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Vampiros [Parte II]

El ruido de sus pasos contra el pavimento, de fondo el de un tráiler a la distancia, le acompañaban de regreso a su departamento, del que no podía llamar su casa. Una vez sintió que realmente tenía una, y actualmente la sensación no se comparaba ni un poco.

Bostezó un par de veces en el trayecto, sentía los hombros tensos y el estómago vacío. Acababa de salir del trabajo, tenía el turno de la tarde, y salía todos los días poco después de la medianoche. Ya no vivía con sus padres, ni siquiera cerca de ellos. Se había mudado a una pequeña ciudad en transición, que a la luz del sol estaba repleta de edificios en construcción, de máquinas y el ruido constante del tráfico; pero a medianoche no había más que las luces de los semáforos y una que otra tienda que abría las veinticuatro horas.

Su rutina se sentía tan vacía y monótona, y no se debía a su empleo. Trabajaba en una radio y le gustaba, porque a través de su voz se comunicaba con el mundo, no tenía que ver a nadie, no tenía que lidiar con las personas directamente. Y es que llevaba dos años así, ermitaño, extrañando a Mew, un hombre, o al menos aparentaba ser uno, del que en realidad no sabía nada.

Lo único que le quedaba de Mew eran recuerdos borrosos, dolorosos cuando cerraba los ojos bajo la regadera, inquietantes cuando a mitad de una frase le atacaban y sentía que se quedaba sin aire, absurdos cuando contra su almohada ahogaba un sollozo. Porque se había enamorado de Mew. Y no había encontrado a nadie que pudiera hacerle sentir así de vivo, ni siquiera una pequeña parte de lo que le provocaba.

Lo había intentado, en uno de sus días de descanso en el trabajo había aprovechado para ir a la ciudad vecina, que era más grande y más ruidosa. Se metió a uno de esos sitios donde podía encontrar a hombres disponibles. Ahí conoció a uno que le prometió hacerlo sentir bien.

Pero mintió, no sintió más que dolor y angustia.

Porque quería a Mew, extrañaba que le mirara con aquella expresión de intentar entenderlo, que le susurrara «regresemos a casa» y que se agachara frente a él para que pudiese subir a su espalda, que lo sostuviera con delicadeza y así permitirle dormir mientras sentía que flotaba en el aire. Con el aroma de sus cabellos contra su nariz, y sus propios latidos contra sus oídos.

Había amado, había atesorado la vida que tenía en aquel pequeño pueblo. Y ahora tenía que seguir adelante solo con recuerdos difusos que se iban distorsionando en su memoria.

A veces su piel rememoraba a Mew acariciándolo, a veces sus labios recordaban la textura de los de Mew, y todas esas veces no habían ocurrido. Porque solo habían compartido un simple beso, y su cabeza ya estaba creando historias, fantasías que en realidad nunca pasaron.

Desconectándose de sus pensamientos, a la distancia vislumbró con claridad el edificio donde vivía, su piso era el séptimo, y desde ahí podía ver la luz encendida del baño. Eso solo significaba una cosa, Thorn lo esperaba.

Thorn era un hombre de treinta años, un colega de su profesión, lo había conocido el verano anterior en un festival, y de alguna forma su rostro le recordaba a Mew; llevaban casi tres meses teniendo sexo casual con él.

Gulf no estaba orgulloso de su vida amorosa, pero su cuerpo necesitaba un respiro, y había encontrado la solución permitiendo que Thorn le poseyera mientras imaginaba que se trataba del vampiro.

Era enfermo, incorrecto. Pero no tenía remedio, así al menos no se sentía tan solo. Tan perdido.

Estaba en el elevador, masajeándose el cuello cuando alguien lo detuvo y subió a su lado. Gulf no le prestó atención al inicio, miraba al suelo cuando aquella persona entró, después por el rabillo del ojo vislumbró a un hombre.

Aquel tipo tenía una gabardina larga que ocultaba muy bien su figura, también traía una capucha que le cubría el rostro. Kanawut sintió curiosidad mezclada con miedo. No le parecía normal que alguien vistiera así, a menos que planeara asaltarlo, pero como aquella persona no le dijo ni hizo nada, entonces se mantuvo en silencio hasta que llegó a su piso.

Al entrar el ambiente melancólico del pequeño departamento le golpeó en la cara, de no ser por Thorn que le esperaba sentado en el borde de la cama, apostaría que aquel sitio era el más deprimente del planeta.

El ruido de las llaves fueron las que alertaron a su amante que ahora miraba en su dirección con una sonrisa.

Thorn tenía una prometida, y él no podía quejarse. Gulf no tenía corazón, se había quedado junto a la tumba de Kanya, en aquel pueblo que ahora se había vuelto gris y que lentamente se había marchitado.

—¿Tienes hambre? —La voz profunda de su acompañante retumbó en las paredes reiterando que no estaba solo.

—Comí algo en el camino —mintió sin remordimientos, sabía que de igual forma a Thorn no le importaba.

