41° Cosas nuevas
La inspección puede ser en cualquier momento; lo más probable cuando todos regresemos a las aulas para asegurarse que nadie escape.
Camino apresurada, sin correr, procurando ser disimulada por el pasillo de casilleros. Los nervios y el apuro hacen que éste parezca una larga hilera interminable de cubículos de metal perfectamente apilados como la escamosa piel de una serpiente cuya cabeza debo alcanzar pronto.
Un par de chicos conversan apoyados cerca de las dos puertas de metal que debo abrir. ¡Maldita sea muévanse! No puedo sacar la yerba sin que ellos me vean.
El timbre suena justo en este momento y eso los hace retirarse. Tengo unos cuantos segundos para sacar la marihuana y lanzarla al inodoro.
—Emma, párate junto a tu casillero —la seca voz de uno de los maestros suena detrás mío, justo cuando me agachaba al casillero de Arturo. Al levantarme veo que hay una fila de estudiantes tras él. Los trajeron del patio y uno a uno se van acomodando a todo lo largo del pasillo.
Ya es tarde, demasiado tarde para sacar la evidencia.
Las manos me sudan como nunca y la culpabilidad me carcome al ver a Arturo y Miguel con cara de aburridos esperando que llegue nuestro turno. El avance es lento, dos de los profesores y la regenta vacían completamente cada casillero revisando con minucia cada objeto.
Tengo la imperiosa necesidad de acercarme a mi ex novio y disculparme, y el mal presentimiento que cuando encuentren la yerba daré un paso al frente confesando mi crimen. ¿Por qué tengo que ser una buena persona? Si fuera un poco más como Matías disfrutaría el momento sin remordimientos.
Doy un paso vacilante hacia los chicos sin estar segura de lo que diré; cuando la regenta lanza una exclamación triunfante.
—Ustedes dos no van a pisar este colegio desde mañana —regaña a un par de chicos de tercero, los agarra de la parte trasera del cuello de su camisa y en compañía de un maestro los arrastra hacia las oficinas de la administración.
—Regresen a sus aulas, se salvaron —nos dice el segundo maestro.
—Antes de irse revisen sus casilleros —les advierto en un susurro para que saquen la yerba por si acaso. De esta manera confieso lo que hice y cabe la posibilidad que me delaten. Aunque ¿quién va a creerles? No me acusarán, pero seguramente esta no la van a dejar pasar.
En estas últimas semanas de clases he descubierto algunas cosas sobre mí y sobre el resto: No soy buena patinando sobre hielo y me costó un hematoma en el trasero convencerme; así que soy perseverante, aunque mis amigos insistan en que es terquedad. No obstante, soy increíble jugando al paint ball; casi tanto como Alejandra, a quien su padre le enseñó a disparar rifles de verdad y la hizo participar en ejercicios de supervivencia con militares. Las matemáticas no me van a ser de tanta utilidad como creía y tampoco me gustan tanto como pensaba. Solo se me dan fácil y tiendo a confundir lo fácil con lo que me gusta. Estoy tan impaciente por empezar la universidad que cada vez que paso cerca de una de volteo la cabeza y cuelgo la mirada en la entrada hasta que el transporte en el que voy se aleja lo suficiente para perderla de vista. Sobre los demás me di cuenta que no siempre actúan de la manera que yo tenía prevista. Ni Miguel ni Arturo mencionaron nada sobre la yerba, ni me hicieron nada en absoluto. Nos ignoramos completamente, jugando a que todo nuestro pasado no existió.
Por último, extraño a Matías; lo que es una contradicción pues me estoy acostumbrado a su ausencia, de la misma forma en que me acostumbré a la ausencia de mi abuelo, de mi tío y de mi madre. Eso me aterra, que las personas importantes para mi sean descartables; que yo sea descartable para el resto y mi paso por la tierra sea una huella en la arena.
He pensado en llamarlo, o hacer algo para atraer su atención, como subir las fotos a deviant art que ha borrado. Mas no lo hice. Eliminé mi cuenta por completo y me da miedo volver a mirar la suya. Tal vez ya se consiguió otra modelo, y con el tiempo libre que tiene entre manos seguro ha pintado un montón de obras nuevas. Hasta es probable que tenga otra exhibición a la cual yo no estaré invitada porque no soy más alguien importante en su vida.
Los exámenes finales me mantuvieron un poco distraída. Estudio por costumbre, pese a que ya no le halle el sentido a hacerlo. Me irá bien en la universidad y sacrificar el descanso y mi vida social como hacía en el pasado me parece un completo absurdo ahora.
De todas maneras me fue bien. Si tengo suerte, no lo suficientemente bien para sacar el mejor promedio y dar el discurso. Mi destino respecto a eso lo sabré ahora. El profesor de lenguaje está a punto de anunciarnos quien se graduará con el promedio más alto y será el valedictorian de este año.
—Hasta principios del semestre había un ganador, pero el tercero cambió las cosas —dice actuando miesteriosamente para que nos entusiasmemos. A nadie le importa en realidad, solo Miguel y yo nos comemos las uñas de los nervios; él porque quiere dar el discurso, y yo porque no quiero darlo—. Casi tuvimos un empate, la diferencia se dio por milésimas —sigue, me dan ganas de matarlo—. Uno sacó sesenta y cuatro de promedio y el otro sesenta y cuatro y tres milésimas. Esas milésimas determinaron al mejor promedio de este año y al valedictorian.
