
Capítulo 1
Hace días traigo esa sensación en el pecho de que necesito que las cosas cambien, me agobia sentirme desagradecida, pero más me agobia sentirme ahogada en la perfección de mi vida.
He tenido una vida muy feliz y tranquila, mi familia es increíble, mis padres me escuchan, me aman, me respetan; fui la primera en nacer en una familia bastante numerosa, por lo que soy la consentida de todos mis tíos y el ejemplo a seguir de todos mis primos menores.
Fui una niña feliz, crecí rodeada de amor y muchas personas increíbles que me marcaran el camino, sin exigencias y con muchos beneficios, nos sobra el dinero, nos sobran los motivos para estar orgullosos de nosotros mismos, nos sobran los brazos que nos abracen cuando algo sale mal.
Todo armónico, perfecto, un mundo feliz y lleno de amor.
¿De qué quejarte cuando lo tienes todo? Suena ridículo, sé que es así, pero en definitiva todo esto termina siendo aburrido.
Llega un punto entre tanta perfección que no encuentras algo que te llene, algo que te haga sentir realmente una emoción fuerte. Todo se mantiene siempre donde está, nada cambia, nada sacude mi vida.
A veces siento que todas las cosas que pasan, jamás me pasan a mí. Soy el personaje secundario, siempre viendo desde afuera los dramas y situaciones de los demás, siempre viendo mi vida pasar frente a mis ojos sin hacer absolutamente nada con ella.
La vida se volvió monótona, apenas disfruto de las cosas que amo, y cada vez siento más que mis sonrisas no son tan reales como pretendo. La pregunta que no me deja en paz es por qué, ¿por qué teniendo todo aún siento que no es suficiente?
Debería hablarlo con alguien, lo he pensado, pero al mismo tiempo siento que como sea es algo que tengo que resolver yo, y si lo hablo con mi familia solo haré que todos se preocupen por algo que no tengo idea qué es.
Ahora mismo estoy sola, tengo una hora libre en la universidad y me vine a la cafetería, hay un sitio junto a la ventana en el que la vista es bonita; me agrada estar aquí, colorear mandalas y divagar entre los mas profundos rincones de mi mente.
Sin embargo, algo está interrumpiendo mi tranquilidad, y es que hace rato que siento que alguien me mira. No es paranoia, tengo una buena percepción, levanté la cabeza varias veces y no logro darme cuenta quién es.
Digo... no es anormal que alguien me mire, tampoco es que me da miedo o algo así, solo que tal vez sea un chico lindo y me lo estoy perdiendo.
Es como la quinta vez que volteo cuando por fin cruzamos miradas. Lo vi, y en cuanto lo hice no fingió que no me veía, solo sonrió de lado y continuó viéndome directamente.
Es uno de los camareros, el que nunca toma pedidos y siempre está detrás de la barra. Jamás lo había visto con detenimiento, ahora no puedo dejar de hacerlo.
Aún tiene sus ojos verdes fijos en mí, y yo los míos en él porque jamás aparto la mirada. Sus pestañas son muy oscuras, desde aquí puedo ver como enmarcan sus ojos, pero sin dudas el rasgo más característico son sus cejas, son gruesas y rectas, lo que lo hace lucir como si siempre estuviera enojado.
Estoy a punto de preguntar qué mira, no suelo ser una persona grosera, aunque sí directa, y la realidad es que estamos como a cinco metros mirándonos fijamente a los ojos; pero antes de que pueda decirlo, él baja sus ojos a mis manos, a mi mandala a medio colorear, y entonces se ríe.
—¿De qué te ríes? —lo increpo sin pena.
No me responde, pero la burla en sus ojos verdes es suficiente para que entienda que no está arrepentido de reírse de mí. De hecho lo vuelve a hacer, suelta otra risita justo antes de quitar sus ojos de los míos para volver a ponerlos sobre la mesa que está limpiando.
Al menos gané la batalla de miradas, y fue muy intensa. De todos modos no me quedaré así, obviamente no suelo ser para nada introvertida y el chico es lindo, así que aprovecharé que tengo que tirar unos papeles a la basura, que casualmente está junto a la mesa que el chico lindo limpia.
Él sigue con la mirada cada uno de mis movimientos, no disimula, sus ojos están clavados en mí mientras llego al basurero y arrojo mis papeles, los míos también están en él, lo raro y peculiar de la situación comienza a inquietarme así que sin pensarlo demasiado le hablo:
—¿Por qué me miras así?
Nada, sin respuesta otra vez. ¿Qué demonios pasa con él? Sigue viéndome y al mismo tiempo siento que me ignora, es una sensación incómoda y poco agradable.
—Ya veo... —murmuro por lo bajo con una media sonrisa mientras me volteo— Mucha miradita, pero se te achican las pelotas si te hablo de frente.
—No se me achica nada —responde de inmediato al golpe directo a su ego.
Dios de los orgasmos mentales.
Creo que jamás había escuchado su voz, suena profunda y demasiado sexy, casi que áspera, y eso que habló en un tono muy bajo.
Me volteo hacia él otra vez con una sonrisa victoriosa en mi rostro que no pasa desapercibida para él, de hecho luce molesto por mi impertinencia.
—Me estabas mirando.
—Sí —responde con simpleza, aunque noto cierta tensión en su actitud corporal.
—¿Y a qué se debe el honor? —No oculto la ironía en mi voz, no se por qué me despierta mi lado más arrogante, pero ¿qué voy a hacer? Lo que se hereda no se roba, dicen.
—Me... dio curiosidad que estuvieras coloreando, pensé que era universidad, no jardín de infantes.
Su tono de burla me fastidia, así que apoyo mis manos sobre la mesa que está limpiando, generando más cercanía de la que pretendía. Al ver sus ojos tan cerca un poco de mi valentía desaparece, sus pestañas son dos veces más largas que las mías, no es justo. Eso sumado a lo contrastante de su cabello negro con sus ojos verdes, y la poco abundante barba que enmarca su rostro le da un aspecto muy...
Mierda, que se me van las ideas, su boca sin dudas es muy sexy.
De todas formas no soy de las chicas a las que se le aflojan las piernas porque un tipo está bueno, aprecio la belleza, pero si es un idiota no lo salva nada.
—¿Cuál es tu problema? —lo increpo sin mostrar debilidad.
—¿Qué te hizo creer que hay un problema? —se burla de mi intento de postura firme.
—¿Te burlas de mí por colorear un mandala? Wow, qué divertido, deberíamos hacer un monólogo entero sobre eso, el humor es lo tuyo.
Casi se le escapa una sonrisa, la contiene solo porque evidentemente le caigo mal.
—No me agradas —responde sin quitar sus ojos de mí.
Tan directo y frontal, en algo nos parecemos.
—¿Y tienes algún fundamento para eso? ¿O tus ideas son tan vacías como tus chistes?
Duda por un momento, no deja de mirarme y definitivamente no apartaré mis ojos hasta que él lo haga.
—Ayer me pediste un café y dos pastelitos, los dejaste sobre la mesa, ni siquiera los tocaste.
No puedo contener la risa que se me escapa, el chico sí se toma en serio su trabajo, y yo aquí pensando que me odia en secreto porque le robé a su novio o algo así.
—¿Y qué? Te los pagué, no veo el problema.
—Me preguntaste por qué no me agradas, y ahí está la respuesta, no tienes nada de diferente a todas las niñas ricas sin conciencia del otro que estudian en este lugar.
—¿Qué te hace creer que no tengo conciencia del otro? —Entrecierro mis ojos con incredulidad, de alguna forma me hirieron sus palabras y no sé por qué.
—Mientras compras dos pastelitos sin tener hambre, otra persona cuenta sus monedas para ver si llega a comprar la leche para sus hijos. Si tuvieras conciencia del otro, se los hubieras dado a alguien que pudiera aprovecharlos.
—¿De verdad me estás juzgando por una acción tan tonta? Soy distraída, olvidé los pastelitos.
Me da un encogimiento de hombros como respuesta, y como un claro "Sí, te voy a juzgar por lo que se me dé la gana porque soy un maldito prejuicioso".
—¿Sabes qué? Ni al caso discutir con gente como tú, te crees profundo con pensamientos tan simplistas, para cambiar una sociedad injusta hay que hacer mucho más que mirar con ojo crítico al que tienes al lado, eso destruye más de lo que construye.
Me está prejuzgando, obviamente, él lo tiene claro y de todas formas no dará marcha atrás, su mirada es tenaz, casi que autoritaria.
—¿Y qué haces tú? —me cuestiona nuevamente, acortando nuestra distancia para hablar más bajo— Y no te hablo de tu papi con sus hogares o tu tío con sus escuelas, te hablo de ti. ¿Qué haces tú, Ámbar Romano, para cambiar una sociedad injusta?
La mierda, me tiene estudiada. Ya me dio miedito.
No es como si la vida de mi familia fuera un secreto, mis tíos y mi padre cosecharon muchísima popularidad en su juventud, y eso se ha extendido hasta el día de hoy. No hay persona en la ciudad que no conozca a los Romano, y a veces llevar ese apellido se vuelve más una carga que una bendición, aunque los amo y soy feliz con ellos, nunca me abandona la sensación de que todos esperan grandes cosas de mí, porque cada uno de ellos ha hecho grandes cosas con su vida.
Voy a responder, pero la cafetería que hasta ahora estaba vacía se ve invadida por varios estudiantes que al parecer acaban de salir de una clase, el chico desaparece, sin decir ni una palabra más, ni siquiera sé su nombre.
¿Qué le pasa a la gente? ¿Por qué opinan sobre mí con tanta liviandad?
Es un idiota, su cuestionamiento estuvo muy fuera de lugar y habla de cosas de las que no tiene ni idea.
Hubiera deseado olvidar por completo la conversación, pero vuelvo a enojarme cuando al regresar a la mesa no encuentro mi color verde, y para colmo la zona que estaba pintando con él no estaba completa aún.
Odio perder mis lápices, soy la chica de los plumones, cada color es único e irrepetible para mí, tanto para colorear mandalas, para mis diseños, o para llevar mis apuntes bonitos y estéticamente perfectos.
Mientras lo maldigo por distraerme y busco mi lápiz en el suelo sus palabras no dejan de rondar mi cabeza:
¿Qué haces tú, Ámbar Romano, para cambiar una sociedad injusta?
La respuesta sincera a eso sería: nada, no hago nada.
___________
Mis amigos llegan a mi mesa, aún estoy con el trasero hacia arriba buscando mi lápiz en el suelo pero no está, parece haberse evaporado.
—¡No me digas que perdiste tu color azul cielo número dos con punta semifina y detalles brillantes! —me grita Gala, dándome una nalgada para nada sutil que me deja el trasero adolorido.
—No, el verde limón —respondo haciendo pucheros.
—Levántate de ahí, no seas ridícula, como si no pudieras volver a comprarlo... —se queja Octavio, al que siempre le da pena todo lo que hacemos.
—Me lo trajo mi tío de su último viaje, además vienen en caja y tengo que comprar una caja completa solo por un color y... Agh, qué les explico, no van a entender.
—Lo que sí entendimos fue que todos los chicos de Deportes te vieron el culo, ni uno se perdió el espectáculo. —Gala se ríe, señala a la otra mesa donde hay cinco chicos que conversan tranquilamente.
Podría ofenderme, pero yo se lo he mirado a más de uno de ellos, las cosas parejas, amigos.
—¿De verdad estás así por un lápiz? —Octavio estira su mano a la mía, él es exageradamente amargado, pero siempre se preocupa por nosotras y por eso lo conservamos.
—No, es que el idiota del camarero vino a decirme sus mierdas, prácticamente dijo que soy una niñita rica y que no hago nada con mi vida, ¿alguien le preguntó? Porque yo definitivamente no.
—¿El papasito de ojos verdes o el tierno de rizos rubios? —Gala me interroga mirando hacia la barra sin disimulo.
—¿Hablas en lengua de señas? —pregunta Octavio mostrándose confundido.
—El de los ojos verdes. —Tomo su rostro para dirigirlo hacia mí y que no me deje en evidencia, aunque creo que ya es tarde para eso.
—Ese tiene pinta de que respira y te da un orgasmo, lástima que sea tan antisocial.
—Sí, Gala... —respondo mordiéndome el labio— Su arrogancia y sus desplantes fueron muy excitantes, nada como un hombre que te insulte y te haga menos...
Mi amiga no pasa desapercibida mi ironía, tenemos ideas diferentes sobre los hombres y ella lo sabe, no volverá a insistir.
—¿Me escuchas? —reclama Octavio porque ignoré su pregunta que nada tenía que ver.
—Sí, te escucho, no hablo en lengua de señas, ¿por qué?
—Porque el tipo es mudo, y dices que hablaste con él —responde Gala conteniendo la risa.
—No es mudo, claro que no lo es, escuché muy bien su voz, sonaba muy... —No se me ocurre un adjetivo que no sea un elogio, y lejos estoy de querer elogiarlo así que lo evito—. Discutimos, aquí, él me habló fuerte y claro.
—¿Estamos hablando de él? —Octavio lo señala intentando asegurarse, y yo asiento como respuesta—. Es Renzo, trabaja aquí desde que comenzó el año, y no habla más que en lengua de señas porque es mudo.
—¡Que no! —levanto un poco la voz, pero hay tanto ruido en el lugar que a nadie le llama la atención— No estoy loca, te digo que habla.
—Tal vez te confundiste y hablaste con alguien parecido, yo lo conozco, sé muy bien lo que te digo —Octavio parece cien por ciento seguro de sus palabras, y no había algo peor para terminar de arruinar mi día que ser tratada de loca por hablar con un mudo.
Claro, ahora tengo conversaciones imaginarias.
—¡Tal vez tiene un gemelo! —grita Gala, feliz por su teoría— Y como hoy no pudo venir a trabajar su hermano lo reemplazó, y él sí habla.
A mí se me hace más como que el tal Renzo les vio la cara de idiotas a todos, pero teniendo en cuenta que ellos están tan seguros de lo que dicen ya no discutiré.
Lo que no puedo negar es que me dio muchísima curiosidad ahora, necesito saber por qué miente, ¿qué gana fingiendo que es mudo?
No tener que hablar con nadie, es buen plan.
—Da igual, tampoco es que sea tan importante.
—Yo digo que estás cansada, deberías darte un respiro, te fue bien en todos los exámenes, te lo mereces —sugiere Octavio, disimulando que en realidad me está tratando de loca psicótica que no diferencia la realidad de lo que sucede en su mente.
Obviamente no me iré a casa, aún me falta una clase y es de Sociología de la moda, una de mis favoritas. Estoy estudiando Licenciatura en Diseño de modas, voy en mi tercer año de cuatro y las cosas se están poniendo intensas.
Sin embargo lo tomo con calma, soy de las que piensa que cuando lo que disfrutas se vuelve una obligación, el amor por la profesión puede desaparecer muy rápido.
No estoy estresada por las clases, ni siquiera estoy estresada, solo tengo un mal día.
Mi papá siempre me dice que cuando me despierto y tengo un mal día, lo mejor que puedo hacer es quedarme en casa, porque mi mala predisposición a catalogar el día como malo hará que todas las cosas que intente hacer me salgan mal.
Creo que tenía razón, solo véanme, perdí mi verde limón, tuve una discusión con un mudo y tengo un nuevo problema existencial.
¿Saben qué es lo que puede transformar un día malo en uno un poquito más aceptable? Un mensaje de León, y acaba de llegar como si en la distancia supiera que me hace falta.
Leoncito – en línea
¿Cómo va tu día?
Simple, un mensaje de pocas palabras, pero que denota interés y preocupación.
Ámbar – en línea
Mal, perdí mi verde limón y discutí con un desconocido. ¿El tuyo?
Leoncito – en línea
Jajajajajaja ¡No el verde limón! Hubiera preferido que sea el verde musgo, a nadie le gusta el verde musgo.
Y ya me hizo reír, tan simple como eso, León es de esas personas que siempre logran sacarme una sonrisa.
Los mensajes siguen llegando, no me da tiempo a responder.
Leoncito – en línea
Mi día va bien, la profesora de Química soltó un gas en clase, me dio pena por ella pero hasta ahora me estoy riendo.
¿Pasas por mí y vamos por un helado de crema del cielo?
Eso siempre te hace sentir mejor.
—Le sonríes a tu teléfono. —Gala me acusa con su dedo, indignada—. ¿Nos perdimos de algo?
—Es León.
—¿El chico al que tienes en la friendzone? —inquiere Octavio interesado por el chisme.
—No está en la friendzone, él sabe que también se me hace lindo.
Le respondo rápido a León que solo me queda una clase y pasaré por él, meto mi teléfono en el bolso mientras mis amigos continúan con su cuestionario.
—¿Ya te acostaste con él? —se apresura a preguntar Gala, mientras Octavio arruga su nariz luciendo incómodo.
—No.
—¿Se besaron?
—Tampoco.
—Lenta —me acusa soltando una risita.
—No es por lenta, es que creo que él está mucho más involucrado, y yo no sé bien qué me pasa con él.
Me han dado ganas de besarlo en muchas oportunidades, sin embargo no quiero, que por impulsiva, luego me vea obligada a asumir responsabilidades.
León es el portero del pequeño complejo privado en el que vive toda mi familia, mi papá lo contrató porque le cayó bien, y necesitaba el dinero para cubrir los gastos de su universidad, que aunque es pública igual necesita libros y otras cosas.
Nunca me ha dicho que le gusto, pero lo ha dejado entrever muchas veces, y creo que yo le he dejado entrever que tal vez también me gusta, aunque no estoy segura de que lo haya captado del todo, los hombres suelen ser lentos con las indirectas.
La hora de ir a clase llegó, interrumpiendo el cuestionario de Gala con el que no quedó muy conforme, pero de todos modos se que retomará en cuanto tenga la oportunidad.
En cuanto salgo de clase ya no estoy tan molesta, mi mal humor ha disminuido bastante por saber que iré por un helado, y también pensé en que fui grosera con el tal Renzo.
De acuerdo, él se burló de mí, pensé que tal vez pudo ser una broma y yo solo me enojé porque estaba de mal humor, y aunque después de eso se tomó la libertad de decirme que no le agrado solo por los benditos pastelitos, a mí no me gusta comportarme de ese modo, así que intentaré hablar con él en otros términos, solo para no quedar mal.
Apenas hay como tres personas en la cafetería, y están en la mesa más alejada de todas, entonces aprovechando la casi privacidad me acerco a la barra en donde tiene su codo apoyado.
—Quiero dos pastelitos —digo amablemente ganándome su atención.
Su respuesta es una ceja enarcada y una mirada extraña, casi nunca me atiende él, hay otro chico que trabaja aquí también, y ni siquiera creo que haya sido él quien me vendió los pastelitos el otro día, casi siempre se queda en la barra.
Señala una de las mesas, indicando que me los llevará, pero niego con la cabeza y sigo hablando.
—Son para llevar, de chocolate, por favor.
Se voltea a buscarlos, los tira dentro de la bolsa sin nada de cuidado y los deja en la barra sin quitarme los ojos de encima. Su mirada es desafiante, me odia y no puedo entender por qué.
—Lamento si fui grosera antes, y aunque tú también lo fuiste, yo no soy así.
Nada, no responde, le doy el dinero de los pastelitos y lo mete dentro de la caja, sus dedos rozan la palma de mi mano cuando va a poner el cambio allí y de inmediato levanto mis ojos para ver los suyos.
—Sé que puedes hablar... —susurro aprovechando la cercanía— No sé por qué mientes, pero para ser el rey de la moral, es de muy mal gusto fingir una discapacidad.
Sí, mis disculpas no están saliendo del todo bien, es que él me provoca a ser desafiante, es esa mirada extraña y autoritaria que quiere hacerme sentir inferior, pero yo jamás me siento inferior y se lo quiero dejar claro.
Él ladea la cabeza mostrándose confundido por mis palabras, pero de todos modos sigue sin emitir palabra. Ni una seña siquiera, aunque no la entendería, al menos vería su intención de comunicarse conmigo. Solo su mirada muy intensamente fija en mí, no me incomoda, si es lo que pretende.
Un sujeto entra en la cafetería, él cambia su postura relajada por una mas tensa y seria, lleva un dedo a sus labios pidiéndome que no hable y se esconde bajo la barra.
Me dio risa, aunque cuando el tipo se acerca me doy cuenta de que en realidad impone miedo. No voy a delatarlo, aunque se lo merezca.
—¿Dónde encuentro al encargado? —me pregunta sin cortesía.
Señalo al otro chico que está limpiando una mesa, y en cuanto se voltea rodeo la barra para aprovechar la situación a mi favor.
Me meto debajo con él, el espacio es pequeño y quedamos demasiado cerca. Me interroga con sus ojos, queriendo comprender por qué estoy allí.
—Sé que puedes hablar, así que si no me dices algo ahora mismo voy a gritar y sabrá que estás aquí —susurro tan bajito que apenas me oigo yo misma.
Él niega, extendiendo las palmas de sus manos y encogiéndose de hombros, como si no entendiera de qué hablo.
—De verdad voy a gritar... —Me muestro muy segura, su actitud corporal me pide que no lo haga, pero sigue sin abrir la boca— Dime algo, Renzo. Lo que sea.
Nada, sigue negando con la cabeza y hace algunos gestos que no entiendo, así que fiel a mis palabras abro la boca para gritar, pero antes de que pueda emitir sonido su mano la está cubriendo con fuerza.
Está como a tres centímetros, me siento tonta pero se me aceleró el corazón, la súplica en sus ojos me pide que por favor no lo delate, se nota preocupado, pero entonces no entiendo por qué demonios no me habla.
Sé que puede hablar, se burló de mí, su voz es un orgasmo mental, yo lo escuché, no estoy loca.
Sin embargo, no gritaré. Podría ser peligroso y no quiero asumir las consecuencias, el problema es que solo hizo que mi curiosidad se multiplique por mil.
Y para ser sincera, yo jamás me quedo con la curiosidad.
_______________
Hola Pollitos 🐣
Aquí, yo de nuevo, con un Romano, para variar 🤭
¿Qué les pareció este primer capítulo?
Los amo ❤️
Besos, mil besitos 💋
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro