Parte Única
Por tu culpa.
Siempre la misma frase, siempre las mismas personas, siempre la misma mierda. Durante toda mi vida se han encargado de recordarme lo inútil y torpe que soy, nunca faltando las típicas frases; no vales para nada, eres una decepción o la que quizás más daño me hacía; ¿cuándo vas a cambiar?
Era más que consciente de mis propios fallos, los cuales asumía con responsabilidad y me disculpaba si el daño lo acreditaba, pero lo que no podía permitir es que hasta los errores que no cometía tuviera que encargarme de ellos, y mi propia familia era la primera en la lista.
Jimin, ¿cómo rompiste esto?, ¿por qué te peleaste con el hijo del vecino?, ¿por qué suspendiste la asignatura?, ¿por qué hiciste enfadar a papá?, ¿qué hiciste para que te castigaran?
E incluso de mayor, como un adulto que soy, no dejaron de lloverme preguntas que directamente no ponían en duda, sino que me acusaban con la misma.
Tu padre nos dejó por tu culpa, tu hermano le va mal en los estudios porque tú no le ayudaste, el perro se perdió por culpa tuya, perdimos el taxi por ti, el accidente de tu primo lo causaste tú...
Dejaron de ser preguntas directas para convertirse en simples frases acusadoras. Y como era de suponer, me alejé de ellos. Abandoné a mi pequeña familia con el objetivo de no herirlos más, pero realmente no fue ese mi objetivo principal, pues por dentro, más que no herirlos a ellos, no quería seguir sufriendo yo mismo. Si supuestamente yo era el dolor, entonces la mejor opción era alejarme, pero esa no era la realidad. La única realidad es que yo era la liberación del estrés y las cargas de culpa, cuando algo ocurría, a pesar de no ser yo el culpable, terminaba teniéndola.
No era más que un recipiente de culpas ajenas.
A pesar de alejarme de mi familia, las culpas a mi persona no cesaron. Era como un imán de culpas, allí donde fuera, las atraía irremediablemente. Como lo que ocurrió cuando conocí a un grupo de chicos gracias a mi compañero de trabajo. Al principio todo era genial, mi compañero me los presentó y así fue como creamos un círculo cercano y cerrado, pero aquello comenzó a cambiar en el mismo momento que sentí ser tratado como mi familia lo hacía.
Todas las culpas y fallos del grupo siempre caían sobre mí, e incluso cuando yo no era el mayor de todos. ¿Me quejé? No, claro que no. En un principio pensé que fue una simple coincidencia, que por una vez no pasaba nada, pero cuando llegaron la segunda, tercera, cuarta y así hasta perder la cuenta, sentí que volvía al principio de todo. Quería un cambio y obtener la inocencia que me correspondía, no ser el culpable de por vida para todo y todos.
Y nuevamente, me alejé.
Seguía trabajando en el mismo lugar, con los mismo compañeros e incluso veía a los típicos clientes habituales, pero de forma emocional me mantuve al margen.
TaeHyung, mi compañero de trabajo, no vio bien que de un día para otro ya no quisiera salir con ellos, incluso podría decir que él era el único que salvaría de ese grupo, pero sabía cuán arraigado estaba a sus amigos, y aunque a veces me acompañaba a hacer alguna compra, no pasaba de ahí. Me preguntó miles de veces por qué ya no salía con ellos, y aunque tuve que mentirle, pareció dejarlo estar y respetarme.
No fue difícil darme cuenta que sus amistades eran algo aprovechados y frívolos, TaeHyung era la excepción.
En muchas ocasiones, más que nada en mis noches, me preguntaba por qué la vida me lo estaba pagando de esta manera. No iba a admitir que me lo merecía porque jamás le hice daño a nadie. Ni siquiera a ese vecino que vino a pegarme y yo respondí en mi defensa, o cuando el perro se nos perdió porque mi hermano pequeño lo soltó y asumí su responsabilidad. No era culpable y eso lo tenía más que claro, pero entonces, ¿por qué las personas eran tan crueles? Era fácil levantar el índice y acusar a otro de su fallo, pero, ¿y su interior? ¿De verdad se sentían bien? ¿Podían dormir por las noches en paz?
Llegué a una conclusión no muy lógica pero que no me quedó otra, pues había crecido con la imagen más oscura de las personas.
