Híbridos [Parte única][MewGulf]
La lluvia castigaba con violencia las ventanas de su departamento.
Mew se acurrucó en su cómodo sofá, a la vez que jalaba de la manta hasta su barbilla para mantenerse caliente.
A regañadientes sacó un brazo de la cobija, para así poder cambiar de película, ya que por quedarse dormido había perdido muchas escenas relevantes y no tenía sentido continuar si no iba a entender el final. Con el control de la televisión se desplazó por las opciones sin decidirse por una; tenía ganas de un thriller psicológico a la vez de una comedia romántica.
La realidad es que ya era tarde, al día siguiente tenía que madrugar para ir a la oficina y hacer papeleo, pero estaba muy a gusto en su mullido sillón para llevar su trasero a la cama. Además que el clima era perfecto para una noche de maratón de películas.
[Meaaaw meaaw]
—¿Qué fue eso? —dijo dirigiendo al instante su mirada a la ventana.
Se mantuvo en silencio un minuto, mas no volvió a escuchar nada raro y continuó con su búsqueda en Netflix.
[Meaaaaaaaaw]
—Definitivamente esa no fue mi imaginación —resopló saltando del sofá directo a la puerta.
Al abrirla gotas de lluvia le azotaron el rostro, y sin detenerse porque estaba descalzo, salió al pasillo para detectar de dónde provenían los maullidos.
[Meaaaaw meaaw meaaw]
Giró con brusquedad hacia el árbol que estaba justo en la entrada, cerca de las rejas que daban a la banqueta. Atravesó en con rapidez el pasillo y los vio.
Antes de tener tiempo de reaccionar, un gatito cayó de una rama a sus pies.
—¡¿Qué mierda?! —Expulsó asustado y cuando se movió para recogerlo un gato más grande saltó frente a él impidiéndole tomarlo.
Retrocedió un paso y observó cómo el gato tomaba por el pellejo a su cría para llevarla detrás de una de las macetas que tenía bajo el tejado. Cuando creyó que ya lo había visto todo, el gato regresó al árbol y bajó a una segunda cría.
Mew se mantuvo todo el tiempo con la boca abierta. No podía creer que unos gatos estuviesen viviendo en su árbol y él apenas se enteraba.
Interrumpiendo sus pensamientos un rayo iluminó el cielo y el trueno ensordecedor llegó dos segundos después.
No podía dejarlos allí a la intemperie, hacía un frío brutal y su conciencia no lo dejaría dormir tranquilo sabiendo que tenía unos frágiles inquilinos en el pasillo de su departamento.
Con mucho cuidado se acercó a los felinos, pero cuando la madre descubrió su intención, le lanzó un gruñido feroz como advertencia.
—No te haré nada, pequeña. Lo prometo —murmuró mostrando las palmas de sus manos, pero aquel gesto no calmó al minino.
Entonces una idea cruzó su cabeza como un rayo.
Regresó al interior cálido de la residencia, y de la alacena ubicada en la cocina, extrajo una lata de atún. Esta vez, antes de volver a cruzar el umbral, se calzó y salió con la lata abierta para ofrecerla al receloso felino.
—Anda, sé que tienes hambre —la animó con voz dulce y con asombro contempló cómo se acercaba muy sigilosamente.
El gato comió desesperado y, en cuanto terminó, regresó al lado de sus crías.
—Ven conmigo, adentro tengo unas mantas calientes y te puedo conseguir un poco de leche, ¿qué dices? —le habló como si fuese capaz de entenderle, y sorprendentemente, tomó a un gatito de nuevo por el pellejo y le observó cómo esperando que lo guiara.
Sin poder ocultar su maravilla se puso de pie con torpeza y la llevó al interior.
El felino eligió por su cuenta el sitio que invadiría, un rincón en la sala, muy cerca de las cortinas. Cuando dejó a su cría para ir por la otra, Mew se apresuró a buscar las cobijas prometidas y regresó a la cocina por un poco de leche. Las mantas las colocó de tal modo que los tres mininos estuviesen cómodos y secos, le acercó el líquido blanco con una tímida sonrisa después de que la vio bañar a sus pequeños.
El gato era de pelaje negro y brillante, era grande a comparación de otros mininos que había visto por el barrio, pero se veía delgado y muy hambriento.
Su corazón se apretujó en su pecho al imaginar todo lo que debió pasar para mantener a sus crías y a ella misma con vida, sin nadie que viera por ellos. Quizá, hasta siendo abandonada por sus dueños.
—Todo estará bien, los cuidaré —murmuró mientras veía como la gata se echaba en las cobijas al terminar de beber la leche y los dos gatitos se pegaban a ella para que los amamantara.
Hubo un pequeño detalle que lo desconcertó, el minino que en ese instante tenía la cola perpendicular a su cuerpo, exhibía unas pequeñas bolitas.
¿Las gatas tenían bolas?
—Como sea, ya es tarde, cualquier cosa puedes maullarme —le informó y bostezó.
Había sido un día realmente agitado.
• • •
Despertó porque escuchó ruido en la cocina.
—Silencio —balbuceó aún adormilado.
El escándalo de unos sartenes cayendo al suelo fue lo que provocó que se incorporara de la cama.
—¡Mierda, me están robando! —gritó asustado y tomó un bate de béisbol que siempre tenía sobre la mesa de noche.
Era un joven soltero de veintinueve años que nunca había tomado un curso de defensa personal, por supuesto que tenía miedo de que alguien lo tomara desprevenido sin nada para defenderse.
Con el corazón en la boca llegó hasta la cocina y se encontró al gato negro de la noche anterior, que al verle detuvo su búsqueda.
Por cinco incómodos segundos mantuvieron contacto visual.
—¡Dios mío! —Bufó aliviado bajando el bate—. Te dije que me avisaras, me diste un susto de muerte.
El felino, que estaba en la barra cerca de la parrilla eléctrica, saltó al suelo sin quitarle la vista de encima. Desconfiado hasta el último instante.
—Debes tener hambre —murmuró y sacó una nueva lata de atún.
Cómo en media hora debía estar en la parada de autobús, le dejó la lata y un poco de agua en un bol. Se cambió con rapidez pensando que camino al trabajo conseguiría un café y un sándwich para desayunar.
—La ventana estará abierta por si necesitas salir, pero no saques a tus pequeños, estarán mejor aquí adentro —le informó antes de salir corriendo con la corbata floja y la camisa mal planchada.
• • •
Entró a su departamento con dos enormes bolsas. En una había arena y una tina bastante amplia, en la otra, alimento para gato y una almohada mullida.
—¡Traje unos obsequios! —exclamó entusiasmo dejando los bolsas en la entrada.
Al apartar las cortinas dio un grito ahogado. Los gatitos no estaban ahí.
Su pulso se aceleró e imaginó que lo habían abandonado. Se tiró al suelo y se llevó las manos a la cabeza. Tenía unas ganas horribles de llorar.
[Meaw]
Escuchó a su espalda y de un brusco movimiento dio media vuelta.
—¡Ahí estás! —enunció sintiendo que el alma le regresaba al cuerpo.
El felino le miró con indiferencia y al notar las bolsas se acercó para olisquearlas.
Recordando el alimento que trajo para ella, sacó las croquetas y depositó una porción considerable en un nuevo bol limpio.
—Cuando vaya al trabajo te dejaré suficiente comida, perdón si esta vez te hice esperar demasiado, pero todo esto fue muy repentino —se excusó avergonzado y el minino como si pudiera comprenderlo aceptó las croquetas con solemnidad.
Le vio comer menos desesperado que la noche anterior, y sin percatarse una sonrisa ya surcaba su rostro.
—A todo esto... —dijo interrumpiendo el silencio cómodo que se había instalado entre ellos—. ¿Dónde pusiste a tus pequeños?
El gato lo ignoró y cuando terminó le vio dirigirse a su habitación.
«No, mi cama no. Acababa de lavar las sábanas», pensó y liberó un largo suspiro.
—Creo que tendremos que poner un par de reglas para que todos podamos coexistir sin problemas —habló en voz alta siguiendo al felino que se desplazaba con confianza por toda su pieza.
[...]
El período de adaptabilidad fue interesante, pero después de un mes, Mew ya adoraba a los tres mininos que se habían apoderado de su hogar y corazón.
Ese día se apresuró para salir temprano del trabajo, ya que había visto en una tienda un bonito suéter que deseaba comprar para el mayor de sus gatos. Sí, todavía no les ponía nombre, pero es que cada vez que lo intentaba la mamá de los felinos se volvía histérica.
Con el regalo en su maletín entró al silencioso departamento y buscó al felino.
—Mira lo que te... —las palabras murieron en su boca al descubrir a un chico sentado en el borde de su cama.
¡Mierda, le estaban robando esta vez de verdad!
Dirigió su mirada al bate de béisbol y antes de dar un paso hacia el objeto, el joven lo detuvo.
—Mew, soy yo —habló con calma y se colocó frente a él.
Suppasit por inercia llevó su mirada hasta las orejas de gato que tenía sobre la cabeza. Sí, definitivamente, ese era su gato.
Lo siguiente que procesó fue el mundo volviéndose borroso y tembloroso, antes de caer inconsciente al suelo.
• • •
Al abrir los ojos se encontró con los orbes oscuros de su felino que antes solía ser más pequeño.
—Puedo explicarlo —fue lo primero que le dijo.
Mew se incorporó y se talló la cara con brusquedad. ¿Qué clase de sueño perturbador era ese?
—Soy un híbrido, sé que no soy el único que conoces —declaró sin desviar la mirada.
¿Híbrido?
El dueño de la casa se puso pálido, obviamente conocía a un par de híbridos, pero todos eran lo suficiente reservados como para no involucrarse demasiado con los de su especie.
—¿Cómo es que llegaste hasta aquí con tus pequeños? —cuestionó asustado. Conocía muy poco de sus costumbres y de su estilo de vida.
—Es una larga historia —replicó y al notar que Suppasit le miraba como diciendo "no iré a ningún sitio", suspiró y comenzó a explicar lo más resumido que fue capaz—: Mi padre es el líder del clan de felinos más grande de Tailandia, tengo nueve hermanos mayores, todos unidos a nativos de otras tribus que sirvió para crear alianzas que fortalecieron y aseguraron paz al clan. Lo que pasó es que mi padre tenía planeado entregarme al líder del clan de lobos más aislado de la sociedad, pero antes de pactar el acuerdo descubrió que estaba gestando vida en mi vientre. Mi padre mató al híbrido del que me enamoré y a mí me desterró del clan.
Mew no terminaba de procesar lo escuchado. Era cierto que los híbridos estaban muy bien posicionados, en la empresa en la que trabajaba, por ejemplo, había un tipo con orejas de conejo que se encargaba del departamento de compras, pero nunca imaginó que fuesen tan desalmados y obsesivos, todo por mantenerse en la cima.
—¿Por qué los encontré en forma de gato? —Se animó a preguntar y en ese instante recordó a los pequeños mininos.
Sin darse cuenta, suspiró de alivio cuando los encontró en un rincón encima de la almohada que trajo para ellos, estaban acurrucados y profundamente dormidos.
—Estaba muy débil para mantenerme en mi forma humana... Y mis hijos, ellos podrán convertirse cuando tengan poco más de un año.
Asintió en señal de comprensión y se relajó en la cama. Con una sonrisa tímida hizo una última pregunta:
—¿Cuáles son sus nombres?
El híbrido con orejas de gato dio un respingo y sus mejillas se tiñeron de rojo.
Esperaba que después de escuchar su historia le pidiera que se marchara. No que se interesara por ellos.
—Mi nombre es Gulf, mis bebés... Ellos son... Jimmy y Nat —respondió inseguro, aunque sentía que le debía eso.
Si no fuera por él, no habría logrado mantenerlos con vida. Aquel día de la tormenta, subió a sus pequeños a un árbol mientras él buscaba comida, la lluvia lo sorprendió antes de que consiguiera algo. Regresó tan rápido como se lo permitieron sus cortas patas de gato, y al llegar a su lado los encontró rodeados de hormigas, tiritando de frío y hambrientos. En ese momento creyó que ya no podría más, que ese era su final, sus pequeños comenzaron a maullar, y él se sintió tan impotente, porque sabía que pedir ayuda no serviría de nada. Las veces que lo intentó, recibió agua caliente y un par de pedradas. Y cuando se dio por vencido, apareció Mew. Con su voz amable y sus gestos torpes, intentando hacerlos sentir cómodos.
Mew jamás sabría lo mucho que le estaba agradecido, Mew no tenía idea de que les salvó la vida.
—Bueno... —interrumpió sus pensamientos—. Prepararé la cena, ¿tienes antojo de algo en especial? —le dijo examinándole tras su largo flequillo, con aquella sonrisa dulce que siempre le obsequiaba.
Gulf desvió la mirada, llevaba puesta la ropa del adverso, y aunque sabía lo había notado, no pareció importarle. No podía seguir abusando de su amabilidad.
—Me iré —musitó con frialdad—, puedo seguir adelante... Ya tengo la fuerza para...
—¿Tienes un lugar a dónde ir? ¿Un trabajo? ¿Alguien que te ayude a cuidarlos en caso de que debas ausentarte? —le cuestionó impidiéndole terminar.
El híbrido se encogió de hombros. No tenía a nadie, y no tenía nada.
—Es lo que debo hacer —respondió intentando no pensar en las futuras dificultades.
—Lo mejor para ellos es que te quedes, Gulf —le dijo con firmeza, llamándolo por primera vez por su nombre—, aquí tienen lo necesario para que se fortalezcan...
—No somos mascotas, Mew —replicó sintiéndose repentinamente enfadado—, no somos gatos de los que puedas hacerte cargo.
—Yo... —El castaño dudó, era cierto que al principio creyó que eran mininos comunes, pero de alguna forma, desde el inicio comprendió que eran diferentes. Por eso nunca les puso un nombre—. Lo lamento, no sabía que eran híbridos, si lo hubiera sabido... habría intentado ser mejor con ustedes —se disculpó con honestidad sin ser consciente que aquello hizo sentir culpable a Gulf. Ya había hecho más que suficiente por ellos—. Pero te prometo que los cuidaré, que no les haré daño y que conmigo pueden sentirse seguros...
Para ese momento Gulf quería llorar, era difícil confiar en la bondad después de vivir en carne propia una serie de desgracias, una tras otra sin aparente fin, y aunque Mew los había acogido en su forma de gato, ahora que sabía la verdad, la situación se complicaba y no quería causar más problemas. Sin embargo, Mew le seguía mirando con preocupación, podía sentir incluso su genuina angustia y el cariño que les tenía.
—Bien... No te causaremos muchos problemas y en cuanto consiga un empleo...
Estirándose para abrazarlo, Mew causó que su voz se apagara.
Al inicio su cuerpo entero se tensó, mas al sentir los brazos gentiles del joven rodeándolo, como consolándolo, permitió por primera vez, desde que había tomado su forma humana, relajarse y ablandarse correspondiendo con timidez el gesto.
[...]
En el tiempo que llevaban con él, Gulf podía deducir que Mew no era muy apegado a su familia y que no tenía pareja. Se levantaba temprano para ir al trabajo, llegaba por la tarde y jugaba con ellos.
Recordaba aquella vez que trajo una vara con unas plumas de colores en la punta. Ese objeto le fascinaba, quizá se debía a su instinto felino, pero hasta él había estado excitado cuando jugaba a atrapar las plumas entre sus garras.
Fuera de eso, la vida de Mew parecía solitaria y él no podía terminar de aceptarlo. El castaño era un hombre atractivo y saludable, responsable y, cómo había podido comprobar, sumamente cariñoso.
Al menos eso pensaba hasta aquel día que encontró la foto por accidente.
Buscaba una playera cómoda cuando en el fondo del cajón vio la fotografía.
En ella aparecía Mew junto a un hombre un poco más joven, de menor estatura, cabello negro y una sonrisa preciosa. Tomados de la mano, de fondo una limpia playa, parecía que estaban de luna de miel.
Por alguna razón incomprensible, aquello provocó que el corazón se le apretujara en el pecho.
Sabía que no debió ver esa foto, pero aun así la extrajo del cajón y la dejó encima de la mesa.
Para cuando Mew llegó y se sentaron a comer, la tomó.
Esperaba que le reclamara por inmiscuirse donde no debía, en cambio el mayor la observó con nostalgia y le sonrió con tristeza.
—Lo lamento... —susurró no muy seguro de cómo iniciar la conversación.
—La había olvidado —dijo con simpleza dándole un último vistazo antes de hacerla a un lado.
—¿Es tu pareja? —cuestionó confundido, todo ese tiempo pensó que Mew no veía a nadie.
El castaño dejó de sonreír por unos segundos, pero enseguida se recuperó y retomó el gesto, solo que esta vez alcanzó sus ojos.
—Estuve casado con él cinco años —explicó removiéndose en la silla en una posición más cómoda.
—¿Qué sucedió? —No pudo frenar esas palabras, antes de reaccionar ya habían escapado de sus labios.
Mew tamborileó con los dedos en la mesa bajando la mirada.
Estaba por comentarle que no tenía que decirle nada cuando habló.
—Yo lo amaba demasiado, quizá más de lo adecuado y de forma incorrecta. Nos casamos muy jóvenes. Al final no funcionó y nos divorciamos —concluyó y Gulf entendió que no deseaba hablar más del tema—. ¿Cómo está Jimmy? ¿La temperatura bajó?
—Sí, le preparé aquel remedio que te comenté, y estuvo toda la mañana jugando. Por cierto, volvieron a rasgar la cortina, en verdad lo lamento, no volverá...
—Está bien —interrumpió con una risa—. Son niños, y hacen que el departamento se llene de luz, deja que se diviertan, puedo comprar cortinas nuevas.
Gulf asintió avergonzado, intentaba todo el tiempo controlar a sus pequeños, pero tenían demasiada energía, y a veces las cosas se le salían de control. No estaba seguro si era un buen padre.
—Estuve viendo un trabajo, hice un par de llamadas, me dijeron que no había problema si me encargaba desde casa... —comentó antes de olvidar mencionarle aquella noticia.
—Es genial, Gulf. Sabes que puedes tomar la computadora o la laptop, ambas están a tu disposición.
Al mirarlo, descubrió que Mew le veía con orgullo y cuando se estiró sobre la mesa para tomar su mano, permitió que le acariciara el dorso con sus largos dedos.
Quizá él no era un buen padre, pero estaba seguro Mew lo era.
Al terminar ambos fueron a la sala para mirar una serie, iban a la mitad cuando Jimmy y Nat subieron al regazo de Mew. Habían despertado de su siesta, querían mimos y que el castaño jugara con ellos.
Una sonrisa enorme se dibujó en el rostro de Mew, los acarició y con sus manos jugó a que los atrapaba mientras los gatitos le mordían los dedos. No le importó distraerse por ellos, olvidó por completo la televisión y al final terminó en el suelo para que se pudieran mover y saltar libremente.
Gulf observaba todo desde el sillón, riendo hasta que fue jalado del tobillo para que se uniera al juego.
Terminaron los cuatro corriendo por todo el departamento.
[...]
Un año pasó con rapidez, Gulf había conseguido el empleo, y justo estaba trabajando en un reporte cuando escuchó gritos.
Corrió a su habitación y vio a Jimmy en su forma humana, llorando de dolor y asustado.
Lo envolvió en una manta y llamó a Suppasit. Salió con Jimmy en uno de sus brazos y con Nat en el otro, para tomar un taxi al hospital.
Estaba esperando que terminaran de examinar a Jimmy, que en el camino se desmayó, cuando vio a Mew aparecer agitado en la entrada del hospital. Corrió a abrazarlo y en ese instante apareció el médico especializado en híbridos que atendía al mayor de sus hijos.
Mew tomó a Nat y le susurró a Gulf que fuera a ver al pequeño.
Al final nada malo había pasado con Jimmy, esa noche lo llevaron a casa y solo debía encargarse de darle unos medicamentos y vitaminas para reforzar sus defensas. Jimmy lucía como un niño de cinco años.
Un mes después Nat fue capaz de transformarse en su forma humana. Aunque también hubo gritos y lágrimas, no fue necesario llevarlo al hospital.
Y cuando Gulf creyó que no tenía más problemas, uno nuevo apareció.
—Papá, Jimmy me está molestando —se quejó Nat con Mew.
Gulf al escucharlo sacó la cabeza de los documentos que revisaba.
—Siéntate aquí, iré a hablar con él —respondió Mew recuperándose con rapidez del impacto inicial, era la primera vez que lo llamaba así.
Antes de pararse revolvió los cabellos del pequeño en un gesto cariñoso.
Y en ese momento creció en Gulf un miedo horrible.
Era normal que sus hijos vieran de esa forma a Mew, había sido para ellos un genuino padre, y aunque a él le llamaban de la misma forma, sabía que ante sus ojos ambos lo eran.
Había estado ahí cuando enfermaron, se desveló un montón de veces para cuidarlos, estuvo ahí en cada etapa de su crecimiento. Sin embargo, no compartían la misma sangre.
Por la noche, cuando Gulf arropó a Nat y Jimmy, dejó un beso en sus frentes y antes de meterse a la cama con ellos, decidió que primero debía hablar con Suppasit.
Y como esperándolo, el mayor estaba en la mesa, con una taza de té frente a él, y otra en donde se suponía él debía sentarse.
—Nos iremos la próxima semana —le informó a la par que tomaba asiento.
Mew lanzó un suspiro.
No dijo nada, tan solo se llevó la taza a los labios hasta que terminó de beber.
—Gracias por todo —expulsó cada palabra con dificultad, ya que sentía que su garganta se cerraba.
Sin Jimmy y Nat despiertos todo era muy silencioso.
—Yo... Pienso constantemente en ese día, él día que aparecieron en mi vida. Sabes, yo no me había atrevido a pedir nada, porque cuando mi matrimonio fracasó comprendí que no merecía tener a alguien... Que lo mejor era estar solo... Pero ustedes me demostraron lo contrario, me dieron los dos mejores años y... Me gustaría que te quedarás conmigo por siempre, pero no te obligaré. Comencé a creer que el destino me dio una segunda oportunidad, pero soy realista. Entiendo que los pequeños y tú merecen...
—Eres más de lo que merezco —le cortó con dolor—. El ser del que me enamoré intentó que abortara cuando se enteró que esperaba a sus bebés, mi familia y amigos me dieron la espalda, y para mi padre ya no existo. He estado tan cerca de la muerte, tanto que en algún punto comencé a desearla, y entonces apareciste tú. Nos diste todo lo que el resto nos negó... —Tuvo que tragar duro para poder seguir hablando—. Te amo, Mew. Y es porque lo hago que debo irme. Somos tres híbridos sin clan, incapaces de ofrecerte algo que valga la pena.
Mew estiró las manos y Gulf al ver su intención lo imitó. Con los dedos entrelazados se miraron. Ambos tenían el corazón roto en ese instante.
—También te amo, y amo a Jimmy y Nat... Por favor quédate... Déjame ser su padre también...
Mew lloró, porque una vez que cruzaran esa puerta se llevarían toda la felicidad que una vez conoció. Y si antes estuvo solo, en su ausencia quedaría vacío.
—Ya eres su padre —respondió Gulf, sin poder evitar que una lágrima rodara por su mejilla—. Lo fuiste desde el día que nos metiste en tu departamento. —Sonrió ante el recuerdo.
Con el pulso acelerado Mew saltó de la silla para llegar al lado de Gulf. Se arrodilló junto a él y unió sus labios.
El de tiernas orejas de gato sabía a azúcar y manzanilla.
—Pero también quiero ser la persona que te adora y cuida —emitió despegando sus labios apenas lo suficiente para que de su boca salieran aquellas palabras.
Gulf sin abrir los ojos evocó ese día.
Sus pequeños tras su espalda, y Mew preocupado como si extinguir su hambre, frío y temor, fuera tan vital como respirar.
—Lo fuiste desde el segundo en que nuestras miradas se encontraron.
[...]
Jimmy y Nat tenían orejas de gato parecidas a las de Gulf, ambos eran muy populares en la escuela y destacaban por su curiosidad y astucia. Tenían nueve años cuando fueron a su primer campamento. Mew estaba tan ansioso por verlos partir que tuvo que ir al baño para que no lo vieran llorar.
Cuando apareció en la sala, Gulf lo esperaba sobre el sillón.
—Veamos una película —dijo repentinamente, era la primera vez que tenían dos días para ellos solos.
Mew se sentó en medio de suspiros, sin poder disimular su preocupación.
—Debí insistir al profesor para que me dejara ir ¿verdad? —comentó mordiendo la uña de su pulgar.
En respuesta Gulf soltó la carcajada.
—¿Estás seguro? —dijo con una ceja en alto y una mueca presumida en los labios—. Qué lástima, tendré que hacerme cargo de mí mismo en el baño —dijo poniéndose de pie.
Mew lo atrapó por la muñeca y lo arrastró con él hasta la habitación que compartían.
—No tenemos que preocuparnos por el ruido, ¿cierto? —cuestionó cuando lo tumbó a la cama y se colocó sobre Gulf.
El híbrido resopló y sus hombros temblaron por causa de la risa burbujeante que emitió.
Cruzó los brazos sobre el cuello de Mew y con una mueca inocente musitó:
—Mejor cállate y bésame.
Y así lo hizo, en medio de aquellas cuatro paredes de las que colgaban un montón de fotografías; de Jimmy y Nat, de ellos dos en su boda, de los cuatro sonriendo y todos los días encontrando la felicidad.
Quizá esos pequeños no llevaban su sangre, pero definitivamente, llevaban su corazón, uno del que Gulf era el dueño.
N/A: Nada más bonito que publicar a las 4:30 de la madrugada x'D
Primero que nada, un agradecimiento especial a Kim_Venus13, de ella fue la idea de los híbridos y de que Mew cuidara a los bebés de Gulf ♡
En segundo lugar, aprovecho para informar que por el momento, no escribiré más, muy probablemente cuando salga la segunda temporada de TharnType estaré actualizando nuevas historias como loca, pero por ahora, esto ha sido todo por mi parte. Mil gracias por leerme y sus preciosos comentarios, me recibieron muy bonito en este bello fandom a pesar de que soy consciente que para llamarme escritora me faltan toneladas de talento. ¡Un abrazo y espero volver a leerlos! ♡
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