Capítulo 4
RENZO
Cuando era un niño vi algo tan terrible que me dejó sin palabras. Solo fue un segundo, pero la escena seguía repitiéndose en mi cabeza mientras mi papá me sacudía y me preguntaba qué había pasado.
Yo no podía responder.
No pude en ese momento, ni tampoco pude después, cuando las consecuencias trágicas de eso que había visto inundaron nuestra vida por completo. Mi hermanito estaba muerto, mi mamá no podía caminar, y yo no podía decir absolutamente nada.
Mi padre tuvo que hacerse cargo de todo, a pesar de lidiar con la pérdida de un hijo no tuvo tiempo de detenerse a llorar, así que unos meses después me llevó con un psicólogo.
Me diagnosticaron con mutismo selectivo, es un trastorno de ansiedad que hace que los niños no puedan hablar en ámbitos en los que se sienten presionados, conmigo era un caso extremo, las palabras simplemente no salían, ni siquiera en ambientes cálidos como mi familia.
Yo no entendía lo que decían, porque para mí no era selectivo, yo no estaba eligiendo nada.
Le dijeron a mi padre que no había tratamientos clínicos, que al ser un problema emocional la única alternativa era la terapia. El problema era que como yo no podía hablar las sesiones eran muy complicadas, así que mi padre se decidió por contratar a alguien para que me enseñara a hablar en lengua de señas.
La psicóloga lo consideró un retroceso, dijo que al tener una forma de comunicarme sin hablar era menos probable que volviera a hacerlo. Y tal vez tenía razón, porque hoy, muchos años después, aún me comunico por medio de señas.
Descubrí que cuando no hablas, las personas se preocupan más por escucharte, no hablar se hizo hábito, costumbre, nunca fue un problema para mí, ni me hizo sentir débil.
Muchas veces intenté que las palabras salieran y no lo conseguí, intentar hablar me ponía nervioso, y eso hacía que mi cuerpo no reaccionara a mis deseos. Por eso en cierto punto dejé de intentarlo, ya no me interesaba, no me interesaba hablar ni que me escuchen, me volví solitario, reservado, una persona que suele evitar a las otras como regla general.
He hablado pocas veces en mi vida después de ese día, y las recuerdo a todas. La primera vez fue a los dieciséis años, mi mamá me dijo te quiero, y yo le respondí "yo también"; había pasado tanto tiempo sin hablar que ni siquiera reconocí mi voz, que obviamente había cambiado por la adolescencia.
Un día, viendo a mi madre dormir, me confesé a mí mismo que tengo un asunto pendiente, y que no podré estar en paz conmigo mismo hasta que lo resuelva. Por eso estoy aquí, trabajando en esta cafetería universitaria aunque no me haga falta el dinero, fingiendo que no soy un chico que terminó la universidad con solo veinte años, pero que nunca ejerció su título porque antes de continuar con su vida tiene que asegurarse que la persona responsable de la muerte de su hermano pague por lo que hizo.
Hasta hace unas semanas, hacía exactamente dos años que no hablaba más que en sueños, ni siquiera con personas con las que tengo un vínculo realmente cercano en todos los sentidos.
No sé por qué le hablé en primer lugar, pero creo que jamás había dicho tantas palabras juntas como en ese momento. En primera instancia me fui, odio que alguien altere lo que tengo establecido como normal, pero la euforia del momento desapareció y se me despertó una curiosidad que no pude ignorar, así que regresé.
Ámbar Romano, una chica común, muy linda físicamente, pero nada más. Nada en ella se me hacía especial hasta que me desafió con su mirada, y las palabras salieron tan fáciles que ni siquiera tuve tiempo de procesarlas.
No sé qué fue, pero necesitaba que ocurriera otra vez. Lo hice, me volví a acercar y no pasó nada, sin embargo, en ese breve intercambio noté que tenía cierto magnetismo que atraía a todos a su alrededor, así que me disculpé y me quedé allí, intentando descifrar qué era eso que la volvía tan diferente.
No lo encontré, por lo tanto decidí que no volvería a hablarle. Sin embargo, mis intenciones se fueron por la borda ayer, en el hogar de su padre.
Matteo Romano me contactó hace algunos meses para que le enseñe lengua de señas a un niño de uno de sus hogares, dijo que le dieron mi teléfono en una especie de agencia, y aunque no estoy en ninguna y sabía que mentía, de todos modos acepté.
¿Por qué me mintió y cuál era su objetivo para contactarme? No tengo la respuesta aún, supuse que la podía encontrar en Ámbar, pero ella se asustó de verme allí así que la descarté.
El asunto es que cuando me encontró en el hogar y se puso paranoica volví a hablar, con la misma seguridad y la misma confianza que la vez anterior, como si siempre fuera fácil. Descubrí que la motivación esta vez fue la frustración de que ella no pudiera entenderme, aunque eso no me había pasado con nadie jamás.
No tengo respuestas, y ella siempre tiene muchas preguntas, lo cual me hace quedarme incluso mas mudo de lo que soy.
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—Quiero mi verde limón de regreso —me exige en este instante, mientras limpio la barra en la que ella tiene sus codos apoyados.
Es tarde, ya casi todos se han ido de la universidad porque está a punto de cerrar, lo cual es raro porque ella estudia por las mañanas.
Elevo una ceja como respuesta, fingiendo que no tengo idea de qué habla.
—No te hagas el tonto, la notita que me diste estaba escrita con MI verde limón, valoro mucho cada color porque es único e irrepetible, así que por favor, regrésamelo y no tendrás consecuencias.
Suelto una pequeña risa y regreso mi atención a la superficie que estoy limpiando, porque sí, escucharon bien, ella me está amenazando a mí.
"Me gustaría ver esas consecuencias."—diría si hablar fuera una opción ahora.
—¿Me subestimas? —pregunta con mucha seguridad, como si estuviera escuchando mis pensamientos— Tienes muchos secretos, Renzo, ¿qué pasaría si descubro algunos y te dejo en evidencia?
¿De verdad hace todo esto por un color? Yo creo que en realidad lo que defiende es su ego, es competitiva, perder cualquier tipo de batalla jamás es una opción para ella, por pequeña que sea.
Soy igual, así que ese color verde se va a quedar exactamente guardadito donde está.
Le doy un encogimiento de hombros, mostrando indiferencia. No me asusta, soy muy cuidadoso con los secretos que guardo, es prácticamente imposible que ella descubra alguno.
—¿Por qué a veces me hablas y a veces no? Estoy confundida... —El cambio en su tono es evidente, ha dejado por completo la prepotencia.
Le respondo con la verdad, muy detallada, pero a conciencia de que ella no sabe lengua de señas. El gesto molesto en su cara se me hace lindo, arruga la nariz y me mira de forma arrogante.
Busca un cuaderno en su mochila y lo deja sobre la mesa, esperando que me comunique de este modo.
—Aquí —me pide señalando el principio del renglón.
Sí, Ámbar, lo sé, eso lo enseñan en primer grado.
Volteo el cuaderno hacia mí y escribo con mucha paciencia.
"Si quieres respuestas, tendrás que aprender a entenderme."
—¡Pero eso me llevará tiempo! —protesta regresándome el cuaderno.
Vuelvo a empujarlo hacia ella, negándome a responder por ese medio.
¿Por qué sigo hablando con ella? No lo sé, ya noté que no tiene idea del motivo por el que su padre me contactó. Debería alejarme, sé que si no lo hago voy a tener muchos problemas y de igual modo sigo aquí, deleitándome con el desafío en su mirada.
—Bien, comprendo —acepta soltando el aire lentamente—. ¿Puedo hacerte preguntas? Tú solo asientes o niegas.
No entiendo su obstinación, se supone que no debería importarle, pero ahora parece que sí, le intereso y eso es conflictivo en muchos aspectos.
De todas formas, siendo consciente de eso, asiento para descubrir qué es eso que tanto quiere saber.
—¿Fisiológicamente eres capaz de hablar? —comienza con su interrogatorio, con sus ojos verdes fijos en los míos del mismo color, intentando descifrar en mi mirada algún rastro de sinceridad.
Asiento, obviamente ella ya me ha escuchado, no tendría sentido mentir.
—¿Es que no puedes, o que no quieres?
Asiento solo para que ella note la falla, una pregunta de dos opciones no se puede responder por sí o por no.
—Digo... —balbucea buscando la forma de reformularla— ¿Tiene un origen emocional?
Esa es una pregunta demasiado personal, no suelo hablar de esto con nadie, por lo general las personas tienen pena de preguntar esas cosas tan directamente.
No respondo, no puedo decir que sí, aunque quiera. ¿Por qué me pregunta eso? ¿Por qué quiere saber? ¿Por qué es tan linda y tan rara al mismo tiempo?
—Lo tomaré como un sí, y ya no preguntaré al respecto —decide, dándose cuenta de mi incomodidad—. Solo tengo dos más, y te prometo que me esforzaré por aprender lengua de señas, es frustrante hablar sola.
¿Quién dijo que seguiremos hablando? No hay nada que nos motive a hacerlo, en realidad... llámenme egocéntrico, tal vez tengan razón, pero comienzo a pensar que le gusto.
Elevo una ceja esperando por sus preguntas, mi turno ya terminó y tengo algo que hacer antes de irme, así que necesito deshacerme de ella rápido.
—¿Eres peligroso? —Ladea la cabeza mirándome con curiosidad, esa era una pregunta que no me esperaba, y de algún modo la hizo lucir muy inocente.
Le lanzo una mirada con evidente doble intención, y sin poder ocultar una media sonrisa que se dibuja en mi rostro le doy un breve asentimiento.
Sería bueno para ella alejarse, es tonto que solo esté aquí por mi atractivo físico, más aún teniendo en cuenta lo extraño que fue mi comportamiento todo el tiempo.
Las chicas son raras...
Se tarda una eternidad antes de hacer su siguiente pregunta, me da mucha curiosidad saber qué está pasando por su cabeza, o a qué tipo de peligro se refería.
—¿Tenías alguna intención en particular al acercarte a mí? —habla por fin, pero ya no soy capaz de responder, voy a asentir cuando veo a alguien a sus espaldas entrar a la cafetería.
Soy rápido, la tomo por el brazo y haciendo un movimiento brusco la hago rodear la barra para esconderla debajo. Creo que no la vio, pero sí me vio a mí.
Algún día iba a pasar, tampoco me podía esconder para siempre. Es que me desagrada la violencia, la evito la mayoría del tiempo, pero a veces es necesaria.
Antes de que pueda dar un paso hay un arma apuntando en mi frente, y aunque el corazón se me dispara en un instante, no dejo que las emociones se expresen en mi semblante.
—Necesito esa información, Valente. ¿De verdad vas a dar tu vida por esto? Sabes que para mí no vale nada —me amenaza viendo directamente a mis ojos, que no se muestran intimidados.
Obvio no voy a hablar, y no porque no pueda, sino porque jamás va a obtener esa información de mí, siendo sincero preferiría morir, aunque no lo haré.
Desvío mis ojos hacia la cámara de seguridad que apunta directamente a donde estamos parados, él mira en la misma dirección y aprovecho su distracción para tomar su mano y girarla en un movimiento ágil, haciendo que el arma caiga al suelo y dejando su brazo detrás de su espalda.
De inmediato intenta defenderse, va a zafarse pero lo pongo contra la barra y golpeo su cabeza contra la misma, usando mi talón alejo su arma de una patada hacia el lado contrario de la cafetería, y aprovechando su confusión por el golpe en la cabeza lo arrojo detrás de la barra al mismo tiempo que tomo a Ámbar para salir corriendo de allí.
Podría golpearlo más, pero eso no me solucionaría nada, y en este momento me preocupa mucho más sacarla de aquí a salvo.
Es que yo no soy tan peligroso, lo peligroso es estar cerca de mí.
—¿Qué demonios fue eso? —pregunta en voz baja en cuanto la meto en el baño de mujeres, entrando detrás de ella.
