31° El primero de los últimos cincuenta días
Solo faltan diez semanas para acabar el colegio. Eso significa cincuenta días más de tener que soportarlos a todos. Definitivamente mi vida empieza cuando suena el timbre de salida. Cuando puedo venir a casa, encontrarme con Matías o salir con mis amigas. Cuando no tengo que aguantar las miradas indiferentes o insultantes de los chicos del colegio. Los reproches de algunos maestros y los ataques infundados de la regenta. No tengo que ver la palabra "perra" en mi casillero ni escuchársela decir a Miguel entre risas cuando pasa cerca de mí. Tampoco tengo que mirar a Laura e Isabel y recordar que por un tiempo las consideré las mejores amigas que había tenido nunca. Y ni hablar de Arturo, aquel chico que en cierto momento me pareció el príncipe encantado de mi propio cuento de hadas, a quien le entregué algo que en cierto momento significó mucho. Qué estúpida era. Con qué velocidad abrí los ojos y me di cuenta que estaba forzándome a vivir una vida preconcebida por quienes creen saber qué necesitas para ser feliz.
Los miro en el patio conversando y riéndole las gracias al otro y me imagino en esa imagen. Definitivamente no encajo, y si en algún momento creí que encajé, era porque no podía ver las cosas desde otra perspectiva. La que tengo ahora, de buscar gente que me haga sentir valiosa; no llenar un hueco en la vida de otros, mendigando atención y cariño que definitivamente no van a darme sin recibir algo a cambio.
Por otro lado me imagino con Matías, con Julieta y con Itu. Personas tan distintas a mí y con quienes jamás me habría imaginado; y sin embargo, igual que con la palabras de diferentes formas y dimensiones que colé para mi poema dadaísta, funciona. Es diferente, caótico y armónico, una fusión de elementos que en situaciones normales no encontrarías juntos.
Nicole, Alejandra y Gabo son más parecidos a mí, es una relación que parecería tener más sentido, lo curioso es cómo comenzaron las cosas. De ser las personas con quienes peor podría llevarme en el mundo por esa nefasta primera impresión, pasaron a ser mis compañeros en esas travesías más tranquilas cuando necesito descansar del espontaneo ritmo de vida al que me arrastra Matías.
Como en los pasados días, junto a mi cama, hay una taza desechable de café. Con uno de los ridículos dibujos de Matías en ella. Esta vez es un unicornio parado en dos patas, lleva en la mano un globo en forma de corazón con una flor en medio. Detrás de él hay un arcoíris y una lluvia de estrellas. En un globo de dialogo, el unicornio dice: Buenos días corazón!
Es tan ridículo y encantador que me saca una sonrisa y me hace olvidar que el café es de ayer y está helado. En pijama bajo a la cocina y vierto el contenido en un taza de cerámica para meterlo al microondas.
Henry entra ya vestido. Tengo serias dudas acerca de que se haya vestido recién o está llegando de la calle. A veces lo contemplo y no puedo dejar de imaginar con qué tipo de mujeres sale. ¿Es una diferente cada noche? ¿Tiene una relación con alguien? ¿Es una mujer más joven o una de su edad? ¿Trabaja con él, es abogada, su secretaria? Es absurdo, pero se trata de una especie de juego mental que tengo: armar en mi cabeza a la mujer perfecta para él, una que además de hermosa sea inteligente y tenga buen sentido del humor. Alguien con quien venga una tarde, nos la presente y nos avise que vendrá a vivir con él; o que ella nos muestre un anillo en su dedo presumiendo que están comprometidos. Es que lo veo tan solo... debe tener una vida social de la cual yo no estoy enterada, pero una vez que Matías y yo nos vayamos de la casa ¿Qué va a pasar con él? Es como revivir las preocupaciones acera de mi madre nuevamente.
A lo mejor, está esperando que Matías y yo nos vayamos para hacer su vida con alguien, tener más privacidad en la casa y de alguna manera empezar de nuevo. Henry es muy atractivo, es como imagino que Matías se verá de aquí a veinte años, mejor arreglado, mejor afeitado y mejor peinado, con un atractivo camino de canas creciendo desde su frente a la coronilla. Además, Henry es muy joven, lo suficiente para iniciar una nueva familia. Si fue a la universidad con mi mamá, debe tener la misma edad que ella tendría, como cuarenta y tres años. Lo que significa que tuvo a Matías a los veintidós... ¡Wow!, solo un año más de los que tiene Matías ahora. Definitivamente me cuesta visualizarlo a él siendo responsable de una familia. Tal vez eso influyó en que su matrimonio fuera en declive y lo llevó a cometer la estupidez de meterse con otra mujer. La madre de Matías debió ser igual de joven, pero eso no es un justificativo para haberlo abandonado de esa manera. Ahora no puedo dejar de imaginar la situación de ver a Henry completamente solo, ocupándose de un niño pequeño, haciendo lo mejor que podía para abrirse espacio en su carrera y sacar a su hijo adelante. Es admirable y triste, sobre todo muy triste; tanto la situación como el que Matías a veces lo no aprecie.
—¿Qué tanto piensas? —De pronto Henry aparece moviendo su mano frente a mi cara.
—Nada ¿por?
—Te saludé como tres veces.
—Lo siento...
—¿Matías volvió a irse temprano o no vino a dormir? —me interroga. Saco mi taza del microondas e intento ocultarme tras ella.
—Ni idea. —Por supuesto que sé cuándo viene y cuando no. Anoche dormimos juntos y se fue de madrugada. Ya ha pasado una semana desde que nos pillaron en la universidad y desde ese día Matías escapa de su padre. Vine a comer y a dormir cuando no está y cuando llega se escapa a casa de Julieta.
—Si lo ves dile que no va a escapar de mí por siempre. Hablé con un amigo y le conseguí un trabajo. En algún momento se le va a acabar el dinero y si no trabaja o se pone a hacer algo útil no voy a darle ni un centavo. Va a empezar desde abajo, para que aprenda que nada en la vida viene regalado —determina. Ha dicho algo parecido ayer y antes de ayer y antes, antes de ayer... y cada vez que lo dice suena menos enfadado.
—Se lo digo... si lo veo. —Termino de un trago lo que queda de mi bebida y me retiro a mi habitación, tengo el tiempo justo para bañarme y bajar de nuevo para que Henry me lleve al colegio.
Cincuenta días. Toda la clase de arte me la pasé escribiendo los números del cincuenta al cero. Tacho el cincuenta que vendría a ser el día de hoy y observo los otros cuarenta y nueve números.
Mis compañeros están terminando el trabajo que debemos presentar hoy. El mío ya está listo en mi block de dibujo para ser entregado. Matías lo terminó ayer en media hora. A ratos creo que hubiera tenido más problemas de los que tuvimos en la universidad si descubrían que es él quien me hace las tareas de arte.
—Vayan pensando en su trabajo final. Tienen cuatro clases así que hagan algo espectacular —nos dice el profesor. La clase ha acabado y dejo sobre su mesa mi cuaderno.
¡Por fin me libré de esto! Al menos de la presión de no ser descubierta por mi fraude. En las próximas clases tendré que hacer mi propio trabajo. Habiendo tantas formas de arte, alguna me tendrá que aceptar como trabajo final.
Guardo en mi bolsillo la hoja con mi cuenta regresiva y me enchufo los auriculares. Pienso pasar el recreo escuchando la lista de reproducción que Matías armó para mí y por fin leeré el libro que me dio sobre el dadaísmo.
No soy fanática de la literatura, ni me gusta leer para pasar el rato, mas son solo cuarenta páginas que me ayudarán a entender de qué diablos habla Matías la mayor parte del tiempo.
"Siete manifiestos Dadá" que curiosamente no están escritos como manifiestos sino que son una sarta de frases sin sentido... genial, un libro dadísta sobre el dadísmo. Como si no fuera lo suficientemente paradójico ya.
Subrayo algunas frases que entiendo y parecen algo que Matías diría en un momento de lucidez. Me gusta sobre todo esta: "Una obra de arte jamás es bella, por decreto, objetivamente, para todos. La crítica es por lo tanto inútil, no existe más que subjetivamente, para cada uno, y sin el menor carácter de generalidad".
Esa debe ser una de las pocas partes de ese libro que tiene sentido. Me recuerda al crítico en la exposición de Matías y al otro pintor que me habló sobre cómo el artista busca satisfacerse mediante su arte. Algo sin duda subjetivo. El resto del libro tiene frases inconexas y todo un capítulo en el que solo se repite la palabra "aúlla". Imagino a Matías leyendo esa parte con una satisfacción casi sexual.
Henry está en casa. Según él no tenía mucho que hacer en la oficina y vino a terminar un trabajo aquí. Yo sé que en realidad está intentando atrapar a Matías.
Me mandó un mensaje al salir del colegio, diciéndome que me cambie el uniforme y espere un siguiente mensaje con el lugar donde vamos a encontrarnos.
Es tan ridículo y al mismo tiempo divertido. No sé cuánto tiempo más Henry y Matías jugarán al gato y al ratón, pero espero que Henry no se dé cuenta que yo formo parte de esta farsa.
Termino de ponerme el pantalón y me llega el mensaje. Es como si Matías hubiese calculado el tiempo exacto que tardo en vestirme o me espiara desde algún lado.
GARAJE
Solo dice eso. ¿Se refiere al garaje de esta casa? ¿Está loco? Henry puede verlo. A hurtadillas salgo de mi habitación y cierro la puerta de la casa con extrema lentitud, esperando que el click metálico de la puerta no pueda ser detectado por los atentos oídos de Henry.
Matías está esperándome en el garaje, pero dentro del auto. ¿Qué hace ahí? Henry le quitó las llaves la semana pasada, se supone que no puede usarlo. Me hace un gesto para que me meta y al sentarme junto a él se me hacen claras sus oscuras intenciones.
Tiene una copia de la llave en su mano y sin decir nada enciende el motor y abre la puerta del garaje. Ni siquiera espera a que se abra por completo y arranca tan rápido que cualquiera pensaría que se está robando el auto. Aunque a decir verdad eso está haciendo.
—¡Henry te va a matar!
—Sí ya sé, esto va a volverlo loco. Te apuesto a que ya bajó y saldrá corriendo hasta la calle.
—Eres malvado. —Abrocho el cinturón de seguridad, esto de la huida suena más peligroso que... bueno más peligroso que cualquier otro momento en que Matías está al volante.
Llegamos a un parque al final de una de las avenidas principales de la zona. Es un paseo agradable, con un par de pubs abiertos alrededor y largas fuentes rectangulares de agua que, como casi todas en esta ciudad, están siempre apagadas. Al fondo hay un tobogán de metal, un sube y baja y unos columpios. Justo detrás hay una calesita que a esta hora está casi vacía.
Me bajo antes del auto y Matías me da alcance, toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos. Veo que disimuladamente desplaza su otra mano tras la espalda, ocultando algo. Siguiendo un sendero color terracota llegamos hasta los columpios. Se lanza contra uno y yo me subo al de a lado con cuidado. ¿Hace cuánto que no me subía a un columpio? ¿Siete años?
Matías se balancea un poco y frena abruptamente con sus talones, levantando tierra y ensuciándose los zapatos y la parte baja de sus jeans. Me acerca el objeto que tenía escondido, es una bolsa de regalo.
—¿Y esto?
—Hoy es veintiuno. Cumplimos un mes—me aclara.
¡Oh demonios... es cierto!, hoy cumplimos un mes. No pensaba que Matías y yo éramos "ese" tipo de parejas; de las que se hacen regalos en su aniversario. Por eso no se me había cruzado por la cabeza el tener esta fecha en mente. Ahora me siento ridícula.
—Yo te voy a dar mi regalo mañana —me excuso. Tengo toda la noche para hacer algo.
—No tienes nada. Te olvidaste. Parece que no soy tan importante para ti como tú lo eres para mí —dice con un rostro tan lastimero que me habría conmovido de no conocerlo.
—¡No me hagas sentir mal! —Le doy un puñete en el hombro y se ríe de esa forma tan picara y malvada que solo a él le sale.
—Como sabía que ibas a olvidarte ya me puse a pensar opciones para que me compenses.
—¿Va a ser algo sexual no es así? —pregunto buscando mi regalo entre papeles de seda arrugados dentro la bolsa.
—¿Por qué todo es sexo para ti? Por tu culpa mi mente se llena de ideas pecaminosas. Ahora tendrás que hacer una cosa que te pida, no importa lo pervertida que sea.
—Lo que quieras—encojo los hombros y le respondo con naturalidad. Su rostro se congela en una irrisoria mueca de estupefacción. Los hombres son tan simples...
Por fin entre tanto papel recupero una caja pequeña de madera. Parece vieja. Una esquina está rota y los diseños dorados despintados. La abro y de inmediato empieza a sonar una aguda melodía y una pequeña bailarina tan desgastada como la caja gira sobre sí misma.
—Gracias —le digo, intentando sonar entusiasmada. No soy fan de las cajitas musicales y esta parece que la hubiera encontrado en el tocador de una anciana.
—El otro día estaba en una venta de garaje y la descubrí en un rincón a precio casi regalado.
—Bueno, entonces ya no me siento tan mal por no haberte comprado nada. —Cierro la caja. Esperaba algo más especial, como el brazalete.
