Capítulo 10 [Maratón]
Gritos, llanto, rabia. El sastre había encontrado a su hija ultrajada, según diría él, entre los brazos de nada más y nada menos de un hombre comprometido, un hombre bajo promesa que lo convertía en intocable. Le dio una bofetada después de meterle un puñetazo al joven, ordenó que se vistieran y salieran de allí.
Podría mantenerse callado, intentar guardar el secreto de los amantes y evitar el castigo público, sin embargo, el rumor corrió y fue el pueblo quien buscó a la pareja. Error tras error. Gritó demasiado fuerte, el joven corrió sin evitar los caminos transitados y los lamentos de su hija alertaron a los vecinos.
—¡Mamá! —Gritó una mujer golpeando la puerta de la posada—. ¡Mamá!
Los golpes furiosos alertaron a Kitty y Nikolai en la cocina. Kitty dio un brinco y se pegó contra la pared, contuvo la respiración con las manos sobre el pecho. El miedo se reflejó en sus ojos y Nikolai se dio cuenta de que allí nunca podría presentarle ningún gesto sin vivir alerta.
La madre de Kitty se precipitó por las escaleras, milagroso que no rodara por un mal paso. Justo a tiempo, Nikolai se entretuvo con una taza vacía en la isla y fingió beber de ella. Vieron cruzar a la señora y dirigirse a la puerta. Temblorosa quitó los seguros antes de abrirla con más fuerza de la esperada.
—Van a juzgar a Ígor y a Danika en la plaza principal, dicen que los atraparon teniendo relaciones—anunció la primogénita. Detrás de ella, su esposo la acompañaba.
—¡OH, DIOS MÍO! —exclamó la señora palideciendo—. ¡Ekaterina! ¡Baja enseguida! —gritó al interior de la posada.
Kitty y Nikolai intercambiaron una mirada de genuino miedo. Sí, habían escuchado el anuncio de la hermana, misma que Nikolai no había tenido el placer de conocer, pero estaban enfrascados en su propio aprieto.
—Ve —articuló Nikolai—. ¡Kitty! —urgió lo suficientemente bajo para que quedara entre ellos. Estaba en una posición que no lo veían desde el exterior.
Ekaterina salió a paso veloz y siguió a su hermana, quien emprendió la caminata en cuanto vio a su hermana menor acercarse. Su madre se quedó atrás con el marido de su hermana. Tomaron un par de abrigos del perchero cercano y salieron justo cuando Nikolai se movió lo suficiente para entrar en el campo de visión.
La señora lo vio. Nikolai ni se inmutó, al contrario, hizo una reverencia con la cabeza, sonrió levantando la taza y una vez más le dio un sorbo. No fue suficiente para evitar que un ápice de sospecha pasara por la mente de la mujer, su hija había salido con cara de susto...
Se ordenó dejar de crear ilusiones.
«Seguro es por el incidente.»
***
Todas las antorchas de la plaza principal ardían con fervor. El sumo sacerdote y las sacerdotisas bajaban del templo uno tras otro, mientras que la gente del pueblo se reunía en torno a la plataforma de piedra negra frente al gran árbol rojizo. Llevaban años sin un juicio por infidelidad. Si hubo antes, nunca se descubrió.
Para unos representaba un momento de diversión, el castigo público tenía el poder de divertir a algunos, otros sentían pena, pero no eran capaces de actuar. Vika Titarenko lloraba en una esquina de la plataforma, rogaba bajen a su hijito. Él no pudo hacer tal cosa, estaba comprometido, sabía las consecuencias. Su esposo hacía lo posible por sostener a Vika, aunque fuese a la fuerza.
—¡Nos estás humillando! —bufó el hombre.
—¡Es mi hijo! —lloriqueó.
Su pesar no era comparado con la carga del sastre. Se había sentado en una roca cercana con la cabeza entre las manos. Lloraba, sí, pero le dolía más la cabeza por el intento de borrar el recuerdo de su hija desnuda siendo poseída por su perdición. Tan chica, tan inocente, tan soñadora, tan buena niña... ¿qué había hecho él para que terminara así? ¡Incluso había visto de niña un juicio de ese giro! ¿No temía? No, a ella nunca le pasaría, es el pensar de los jóvenes.
