—Es simple, acata órdenes y ya está. Seguiré investigando para sacarte lo antes posible de aquí. Si el señor Masini dice que eres culpable, eres culpable hasta que se demuestre lo contrario. Pero te prometo, que haré lo imposible hasta demostrarlo.
—De acuerdo—me limité sonriendo ligeramente para responderle, luego cargué mi maleta—Y...Papá—le llame.
—¿Si?
—Cuidarías a Sophie por mi. Por favor.
—Lo haré. Cuídate hijo. Nos veremos más pronto de lo que crees—finalizó palmeando mi hombro.
Luego subió al auto y lo puso en marcha. Mi mirada siguió aquel automóvil negro hasta que los perdí a lo lejos del camino. Estaba bien, mientras mi padre se encargara de esto, más rápido saldría de ahí.
—Sígueme—musitó el rector cerca mío con voz grave.
Suspire pesadamente, y en contra de mi voluntad hice lo que pidió.
—Presta mucha atención muchacho—comenzó caminando al frente, conduciéndome por ese largo e interminable pasillo—Si quieres sobrevivir en este lugar, sólo debes seguir las reglas. Son pocas y sencillas.
Mientras aquel hombre seguía hablando, decidí observar el lugar que me rodeaba. Las paredes se encontraban forradas por un viejo tapiz guinda y el piso con alfombra café que soltaba polvo con cada paso que dabas, cortinas te privaban de la luz solar y las luces se veían antiguas, estas alumbraban casi nada. Llegamos al final deteniéndonos frente a una de las tantas puertas de madera vieja, tan vieja que al abrirla, un chirrido agudo entró a mis oídos, y pude observar uno de los clavos lo suficientemente suelto.
—El toque de queda es a las 8:00 en punto. Nadie puede estar fuera de su cama después de la hora indicada—comenzó guiándome hasta la mía—Tiene prohibido bajar al sótano. Así que si no quiere ganarse un severo castigo, más le vale que ni siquiera se acerque—advirtió dejando de caminar—Nada de contacto visual, muestras de afecto, palabras intercambiadas, por nada, jamás...con las niñas. Está completamente prohibido. ¿Entendido?
—Comprendo.
—Sigue esas tres reglas y tú estancia aquí será agradable. De mi cuenta corre. Pero rompe una...—murmuro acercándose—Y te juro que desearás no haber nacido.
Yo fruncí él entrecejo tratando de no desviarle la mirada. No iba a dejar que me afectara ni un poco su amenaza.
—Está será tu cama, las demás ya están ocupadas. Tú pijama y uniforme están en el armario junto a ella, lo compartirás con otro chico que conocerás pronto, cambia de ropa y baja al patio principal, te presentaré con los demás. ¿Alguna duda?
—No, señor—conteste botando mi maleta en el colchón.
—Perfecto, ahora cámbiate y trata de parecer, decente al menos—exclamó observando el hematoma que rodeaba mi ojo—Lo veré en quince minutos. Ni un minuto después—finalizó saliendo de la habitación, dejándome completamente solo en ese lugar.
—Cretino—murmuré marcando quince minutos en mi reloj.
Desde el centro mire la habitación donde ahora pasaría la mayor parte de mi tiempo las próximas semanas.
Había al menos unas veinte camas iguales y diez armarios. Un tubo que rodeaba el techo que terminaba al lado de mi cama. Las paredes pintadas de blanco, todo demasiado aburrido para mi gusto personal, todo sintiéndose tan diferente a mi hogar.
Sin perder más tiempo, me acerque al armario para cambiarme el uniforme del lugar, aquel constaba de una camisa blanca común haciendo juego con una corbata roja, un pantalón corto en negro sostenido por tirantes del mismo color, el saco, por supuesto, de un color azul marino que definitivamente no era de mi talla y calcetas largas con el mismo tono.
Tratando de meter a la fuerza uno de los zapatos cuando ya me encontraba vestido en su totalidad, mi reloj sonó indicando que mi tiempo se había terminado, no podía darme el lujo de llegar tarde el primer día, no en mi presentación. Entonces, bote los zapatos y me puse los tenis con los que había llegado, una vez listo, salí disparado como una bala hacia el patio donde seguramente ya me esperaban.