—¿No te gustó verdad?—afirma como si hubiera estado seguro desde un principio que el regalo no iba a ser de mi agrado.
—No es que la odie.
—No es algo que hubiera buscado para regalarte, pero la vi y me hizo pensar en ti.
—¿Por la bailarina? —Creo que no le quedó muy en claro que odio el ballet.
—No exactamente. —Me quita la caja de las manos y la abre— ¿Ves el pie de la bailarina?—Me acerco a mirar, no se nota a primera vista por el pequeño tutú de encaje que lleva, pero está rota—. Parece que se rompió y alguien la pegó de nuevo.
—¿Te recuerda a mí porque es una bailarina rota?—intento pensar a dónde quiere llegar con esto.
—No —niega con seguridad y prosigue—: La vi y me puse a pensar. La bailarina es de porcelana y no de plástico, así que debe ser muy antigua. El tipo de cosas que hace como setenta años las comprabas de un artesano. En ese tiempo objetos como éste no se hacían en masa. Una persona armó la cajita, escogió la melodía y se aseguró que al abrir la tapa la bailarina diera vueltas. Puede que ese artesano haya hecho decenas de cajitas similares, pero todo el tiempo que le dedicó a finalizar los detalles de ésta la hace única. Además no es única solamente por quien la construyó; sino por quien la compró. El hecho de que la hayan arreglado la hace más especial aún. Si se te rompiera una cosa como ésta, directamente la tirarías la basura y conseguirías una nueva, pero en la época en que esta cajita fue fabricada, la gente reparaba las cosas; hoy en día eso es descabellado. Tal vez un hombre buscando el regalo perfecto para su amada revisó entre cientos de cajas musicales una que tuviera su melodía favorita. Se la entregó en navidad, con un sencillo anillo dentro por el que había ahorrado desde hacía mucho, intentando dentro de su humildad estar a la altura para pedirle matrimonio. Al recibirla, su novia aceptó sin tomarse un segundo para decidirlo y la caja le gustó tanto que le daba cuerda una y otra vez y la tenía sonando en su tocador mientras se arreglaba para verlo. Cuando se casaron la puso en un lugar preferencial de su habitación, donde podría verla a diario y refrescar en su memoria ese momento. Tuvieron hijos y ellos crecieron acostumbrados a verla. Al principio la hacían sonar hasta que pasó a ser un objeto tan cotidiano que ya no recordaban que estaba ahí. Hasta que un día, uno de ellos le dio con una pelota, haciéndola caer y rompiendo la bailarina. Triste, pero sin reprocharle nada al niño, la madre pegó la bailarina de nuevo, pues no entraba en su razonamiento el deshacerse de algo especial por un mero accidente. Y así permaneció por años, hasta que sus nietos también se acostumbraron a ver la caja con la bailarina rota en el tocador de su abuela, pensando que hasta era de mal gusto conservar un objeto remendado. Finalmente al morir, la caja de música terminó en un depósito junto con sus otras pertenencias. Años más tarde, haciendo una limpieza en la casa, sus nietos la pusieron a la venta con el resto de cosas de las que querían deshacerse, pensando que con suerte, algún incauto con pésimo gusto pagaría un par de pesos por ella considerándola una ganga. Entonces llegué yo, buscando alguna pieza de arte que pudiera reciclar y la compré para mi novia. Aunque la historia me la haya inventado, esa caja de música fue tan importante para alguien que decidió repararla en lugar de tirarla, y ahora va a volver a ser especial porque te la estoy regalando.
No sé en qué momento empecé a llorar. Solo él podría hacerme querer un estúpido objeto que en cualquier circunstancia ni habría mirado. No me gusta darle un valor sentimental a los objetos porque se rompen o se pierden. Y ahora tengo esta antigua cajita musical que estará siempre en mi habitación, recordándome la historia que se inventó Matías y el significado especial que puede darle hasta la más simple de las cosas.
—Te odio —le reprocho recibiendo la caja de nuevo, tomándola con cariño—. ¿Por qué tienes que convertir cualquier regalo en el más maravilloso del mundo? No te atrevas a darme otra cosa así de hermosa en mi cumpleaños o navidad porque juro que me volveré loca buscándote un regalo que esté a la altura.
—Está bien. Te regalaré calcetines—dice echando su cuerpo para atrás y empezando a columpiarse.
—Siempre y cuando no los hagas tú o les inventes una historia romántica detrás...
