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Capítulo 13

Nikolai contó los billetes uno por uno, los pasó de una mano a la otra bajo el susurro mecánico de los números. Sus pensamientos yacían lejos de las cuentas y la prolongación de su estadía en la posada, en Novka. Lejos de Kitty, sus labios sabor durazno y su mirada inocente no tan inocente. Veía el mar en sus pensamientos, casi podía oler la salinidad acarreada por el oleaje y el viento. Ilya lo esperaba.

—Será un placer tenerte por aquí otra semana —sonrió Aleksandra quitándose un mechón canoso del rostro. Presionó una tecla de la máquina registradora y acomodó los billetes—. Habrá Bratósh para comer —Nikolai le dirigió una mirada confusa—, sopa de verduras con carne y queso al gusto.

—Perfecto. Aterrizaré pasado el mediodía.

Tamborileó sus dedos en el mueble de madera, un puño dio un golpe final y se alejó sonriente rumbo a la escalera. Aleksandra no lo había visto así de feliz en los diez días que lo conocía, ¿qué estaría tramando? Los turistas siempre eran un misterio, más este. ¿Qué había encontrado tan interesante para prolongar su visita?

***

Los pasos veloces de Nikolai avisaron a Kitty de la cercana presencia del muchacho, se detuvieron mucho antes de llegar a su puerta. Con un remolino en el estómago, se dejó caer en el colchón de su cama.

Hasta ese día, Nikolai no había ascendido hasta el último piso. Si se encontraban en las escaleras era porque uno subía y el otro bajaba, y no era tan común como Kitty desearía. Ambos tenían rutinas un tanto distintas, pero siempre coincidían en la cocina por la noche. Ella se colocaba en un rincón y él en el centro de la isla, enfrente del lavaplatos. Mantenían una plática con las bebidas calientes entre sus manos, reían y se coqueteaban. Nada como los primeros días.

—Maldito duelo —musitó antes de revolverse el cabello.

Vestía de negro, iba a todos lados escoltada de su madre o su hermana, su único contacto con los hombres del pueblo era durante el servicio diario. Debía asistir para pedir por el alma de los pecadores, lo aborrecía. Señoras le daban el pésame como si de verdad hubiese perdido a un ser querido. Sólo se le ocurría una palabra para describir el espectáculo: ridículo.

—Cinco días más —susurró desganada—. Cinco días más y libre para hacer lo que quiera.

Uno de los pocos comodines que tenía era Grigori. A sus doce años todavía tenía unos años más por delante hasta ser considerado un "hombe" por la sociedad. Podía hacer cosas de adultos, trabajar y cortejar jovencitas, ¡hasta pasarse de la raya! Aún así, el ritual de "maduración" se realizaba a los diecisiete años.

¿Cuántas veces se había burlado Kitty de su calidad de niño? ¡Uff! Imposible contarlas con los dedos de las manos y los pies. Irónicamente, y Grigori se encargaba de recordárselo cada vez que la sacaba de la posada, era el único con el poder de otorgarle un poco de libertad, como ese día.

Kitty se puso un vestido sencillo de manga larga, azul cielo, que se ceñía en su cintura y caía gentilmente sobre la rodilla. Antes de proseguir su arreglo, abrió la ventana frontal de su habitación. Entonces agarró una mochila del perchero al lado de la ventana y metió una toalla, ropa interior y jabones de lavanda. La tiró a su cama y fue por un par de botas y un abrigo.

En el piso de abajo, Nikolai escuchó el ir y venir de Kitty, movimientos veloces y energéticos. Por momentos creyó oír sus chiflidos, una canción desconocida. Adivinó que no era el único con un día animado por delante. Y en el caso de Kitty, se alegró. Los días anteriores la notó apagada.

—Quiero salir con mis amigas —recordó que le comentó noches atrás en la cocina. Su voz tenía una nota de pesar y su mirada estaba llena de deseo. No de él, sino de vida—. Bailar, hacer mis diligencias...

De regreso al presente, los movimientos en el cuarto cesaron en el instante que salió a buscar a su hermano. Quince minutos después ya se había ido e instantes más adelante él la imitó.

***

Pocos se arriesgaban a navegar en las aguas volátiles a finales de febrero. Las tempestades se formaban en un abrir y cerrar de ojos, las olas luchaban entre ellas, se alzaban altas sobre los barcos y éstos se las ingeniaban para mantenerse adelante. En definitiva, se necesitaba de estómago, experiencia y huevos para navegar.

Ilya, capitán del Nobraska, necesitó minutos para descubrir en Nikolai todas las aptitudes que requerían sus compañeros de viaje. Un buen día apareció en los muelles, observó, midió e hizo preguntas aquí y allá. Inspeccionó los barcos atracados, se ofreció a ayudar a un pescador y soltó las amarras con habilidad, sintió los barcos y se maravilló con las reliquias que halló. Ilya lo invitó a subir al Nobraska.

De eso ya había pasado diez días, siete viajes en barco por la mañana. Tres fueron por trabajo, Ilya transportaba mercancía por los puertos de la región, y el resto por el placer de navegar. Aquella mañana de febrero tocaba llevar un cargamento de vino al pueblo vecino.

—De regreso, bajarás a Berrie Farm por más fresas y nos preparamos un menjunje —advirtió Ilya, un hombre fornido de la altura de Nikolai. Su barba dejaba en evidencia su edad, era espesa y gris, como su poco cabello coronado con una calva en el centro de su cabeza—. ¡Epa, chamaco! ¿Qué haces?

—¿Verificar los cabos...? Podemos arriar un poco más para aprovechar el viento, está entrando más fuerte.

—¡Oh, buena idea!

—¿No lo sientes, Ilya? —inquirió Nikolai elevando una mano, fungía como una cuchilla. Además, su cabello volaba hacia un costado.

—Sí, sí, sí —imitó el capitán a Nikolai—. Disculpa a este pobre viejo. —Se ajustó el abrigo, el cuello rozando sus labios. Se veía chistoso.

—Andas pensando en trago, eso es lo que sucede. —Rio.

—¡Te tiraré por la borda!

Una vez que pusieron todo en orden, el trayecto se desarrolló sin mayores dificultades. Llegado cierto punto, Nikolai se sentó abrazándose al barandal con las piernas colgando. Disfrutó de la vista. El mar se extendía al frente, detrás tenía los acantilados de la costa, por tramos bajaban lo suficiente para dar entrada a bahías y playas. Nikolai se asomó y vio el agua de un azul que nunca había visto, oscuro y vibrante, como si lo hubiesen saturado en un programa de edición de fotografías.

Nikolai sentía la libertad que venía corriendo por el viento, lo acariciaba y refrescaba las extremidades. Era una sensación propia de viajar por mar. Sin carreteras, caminos o veredas, sólo eran el mar, el cielo y él, ellos en un barco. Un mar carente de fronteras que se extendía por kilómetros ante él. Lo amaba.

Miró su alrededor justo para ver un grupo de gaviotas sobrevolando el Nobraska. Las siguió con un movimiento y chifló. Ilya negó con la cabeza, pero su sonrisa lo traicionaba.

«Personas como él nunca cambian», pensó Ilya girando el timón a la izquierda.

—Usovo —avisó el capitán—. Arriba, Kolya.

Kolya. Nikolai recordaba haber escuchado tal apodo en cierto punto de su vida, no recordaba en boca de quién, probablemente de su madre. Sonaba a un apodo que ella diría. Vanya y Kolya, sonaba bien. Antes de perder más tiempo en el tema de los apodos, se puso manos a la obra con los cabos.

Conforme el Nobraska se acercó al puerto, la velocidad disminuyó.

Nikolai observó la ciudad que se extendía a lo largo de la bahía. A comparación de Novka, un pequeño pueblo tradicional, Usovo se alzaba imponente con sus altos edificios de mármol y los tres templos religiosos. En cada extremo de la bahía se alzaba una iglesia colosal con cúpulas azules y adornos blancos. Había barcos más grandes navegando, ninguno de dimensiones comunes a las del mundo más allá de la cordillera que separaba la región del resto del mundo.

¿Vagar? Ojalá. Lo más lejos que estuvieron del Nobraska fueron dos calles, sobre el andador anterior a los muelles. Por más que pidió quince minutos para turistear un poco, Ilya se negó rotundamente.

—Usovo no es como Novka —advirtió Ilya con un cigarrillo entre los labios y la mirada perdida en la ciudad, había cierto resentimiento en sus ojos rodeados de sabias arrugas y una gota de resentimiento—. Las piedras tienen ojos y las paredes escuchan... como en una corte. —Agregó bajando la voz.

Nikolai siguió la dirección de la mirada de Ilya, se detuvo en una opulenta mansión en la cima de una colina. En la astabandera colgaba una pieza de tela con un escudo de armas conocido para Nikolai. Aún a la distancia reconoció el conjunto de colores y el cisne azul rey.

—La Corte de los Sueños.

—Así es, Su Alteza. 

***

¡Holaaa~! ¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Se esperaban a Ilya? Me pregunto qué sorpresas nos traerá :v


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