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—¡Tú puedes, Axel! —gritó de nuevo.
No, no podía. Era algo tan sencillo como caminar diez metros, pero a partir de la mitad me rendía.
—¡Mueve esas nalgas! ¡Sé que puedes hacerlo, ya lo lograste antes!
Sí, una sola vez.
De resto, solo me caía una y otra vez.
—¡Solo hazlo!
—¿Alguna vez te dije lo mucho que te odio?
—Van ciento setenta y dos esta semana —sonrió orgullosa.
Bien. Aquí vamos de nuevo.
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