Solo estaba buscando la forma de llegar directamente a su objetivo, sin parecer un completo imbécil en el proceso.

Gulf le avisó que tomaría una ducha, y el otro asintió revisando la pantalla de su celular con una mueca, como advirtiéndole que se diera prisa, ya que no tenía mucho tiempo.

Mientras estaba bajo el agua tuvo un repentino recuerdo. En alguna ocasión le propuso a Mew que se bañaran en la cascada.

Definitivamente el agua que ahora escurría por su cuerpo era más tibia, pero aquella vez con Mew se sintió más cálido. Era extraño, allí en la ciudad tenía todas las comodidades que podría desear, todo era más fácil. No había mosquitos, ni tenía que preocuparse de que una araña apareciera de repente. Cualquier antojo que tuviera podía saciarlo en el centro comercial, donde había un montón de restaurantes, de tiendas de ropa, y ni hablar del Internet. Jamás se iba la señal, todo el tiempo estaba conectado y la información la tenía en la palma de la mano. No tenía sentido que extrañara tanto el vivir con Mew en un jodido pueblo.

Antes de deprimirse se apresuró a quitarse el jabón y salió en menos de cinco minutos con una toalla enredada en la cadera y con otra en las manos para secarse el pelo.

Al inicio no lo notó, pero cuando hizo a un lado la toalla con la que se frotaba el cabello y giró en dirección a la cama, se dio cuenta que su amante no estaba allí.

—¿Thorn? —preguntó confundido.

En los pocos meses que llevaban liados con aquellos encuentros casuales, nunca se había marchado sin darle una buena explicación.

El departamento era tenuemente iluminado por la luz del baño que dejó encendida a su espalda. Era obvio que no había nadie más con él, y antes de tener tiempo de sentirse decepcionado por haber sido abandonado, una voz rasposa y grave inundó por completo aquel sitio vacío hasta llenarlo en su totalidad.

—Lamento haber corrido a tu novio.

Kanawut sintió que toda la sangre le bajó hasta los pies. Quedó paralizado y sin ser capaz de buscar la fuente de aquella voz que antes tenía el poder de hacerle exponer su cuello voluntariamente para ofrecer su sangre. Sin importarle que después se sintiera débil, porque al final era tomado en brazos y se le permitía unir sus pesados párpados.

—Ese tipo salió corriendo en cuanto me vio. No te conviene, Gulf...

Su cuerpo se sentía frío, aunque por dentro ardía, como si tuviera fiebre, y en un instante percibió que lo tenía detrás. Su aliento cada vez más cerca de su cuello.

—¿Me recuerdas? —dijo como burlándose, como echándole en cara que segundos antes estuvo a punto de acostarse con alguien más.

Gulf tragó duro para poder hablar. En su cabeza el mundo se tambaleaba de una cuerda. No podía terminar de creer la situación en la que se encontraba. Pero no quería asustarlo con lo que estaba sintiendo. Había imaginado tantas veces que volvía a ver a Mew. Había ansiado tanto ese momento, que su cuerpo ignorando las órdenes de su mente, tomó el control y giró encontrándose de frente al hombre que le había regalado los mejores días de su vida.

Envueltos en la oscuridad, donde los tenues rayos de la bombilla no los alcanzaban del todo, Gulf alcanzó a distinguir las preciosas facciones del vampiro.

No había cambiado ni un poco, ni un pliegue nuevo en su rostro, hasta podría apostar que tenía la misma cantidad de cabellos, porque seguía siendo el mismo. Seguía siendo el hombre más perfecto y atractivo que sus ojos habían tenido la dicha de contemplar.

Sin poder resistirlo con la punta de sus dedos acarició las mejillas pálidas de Mew.

La frialdad se coló por sus dígitos y el temblor que bajó hasta su vientre fue por algo más que su temperatura.

Necesitaba saber dónde se había metido todo ese tiempo. Necesitaba decirle que lo estuvo esperando, que se había robado su sueño y que por su culpa se había convertido en una persona ansiosa; en cambio se inclinó hasta que sus labios encajaron en los adversos.

Mew correspondió el beso con suavidad, como si no tuviera prisa, como si el día anterior se hubiesen visto, y Gulf desesperado lo obligó a seguir su ritmo que rozaba lo violento y vehemente.

Si su cuerpo le negaba la oportunidad de hablar, al menos le diría a través de ese contacto todo lo que se estaba guardando.

El castaño colocando sus manos en la cintura de Gulf hizo presión para alejarlo. Sin otra opción cedió ante la fuerza que lo superaba y con el pulso acelerado le miró con los ojos brillosos.

—Estás feliz porque soy yo el que tomó su lugar —pronunció con rencor, refiriéndose claramente a Thorn.

A Gulf no le importó su comentario, no si era obvio que lo único que le interesaba estaba ahora muy cerca de él.

—Mew... Dime que no estoy soñando.

Las palabras brotaron de un lugar profundo, quizá de sus entrañas.