—Serán simples y horribles calcetines. —Frena nuevamente de golpe, esta vez levanta tanta tierra que debo cerrar los párpados para proteger mis ojos. Se baja del columpio, guarda la caja de música en la bosa y la coloca cuidadosamente junto al soporte de los columpio. Se pone detrás de mí dispuesto a empujarme.
—¡No lo hagas! —Demasiado tarde, ya está tirando de las cadenas. Me eleva casi hasta la altura de su cabeza y me suelta con brusquedad. El paisaje a mí alrededor se convierte en líneas borrosas que pasan vertiginosamente a mi lado.
Regresa su columpio y se impulsa con fuerza, elevándose más y más alto. Yo me balanceo manteniendo la altura. Empezamos a dar tumbos, el columpio de Matías se sacude, y no sé si esto vaya a aguantar su peso.
—¡Elévate más! —me grita.
Me echo para atrás y estiro las piernas. Debería ser como manejar bicicleta, algo que nunca se te olvida. De repente tengo esa sensación de miedo y seguridad que tenía de pequeña, cuando temía elevarme por dar una vuelta entera con el columpio; pero mi madre me decía desde abajo que podía ir más alto. Mi confianza en ella superaba el miedo. Si me decía que podía elevarme más, lo hacía; porque era así como funcionaban las cosas. Ella determinaba hasta qué punto yo podía conseguir altura y en qué momento debía empezar a descender para reunirme con ella. Sin darme cuenta llego tan alto que el columpio empieza a sacudirse. Ya casi he alcanzado a Matías.
—¡Ahora salta! —grita soltando las cadenas y lo veo volar como a dos metros sobre el suelo. ¡Maldito demente! No puedo frenar. Lo más cerca que puedo llegar al suelo es rozándolo con las puntas de mis pies. Debo bajar para ayudarlo.
Empieza a levantarse. Tal vez nunca estuvo realmente tirado como la perspectiva me hizo creer. Se sacude la tierra de las rodillas y se me queda mirando mientras voy perdiendo altura.
—¡Ya salta de una vez!
—No voy a saltar, me voy a matar.
—No te vas a matar, yo salté de mayor altura que tú. No lo pienses, solo hazlo.
Cierro mis ojos, el aire me golpea de frente, indicándome en qué momento voy hacia adelante y en qué momento hacia atrás. Tal vez me vaya de cara o Matías intente recibirme y nos hagamos daño los dos. Por eso prefiero no ver y solo soltarme de las cadenas, en el más puro y estúpido acto de fe.
Abro los ojos en medio salto, la tierra pasa por debajo. Por un segundo vuelo y mis pies me hacen tropezar al topar el suelo. Matías me detiene antes de que caiga de cara.
—¿Ves que divertido? —me pregunta sosteniéndome en sus brazos.
—¡No puedo creer que lo haya hacho!
—No lo pensaste demasiado. Las cosas más geniales salen cuando no las piensas.
Pone sus manos llenas de tierra detrás de mi cabeza y me besa con vehemencia, haciéndome cosquillan con la punta de su lengua en mis labios. Hasta besarme con él es divertido.
Con nuestras manos nuevamente juntas nos dirigimos a recoger la bolsa con mi regalo. Mi pantalón está tan mugroso como el de él y creo que si sacudo mi cabello crearé una gran nube de tierra. Siento una gota caer sobre mi cabeza y una segunda rueda por mi mejilla. Empieza una llovizna suave, de esas que pueden convertirse en una tormenta o acabar al cabo de un rato. En esta ciudad nunca se sabe.
—¿Y ahora qué hacemos? —le pregunto.
—No tengo nada más planificado ¿por qué no improvisamos? —No me creo que él haya planificado todo esto. A diferencia mía, Matías es una improvisación tras otra.
—Te invito al cine. —Eso es algo que puedo pagar y parece perfecto para celebrar nuestro aniversario.
—Solo si yo invito los besos.
—A veces eres tan Cursi —me burlo.
—Y tú una apática.
—Pero así te gusto.
—Así te amo.
No sé si lo dijo sin pensarlo, pero mi corazón se detiene ante esas palabras que repitió sin ninguna ceremonia mientras caminamos hacia el auto.
Espero que les haya gustado :) he decidido que cada día o cada 3 días compartiré en mis redes los mejores comentarios que me dejen en cualquiera de mis historias. nos saben que no siempre respondo a todos, pero hay algunos que son muy bellos o muy chistosos. Les gusta la idea?
No falta mucho para acabr esta novela, espero que la sigan hasta el final porque bueno, pues no tiene un montón de enredos, pero me gusta mucho.
Les mando un beso enorme!!!
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