unique
Otra vez se encontraba allí, en aquel baño frío y desolado. No había nadie en casa, como siempre. No es que necesitara a alguien, aunque su corazón este implorando por un poco de ayuda, es más, se sentía cómodo en la soledad. Intentaba convencerse a sí mismo de que la soledad era buena para él. Para alguien roto como él.
Los recuerdos danzaban en su memoria, mezclándose y fusionándose. Sus ojos pesaban, se sentía mareado y débil. De sus brazos no dejaba de brotar aquel líquido rojo tan familiar en él. Aún estando sentado en el suelo, se tambaleó un poco hasta caer desmayado contra la pared.
—Sunghoon, ¿bailamos?—dijo el de pocas pecas extendiendo su mano, aquella pequeña mano que juraría que podía sostener el mundo entero.
—Sunoo, yo no sé bailar.
—No hace falta saber para qué bailemos lento los dos. —dijo Sunoo para luego correr a apagar las luces de la sala de ensayo. A pasos apurados se acercó al cuerpo de Sunghoon y tomó sus manos, frágiles y rotas. Las posicionó en sus caderas mientras enredó sus brazos en el cuello del más alto.
Ambos danzaron lentamente en la oscuridad de la habitación, sus respiraciones marcando el compás de sus movimientos. Los delicados cabellos del menor descansaban en su hombro, labios rozando su cuello suavemente, produciendo leves descargas en todo su ser. Hoon lo sabía, siempre lo supo, por esos momentos a solas que siempre duraban horas y horas; ellos estaban destinados a ser uno con el otro. Que lastima.
Sunghoon estaba roto, quebrado, hecho pedazos. Sunghoon era tristeza y soledad, frustración y negatividad. Ganas de morir ya mismo. Sunoo, por otro lado... él... él simplemente era perfecto. Sunoo era felicidad y amor, cariño y compasión, delicadeza y pureza. Sunghoon no quería dañarlo, ni contaminarlo. Ellos estaban destinados a ser uno con el otro; ellos eran almas gemelas que, quizás, no estaban escritas, pero se complementaban tan pero tan bien.
La cabeza de Sunoo se movió, ojos galácticos observándolo con todo el amor del mundo. Estaban a centímetros de distancia, pero no podían estar más alejados. Sus labios se rozaron, apenas tocándose, sin sentirse por completo. Labios esponjosos encontrándose con labios secos. Bocas fusionándose, cuerpos derritiéndose para hacerse uno.
—Sunoo, en serio te amo, con todo lo que soy. Pero... no quiero dañarte. No quiero ensuciarte, ni romperte. Me encanta ser parte de tu vida, pero si sigo así, te romperás. No quiero que eso te pase, eres lo más importante que tengo. Sólo debo alejarme un poco, y te pido, que por favor no llores cuando no esté. — las palabras salían de su boca a manantiales, lágrimas brotando de sus ojos como si fueran infinitas. Manos grandes y rasposas unidas a manos pequeñas y suaves. El pequeño cuerpo de porcelana fue cubierto por el más grande, un abrazo que ojalá se hubiese sentido cálido. Lo único que sintió fue un gélido sentimiento, dolor, miedo, tristeza.
—Te amo, te amo como no tienes idea. Fuiste, eres y siempre serás mi razón de vivir, pero... no lo soporto más, no puedo soportarlo. —sus labios temblaban y sus ojos, ahora sin luz ni vida, admiraban las galaxias en los ojos de su amado.
Sangre brotaba de sus brazos temblantes, sus ojos estaban perdidos en algún punto inexistente en el techo. Las comisuras de sus labios dibujaron una medialuna hacia abajo, se sentía fatal. No quería esto. No lo quería. Quería bailar en la oscuridad con Sunoo, porque él alejaba a todos los demonios que querían comérselo vivo. Quería admirar las estrellas con él, porque el apaciguaba su miedo a la noche. Quería más sonrisas, más besos, más caricias, quería más de Sunoo. Pero nunca fue merecedor de él. Y cerró sus ojos para no volver más...
Aquel chico, de piel tan blanca como la leche, y pequeños puntitos esparcidos en sus mejillas, tan delgado que parecía de porcelana, con el riesgo de romperse en cualquier segundo. Aquel chico que, siempre supe, era muchísimo más fuerte de lo que yo alguna vez fui. Porque él ganó su batalla, yo la perdí.
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