El que había probado su sangre sonrió con cierto rencor.

—Deja de fingir que me extrañaste, deja de jugar, Gulf...

Eso le hirió, no tenía la menor idea de cómo se sentía, pero algo en la distancia que había impuesto entre sus cuerpos le hizo comprender que no debía seguir insistiendo. No si quería que esa noche se quedara con él.

Después de todo no eran más que desconocidos, después de todo apenas sabía nada de Mew.

—¿Qué es lo que quieres? —Decidió ir directo, sin tomar atajos. Sin la magia del reencuentro, ya que es lo que deseaba el vampiro.

Sintió las manos en su cintura ceñirse con fuerza y pronto la toalla que cubría su desnudez cayó al suelo exponiéndolo por completo.

El vampiro sin más regresó a sus labios. Esta vez tomando el control, apoderándose de su lengua y Gulf tuvo extraños pensamientos mientras aquel beso húmedo y obsceno zumbaba en su cabeza.

En algún punto guiado por su instinto Mew atacó el cuello del humano que seguía oliendo a flores silvestres y manzanas, succionó su sangre, antes de que llegara a un punto sin retorno, se obligó a bajar por su cuello, con los labios rojos dejando marcas en el abdomen del más joven.

Lo sintió débil en sus brazos y con cuidado lo depositó en la cama que rechinó por su peso.

Gulf murmuró un par de cosas sin sentido, y antes de que perdiera la conciencia, tomó su mano para rozar los labios en su dorso.

[...]

Despertó desnudo, arriba de una mancha de sangre que se formó en la sábana debido a la herida en su cuello.

Y sin Mew.

Lo peor de ese día no fue que apenas se pudo mantener de pie y que lo regresaron del trabajo, ni que Thorn bloqueó su número. Lo peor fue que había visto a Mew y no estaba seguro si lo volvería a hacer.

Una ocasión, a los pocos días de su vida en esa ciudad, visitó a un terapeuta y le contó su historia. La mujer con la que habló le propuso la idea de que quizá había sido todo una mentira de su mente. Que al cuidar a su abuela y verla tan vulnerable, su cabeza creó a Mew, para soportar el dolor, la culpa y la soledad. Lo creó para lidiar con la situación. Las marcas en su cuello bien podrían haber sido causadas por él mismo con un objeto afilado.

Gulf se había negado a creerle, pero ese día, no solo había despertado solo. Había despertado con una navaja en la mano. Y con un mensaje de Thorn diciéndole que era un psicópata.

Tomó un vuelo, después un autobús, al final un taxi para regresar al pueblo donde su vida se había jodido.

Llegó casi a medianoche, y en lugar de dirigirse a la casa de Kanya, sus pasos se apresuraron hacia aquel acantilado.

Corrió desesperado, con la vista nublada por las lágrimas.

No podía ser un sueño. Mew debía ser real.

Aunque los vampiros no existieran en su mundo, aunque la forma en que lo tratara fuera surreal. Porque Mew era bueno, era un ser hermoso y transmitía paz.

Al llegar al borde el viento impactó con violencia en su rostro frío.

—¡Mew! ¡Mew, ven aquí! —gritó tan fuerte que su garganta quemó.

Sus piernas las sentía débiles y cedió a su peso cayendo al suelo. Su corazón aleteaba en su pecho como un ave que está por emprender vuelo. Dolía cada centímetro de su ser.

No podía estar loco, no podía vivir sin Mew.

—¡Mew! —Insistió, aferrado a una última esperanza—. ¡Toma mi sangre, toma mi vida, pero quédate conmigo hasta el final!

La respuesta fue el sonido de un rayo a la distancia y la lluvia que le empapó de un segundo para otro.

¿En verdad había sido todo producto de su imaginación?

¿En verdad los últimos días con Kanya no habían sido así de felices?

No lo podía soportar, no podía continuar así.

Estaba a menos de un metro del borde y arrastrándose llegó a la orilla.

Cerró los ojos y no miró hacia abajo. Su mente mandó la última orden a su cuerpo y pronto ya no tocaba la tierra.

Y en realidad nunca lo hizo.

Al abrir los ojos se encontró con el rostro empapado de Mew que sostenía su delgado cuerpo, regalándole una sonrisa que le terminó por contagiar.

—Volvamos a casa, Gulf —murmuró por encima del ruido de la lluvia que ahora solo formaba parte del fondo. 


Fin

N/A: Primero que nada, ¡mil gracias por los 500 votos! 

Me gustaría saber su opinión respecto a cuál historia les gustaría leer más:

Opción 1: TharnType conoce al MewGulf.

Opción 2: Híbridos con temática de Gulf embarazado.

  Las dos fueron ideas que ustedes me dieron, las dos me gustan y no sé con cual iniciar. Antes de publicar esa historia subiré otra que ya me ronda por la cabeza y espero les llegue a gustar. Entonces habrá como una semana (quizá más, espero no) para que me puedan mandar su opinión.

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