13: Diviértete con la estrella del porno.
Taylor.
MacKenzie y yo nos sentamos en una cabina de la esquina en la cafetería del hospital, preparándonos para el almuerzo. Bueno, lo llamábamos almuerzo, pero eran las tres de la mañana. Me gustaba la comida de los desayunos, mientras que Kenz usualmente optaba por la de la cena. La única cosa que teníamos en común, sin embargo, era el masivo consumo de café.
—Una parte de mí quiere romper con esa imagen de la PequeñaSeñorita-Buena, hacer algo loco. Conseguir experiencias mientras todavía soy joven. Quiero decir, ¿es eso tan malo? —No mencioné la invitación de Justin. Necesitaba comprobar el terreno primero.
—Amén, hermana. —Levantó su taza en un brindis.
—Digo, ¿sería totalmente loco si quisiera, qué sé yo, perder el tiempo con Justin, ver de qué va todo este alboroto?— MacKenzie escupió su trago de café.
—¡No me había dado cuenta de que estábamos hablando de eso! — Fregué el cálido líquido de la mesa frente a ella con una pila de servilletas—. Haz lo que quieras, nena. Pero sabes que no estará satisfecho con el típico sexo vainilla, ¿verdad? Probablemente haya hecho cosas con las que sólo hemos soñado. —No sabía en qué consistían sus sueños, pero el sexo vainilla era el grado de los míos.
—¿Cómo por ejemplo?
—Tríos, orgías, sexo anal.—Alcé una mano, deteniéndola.
—Vale. Suficiente, gracias. —Mis mejillas se acaloraron con su diatriba. Estaba interesada en explorar mi sexualidad con Justin, pero de ninguna manera estaba preparada para nada de eso. No podía siquiera escuchar las palabras sin sonrojarme. MacKenzie se echó a reír.
—Relájate, Tay. Te lo dije. Sería malditamente afortunado de conseguir a una chica como tú. Sigo pensando que eres demasiado buena para la gente como él, pero esa es mi opinión. Sólo prométeme una cosa si realmente estás en esto. —¿Estaba en esto? No lo sabía. De lo único que estaba segura era de las extrañas reacciones que Justin provocaba en mi cuerpo.
—¿El qué?
—Diviértete con la estrella del porno, pero prométeme que no involucrarás a tu corazón.— Casí me reí de su ridícula advertencia. ¿Mi corazón? Quería asegurarle a MacKenzie que no había posibilidades de que me enamorara de Justin, pero mi mente parpadeó de vuelta a su gentil naturaleza con Jazzy y las palabras se atascaron en mi garganta. Asentí mi consentimiento.
—Mis padres me han preparado otra cita con otro candidato a yerno. Su nombre es Peter y me llevará a comer mañana. —Puso los ojos en blanco. MacKenzie estaba bien informada de las entrometidas maneras de mis padres.
—Está bien. ¿Puedo darte un consejo, con toda seriedad, si vas a hacer esto?
—Claro.
—Querrás afeitártelo todo, minuciosamente, ya que está acostumbrado a esas chicas de los vídeos, y no encontrarás ni una mota de pelo en ninguna de ellas.— Puse los ojos en blanco. ¿Ese era su consejo? Yo no estaba dispuesta a afeitar mi vello púbico para complacer a un hombre. ¿Lo estaba?
—Tengo que volver al trabajo. —Tiré la taza a la basura y me metí el último trozo de panecillo en la boca.
El por qué acepté la cita con Peter Wyndham III estaba más allá de mí compresión. Fue un momento de debilidad, mi madre me había pillado bajando de las alturas por pasar el tiempo con Justin, y acepté. La primera vez que conocí a Peter fue el año pasado en una fiesta de navidad en la oficina de mi padre. La misma fiesta en la que me habían presumido por ahí como si yo fuera una preciada posesión desde el día en que cumplí los dieciocho. Como si yo quisiera un gordo y poco atractivo contador como marido.
Afortunadamente, Peter era diferente. Tenía veinticuatro, recién salido de la escuela de negocios, y se sentía tan fuera de lugar con los contadores de mediana edad y sus cónyuges tanto como yo. Pasamos la noche sentados en un balcón, yo con la chaqueta de su traje sobre mis hombros desnudos, hablando sobre nuestros campos favoritos de la Universidad, el mío, la filosofía, el suyo, la economía. Mis padres quedaron encantados al ver que nos llevábamos tan bien. Era una buena imagen para sus ojos, todo lo que ellos querían para mí, un hombre blanco de entre veinte y treinta años, buena genética, bien educado, de una familia de clase media-alta de New Hampshire. Saludable como un vaso de leche. E igual de emocionante. Su sola emoción hizo que me retorciera.
Evité sus llamadas y sus débiles intentos para quedar durante gran parte de estos seis meses. Razón por la cual me resultaba desconcertante que estuviera rizándome el pelo, y planchando mi camisola marinera, para mi cita. Hicimos planes para jugar al tenis en el club de campo del que mi padre y él eran miembros. Empaqué mi traje de tenis en mi bolso grande, el cual MacKenzie nombró la bolsa de Mary Poppins, y fui a esperar a Peter. Cuando se detuvo en su elegante Lexus plateado, corrí a su encuentro. Peter salió del coche, todo pelo rubio engominado y dientes blancos y rectos que indicaban años de ortodoncia. Me recibió en la puerta del coche, vestido en vaqueros casuales y una camiseta abotonada y me besó el dorso de la mano antes de ayudarme a entrar en el coche. El rico olor del cuero me envolvió y me acomodé en el asiento.
Algo sobre Peter me era familiar, como un par de pantalones vaqueros gastados, o tus cómodas sandalias, pero nada sobre su presencia, y ciertamente no su beso, me llevó a ningún lugar cerca de los fuegos artificiales. Era más como una tolerable indiferencia. Justin, por otro lado... bueno, mis pezones se endurecían con sólo pensar en él.
Después de un aburrido partido de tenis, en el que predeciblemente me dejó ganar, almorzamos en el espacioso patio de piedra del club. Ordené una ensalada de fresas y champán y Peter el risotto de trufa. Bebimos agua con gas durante la comida y Peter contó elaboradas historias diseñadas para impresionarme. Empezó con las aventuras en el velero de su padre, fiestas locas con sus amigos de la preparatoria, y finalmente sus ambiciones profesionales, hacer de socio a la edad de treinta y cinco. Ni una sola vez me preguntó sobre la mía. O nada de mí, en realidad.
Encontré a mi mente vagando entre Justin y Jazzy. Me pregunté qué hacían los fines de semana. Me imaginaba que comían desayunos de panqueques con chispas de chocolate en pijama mientras veían los dibujos animados. El pensamiento me hizo sonreír. No pude evitar las ocasionales miradas a mi reloj, contando los minutos que quedaban para que terminara esta cita y pudiera irme a ver a Justin y Jazzy.
Después de nuestra cita, Peter me acompañó hasta mi coche, abriendo la puerta mientras me instalaba en el asiento del conductor.
—Eso fue divertido. Deberíamos hacerlo de nuevo. Mi familia hace este tour de vino cada otoño, deberías venir.
—Me lo pensaré —dije, luego cerré la puerta del coche.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro