23: ¡Tu pequeña conspiradora!
Taylor.
MacKenzie y yo estábamos sentadas en mi sala de estar con dos copas de vino sobre la mesa de café y una botella de Merlot entre nosotras. Había sido una larga semana. Me despertaba cada mañana con pensamientos de Justin y Jazzy dando vueltas en mi cabeza y me iba a la cama cada noche con lágrimas en los ojos. Les echaba de menos con fiereza, aunque nunca admitiría eso ante Justin.
Lo que había hecho era imperdonable. Me había decepcionado, pretendiendo ser ese fantástico chico — había conocido a mis padres, por amor de Dios— pero lo peor de todo, había tomado mi corazón. Era exactamente lo que MacKenzie me había advertido. Gracias a Dios no escuché un: te lo dije. Simplemente me escuchaba cuando necesitaba desahogarme y se mantenía en silencio cuando yo no quería hablar y vino todas las noches de la semana pasada para distraerme.
Después de unas pocas copas de vino, MacKenzie intentó sonsacarme información sobre cómo era Justin en la cama. No le conté nada. Ella tomó otro sorbo de vino, apoyando una mano sobre su cadera.
— Demonios, podría estar embarazada de siete meses del bebé de otro hombre y todavía querría un pedazo de él.
—No estás ayudando. —Le fruncí el ceño. Alzó las manos.
—Perdón, pero es la verdad. Escucha, cariño, tuviste tu diversión. Quizás solo deberías aprender de la situación, y dejar ir el resto. —Lo que ella no entendía era que no era tan sencillo. No era solo el hecho de que Justin robó mi corazón, también lo había hecho la dulce Jazzy. Eran un paquete en mi mente. Oí un golpe en la puerta, y luego la llave girando. Tenía que ser Matt entrando. MacKenzie se animó al oír el sonido. —¡Es mejor que traigas pizza!—gritó. Los dos se rieron. Le habíamos llamado hace media hora pidiéndole que nos trajera una pizza. Extra de queso, extra de pepperoni.
Matt entró en la sala de estar, una caja de pizza en equilibrio sobre la mano.
—Mis señoras. —La puso sobre la mesa de café entre nosotros.
—Mattew, eres el mejor —Le dije, extendiéndome hacia él para darle un abrazo con un solo brazo.
—No hay problema. Voy a buscar algunos platos y servilletas. —Se dirigió a la cocina mientras MacKenzie y yo abríamos la tapa y aspirábamos el increíble aroma que emana de la caja. Me alegré de ver que no había ninguna incomodidad persistente entre Matt y yo. Sabía que todavía estaba enfadado por el tema de mi pequeña aventura con Justin, pero por ahora, estaba siendo civilizado al respecto.
—Hazte con un vaso —Le dije a Matt.
—¡Y trae otra botella de vino! —añadió MacKenzie. Sin esperar por los platos, MacKenzie y yo cogimos un trozo cada una. Después de acabar una pizza grande y tres botellas de vino, decidimos terminar la noche. Les acompañé hasta la puerta y cogí mi cartera para pagarle a Matt por la pizza. Le tendí unos cuantos billetes antes de abrazarlos y darles las buenas noches. Cuando devolví a mi billetera a mi bolso, mi mano tropezó con algo frío y firme. ¿Qué...? Saqué el bote negro de mi bolso y lo levanté para inspeccionarlo.
—¿El guardián? —Leí el lateral—. ¿Qué demonios es esto?— Parecía ser un spray de pimienta. ¿Cómo...? Oh, Dios mío. Justin.
Él había metido algo en mi bolso esa noche, diciendo que me había conseguido un regalo. Me olvidé de ello. Dejé el objeto que me había dado sobre la isla de la cocina y me paseé por la habitación. ¿Por qué me consiguió eso? ¿Por qué intentó actuar como si le importara cuando obviamente no lo hacía? Sin esperar a que la lógica se asentara, agarré mi móvil y marqué su número. Había pasado más de una semana desde el incidente, pero mi reciente consumido valor líquido me había proporcionado el combustible necesario para realizar la llamada. A pesar de lo tardío de la hora, contestó al primer timbrazo.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?—Su risa baja se apoderó de mí, haciendo temblar mi interior.
—¿Estás borracha, pastelito? — Oh, ¿así que era pastelito otra vez?
—¡No! —Sí.
—Entonces, tendrás que explicarme a qué demonios te refieres. Estoy perdido aquí, muñeca.— Tenía que acabar con los apodos dulces. No tenía ningún derecho de llamarme así.
—Este spray que colaste en mi bolso.
—Es solo un spray anti-violadores. No quería preocuparme por ti andando sola y desamparada por su cuenta. Considéralo un regalo. — Me tomé una respiración profunda.
—Bueno, para tu información, ya tengo un spray. Mi padre me dio un bote de hace unos años. Está en algún lugar en mi cocina. Y no estoy sola. He empezado a ver a Peter otra vez. —O por lo menos lo haría, cuando me devolviera la llamada. Justin vaciló un momento, el silencio alzó un muro entre nosotros.
—Eso fue rápido. Bien por ti. Sin embargo, tu spray no va a ser de mucha ayuda metido en el interior del cajón y si es de hace un par de años, probablemente haya caducado. Además, el que te di es el mejor que hay en el mercado. Guárdalo en tu bolso, pastelito. —Puse los ojos en blanco y metí el bote de nuevo dentro de mi bolso. Sacar el nombre de Peter no había tenido tenía la respuesta que esperaba.
—Me tengo que ir. —Pulsé la tecla de fin en mi móvil, pero no antes de escuchar su rica risa vibrar a través del altavoz. Bastardo. Enterré mi cara entre mis manos, luchando por contener las lágrimas. Dios, superar a Justin iba a ser mucho más difícil de lo que jamás imaginé.
A la mañana siguiente, un terrible dolor de cabeza y el dolor de escuchar su voz fueron mis únicos recordatorios de las actividades de la noche anterior. Había sido una estupidez llamarlo, pero era evidente que no cambió nada entre nosotros. Por otra parte, ¿qué había esperado que sucediera? ¿Qué él me suplicara para volver? No lo creo. Pero ahora que había comenzado el contacto, no podía apartar mi mente de Justin, no importaba lo que lo intentara.
Una larga carrera por mi barrio con música sonando lo suficientemente fuerte como para sacudir los pensamientos de mi cráneo seguida de una larga ducha caliente, y luego consentirme a mí misma yendo a mi lugar favorito de sushi para el almuerzo. Nada de eso funcionó. Cuando llegué a casa de mi cita para almorzar, estaba aún más deprimida que antes. Tal vez siempre habría alguna extraña conexión con Justin que siempre sentiría por haber sido el primer chico que realmente me importaba, y el chico al que le había dado mi virginidad. Tal vez solo tenía que acostumbrarme a vivir siempre con la sensación de dolor presente en el pecho. Dios, era un pensamiento deprimente. Cogí el teléfono y llamé a Peter, a regañadientes acordé otra cita solo para dejar de pensar en Justin, y luego me dejé caer contra el sofá.
Mi portátil apoyado a mi lado me dio una idea. Una idea muy, muy mala.
Hice clic en un enlace titulado Jason y Britney. Mientras esperaba a que el video se cargara, mariposas echaron a volar dentro de mi estómago. La muchacha era bonita. Ella parecía dulce y normal. Vi el último video de Justin —probablemente el que había hecho después de despertarse en la cama conmigo— con lágrimas descendiendo por mis mejillas. Lo que hizo no fue una simple follada. Fue un error imperdonable que estaba en Internet para que todo el mundo lo viera. Y no se podía negar que era él, sobre todo con ese tatuaje único arrastrándose por su hombro.
Vi con horror como la colocaba en el centro de la cama y comenzaba a besarla. Cuando se movió entre sus muslos para saborearla, se me formó un nudo en el estómago y me obligué a cerrar los ojos. Sabía que era una mala idea ver esto, verlo con mis propios ojos, sabiendo que probablemente ardería en mi cerebro para siempre, pero de algún modo no podía parar. Aceleré el vídeo hasta que estuvieron completamente entrelazados, necesitando ver si su forma de hacer el amor con ella era algo como lo que hizo conmigo. Lo que vi hizo que mi mandíbula golpeara el suelo.
Sus movimientos dentro de ella eran duros y rápidos. Él había estado conteniendo parte de sí mismo conmigo, eso estaba claro. No podía creer que alguna vez me hubiera encendido viendo el video de Justin —ahora solo me enfadaba. El primer plano de él entrando y saliendo de ella casi me hizo vomitar. Cerré el portátil de golpe y salí corriendo de la habitación. Me dejé caer en el centro de mi cama y sollocé, abrazando una almohada contra mi pecho, pidiendo que el dolor desapareciera. Pero todo lo que vi cuando cerré los ojos fue la expresión lujuriosa Justin mientras la penetraba.
—Oh, diablos, no. Está a reventar —MacKenzie se paseó a través de la barra a donde un grupo de chicas subía en los taburetes de bar que habíamos estado esperando veinte minutos para ocupar.
—Está bien, Kenz. —La agarré del codo, tirando de ella detrás de la escena que estaba a punto de crear—. Vamos a buscar otra mesa. —O podríamos ir a casa. Después de la segunda semana de mi desanimo, MacKenzie y Matt decidieron organizar una intervención. Comenzó con algunas pre-bebidas en mi apartamento, y se había trasladado a un bar lleno de gente.
—No. Tenemos que encontrar una mesa cerca de las mesas de billar.
—Esa gente se está yendo. —Señalé al otro lado de la habitación.
—¡Genial! —MacKenzie prácticamente corría, dando codazos a la gente de su camino mientras cruzaba la habitación. Por Dios. No sabía que le había pasado, pero Matt y yo la seguimos obedientemente. Subí sobre el taburete y coloqué mi cartera sobre la mesa. Se sintió bien dar un descanso a mis pies. Por qué decidí llevar tacones esta noche, a pesar de que todo lo que tenía ganas de hacer era yacer en la cama en mi pijama.
Después del ordenar otra ronda de bebidas, Mattew dejó escapar un gemido.
—¿Y ahora qué? —Giré en la dirección que miraba, pero sus manos se apoderaron de ambos lados de mi cara, deteniéndome. —No, Tay. No mires.— ¿Qué demonios? Quité sus manos de mi cara y miré en la dirección en la que él y MacKenzie miraban. Oh. Justin estaba aquí.
Una mezcla de emociones corrieron a través de mí al mirarlo —todo, desde la ira, al resentimiento, al deseo. Maldito cuerpo traidor. Justin y un amigo acumulaban una serie de bolas en el centro de una de las mesas de billar y bromeaban entre ellos. Odié que su sola presencia tuviera el poder de detener mi respiración y que mi corazón se tambaleara en mi pecho, como si mi cuerpo supiera que compartíamos el mismo oxígeno y se rebelaba contra la idea.
Justin estaba riendo, pero cuando levantó la cabeza y atrapó mis ojos, su sonrisa cayó. Me pregunté si vendría a hablar conmigo, y luego me pregunté cómo me sentiría si no lo hiciera. Le dijo algo a su amigo, cuya mirada se fijó en la mía. Sonrió levemente, como en comprensión, y empujó a Justin en mi dirección. Negándose a ceder, Justin permaneció plantado cerca de la mesa de billar, con los ojos mirando a cualquier parte menos a mí. MacKenzie, sonriendo con confianza, se enderezó en la silla.
—Ahora todos, nos vamos a volver locos. Justin está aquí. Está en el mismo bar que nosotros. No es gran cosa.
—¡Tu pequeña conspiradora! ¡No lo hiciste! —La completa falta de sorpresa de MacKenzie al ver a Justin me puso sobre aviso. Ella lo había arreglado. Matt miró ansiosamente entre nosotras, sin darse cuenta de lo que se había perdido. —No era tu asunto interferir. Dios, ¿le has dicho que quería verlo? — Enterré mi cara en mis manos. MacKenzie se inclinó, colocando su mano sobre mi brazo.
—Por supuesto que no. Escucha, tienes que tener fe en el hombre. Sólo le dije que estaríamos aquí esta noche, y si quería verte, si todavía tenía sentimientos por ti en absoluto, debería aparecer cerca de las nueve en la sala de billar.
—Eres una idiota, Kenz. No funciona de esta manera. Necesito mi distancia. —Infiernos, no quería pensar en él otra vez, no es que eso funcionara. Matt palmeó mi espalda. Yo sabía que esto lo había hecho todo MacKenzie, así que no podía estar enojada con él. —Bien. Él está aquí. Entonces me iré. — Agarré mi bolso.
—No, Tay. Si te vas, será como si anunciaras que no puedes soportar estar cerca de él.
—No puedo. Ese es el punto. —Ella le dio a mi mano un apretón.
—Él no tiene por qué saber eso. No dejes que te haga marcharte. No le dejes ganar. Eres más fuerte que eso. —Suspiré y puse mi bolso abajo.
—Bien. Entonces voy a emborracharme.
—Puedo con eso. —MacKenzie sonrió y le hizo señas al barman para otra ronda de tragos. Después de varias rondas de bebidas y observar a Justin por el rabillo de mi ojo, me di cuenta de que se acercaba a nuestra mesa. Oh, mierda. ¡Actúa normal, actúa normal! Matt puso una mano en mi antebrazo.
—No, Tay. No otra vez, no con él. — Sus ojos me suplicaban. Justin nos alcanzó, ofreció un guiño amistoso a MacKenzie, entrecerró los ojos a Mattew, luego dirigió su mirada hacia mí.
—Tal vez deberíamos darles unos minutos para hablar —chilló MacKenzie, levantándose del taburete y disparándole a Matt una mirada que quería decir vamos. — Voy a darle algo de compañía a tu amigo —Ella miró de Justin, al musculoso-como-el infierno amigo de pie solo en la mesa de billar, bebiendo una cerveza. — ¿Cuál es su nombre?
—Ian —respondió Justin, sus ojos nunca dejando los míos. Una vez que mis amigos me abandonaron, se movió un paso más cerca—. ¿Cómo has estado? —Se pasó una mano por la parte de atrás de su cuello. Esa era una pregunta tonta. Pero yo no estaba dispuesta a admitir como me había deprimido por nuestra separación.
—Bien. ¿Tú?— Sus ojos se estrecharon, buscando los míos. Yo sabía que podía ver a través de mis respuestas huecas, pero no me preocupé. No le daría la satisfacción de saber cuanto lo echaba de menos.
—He estado mejor —admitió. Negué con la cabeza, sorprendiéndome a mí misma riendo. La risa brotó de mi garganta y escapó, a pesar de mis intenciones de mantener las cosas frías.
—Eres repugnante ¿lo sabías? El sexo significa algo para mí. Tal vez no para ti, pero... —Lo despedí con la mano—. Sólo déjame sola. No quiero hablar contigo. —Tomó mi mano y la sostuvo.
—Déjame explicarte algo, pastelito. — Nunca había pronunciado mi nombre con tal veneno y odiaba admitir que eso dolió. Se inclinó más cerca de mi cara, a pocos centímetros de distancia de mí—. El sexo por dinero no tiene emoción. Es como estar en el trabajo, es duro, estás cansado, sudoroso, sólo deseas terminar, pero no puedes. Tienes que seguir fingiendo el jodido acto hasta que algún director imbécil te dice que tienes que venirte. U ordena. Intenta hacer eso con los técnicos de iluminación brillando las luces en tu cara, y un tipo de sonido con panza cervecera sosteniendo un micrófono sobre ti mientras presumía una jodida erección, no todo es tan divertido. Créeme. No estoy orgulloso de ello. Pero sabes que haría cualquier cosa por esa niña.
—¿Jazzy? ¿Qué tiene eso que ver con Jazzy? Si eres lo suficientemente retorcido como para convertir esto en un acto cortés para proteger a tu hermana pequeña, estás más loco de lo que pensé. —Todavía sostenía mi muñeca en su puño y la aparté lejos. —Déjame ir. —Me deslicé de mi taburete y me escapé al cuarto de baño.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro