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Capítulo 3

Ni una palabra, le dije que solo me importaba que él me viera de ese modo y no dijo nada. Solo una sonrisita nerviosa que no supe interpretar para nada.

¿Será que me estoy haciendo fantasías y en realidad no le gusto? Desde mi mirada los dos nos gustamos, solo que aún no lo hemos dicho porque somos lentos; León jamás me habla de chicas, ni siquiera el más mínimo comentario, y pues, si el me viera como amiga lo haría sin pena, es súper desinhibido para hablar sobre todo.

Subimos a mi auto, solo tiene una hora para almorzar porque luego tiene que ir a trabajar, casi siempre comemos juntos, a veces comemos por ahí, a veces en mi casa, y otras veces solo lo dejo en su casa de pasada y sigo a la mía.

Voy a preguntar qué haremos hoy, pero su teléfono comienza a sonar así que solo me pongo el cinturón y me quedo en silencio.

—Hola, pequeña —saluda él de forma muy tierna.

No sé quién será, me da curiosidad saber pero no alcanzo a oír lo que dice la otra persona.

—Ahora no puedo, lo siento, iré a comer y luego a trabajar. Tal vez mas tarde, por la noche. O puedes ir a verme en el trabajo y llevarme un postre, ese siempre es buen plan.

Seguro es Arianna, él no invitaría a otra persona a ir a su trabajo, ella siempre va a su cubículo en la entrada por las tardes, por eso yo nunca voy, se me hace un poco incómodo.

—Cuídate, y haz las tareas —se despide con una media sonrisa.

Luego de terminar la llamada se queda viendo su teléfono un rato más, no hace ningún comentario al respecto, de hecho habla de otra cosa.

—Mi mamá hizo omelettes de jamón, ¿quieres venir? —propone levantando sus ojos cafés hacia mí.

Siento que necesito hablar para aclarar todo el enredo, pero ni siquiera estoy segura de qué decir. Lo único que tengo claro es que si no digo nada solo haré que todo sea más caótico. Con mi prima Isabella hablaré sola, pero sobre Arianna creo que es mejor hablar con él.

—Claro, ¿te gusta Arianna? —pregunto, sin rodeos ni vueltas innecesarias.

Se ve muy sorprendido por lo directo de mi pregunta, pestañea varias veces y responde sin pensarlo mucho.

—No. —Se muestra calmo, no titubea en sus palabras— Está chiquita, ¿Cuántos años tiene? ¿Cómo quince o dieciséis?

—No, de hecho casi cumple dieciocho.

—Se ve super chiquita, además de que es la ex de Stéfano, y no sé... yo no la veo de ese modo, más bien como a una hermanita.

—Pues pensé que... como pasan tanto tiempo juntos...

—¿Te pusiste celosa? —cuestiona dejando entrever una cuota de arrogancia en su mirada— No tienes por qué, mira, en la escala de mujeres importantes en mi vida, está mi mamá —Pone su mano a un nivel bastante alto, para luego poner la otra un poquito más abajo y completar—: Y aquí vienes tú.

Ay, eso fue lindo, sobre todo por lo de su mamá. No sé, siempre me he fijado mucho en cómo los chicos tratan a su mamá o a sus hermanas, muchas veces es una clara señal de cómo podrían tratarte a ti en un futuro.

—Qué lindo eres... —Sonrío y aprovecho el hecho de que me detuve por un semáforo para darle un besito en la mejilla.

—No te pediría una lista similar porque en tu familia hay demasiados hombres, creo que ni siquiera entro en el top diez.

Bueno, eso es verdad, está mi papá, mi padrino, mis tres tíos y mis dos primos; ni siquiera sería capaz de crear una lista real, así que me decido porque mi respuesta sea otra.

—Si dejamos fuera a la familia, tú tienes el primer lugar.

Estoy intentando apartar de mi mente la notita que me dio Renzo, pero siendo muy sincera no puedo pensar en otra cosa, tengo demasiada curiosidad. Tampoco la quiero leer frente a León, no es por nada malo, pero no tengo idea de qué puedo encontrarme allí.

Bajamos de mi auto y entramos a su casa por uno de los lados, él vive al fondo de una gran mansión que queda en el barrio residencial en el que vivimos, su mamá trabaja allí y los dos viven solos en una pequeña casita detrás. León no tiene hermanos ni padre, no sé nada de él, jamás lo ha mencionado.

—¡Mi niña! —me saluda la señora muy efusivamente en cuanto entro a la casa— Les dejé todo listo, ya tengo que irme.

—Buenas tardes. —Le doy una sonrisita tímida, ella es muy efusiva en general.

—Cuídame al niño, que coma bien, ¿no crees que está muy flaco? —Le lanza una mirada desaprobatoria al abdomen de León que suelta una carcajada de inmediato.

No, no está flaco, está muy... más que muy, está exageradamente bien.

Sí, ando muy hormonal, no sé qué pasa conmigo. O sí, en realidad, ¿a quién no se le caería la baba con un chico como León?

—Mami, ¿me das la bendición antes de irte? —le pide él, sonando bastante dulce.

Los observo mientras ella se para frente a él, es gracioso porque es muy pequeñita y su hijo le saca más de una cabeza.

—En el nombre del padre, del hijo, y del espíritu santo —murmura muy rápido, tocando su frente con los dedos cruzados, luego su pecho y a ambos lados.

—Amén —dicen los dos, él deja un beso sobre la frente de su mamá y ella se despide para irse.

—¿Quién diría? —comento con una leve sonrisa— Con esa actitud de badboy, de la puerta para adentro eres un niñito de mami.

—¿Actitud de qué? —pregunta confundido mientras se sienta a mi lado.

—De chico malo y rudo con un pasado oscuro. —Me pasa un plato y toma otro para él, ambos ya están servidos de una forma muy organizada.

—Sobre mi pasado... no sé mucho en realidad, bien podría ser oscuro o lleno de colores, da igual porque no lo recuerdo. Y sobre ser malo y rudo, pues... depende de las circunstancias, puedo ser un niñito de mami, o también puedo ser un... ¿cómo fue que dijiste?

—Badboy.

—Eso.

—¿Cómo es eso de que no recuerdas tu pasado?

—Mi mamá me adoptó cuando tenía cinco años, lo de antes está borroso y confuso, pero lo de después ha sido perfecto, así que me quedo con eso.

No tenía idea de que fuera adoptado, por eso nunca había mencionado a su papá, no tiene uno, solo son él y su mamá, con la que tiene un vínculo hermoso y cercano.

—¿Y nunca te ha dado curiosidad? —Estiro mi tenedor a su plato para robarle un trocito de jamón que se veía apetitoso, él no protesta, solo sonríe.

—No, da igual el pasado, me importa más el futuro.

—Es mejor el presente —lo contradigo—, es lo único que está en nuestras manos.

—¿Tú crees que tengo el presente en mis manos? —inquiere con curiosidad mientras se levanta y camina hacia la heladera en busca de jugo—. Porque hay una chica que me encanta, y a veces siento que estoy mas en sus manos que en las mías.

—¿Una chica? —cuestiono, intentando sonar neutral.

—Sí, eso dije.

Bien, hay dos opciones, la primera es que es una indirecta y está hablando de mí, y la segunda es que solo me ve como amiga y me está contando que le gusta alguien.

Por su tranquilidad y naturalidad para hablar pareciera que es mas bien lo segundo, no parece nervioso como quien va a declararse, y eso me hace sentir un poco tonta.

¿Decepcionada? No lo sé, un poco celosa tal vez, pero tampoco es que estaba super enamorada de él, solo es atracción. De todos modos no voy a descartar la primera opción, nunca he sido la mejor pescando indirectas y este podría ser el caso.

Como sea, me siento incómoda.

—No deberías están en las manos de nadie, por mucho que te guste.

—Es que nunca me ha gustado tanto una chica, a veces siento que todo en mi vida se resume a un "sí" que venga de su boca.

—¿Y se lo has preguntado? Porque nadie puede decir que sí, si no recibe una pregunta antes. —He quitado mis ojos de él desde que la conversación tomó otro rumbo, los tengo fijos en el plato y no sé por qué me cuesta tanto levantarlos.

—Ella sabe que me gusta, aunque no sé si sabe que tanto y de una forma tan intensa.

—Deberías ser valiente y decirle, tal vez también le gustas y solo están perdiendo el tiempo.

Sí, fue una indirecta, pero en caso de que no esté hablando de mí no lo notaría.

—Sí le gusto, pero no soy el único y eso es lo que no me deja arriesgarme.

Ya, no habla de mí, a mí no me gusta otra persona, jamás le he dicho algo parecido ni se lo he dado a entender, y esa declaración me ha puesto triste en solo un instante.

—El que no arriesga no gana —respondo sonando distante, aunque no fue mi intención.

—Ni pierde —completa él.

Ese fue el final de la conversación, quise dejar ir el tema, ni siquiera supe qué más decir.

Volvimos a hablar de la universidad y de trivialidades, pero no volví a sentirme del mismo modo, solo quería terminar de comer e irme a casa.

En cuanto detengo mi auto en la entrada para que él baje, la puerta se abre sola y una mano se mete dentro para sacarlo por la fuerza.

—Tú, niño lindo, aún me debes algo —dice la inconfundible voz de mi prima Isabella.

Él se ríe, la complicidad entre ellos es evidente, y ahora entiendo que es más que probable que él estuviera hablando sobre ella. Por eso dijo que no es el único, porque ella no se compromete con nadie.

Me siento tonta, lenta y celosa. Una combinación muy mala, así que aprovecho que cerraron la puerta para dejarlos solos y conducir hasta dentro, al garaje.

Antes de bajar del auto recuerdo la notita de Renzo, la busco en mi bolsillo y la desdoblo rápidamente.

Su letra perfecta escribe solo seis palabras al centro del papel:

"Ya no me caes tan mal..."

Inconscientemente sonrío, pero es solo hasta que noto con qué está escrito.

Mi verde limón perdido, él lo tiene.

Maldito, lo he buscado por todos lados, incluso llegué a pensar que lo arrojé a la basura con todos mis papeles. ¿Cómo lo obtuvo? Estábamos lejos de mi mesa y en cuanto regresé ya no estaba.

No sé cómo lo obtuvo, lo único que sé es que lo voy a recuperar.

___________


Cuando mi papá tenía diecisiete años no sabía qué hacer con la desmesurada cantidad de dinero que su hermano ponía en su cuenta mes a mes, vivir una vida de niño rico nunca fue su interés, y entonces comenzó a buscar opciones. Su mejor amigo, mi padrino, es un poco mayor y estaba estudiando en la universidad en ese entonces, los dos juntos se decidieron a que lo mejor era abrir un hogar para niños huérfanos.

Comenzaron con uno pequeño, con siete u ocho niños en una casa que pudo comprar cerca de donde vivían, y por mucho tiempo mantuvo todo escondido de su familia, en la que todos estaban seguros de que era un mujeriego frívolo y sin mirada por el otro.

Mi mamá fue la primera persona a la que él le mostró su verdadera cara, él la llevó al hogar y le presentó a los chicos, entre los que estaba mi hermana, Luna. Los asuntos de adopción fueron complejos por sus edades, pero más allá de los papeles, aunque Luna no lleva ni mi sangre ni mi apellido, siempre ha sido mi hermana, desde que nací, solo unos meses después de eso.

Con el tiempo fue capaz de contarle la verdad a sus hermanos, y con su apoyo ese pequeño hogar se transformó en varios, a lo largo de la ciudad; pero es una realidad que ese primer hogar del que los primeros chicos ya son hombres y mujeres adultos, siempre tuvo un lugarcito especial en el corazón de mi papá, que aún lo visita a diario y tiene un vínculo estrecho con los chicos que viven en él.