Nadie merecía la pena.
— Jimin, cliente —levanté mi mano en respuesta mientras terminaba de apuntar un pedido y luego me dirigía hasta el nuevo cliente.
— Bienvenido a Tutti Frutti, ¿qué desea? —dije con una voz algo monótona pero educada, claro.
— Mmm —el chico miró la vitrina de helados que nos separaba y se mantuvo callado mirando uno por uno. Yo descansé mi cuerpo en un pie y suspiré esperando, al parecer sería de esos clientes que necesitan entre diez y quince minutos para decidirse—. Quiero una tarrina grande con vainilla, galletas y chispas de chocolate y la otra mitad de... —volvió a guardar silencio. Apenas se le veía el rostro de lo encorvado que estaba, además, su flequillo cayendo por sus ojos, no ayudaba demasiado—, oh, ya sé, de dulce de leche con caramelo. También un café capuchino y... un trozo de tarta de queso con fresas.
Bajé entonces mi cabeza para comenzar a apuntar cada cosa que iba pidiendo. Dejé el bolígrafo a un lado y subí el rostro.
— ¿Es... todo?
¿Cómo explicar la sensación que tuve cuando lo vi de frente? Quizás no sabría exactamente cómo hacerlo, pero aquel chico que había hecho un pedido mínimo para tres personas tenía algo indescriptible. No sólo era hermoso y tenía unos ojos grandes y preciosos, sino que más allá de una imagen, algo en su mirada me hizo perder el aliento. Jamás había visto un brillo tan singular en un par de ojos, y a parte de transmitir simpatía, estos desbordaban de seguridad.
Justo lo que yo no tenía.
— Es suficiente —sonrió y sentí desvanecerme ahí mismo—. ¿Se encuentra bien? —asentí rápidamente y culpándome por borrar tan bonita sonrisa.
— Puede sentarse donde quiera, le llevaré su pedido inmediatamente.
El chico castaño se alejó y me volví dándole la espalda para obligarme a no verlo por más tiempo, me había sentido abducido con sólo su presencia, necesitaba cortar esa absurda conexión que sólo yo hube notado. Así que sacudiendo un poco mi cabeza, fui a preparar su pedido sin poder borrar su imagen de la tarrina que llenaba, o del capuchino que coloqué sobre la bandeja con el resto de su pedido, incluso vi su reflejo sobre el brillo de la mermelada de fresa que cubría el trozo de tarta.
Levanté la bandeja entre mis manos y suspiré antes de caminar hasta su mesa. Al llegar a un par de metros de distancia vi que sólo estaba él, nadie lo acompañaba y no parecía esperar a nadie. Él despegó sus ojos del móvil cuando me vio acercarme y se echó un poco para atrás esperando a que yo dejara todo sobre la mesa.
— Gracias —dijo mostrando nuevamente esa sonrisa, luego clavó sus ojos en la enorme tarrina de helado y cuando le dio la primera cucharada, yo estuve a punto de marcharme después de una leve inclinación, pero su voz me detuvo—. ¿Por qué hay dos cucharas? —lo miré primero a él y luego al helado apresado entre sus manos, y efectivamente había otra cuchara más a parte de la que ya usaba.
— Pensé que era para dos. Nunca he visto a nadie comerse algo tan grande como eso... solo.
— ¿Esto? Pero si no es nada —abrí mi boca inconscientemente al ver que él se metía otra cucharada en la boca. E incluso esa cuchara de plástico se veía diminuta para la cantidad que parecía desear meterse a la boca.
— Discúlpame, entonces.
— Sólo lo pregunté por curiosidad —negó con su cabeza y una de sus manos—. No me molestó.
— Bueno... —desvié la mirada a un lado y luego sonreí levemente—, disfrute del pedido —no sabía muy bien qué decir así que, cortando la pequeña conversación, me alejé de allí y continué con el trabajo.
Pero debo admitir que mis ojos no dejaron de desviarse hasta ese mismo lugar incontables veces.
Pasaron algunos días en los que me sentía mejor conmigo mismo y con el resto de la humanidad. Esa dichosa frase no se había vuelto a repetir desde la última vez que, supuestamente, me equivoqué con la cuenta de un pedido, el cual más tarde se supo que no lo llevé yo, sino TaeHyung, pero sólo recibí una disculpa por parte de él y ninguna por mi jefe, quien fue el responsable de que se me acusara injustamente cuando hasta mi compañero intentó defenderme.
No fue un día agradable pero al menos nada parecido volvió a ocurrir en varios días, sentía que mi suerte podía cambiar y que aún había esperanza para arreglar esa imagen tan horrible que tenía sobre las personas.
O al menos, intentarlo.
Eran las once de la mañana cuando se dio uno de los días más ajetreados y cansados en el trabajo. La heladería estaba abarrotada de personas por ser fin de semana; más concretamente, sábado. TaeHyung y yo no dábamos a basto, y por si ya fuera poco, el jefe ese día estaba allí para vigilarnos de que nada saliera mal o que todo estuviera en correcto estado. Odiaba cuando los clientes salían de su heladería sin una sonrisa en el rostro, no soportaba ni el menor fallo y mucho menos toleraba las equivocaciones en los pedidos o el cambio del pago. Así que ese día, justo uno de los peores y que más fácilmente se podría cometer un fallo, se quedó en su rinconcito de la heladería y fijó sus ojos en nosotros.
— ¡La mesa del fondo sigue esperando su café! —o bueno, observando y también dirigiendo...
— ¡Yo voy! —alcé al voz sobre el barullo de gente y me apresuré a llevar el café al cliente que había estado esperando un poco más de lo normal, pero con tanta clientela es lo que tocaba.
— ¡Omma, quiero un batido de fresa! —gritó el niño tirando de la falda de su madre, ésta le sonrió y asintió en mi dirección para que le prepara lo que había pedido. En tiempo récord el niño ya tenía su batido entre las manos— ¡Omma, quiero un cucurucho de vainilla! —la mujer sonrió por segunda vez y de nuevo asintió en mi dirección. Con el cucurucho servido y estando en una de las manos del niño, fui a decirle el precio de ambas cosas, pero el niño volvió a abrir su boca— ¡Omma, quiero tarta de chocolate! —mi cara debió de ser un poema, pero a pesar de que el niño no dejaba de pedir, lo que más me impresionaba era la pasividad de la madre, a todo asentía y se quedaba tan tranquila. Parecía... drogada, o quizás era una de esas típicas madres que le daban todo a sus hijos para no tener que escucharlos.
Sí, sin duda. Aquel niño pidió tantas cosas por capricho que cuando fui a recoger la mesa donde se sentaron, casi todo estaba entero, y por supuesto que sentí rabia por tener que tirarlo todo.
— ¡Jimin, más rápido, tienes otro cliente! —rodé los ojos cuando volvía a entrar tras los mostradores y tiraba todos los restos que ese niño hubo dejado. Me quejé por lo bajo cuando mi jefe no me estaba observando, y lavando rápidamente mis manos, volví al mostrador para atender a ese cliente nuevo.
— Buenos días, bienveni-... —las palabras quedaron atoradas tras mis labios, había pasado semanas desde que esto mismo ocurrió, pero en un día diferente y a unas horas más tarde. Intenté recuperar mi compostura y continué como un profesional que era— Bienvenido a Tutti Frutti, ¿qué le sirvo?
— ¿Qué me recomiendas?
— ¿Perdón?
— Realmente no sé qué pedir esta vez —ladeé un poco mi cabeza e hice memoria de lo que pidió la última vez, e incluso me sorprendí de recordarlo con tanta facilidad.
— Nos ha llegado un nuevo helado, lleva trozos de galletas, caramelo y creo que el sabor es... ¿nata? —me quedé algo pensativo— TaeHyung, ¿el helado nuevo que llegó era de nata? —TaeHyung, que justo hubo terminado de atender a una pareja, se quedó pensando un poco y después de asomar sus ojos por el helado mencionado, asintió— Nata. —le aseguré ahora al chico.
— Ese estará bien. También un café con leche y...
— ¿Un pastel? —pregunté algo confiado y él me sonrió asintiendo— Hay uno de chocolate que quizás te guste.
— Genial —terminé de apuntar y me dispuse a prepararlo todo, antes de que me encargara del helado, el chico me volvió a llamar, pero se mantuvo callado cuando vio que cogí la tarrina grande. Él se sentó en la misma mesa de la otra vez y preparé todo sin olvidarme de nada.
— Aquí tiene —llegué desalojando toda mi bandeja en su mesa.
— Gracias —le sonreí como cortesía y nuevamente se volvió a repetir la misma escena de la otra vez, sólo que algo distinta—. Esta vez sólo me has puesto una cuchara.
— Sí... —afirmé no muy confiado. ¿Había hecho mal? ¿Esta vez sí esperaba a alguien? Pero no dijo nada y comenzó a devorarlo todo.
Es gracioso porque el chico pedía como ese niño caprichoso, la única diferencia es que él sí lo comía todo, dejando nada más que el brillo impoluto.
Ese mismo cliente, comenzó a ser uno de los más habituales que teníamos, en los próximos dos meses el chico había acudido a la heladería unas tres veces por semana, lo cual había conseguido captar todos sus gustos, pero... ningún gusto en particular destacaba en él. Se podría decir que había probado toda la heladería en dos meses y todo, absolutamente todo, era de su gusto.
Era tierno observarlo comer esas enormes tarrinas en un tiempo récord, siempre hacía lo mismo. Primero comía la enorme tarrina, luego le daba un par de sorbos al café y se disponía a devorar la tarta, cuando la tarta desaparecía del plato, agarraba el móvil y tranquilamente bebía su café.
A lo largo de las semanas desperté varias preguntas curiosas en mi cabeza, como por ejemplo, su nombre, qué edad podría tener, el porqué siempre venía solo, por qué siempre pedía lo mismo pero con sabores diferentes, o lo más curioso, por qué no podía dejar de observarlo.
— ¿Quieres que vaya y le pregunte por ti?
— Sí, por favor —dije no muy consciente de la persona a mi lado, más que nada había respondido en voz alta como si la voz de mi compañero fuese la mía interior—. ¡Quiero decir, no! —TaeHyung rió y se quedó analizando al chico, al igual que yo.
— Es mono.
— Si HoSeok te escuchara... —TaeHyung se puso rojo y sonrió como bobo. HoSeok era el novio de mi compañero, habían comenzado a salir hace poco más de un mes y el chico se dejaba ver de vez en cuando por la heladería, así que terminé conociéndolo. Me alegré mucho por él porque gracias a ese chico mi compañero dejó un poco de lado esas amistades que no le hacían bien ni al más malo.
— No le vas a decir nada, y además, iré a preguntarle.
— ¡Tae, no! ¿Qué pretendes? Además, ¿qué piensas preguntarle?
— Lo que está claro que quieres saber.
— ¿Y qué se supone quiero saber?
— Si está soltero —hizo un gesto de cejas demasiado evidente y tuve que salir tras él para detenerlo, pero el idiota corrió y se detuvo bruscamente delante de la mesa del chico. Yo me quedé rígido en el lugar y tragando saliva retrocedí.
Tras la vitrina de helados los observé hablar e incluso reír. Me pregunté de qué estarían hablando para que el ambiente fuera tan agradable. ¿De verdad no le había molestado la pregunta de TaeHyung o es que ni siquiera lo hizo y simplemente estaban hablando de tonterías?
Antes de dar con una respuesta, TaeHyung volvió hasta su puesto y el chico se levantó caminando hasta nosotros. Mi compañero me sonrió con una particular sonrisa rectangular y se quitó del medio como si nada fuera con él, y bueno, no es que fuera con él, pero sí que se metió un poco en medio.
— ¿La... la cuenta? —intenté sonar seguro y busqué entre los pedidos el suyo, lo que era una tontería porque no tenía ni que comprobarlo, sabía perfectamente qué había pedido.
— Sí, por favor —agradecí que nada más saliera de su boca y le cobré devolviendo su cambio—. Ah, esto..., una cosa más —esperé a que terminara, pero lo noté algo nervioso—. Yo... Uh, un batido de chocolate.
— ¿Un... batido... de chocolate? —algo desconcertado esperé su afirmación y él, no muy seguro, asintió. Sin más, fui hasta la nevera y saqué un batido fresquito. Lo llamé para preguntarle si lo quería para tomar aquí y él respondió que no, así que lamentándome por esa respuesta, se lo di y le cobré por segunda vez— Que tenga un buen día —me giré tras una leve inclinación y su voz, la cual pensé que había desaparecido con su cuerpo de la heladería, llamó de nuevo mi atención.
— ¿Tiene... pajita? —asentí lentamente y fui a por una— Esto..., ¿puedes abrírmelo?
¿Qué? ¿Abrírselo?, pero si la tapa del batido era simplemente un plástico de aluminio del cual sólo tenía que tirar.
— Tengo las manos resbalosas —sin decir nada, pues tampoco sabría cómo responder ya que todo era muy extraño, alargué mi mano para coger el batido, pero antes de que lo alcanzara lo vi caminando rodeando la vitrina y dejándome como un imbécil con la mano extendida. El chico se quedó justo en la parte donde los empleados salíamos y entrábamos para servir los pedidos. Allí pude verlo mucho mejor de cuerpo entero, e incluso me quedé bastante anonadado, pero no era el único, podía reconocer mi propia cara de idiota en él.
Fui hasta el chico y me tendió el batido sin decir nada. Algo nervioso, levanté el borde de aluminio, sintiendo sus ojos clavados en mí, pendiente de cada gesto, movimiento e incluso hasta de mis manos temblorosas, pero por culpa de éste último factor, mis manos fallaron en la fuerza ejercida en abrir ese batido y su contenido acabó en la ropa de mi observador.
— Oh —dijo apenas él.
— ¡Lo siento! —alarmado dejé el batido a un lado e intenté limpiar el batido con mis propias manos, lo cual era... estúpido, pero no podía pensar claramente.
— ¿Qué demonios ha pasado aquí?
Genial, adiós trabajo, hola búsqueda de empleo nuevo.
Mi jefe, que había llegado en el momento más inoportuno, se acercó a nosotros observando la escena con su cara tornándose poco a poco de un color tan rojo como la mermelada de fresa.
— ¡¿Cómo has podido hacerle eso a un cliente?! —intenté no llevar mis manos a los oídos cuando su gruesa voz retumbó en mis oídos— ¡He dicho miles de veces que debéis tener cuidado! ¡Los clientes no se merecen un trato así! ¡Por tu culpa este cliente debe sentirse decepcionado con nuestros servicios! ¡Por tu culpa tendremos que pagar por las molestias! ¡Por tu culpa ya no querrá regresar más a esta heladería! ¡Por tu culpa...!
— Fue mi culpa —mi jefe pareció atragantarse con sus propias palabras y guardó silencio algo sorprendido. Yo, que había estado recibiendo un poco más de lo mismo, me quedé igual de sorprendido que mi jefe, o puede que más. Ambos giramos hasta el chico que seguía con su ropa llena de batido de chocolate, pero no parecía molestarle en absoluto.
— Perdone, ¿cómo ha dicho?
— Que no fue su culpa, fue mía. Yo le pedí a su empleado que me abriera el batido, simplemente se negó a abrirse y al usar la fuerza pues...
— No tiene que ser tan considerado con mi empleado, él asumirá toda la culpa.
— He dicho que no fue su culpa —el chico usó un tono algo molesto porque a mi jefe lo terminó por descolocar, lo que hizo que se rindiera y le pidiera disculpas por poner su palabra en duda, pero no quedó ahí, antes de que mi jefe se fuera, el chico abrió nuevamente la boca—. Su heladería tiene buenos empleados, son rápidos y me gusta que pongan una cantidad más que considerable, además reciben muy bien a sus clientes.
Mi jefe quedó hecho un marco, pero uno de Picasso, donde la similitud entre distancias y tamaños no encajaban con la realidad. Quise reírme, pero tuve que hacerlo interiormente, pues nadie, repito, nadie hasta ahora había conseguido callarlo de esa forma. Era como si en una jugada estratégica, uno de tus oponentes te hubiese derrumbado la jugada en un pestañeo.
— Me... Nos alegra oír eso —fue lo único que dijo dando una reverencia y desapareciendo por la puerta del fondo que conducía a su pequeño despacho.
— Gracias —dije volviendo al chico que había salvado, sin duda, mi empleo.
— ¿Por qué?
— Por evitar que me echaran —rodé mis ojos ante la evidente exageración de jefe que tenía, pero él parecía desconcertado, lo cual no era lógico, ya que yo debía ser quien estuviera así.
— No entiendo. No hice nada, sólo decir la verdad.
— Sí, pero... te has culpado por mí.
— No —dijo con simpleza—. Realmente fue mi culpa.
— Pero yo te manché, que por cierto, pagaré por eso —señalé su ropa hecha un desastre.
— Me manchaste, pero porque yo te pedí que lo abrieras. Si no lo hubiese hecho, ahora mismo no habría pasado esto. Y no tienes que pagarme nada.
— Eso es algo...
— No importa, es mi culpa.
Su culpa.
Un simple desconocido había dado la cara por mí, se había culpado a sí mismo por mí, y aunque suene estúpido y algo infantil, me sentía lleno de gratitud y de miles sensaciones agradables que hacían erizar mi piel.
¿Qué ocurrió después de ese día?
Que ese mismo chico se convirtió en nuestro cliente más habitual hasta ahora, incluso más aún que ese señor robusto que de buen humor amenazaba con comerse todos nuestros helados, TaeHyung y yo siempre lo recibíamos calurosamente e incluso cuando el jefe no estaba le dábamos algún pequeño obsequio, pero para obsequio, el que recibí yo de nuestro cliente estrella. Quien venía a pedir su tarrina gigante con café y tarta, Esa tarrina que ya no contaba con una cuchara sino con dos, la cual iba a parar a mis labios.
JungKook, así se llamaba ese chico misterioso que siempre hacía el mismo pedido y se sentaba en el mismo lugar, lo descubrí el mismo día que me salvó de perder el empleo y desde entonces se abrió una puerta nueva para mí. Una que nunca pensé encontrar su llave y que quedaría para siempre cerrada para mí, pero tan sólo tenía que esperar a que el momento indicado llegara.
Y lo hizo.
JungKook y yo comenzamos a salir después de cuatro meses conociéndonos, más si se podía. Supe muchas cosas de él, como que era dos años menor que yo, que estudiaba música, que su instrumento favorito era la guitarra, que nació en Busan y sobretodo, que adoraba comer.
Amaba todo de JungKook, y él sólo tenía ojos para mí.
— Me has manchado —dijo mirando a sus pantalones donde poco a poco un trozo de helado se derretía.
— Ups —solté algo sarcástico.
— Me quedará mancha... No me mires así, haz algo —hizo un puchero y no pude evitar reír.
— Ya, ya, no lloriquees —saqué un pañuelo de papel y limpié sobre la tela, lo malo, que la mancha estaba en una zona... algo peligrosa, y como no, lo aprovechó.
— ¿No te puedes esperar a llegar a casa? —alcé una ceja y para molestarlo aún más, hice más presión en la zona, lo que hizo que soltara un gemido— ¡No hagas eso!
— No empieces tú y yo no seguiré —mostré mi mejor sonrisa y JungKook aprovechó mi despiste para besar mis labios.
— Mmm, sabes a frambuesa.
— ¿Me dejas probar tu helado? —JungKook alzó su tarrina y puse mis ojos en blancos al no pillar mi indirecta básicamente directa. Bajé su helado y me acerqué para besar los suyos— Mmm, sabes a dulce de leche. Tan, tan, tan empalagoso como tú.
— Por tu culpa —la comisura de mis labios cayeron por un momento, sorprendiéndome y dejándome algo impactado con una frase que tanto dolor me había causado en un pasado, pero eso es lo que era, pasado. Mis labios volvieron a curvarse hacia arriba y ambos nos sonreímos.
— Lo admito, es mi culpa —mordí mi labio inferior acercándome más, dejando una mano sobre su pierna y él acariciando mi mejilla—. Soy el único culpable de que seas tan dulce y me ames tanto como yo te amo a ti.
Ignorando nuestros helados, los cuales se derretían al sol, desaparecimos sumergidos en nuestro propio mundo. Donde tanto él como yo, éramos los únicos culpables de nuestro amor.
Porque sí, sólo con él podía asumir felizmente mi culpabilidad.
FIN.
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Me dieron ganas de helado ._. y no tengo, que vida más sad...
Espero os haya gustado, no es una historia nada del otro mundo ^^' ni tiene lemon ni nada, sólo es algo suave y tierno que se me ocurrió, pero aún así, espero lo hayáis disfrutado.
¡Gracias por leer, un abrazus!
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