—¡Ya dinos de una vez! —le reclamo, es demasiado estrés para el último día de clases. Quiero salir de aquí y no volver a poner nunca más un pie en estas aulas.
—Bien, ya que insistes... Él o la valedictorian de este año es....—hace un sonido de tambores golpeteando el escritorio. ¿Si lo golpeo ahora no pasará nada verdad? Total ya acabaron las clases—. Con un promedio de sesenta y cuatro y tres milésimas: ¡Emma Arce!
¡Maldita sea! Lo único que vale la pena con esto es la estúpida cara de estupefacción en el rostro de Miguel.
El último timbre de salida de mi vida suena y mis compañeros recogen sus cosas con melancolía. No quieren salir del aula, se toman su tiempo conversando y guardando trémulamente el resto de sus pertenecías en pesadas mochilas. Yo decidí dejar mis libros en el casillero y solo llevarme mi estuche.
—Puedes llamarme si necesitas ayuda con el discurso —me dice el profesor.
—¿Puede escribirlo por mí? No tengo idea de qué decir, ni ganas. Debería dejar que Miguel lo dé.
—Tú te lo ganaste, es lo justo. Y me va a encantar ver a su madre furiosa por eso. Doy gracias a Dios que no tiene más hijos, después de la graduación no la veré nunca —me cuenta con sinceridad, él también se da cuenta que ya no necesita comportarse como un ejemplo a seguir frente a mí—. Solo escribe lo que te nazca, se honesta.
—Gracias, intentaré hacerlo sin insultar a todos—le extiendo la mano como despedida y él me responde con un abrazo—. Le confieso que su materia no fue mi favorita, pero usted sí fue mi maestro favorito. Es la única persona sensata en este lugar.
—Gracias, supongo —me agradece y caminamos juntos a la salida.
Ultimo día... doce años de colegio y uno en este lugar. De verdad no voy a extrañar nada de esto.
Hoy paseo con Gabo por el centro comercial. Es la segunda vez que me invita esta semana. La primera vez pensé que nos encontraríamos con Nicole y Alejandra y me llevé una enorme sorpresa cuando entramos al cine solo los dos. No estaba segura de cómo tomar eso, si era una simple salida de amigos o él pretendía algo más. Hoy acepté por mi innata incapacidad para negarme a cualquier cosa que pueda crearme un conflicto sentimental con otra persona, pero si me insinúa algo o me invita de nuevo otro día juro que agarraré valor para cortarle las alas.
Vamos acabando nuestros envases individuales de yogur congelado a tiempo que damos vuelta por las tiendas que me conozco casi de memoria. Podría dibujar un mapa con los ojos cerrados señalando cada tienda de este lugar, aunque jamás he comprado nada en ellas. Solo vengo aquí por el cine, el patio de comidas y en ocasiones el supermercado, es el más grande de la ciudad y me agrada merodear por él, como hacía cuando mamá estaba en el hospital y evitaba ir a la clase de ballet.
—Emma, quiero preguntarte algo —Gabo de pronto se sienta en un banco de madera y queriendo esquivarme raspa los restos de su yogur—. El otro día quería decírtelo y no me animé y no sé cuántas salidas me aceptes hasta que me anime a decírtelo...
Por favor... ¡no lo digas! ¿Por qué las amistades tienen que arruinarse así? No quiero despreciarlo, pero si se me va a declarar tampoco puedo aceptarlo, ni yo llego a ese límite.
—Mira.... —titubea y estoy a punto de interrumpirlo cuando por fin lo suelta—: Quiero que me abras cancha con la Ale.
—¿Que te abra cancha? —¿Eso quería? ¿Que lo ayude con mi amiga? De verdad la gente me sorprende.
—Sí. Es tu amiga y me gusta no sabes desde hace cuánto, pero no creo que le guste, no sé, no soy su tipo y no quiero quedar como un imbécil declarándome y que me diga que no.
—¿Y cómo es su tipo según tú? —Me siento a su lado. No quiero decírselo a la cara, pero me es imposible imaginarlo como un objeto de deseo por parte de Alejandra.
—Como el que no debe ser nombrado.
Es así como ellos llaman a Matías. Piensan que escuchar su nombre me afecta y no es así. Sin embargo, hablar de Matías como si fuera Voldemort me causa gracia, por eso los dejo.
—Soy pésima en esto, en serio, no podría hablarle bien de ti o insinuarle nada sin decirle la verdad. Así que mejor díselo tú. Solo dile lo que sientes y que pase lo que tenga que pasar. Eres mil veces mejor que Matías o cualquiera de su tipo y ella lo sabe. A lo mejor te sorprende.
—O me manda directo a la friendzone.
—Puede ser, pero ya estás ahí ahora. ¿Qué tienes que perder? Si se lo dices y te rechaza por lo menos no vivirás con la espina de jamás habérselo confesado.
—Por eso hablo contigo. Siempre tienes los mejores consejos. —Me abraza, no sé qué tiene la gente con abrazarme últimamente.
Nunca hubiera pensado en mi como alguien que puede dar consejos, o a quien la gente acudiría en busca de uno. Hoy aprendí otra cosa nueva sobre mí y me agrada.
Ya solo falta un cap :D no dejen de votar y opinar. Estoy subiendo un comic basado en un cuento de H G Wells, ojalá lo lean, está muy divertido. Se llama El país de los ciegos
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