Justo a allí es que estoy llegando ahora, antes venía a diario con él, ahora con la universidad no es tan fácil, pero siempre me hace bien desconectar un poco y pasar tiempo con mi papá; más ahora, que mi hermana se fue a Milán y mi mamá trabaja por las tardes, sinceramente me siento sola en casa.

—¡Frijolita! —me saluda mi padrino, Liam, cuando me ve llegar y me rodea por la cintura para levantarme en el aire como si aún tuviera cinco años.

Y ni hablar del apodo ridículo que me dio estando en la panza de mi mamá, y que hasta el día de hoy, veinte años después, sostiene con orgullo.

—¿Estás durmiendo mal? —pregunta dejándome en el suelo otra vez— Esas ojeras ya son parte de ti, ¿es por el celular? ¿o algo te quita el sueño? Un chico, tal vez...

—¿Uno solo? —pregunto en tono pícaro elevando una ceja.

Liam rueda los ojos, sé que no hará más preguntas, a él no le gusta saber.

La realidad es que nada me quita el sueño, de hecho traigo sueño acumulado como para dormir tres meses seguidos. Solo tengo ojeras porque me paso la mitad del día frente a la computadora haciendo interminables tareas, parece que jamás tienen fin.

—Quiero volver a cuando me decías Panino y te llevábamos con Liv a comer helado de chocolate a escondidas de tus padres...

—Aún me gusta el helado de chocolate... —sugiero con interés.

—Es una cita, mañana paso por ti a la universidad —deja un beso al lado de mi cabeza y se dirige a la puerta de salida, por las tardes va al colegio en el que trabaja y justo lo crucé cuando se iba—. No me cambies por uno de esos chicos, la familia está primero.

—Jamás lo haría, lo sabes —respondo mostrándole una sonrisa antes de verlo desaparecer.

Hay contadas personas en la vida con las que soy cariñosa, creo que saqué la frialdad de mi papá, y al mismo tiempo la ternura de mi mamá en cuanto se trata de los míos.

Una mini conversación con mi padrino ya me cambió el humor por completo, pasé de estar levemente triste a estar feliz. Así de simple.

El gesto de alegría se ve afectado en cuanto entro a la casa y encuentro un rostro que no cuadra para nada con el lugar.

Renzo.

¿Qué hace él aquí?

En menos de diez segundos se me disparó el corazón, y no es por amor.

Primero me habla como si me conociera, luego sabe cosas sobre mi familia, y ahora está aquí, todo sin mencionar lo misterioso y espeluznante que luce siempre.

Ya ni siquiera se me hace lindo el hecho de que se me quedara viendo mientras hacía mi tarea, comienzo a pensar que nada es casualidad y que es un loco trastornado que me está acosando.

—¿Qué...? —balbuceo caminando hacia atrás de forma errática— ¿Qué haces aquí?

Él se muestra sorprendido por mi reacción, me da una media sonrisa intentando entrar en confianza, pero no le creo.

No me habla, evidentemente, hace algunas señas a las que ni siquiera presto atención para comprender.

—¿Me estás siguiendo? ¿Por qué eres tan raro? —Da un paso hacia mí y yo doy tres hacia atrás—. No te acerques, y dame una explicación coherente si no quieres problemas.

Eleva una ceja y se detiene a mitad de camino, lleva un dedo a un lado de su cabeza señalando allí y lo baja con la interrogante en sus expresiones.

Eso sí lo entendí, y me hace enojar incluso más.

—No, no estoy loca. Tú eres raro, un mudo que habla, que me odia y luego le agrado tanto como para observarme hacer tareas por una hora y enviarme notitas, y ahora estás aquí...

Estoy hablando muy rápido mientras me sigo alejando hacia atrás, aunque él ya no avanza, no sé por qué me he puesto tan nerviosa, pero ahora no me puedo calmar, no hasta que no obtenga una respuesta.

—No sé qué buscas, pero no lo vas a conseguir, de hecho mi papá te sacará de aquí... ¡Papá! —hablo fuerte, aunque no es un grito supongo que me escuchará.

Me volteo hacia la puerta para salir, pero en cuanto le doy la espalda su voz me detiene:

—Ámbar —me llama en un tono bajo y calmo—. Tranquila, no estoy aquí por ti.

—¿Y ahora sí hablas? —respondo con ironía, volteándome para verlo— ¿Tranquila me dices? ¡Explicaciones quiero!

Abre la boca para responder, pero en cuanto va a hablar mi papá aparece y parece como si intentara hacerlo, pero no pudiera conseguirlo.

—¡Viniste! —exclama entusiasmado— Y veo que ya conociste a Renzo; Renzo, ella es mi hija menor, Ámbar.

Ajá, como si él no lo supiera.

Él le habla en señas a mi papá, que para mi sorpresa lo entiende perfectamente.

—¿Qué dice? —pregunto intentando sonar más tranquila.

—Que ya se conocían de la universidad.

—¿Qué hace él aquí?

Mi papá se muestra confundido por mi actitud, estoy sonando descortés y él sabe que yo no soy así.

—Yo me puse en contacto con él hace algunos meses, llegó un chico al otro hogar que es sordo de nacimiento, se llama Inti, solo tiene cinco años y jamás había aprendido a hablar en lengua de señas, así que comunicarnos con él era muy difícil. Contraté a Renzo para que lo ayude, también a nosotros y al resto del personal, ahora Inti se mudará a este hogar, así que tiene que instruir al personal de aquí.

—Oh... —es todo lo que alcanzo a decir.

Sí, parece que estoy paranoica. Ahora tiene sentido que él sepa de los hogares de mi papá y las escuelas de Liam, incluso los conoció a ellos antes que a mí.

—¿Todo bien, mi amor? —cuestiona mi papá dándome una mirada confusa.

—Sí... Bueno, no, pero es por algo que pasó con León... Luego te lo cuento en casa. ¿En qué ayudo?

Me da una sonrisita, aunque se ve claramente la preocupación en sus ojos.

Me siento muy inestable por los constantes cambios de humor, siento que necesito más fortaleza interior para poder conservar mi alegría a pesar de los factores externos, pero tampoco puedo exigirme tanto.

—Ya es hora de la merienda, puedes ayudar a Clara a servir la mesa, yo iré por los chicos. —Se voltea a ver a Renzo y pregunta—: ¿Te quedas? Sí, te quedas.

Renzo sonríe apenas porque ni siquiera lo dejó responder, pero termina asintiendo.

En cuanto mi padre se va su expresión cambia por completo, me ve con los ojos entrecerrados con muchas acusaciones en su mirada.

Supongo que podría disculparme, lo traté de psicópata cuando solo está trabajando, no solo quedé como una paranoica, también como una egocéntrica.

Voy a decir algo, no sé bien qué y tampoco tengo mucho tiempo de pensar, porque antes de que abra la boca lo tengo a unos pocos centímetros de mí. Sus ojos verde profundo me ven desde tan cerca que otra vez se me dispara el corazón, pero esta vez no es por miedo.

No sé el motivo, pero qué inestable estoy últimamente...

Me quedo quieta, sosteniéndole la mirada, recordando la forma en la que se sintió escucharlo decir mi nombre hace unos minutos.

Me desespera no entender, me atrae el enigma y al mismo tiempo me frustra no encontrar respuestas y dejarme enredar por su rareza.

Mueve apenas su cabeza para llevar su boca a mi oído, y en un simple susurro que me eriza el cuello dice una sola palabra:

—Loca.

Dios.
De.
Los.
Orgasmos.
Mentales.

Sí, hace dos minutos le tenía miedo porque pensé que era un psicópata y ahora me puso caliente, así de firme está mi estabilidad mental.

Necesito un psicólogo, o un psiquiatra. O tal vez los dos, sí, los dos sería bueno. 


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