Y no me equivocaba. En cuento puse un pie, pude notar a todos los chicos formados en cinco hileras de cinco jóvenes, me aclare la garganta y bajando la velocidad de mis pasos, me acerqué al lado del rector.
—Llegas cinco minutos tarde—espetó observando su reloj de bolsillo, luego me miró evaluándome de pies a cabeza—Esos zapatos no son los correspondientes.
—Los que estaban en mi armario eran demasiado pequeños—hablé llevando mis dos manos por detrás de mi espalda—Ni siquiera entraba mi pie.
—Bien. Lo dejaré pasar, luego mandaré a alguien para que te den unos que si puedas usar—se limitó a decir—Ahora, quiero que todos me escuchen con atención—exclamó observando a los adolescentes formados—¡Leone!—grito y un chico peli rojo dio un paso al frente.
—Presente.
—Guido Leone es el encargado del grupo, me pasa cualquier tipo de reporte. Si tienes alguna duda, él la resolverá. ¿Entendido?
—Si.
—A partir de este momento—comenzó caminando de un lado a otro— El joven Gotti se unirá a nosotros, espero puedan explicarle con lujo de detalle cómo hacemos las cosas aquí. Jungkook, intégrate a tus compañeros.
Sin protestas, camine formándome en la primera hilera, en el único lugar vacío que encontré, en medio de dos chicos que eran exactamente idénticos, aquellos me miraron mal por interponerme, sin embargo no deje que me afectara y simplemente mire al frente.
—Señorita Lanese, son todos suyos—dijo por último antes de regresar adentro del internado.
Ese sitio era como ir a una escuela cualquiera, te brindaban las materias básicas como lo eran las matemáticas o literatura o historia, sólo había una cosa que hacía toda la diferencia, al término de las clases, no saldría acompañado de mis amigos para llegar a la chancha de fútbol antes que los de la escuela de dos cuadras atrás. No observaría a mamá en la cocina preparando la cena con su delantal favorito rodeando su cintura, a mi pequeña hermana leyendo algún libro que sacó de la biblioteca, y luego estar a la espera de que papá llegara del trabajo. No. Ahora todo sería distinto. Estar en ese lugar, hacia que le perdieras sentido a todo.
Y así deje que el tiempo se me viniera encima.
—¿Es cierto que mañana te irás?—hablo acostada a mi lado. Ambos tendidos en el césped.
—Es verdad—le respondí—Papá dice que debo comenzar a hacerme cargo de aquello que trae mis malas decisiones.
—¿Cuándo regresarás?
Yo me giré topándome con aquellos ojos color ámbar mirándome atentamente. Mirándome con angustia que hacía fruncir su ceño, mientras sus rubios y delgados cabellos eran agitados por el refrescante aire de primavera.
—No lo sé—susurre tocando su entrecejo para deshacerme de tal arruga.
—Voy a extrañarte.
—Y yo te extrañaré a ti.
—¿Vas a dejar que me hagan daño otra vez?.
—Por supuesto que no.
—¡Claro que si! ¡Me estás abandonando!—exclamó levantándose abruptamente.
—Pero...
—¡Me harán daño!
—No, yo no...
—¡Me harán daño Jungkook! ¡Y tú no estarás aquí para impedirlo!
—¡No, Sophie!—grite sin control alguno.
Repentinamente abrí los ojos observando todas las miradas desconcertadas puestas sobre mi. Traspasándome como una daga en el pecho.
—Joven Gotti, ¿Algo que compartir con sus compañeros?—habló la profesora Lanese con el gis en mano—¿O puedo continuar con la clase?
—No—respondí de inmediato—Nada.
Ella me miró negando con la cabeza y luego se giró para seguir escribiendo sobre la pizarra verde. Me aferré fuertemente a la banca sintiendo mi respiración agitada, todo había sido parte de mi sueño, pues yo seguía y seguiría estando ahí.
Encerrado injustamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro