Capítulo 35
Nikolai prometió una visita antes del fin de año, sin fecha o duración. Regresaré, ese era el espíritu de las breves palabras que coronaron la carta que enviaría a Kitty. Todavía no sabía cómo, tendría que preguntar a su madre —y rápido— en vista de que había recibido las suyas.
—Kitty... —susurró el príncipe repasando las palabras que había escrito, acumuló un total de cuatro páginas en ambos lados.
Sonrió pensando en el tiempo que pasaría Kitty descifrando su letra, que no era fea pero sí se convertía en algo complicado de leer, cada tanto. Oh... Nikolai soltó un suspiro y paseó la vista por el jardín alrededor del kiosco. Estaba solo nuevamente, Katharina había partido horas atrás con un poco más de tranquilidad en el pecho. Quizá el príncipe no se daría cuenta en ese momento, sin embargo, su propia necesidad de contar una historia despertó tras escuchar las anécdotas de Katharina.
«Tiene cierto talento para contar historias», pensó Nikolai antes de recolectar sus pertenencias y retirarse a la vieja oficina de su hermano.
Si quería escapar unos días a Novka, tendría que adelantar la mayor cantidad de trabajo... y despejar una semana. Pronto descubriría que era más fácil abandonar todas sus responsabilidades que tener un día libre en su agenda. Necesitaba un reemplazo con urgencia.
***
El diario era viejo, viejísimo. Kitty temía que se deshiciera el papel entre sus dedos o se rompieran los hilos del encuadernado, aún con eso en mente, lo envolvió muy bien en su bolsa y se lo llevó a la entrevista con el Archiduque. Bueno, más que a la entrevista, al tiempo de espera. E hizo bien, pues tan solo llegar a la Casa Pravda, una antigua casona al norte de Novka, bastante retirado de la posada, se encontró con una larga fila de señoritas a la espera de sus quince minutos con el Archiduque.
La voz había corrido, buscaban una joven con características muy específicas y, aunque sonara incorrecto en la mente de Kitty, más de la mitad no se ajustaba. Seguramente, como su madre, querían aprovechar la oportunidad para ver si se sacaban la lotería. Sus sospechas se comprobaron al oír las conversaciones de las chicas a su izquierda, quienes hablaban de lo guapo que era el Archiduque... según los rumores. Kitty había ladeado la cabeza, juiciosa, al escuchar las suposiciones y finalmente hizo una expresión afirmativa. El Archiduque era tan apuesto como misterioso, quizá más misterioso y por eso preferiría un trato estrictamente profesional.
«¿En qué me estoy metiendo?», acto seguido regresó la atención al diario de Olga Petrova y comenzó a leer con la esperanza de hallar un rayo de luz en una maldición de más de un siglo.
Aleksander es un sueño, de esos que temes encontrar en las estrellas y nunca bajar. No el que te baja la estrella, sino la estrella misma. Llegó una noche a finales de invierno, con la última nevada que caía en Usovo. Iba acompañado, vi ambas capuchas desde la ventana del pasillo este; mi pasillo con única vista al gran portón de la Corte de los Sueños. "Extranjeros" pensé, nadie entraba ni salía del Palacio y menos con esos andrajosas capas. Pero no podían ser simples mortales, campesinos, nadie podría acercarse tanto al Palacio. Ninguno de los guardias del Archiduque lo permitirían, sus centinelas o los Pecados. Pedían rubíes, zafiros y ágatas; anillos de oro, tiaras de plata; brazaletes y gargantillas hechas a la medida para el último banquete de una dinastía.
El Archiduque nos aceptaba a nosotros, la realeza y aquellos nobles que corrían la suerte de ser tocados por príncipes, princesas y duques en el exilio. Yo había dado un huevo fabregé que mi padre regaló a mi madre, uno que metieron en mi bolsillo antes de empujarme con las sirvientas; a mí, la única que los demonios no alcanzaron.
¿Qué dio Aleksander? Todavía no lo sé, ¿el anillo de la Corona? Es el príncipe heredero de un país más allá de las montañas nevadas, seguro algo muy valioso. El Archiduque no da morada sin algo a cambio, nadie es tan bueno. Si le dolió, nunca lo muestra. Parece hechizado por la Corte, como todos nosotros en un inicio. Brillantes salones de mármol recién pulido, tapices rojo escarlata, inmensos candelabros de oro colgando de los techos, arreglos florales de primavera en invierno. Fuentes de aguas rosa champán... pajes vestidos en tonos pastel. Si el Archiduque decide la decoración, si tiene voz en la Corte, tiene un gusto exquisito; mejor que el de cualquier corte europea...
Es guapo, el príncipe. De cabellos dorados como el sol y una mirada curiosa que busca un poco más de lo que puedes decirle con palabras, o así parece mirarme a mí. Sus ojos me sonrojan, me aceleran el corazón. Tomó mi mano enguantada y la besó según el protocolo impuesto para mí. No importa quién sea, para el Archiduque las reverencias son para mí. Rey, reina, príncipe o gran duque, archiduque o duque, marqués o gran señor... "mi reina" me dice el Archiduque y aunque él tenga el poder y yo su protección, me trata como su igual. Aleksander acata los protocolos, pero titubea en privado. Nos hemos visto dos veces, solos. ¿No es emocionante?
Esta mañana, dos semanas después de su llegada, Kirill nos retrató a la hora del té. A los tres.
Kitty pasó la hoja, el día de Olga terminaba a la mitad de la hoja. No creyó hallar el dibujo, sin embargo, allí estaba. Un dibujo a carboncillo con tres figuras a la mesa. Una joven mujer y dos hombres un par de años mayores que ella. Quizá habían pasado más de cincuenta años, pero la hoja se mantenía tan intacta como el primer día y los rostros inmortales pese al tiempo.
Lo vio de inmediato: facciones esbeltas, el mismo porte que unos días atrás, la trenza cayendo por su hombro. No tendría color, pero era él.
Dante.
—Ekaterina —llamó una mujer—. ¿Ekaterina?
Kitty se paró en un respingo.
—Soy yo —dijo levantando la mano.
Bajó la vista al dibujo, no quería quitar los ojos de él. ¿De verdad era Dante? Sí era, el mismo. Los ojos grandes enmarcados por unas densas pestañas, perfiladas cejas gruesas, mechones cayendo rebeldes por su rostro y el porte de quien se sabe divino. Casi lo era, casi. Divino e inmortal, ahora Kitty lo sabía. El encanto a su alrededor, el misterio emanando de su ser, era algo perteneciente a otra época, que trascendía y llegaba hasta ellos.
—Camina, muchacha —urgió la mujer.
Con el temor a lo desconocido, a un ser inmortal, Kitty avanzó por un pasillo que le pareció más largo de lo que era. La inmensidad absorbería su pequeñez. El corazón martillaba en su pecho, subiendo poco a poco hasta su garganta.
***
Kitty entró a un despacho que la saludó con un fuerte olor a pino encerrado, posteriormente se fijó en la oscuridad que se posaba más allá del rectángulo deforme tocado por la luz que cruzaba a través del ventanal. Había un hombre sentado detrás del escritorio frente a la fuente de luz, a contraluz se alcanzaba a ver su silueta rojiza. Dante. Ekaterina dio unos pasos al frente y oyó la puerta cerrarse de inmediato.
El mismísimo demonio frente a ella, con el codo apoyado en el escritorio y la cabeza ladeada. ¿Estaba aburrido? Kitty tragó con fuerza, también empezó a jugar con sus dedos. Por un segundo olvidó hacer la reverencia, para cuando lo recordó, Dante hizo un gesto con la mano. Olvídalo. Las mejillas de la joven se tiñeron de rojo. Ella no podría verlo, pero Dante y la mujer a un costado sí. La luz bañaba su humanidad.
—Ekaterina Volkova —dijo la mujer, Kitty asintió—. Bienvenida, discúlpanos si somos rápidos. Solo tenemos quince minutos por candidata y son muchas, como habrás visto.
Kitty no podía estar más ansiosa por desaparecer. ¿La decisión de conseguir el puesto y alejarse de las habladurías de su madre? En el pasado. Quería salir corriendo para encontrar un nicho en el bosque, lejos de todo lo conocido, y desenmarañar toda la maldición que pesaba sobre Nikolai; una que sin duda involucraba al hombre —si se le podía llamar así— frente a ella. Eterno.
—No hay problema —dijo Kitty con un hilo de voz, se acomodó un mechón detrás de la oreja y palpó el bolso que colgaba a su costado. El diario parecía pesar más, era una ilusión.
—Solo vamos a comprobar unos datos y realizar un par de preguntas. —La señora levantó la vista de una carpeta. Su madre habría entregado la documentación cuando acudió a inscribirla; el nerviosísimo de Kitty se disparó. ¿Qué había escrito en esa hoja?
Kitty volvió a mover afirmativamente la cabeza.
—Naciste en Novka, terminaste tus estudios obligatorios la primavera pasada y... ¿fuiste elegida para encabezar el cuarteto de danza religiosa? —elevó la vista sorprendida. Dante continuó impasible, no ayudó a la tranquilidad de la entrevistada.
—Sí, fue un honor —se apresuró a decir, aunque no halló la fuerza para dotar sus palabras de todo el significado de años atrás, cuando admiró a la anterior chica que encabezó el cuarteto. Un honor, era como hablar con los espíritus de la naturaleza... pero Kitty no oía nada, solo se perdía en la música.
—¿Has tratado con niños? Verás, estamos buscando una institutriz de tiempo completo para la señorita Penélope. Es un poco difícil en cuestiones de... atención y ha probado ser un poco... impertinente; más que enseñarle cosas que puede hallar en la currícula académica, necesitamos que la eduque para la vida social.
Kitty se estremeció ante tal pedido... ¿vida social? ¿Querían que le enseñara a una niña cómo comportarse? A decir verdad, no le extrañaba proviniendo de las altas esferas de Usovo. Siempre pensó que eran más frívolas que otros mundos donde el ingenio y el conocimiento te dan de comer. Esa era una niña con la vida solucionada, se recordó.
—Lo esencial, ayudé unos años en los grados iniciales y tengo un hermano menor.
—¿Experiencia en la vida social?
—Estándares de Novka.
—Es un pueblo muy tradicionalista, Lillibeth —intervino el Archiduque—. Dime, Kitty —esbozó una sonrisa felina—, ¿por qué deberías ser la institutriz de mi sobrina? Es un trabajo que requiere mucha disposición... y años de servicio. Queremos una institutriz que acompañe a Penélope hasta terminar su educación.
Kitty abrió la boca para hablar, luchó por armar un argumento convincente antes de que las palabras saliesen, pero fue imposible. Recibió una mirada expectante por sus entrevistadores, el silencio se extendió y la mujer soltó un suspiro que dejó en evidencia lo poco que Kitty encajaba en el puesto. ¡No podía responder ni una pregunta!
—Gracias, señorita Volkova, la acompaño hasta la puerta.
Lo siguiente que Kitty escuchó fue el "clac" de la puerta cerrándose detrás de ella. ¿Qué sucedió adentro? Nunca lo supo, imaginó que Lillibeth intercambiaría un par de palabras con el Archiduque. "No es lo que busco" se dijo Kitty que declararía. Miró a sus pies, después a las chicas a su derecha. Todas la observaban en búsqueda de una pisca sobre lo que las esperaba en el interior de la habitación. Kitty se encogió de hombros y comenzó a andar.
—Señoritas —dijo Lillibeth saliendo una vez más del despacho—, eso fue todo.
Recién salido del horno (mi cabeza), pensé en esperar un poco más para subirlo... pero imposible. Espero les esté gustando, nos quedan unos 17 capítulos (incluyendo una suerte de epílogo).
¿Qué me cuentan?
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