Ahí estaba, ataviada únicamente en un sencillo batón blanco, arrugado. Danika se abrazaba para mantener un poco del calor en su cuerpo. Su cabello dorado se movía con el tenue viento de la madrugada. Sus piernas le temblaban, además de molestarle la entrepierna. ¿Había valido la pena el riesgo? No estaba segura. Varias veces miró a Ígor y éste nunca estuvo mirándola o cruzaron miradas.
Ígor era un témpano de hielo. Tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido. Todavía creía que saldría impune por ser el hijo del alcalde, en esos momentos sólo pensaba en su integridad. ¿Y en ella? Agradecería mucho, al día siguiente, si alguien tenía piedad por ella. Primero se salvaría a sí mismo.
La familia de Kitty arribó al mismo tiempo que los religiosos. Irónicamente, Ígor —mediante la dirección de su mirada y su expresión confusa— dio la ubicación de la familia de su prometida. En reflejo, la gente se fue abriendo dejándoles paso hasta el frente. La madre, Aleksandra, buscó a Vika y fue a abrazarla cuando vio al tirano de su esposo apresándola.
—¡Aleksandra, perdónenlo! —rogó abrazando a su amiga.
—La única que tiene ese poder es Kitty —recordó la señora dándole palmaditas a su amiga—. Tiene un gran corazón, seguro lo hará.
Vika asintió sin cesar el torrente de lágrimas.
Para Kitty resultó difícil procesar la escena. La mayoría de los adultos estaban presentes a la espera del veredicto, unos vibraban con malicia, otros con curiosidad y unos más con las ganas de ver sufrir al hijo del alcalde y su amada. Kitty sólo quería vomitar de los nervios, su estómago se destrozaba poquito a poquito con la idea de haber podido ser ella en el lugar de Ígor, la parte comprometida, y Nikolai en el de Danika.
—¿Kitty? ¿Te sientes bien? —preguntó su hermana, la oyó distante.
—Sí. Sólo... sólo... —Kitty se dobló al frente y vació el estómago al pie de la plataforma, su hermana le sostuvo el cabello y la falda del vestido—. Mierda.
—Kitty... —oyó decir a vocecita temblorosa frente a ella.
Después de limpiarse con un pañuelo, que su hermana le metió veloz por debajo, elevó la vista y se encontró con la más pequeña de su grupo de baile. Su rostro era un tomate gigante, tenía los ojos hinchados reflejando el pavor de estar allí arriba.
—Perdón.
Kitty le dedicó una sonrisa e hizo lo que nadie había hecho: asegurarle que todo estaría bien, y Danika le creyó. Le creyó porque Kitty era de fiar, porque la había protegido en otras ocasiones y era la única capaz de interceder por ellos, más en esa situación.
Teniendo el amor y el compromiso como valores primordiales, el engaño era castigado y nada podía evitar que, una vez desvelado el acto, fuese llevado a juicio. Para unos parecía extremista y consideraban que se podía solucionar en privado. Otros preferían el castigo y la humillación pública bajo la creencia de evitar más "brotes", ¿pues a quién le gustaba ser exhibido como un adúltero? Tomaban la vía alterna, el divorcio.
—Vamos a dar inicio a la audiencia —anunció el sumo sacerdote levantando los brazos al cielo, las mangas de su vestimenta blanca le cayeron hasta los codos—. Ígor Titarenko ha sido acusado de infidelidad a su prometida, Ekaterina Vólkova, con Danika Ivanova. El acto ocurrido entre la noche del veintiuno y el veintidós de febrero fue reportado esta madrugada a la una cuarenta en la Calle de los Rosales.
El murmullo rebasó al sacerdote, una de las sacerdotisas hizo sonar el tambor y todos callaron.
—¿Qué les van a hacer? —susurró Kitty a su hermana.
—¿Cómo se declara, señor Ígor? —preguntó el sumo sacerdote. Sus ojos eran de dos colores, uno azul celeste y el otro negro azabache. La mirada que tenía, acentuada por sus cabellos blancos cayéndole por el costado de la cara, heló la sangre a Kitty.
Ígor sonrió.
—Inocente.
—¡Ígor! —gritó Danika escandalizada, y las lágrimas brotaron a borbotones.
La sangre le bajó de inmediato y sus piernas le fallaron, había visto lo que sucedía a continuación. De niña no podía dormir durante noches por el recuerdo de las mujeres gritando histéricas detrás del biombo.
—¡No! —exclamó Kitty a su vez.
«¡¿Cómo puede?!»
Quiso abalanzarse a proteger a Danika, evitarle el bochornoso momento de ser inspeccionada. Iban a palpar su cuerpo desnudo en búsqueda de pruebas, con un poco de suerte, bastaría la sangre seca de su primera vez.
—¡Compórtate, Ekaterina! —urgió su madre. La ancló a su lado sosteniéndola del brazo.
—¿No es obvio? ¡Son culpables!
—¡Deja que el juicio siga!
—Esto no es un juicio madre, esos se hacen a puertas cerradas —soltó Ekaterina con el ceño fruncido y la cólera danzando en su lengua—. ¡Los están exhibiendo!
—¡Ekaterina!
Su madre levantó la mano para acertarle una cachetada a su hija, justo antes de terminar la curva de impulso fue detenida por Nikolai. Furiosa, volteó a ver quién se había entrometido en los asuntos de su familia. La incapacidad de leer la magnitud del enojo de Nikolai la frenó en seco, en la sien le palpitaba una vena y su piel ardía. Era más que la expresión facial y corporal. Nikolai destilaba poder y rabia.
—No quiere llamar más la atención —dijo Nikolai manteniendo su tono de voz lo más sereno posible—. Además, ¿qué daño hace que a su hija se le conozca por su piedad y perdón?
Aleksandra regresó la vista al frente y Nikolai se colocó a un lado de Ekaterina. Permaneció en silencio, conteniendo el revoltijo de emociones que despertaron desde su llegada a la Plaza Principal. La impotencia lo mataría.
«Aquí no eres nadie, aquí no tienes poder, aquí tu palabra es menos que la de un niño.»
Allí no era Nikolai Sumarkov. Sólo podía ver lo que sucedía y emitir opiniones.
Colocaron un biombo de madera, allí las sacerdotisas hicieron que Danika, llorosa, se levantara el batón. Dos observaron y una enguantó sus manos y procedió a iniciar el chequeo. Aunque duró poco, Danika fue despojada de la última gota de dignidad que creía tener. Se sintió más sucia que antes, ahora sí, ultrajada.
Al finalizar, Ígor siguió el mismo proceso.
—Las sacerdotisas del Templo de San Valentín han concluido que existen pruebas de actividad sexual reciente en ambos individuos —anunció el sumo sacerdote haciendo que Danika se ruborizara de pies a cabeza—. Ígor Titarenko y Danika Ivanova son declarados culpables. Se les otorgará una pena de veinte latigazos y cinco dosis de polvos de arúndula.
—¡NO! —Chilló Danika.
—¡Soy inocente!
—¡Eres pendejo! —gritó alguien del público.
—¡Su Excelencia! —Kitty levantó la mano. Los gritos y faltas de respeto fueron disminuyendo conforme identificaron el origen de la voz y la mano—. Solicito el derecho de intervención como la parte ofendida.
El sumo sacerdote indicó a Kitty que ascendiera a la plataforma.
—¿Cómo será tu intervención? —cuestionó con curiosidad.
Escudriñó a la joven buscando una señal que anunciara su posición al respecto. La conocía desde niña, recién una semana atrás la vio bailar en la festividad. Su corazón siempre había sido bueno, pero desconocía su actuar en situaciones así. Por amor, todo puede suceder.
—A favor, Su Excelencia.
Hizo lo que pocos eran capaces de hacer, le mantuvo la mirada al sumo sacerdote. Anticipando su libertad, porque era el momento adecuado y quería evitarse negociaciones e imposiciones con su familia, de existir, Kitty esbozó una grandiosa sonrisa. Nadie sonreía con tanta alegría como Ekaterina soltando el peso en sus hombros.
—Solicito anular la pena de los culpables y el fin de mi compromiso con Ígor Titarenko.
***
¿Qué tal? ¿Se lo esperaban? ¿Qué les pareció? Me encantaría conocer su opinión en los comentarios, siempre me hace mucha ilusión responderlos y poder hablar con ustedes.
El siguiente capítulo lo tendremos en nada. ¿Lo quieren más rápido? No olviden pedirlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro