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—Eres una maldita —se me escapó aquel día.
Después de caerme y lastimarme unas cien veces, estaba comenzando a molestarme.
Y todo en ella me molestaba. Su sonrisa, sus ojos castaños atentos, su actitud positiva.
La desgraciada solo se río, ayudándome a levantarme.
—Todos comienzan siendo como tú —explicó sin dejar de sonreír—. Ódiame todo lo que quieras, cuando salgas de aquí, vas a amarme.
Lo dudaba.
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