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En recepción me ayudaron a llevar a Less hasta un taxi. Fueron amables y atentos, algo que me encargué de agradecer, incluso a través del pánico.
Cuando llegamos al hospital, tuve que aceptar que me la arrancaran de las manos, mientras los doctores, que ya estaban advertidos de que veníamos en camino, la llevaban tras las puertas, fuera de mi vista.
Los escuché murmurar que el tiempo se había acabado. Less necesitaba un trasplante o no sobreviviría.
No soporté las lágrimas ni un segundo más, derrumbándome.
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