Llevo un dedo a mis labios para pedirle que haga silencio, y buscando mi celular en el bolsillo escribo un mensaje rápidamente.
"Necesito borrar lo que quedó en las cámaras, sé que tú me puedes ayudar"
—¿Borrarlo? —se indigna en un susurro— ¡Deberíamos llamar a la policía! ¡Te quiso matar y ahora anda libre por ahí!
"¿Puedes confiar en mí? Necesito borrarlo, es importante."—insisto, viendo su rostro iluminado por la pantalla de mi teléfono mientras lo lee.
—No, no puedo. No haré nada hasta que no respondas mis preguntas.
Bueno, que no me ayude, tampoco le voy a rogar. Lo único que voy a desear es que las cámaras no tengan audio, y así poder decir que solo intentaron robarnos y me defendí.
De todos modos me molesta su actitud poco colaborativa, le estoy pidiendo un favor y me dice que no solo porque no puede obtener la información que se le antoja. Me alejo de ella mostrando claramente la distancia, hay momentos en los que los vínculos se definen, esos puntos clave en los que decides si confiarás en alguien o no, si lo dejarás entrar en tu vida o no, y este es ese punto con ella.
La respuesta: un claro NO.
Y así como las veces anteriores, esta vez motivadas por el enojo, las palabras salen como si siempre fueran sencillas de pronunciar, cargadas de ironía y de seguridad:
—Gracias, Ámbar.
Las luces se apagan, lo que solo puede significar una cosa: el conserje ya se va, y él tiene las llaves.
Planeaba quedarme aquí, tengo cosas que hacer, pero lo que no planeaba era que ella también lo hiciera. Mis planes están arruinados, está en riesgo mi permanencia en la universidad y aún no estoy ni cerca de alcanzar mis objetivos, ella lo está complicando todo.
—No es por beneficio personal ni por chismosa que te pido explicaciones, es que me estás pidiendo que cometa un delito por ti y ni siquiera sé si tus fines son buenos.
Bueno, visto desde ese punto ella tiene razón, tal vez estoy siendo muy pretencioso. Apenas nos conocemos, es normal que desconfíe.
Busco mi teléfono, pero en cuanto lo levanto ella vuelve a bajarlo.
—Háblame, Renzo. Solo somos tú y yo aquí y ni siquiera puedo verte, solo piensa en que estás solo, y que nadie nunca va a saber nada de lo que digas aquí.
Su voz es muy serena, quiere generar algún tipo de confianza muy difícil de lograr conmigo, no es su tono ni la imaginación, tampoco es la falta de luz, no tengo una explicación al por qué puedo hablar con ella, pero siento que quiero hacerlo.
—Ese... —murmuro muy bajito, y me aclaro la garganta para proseguir—: Ese hombre está buscando a alguien muy importante para mí, él sabe que soy el único que sabe dónde está, pero sería capaz de morir antes de decirle dónde encontrarla.
—¿Por qué la busca?
—Ella le robó todo su dinero y escapó, la quiere matar.
—¿Por qué no lo denuncias? Te está amenazando.
—No es fácil de explicar, pero no puedo.
—Hay tantas cosas que dices no poder hacer... luego ves que sí puedes.
Su tonito irónico me hace reír, pero no tiene razón, este no puedo tiene una mira roja sobre la cabeza de toda mi familia, es un no puedo real.
El silencio nos invade, pero estoy cómodo con él, éramos buenos amigos hasta que ella apareció.
—¿Puedo confiar en tu palabra? —pregunta en tono muy bajo.
—Las pocas que digo no tienen mentiras —respondo igual de bajo que ella.
Lo que no soy capaz de decirle, es que solo se las digo a ella.
—Te ayudaré, espero que no me falles...
No me pregunten por qué, pero estoy seguro de que no lo haré.
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Hola Pollitos 🐣
Luego de resubir estos cuatro capítulos con pequeñas modificaciones, por la noche habrá actualización y ya seguiré actualizando con regularidad♥
Gracias por la paciencia♥
Besos, mil besitos 💋
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