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33° La connotación del amor

El fin de semana me saca temprano de la cama. Insisto, no se levanta temprano para hacer las cosas que debe, pero sí para tomar fotografías. Según él iremos a un lugar alejado en trasporte público pues ya no contamos con el auto. Henry le puso un candado al volante, y no contento con eso, le cambió las cerraduras a la casa para que Matías se viera en la obligación de tocar el timbre o pedirle personalmente una copia. Claro que no contó con que yo le daría un set de llaves. Al descubrir que su hijo sigue entrando y saliendo de la casa con libertad, el pobre de Henry quiso morirse. Sabe que fui yo, seguramente cree que Matías me engañó de alguna manera, mas no me ha dicho nada. Ambos nos hacemos a los locos.

Después de dos horas de viaje en minibús nos desdoblamos al bajar en una zona muy apartada de la ciudad "villa no sé cuantos". Juro que este barrio está sobre un cerro y da la impresión de que va a deslizarse en cualquier momento. A nadie parece importarle. Tal vez porque toda esta ciudad está construida en cerros. O estas sobre uno o rodeado por varios, como en el lugar donde vivimos.

El asfalto abandonó las calles como quince minutos atrás y caminamos entre aceras de tierra y avenidas empedradas. Las casas se ven humildes, son de esas de ladrillo visto, no el tipo de ladrillo visto que luce elegante, sino el de una casa sin fachada. Alguna vez me dijeron que muchos dueños no pintan ni estucan sus casas a propósito; que el tener una casa de ladrillo en lugar de adobe demuestra mejor estatus económico. Me parece una idea tonta y horrible, preferiría mil veces una casa de barro y paja pero que luciera agradable a una de ladrillo que parece inacabada.

Nos aproximamos a una puerta de latón negro, está abierta para nosotros y nos adentramos en un patio de cemento. Tenemos que agacharnos para esquivar la ropa tendida a secar en cuerdas de alambre y subimos por unos escalones grises sin baranda, directo al tercer piso.

Otra puerta nos espera abierta. Al entrar se siente olor a humedad. No hay más que una sola ventana al lado izquierdo y el resto de paredes están cubiertas por espejos hasta la mitad, la mayoría rotos o rajados; la mitad inferior de las paredes son de un blanco muy sucio y la humedad ha desprendido la pintura en algunos lugares. Una barra de metal marca esta separación y enseguida me doy cuenta de qué clase de lugar es y qué tipo de fotos vamos a tomar.

—Olvídalo —doy media vuelta y Matías me ataja. Julieta aparece de pronto saliendo de una pequeña puerta situada a la derecha del salón.

—¡Ya llegó nuestra bailarina!—exclama.

—¿Se lo dijiste? —le reclamo a mi novio.

—Sí. Va a ser genial, Julieta diseñó un tutú negro con corsé. Va a fascinarte.

—No voy a posar como una bailarina. Ya te lo dije, odio el ballet.

—No vas a bailar—interviene Julieta—. Solo tienes que posar como si lo hicieras. Haz un cabriolé y una tercera posición o como se llame.

De la mochila donde lleva su cámara y otros implementos para la fotografía, Matías saca mis zapatillas de ballet, esas que mamá me compró.

Estoy acorralada. No me libraré de esto así que rendida les pregunto dónde puedo cambiarme.

El cuarto de atrás parece un lugar improvisado tras bastidores, nada que ver con los teatros pequeños donde alguna vez hice una presentación.

Sobre un catre con un colchón desnudo está el vestido. Es un corsé negro y blanco con cintas entrelazadas en la parte de adelante y un vaporoso tutu de tul. Matías entra a ayudarme a vestirme aunque pone más dedicación en quitarme la ropa.

Me ajusta el corsé, es apreto, pero cómodo. Julieta ya se sabe mis medidas a la perfección. La parte del busto sí es un poco incómoda, tiene push up y hace que mis senos parezcan dos tallas más grandes de lo que son.

—No parezco una bailarina de ballet —digo mirándome al espejo, parezco más bien salida de algún cabaret—. Peso como cinco kilos más que una bailarina de ballet promedio y con esto me veo todavía más... voluptuosa.

—Es la idea. Una mezcla del ballet clásico con el burlesque del siglo diecinueve. Te ves sexy, podría arrancártelo ahora mismo —dice poniendo sus manos en mi cintura, atacando mi cuello empieza a empujarme hacia el colchón.

—No ahora —lo detengo.

—Julieta va a tardar un rato en armar el escenario —intenta convencerme. No lo va conseguir.

—Julieta ya acabó. —Entra a interrumpirnos—. Tú deja de querer romper mis diseños y ve a montar la cámara mientras la maquillo.

Cuando nos deja solas, Julieta me acerca al espejo, me sienta en un banco y comienza a cepillarme el cabello.

—Tu novio tiene algún fetiche con la ropa. Me pidió que en serio le regale un vestido que pueda romper.

—Está loco. —No me sorprende, ya antes Matías me había mencionado algo sobre un "rol play" en el que use algún atuendo sexy y extravagante—. Es como muy apasionado en todo. Parece que llevara cada emoción al límite. Eso me encanta, excepto cuando se enoja. Cuando se enoja lleva a su ira al límite también.

—Bienvenida al mundo de los artistas. Al menos Matías es sensato. Puede ponerse furioso y si le hablas va a darte la contraria hasta la muerte; pero luego lo piensa y si tienes la razón, te la da. Si alguna vez piensas que no te está escuchando, sigue hablándole, le importa mucho lo que piensas.

—¿En serio?

—Enserio. ¿Puedo preguntarte algo personal?

—Depende qué tan personal. —¿Por qué presiento que será algo relacionado con lo sexual?

—¿Lo amas?

Una pregunta sexual, hubiera preferido una pregunta sexual.

—No sé. Mira... —Me doy la vuelta, así es más fácil hablar con ella—. El otro día me dijo que me amaba. Se le salió y no le dio importancia. No sé si lo dijo de verdad; pero me hizo pensar en qué siento yo por él y no estoy segura. Lo quiero muchísimo, solo que no sé si es amor de verdad. No quiero decírselo y luego arrepentirme. Tengo que estar segura ¿qué tal si me lo dice de nuevo y espera una respuesta?

—Le dices la verdad. Si te lo dijo iba en serio, y si no esperó una respuesta es porque no la quiere. Matías es un poco miedoso para estas cosas. Creo que te lo dijo de verdad, pero quiso hacerlo parecer como si no tuviera importancia. Y en cuanto a ti y tu pequeño corazón... yo estoy segura que el amor es como un orgasmo; cuando te llega lo sabes.

—¿Así te sentiste cuando empezaste a amar a Daniela?

—Bueno, no... —suena desanimada, me vuelve a voltear y enchufa un rizador de cabello a un extensor junto a la mesa que nos sirve de tocador.

—¿No la amas?

—No lo creo... mira ella fue mi salvación en un momento en que estuve perdida, pero fue la primera relación amorosa que tuve nunca. A veces pienso que me aferré a ella solo por eso, que estoy más agradecida y siento más admiración que amor. ¿Tu sientes que estas amarrada a Matías? ¿Que te gustaría experimentar más, conocer más personas, besar más labios y hasta sufrir desamores?

—No —puedo decir eso con seguridad, ni se me cruza por la cabeza estar con otra persona que no sea él—. Pero no es lo mismo, apenas estamos un mes juntos, tú y Daniela llevan años. Tal vez yo me sienta de la misma manera de acá un tiempo. —Sinceramente no sé cómo animarla.

—Pero tú apoyas a Matías en todo lo que hace. No te parece estúpido, hasta modelas para él y no te importa que pasemos mucho tiempo juntos. A Daniela sí le molesta. Cree que pierdo el tiempo con mis diseños o mis dibujos y que debería conseguir un segundo empleo para ayudar a pagar las cuentas. Me hace sentir que nunca seré reconocida por lo que hago, que no soy lo suficientemente buena para codearme con diseñadores de verdad y viajar a pasarelas en el exterior. Tampoco le agrada Matías. Ellos simulan que se llevan bien cuando estoy presente, pero sé que se odian; es un odio irracional. ¿Puedes creer que Daniela se pone celosa?

—¿Se pone celosa de Matías? Es como si yo me pusiera celosa de ti. Es decir, son casi como hermanos y se conocen desde hace mucho antes que yo me metiera en sus vidas. Además es como si fueras otro hombre. —¿Debí decir eso? Tal vez estuvo fuera de lugar.

—¡Gracias! ¡Tú sí lo entiendes! Daniela es tan celosa... —De pronto me tironea del cabello más de lo normal y lo cepilla con energía; me da un poco de miedo que acerque el rizador caliente a mi cara—. Y no solo es celosa de Matías. Mira las fotos que te hacemos y me pregunta si creo que eres bonita. ¡Por supuesto que creo que eres bonita! Pero se enoja si se lo digo, es como si quisiera que todos los seres humanos del mundo a excepción de ella empezaran a parecerme grotescos.

—Oye. —Le alejo el rizador que estaba yendo directo hacia mi frente por culpa de uno de sus frenéticos movimientos—. No estés con una persona que no te apoya a alcanzar tus sueños.

Julieta deja el rizador con cuidado sobre la mesa y se arrodilla a mi lado.

—¿Y qué voy a hacer? Mi familia me dio la espalda y vivo con ella. No tengo ni a donde ir —dice con tanta pena que me remueve el corazón. Después de la historia del lobo y el rayo de luna, Julieta me parecía el ejemplo perfecto de que los finales felices existen. Ahora me doy cuenta que existe mucho más después del felices para siempre.

—Tienes amigos y ellos son como una familia que tú misma eliges. Matías y yo podemos hacerte un espacio aunque sea en el sillón y sé que a Henry no va a molestarle.

—Gracias, pero sería un poco extraño. Como una muy mala comedia americana. Necesito un tiempo para pensar y cuando tome una decisión tú y Matías serán los primeros privilegiados en ayudarme.

Por fin termina mi peinado. Me hizo unos perfectos canelones que rebotan sobre mis hombros mientras camino y la mitad derecha está recogida con un tocado de plumas. Me coloco las zapatillas blancas. Están duras, odio las zapatillas nuevas, siempre debes ablandarlas y eso suele ser doloroso. Por suerte no voy a bailar, solo a posar.

—No sé si estoy flexible para hacer todo lo que quieren, no he bailado en dos años—les digo haciendo unos estiramientos y parándome en las puntas de los pies comprobando la maleabilidad de las zapatillas.

—Sigues siendo muy flexible —Matías exagera su voz. ¿Por qué tiene que decir esas cosas frente a Julieta?

—Mejor empecemos de una vez.

Me acomodo en la barra frente a la cámara y voy recordando las posiciones básicas. El suelo de madera cruje bajo mis pies a cada movimiento que hago. No sé cuál es exactamente el concepto que buscan, yo solo me divierto. Por esta vez el ballet es divertido, pues nadie me exige nada. Ni ser la bailarina principal, ni estirar la pierna correctamente, ni compensar cada centavo pagado por la clase.

Matías pone tanta delicadeza y cuidado cuando me ayuda a acomodarme que me hace pensar por qué todavía no le correspondo. Es emocionante, sé que en cualquier momento voy a sentir ese orgasmo en mi corazón del que habla Julieta.

Gracias por esperar al capi nuevo!!! recuerden votar y comentar! un beso grande!!!!

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