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30° El sótano

Matías tiene la sangre fría. Está en la salita que precede a nuestras habitaciones mirando la televisión como si nada. Con una camiseta blanca sin magnas, su pantalón de pijama y va descalzo. Como si fuera un sábado por la mañana.

—¿Ya te llegó el sermón? —me pregunta sin mirarme siquiera.

—Sí y supongo que a ti también y que te llevaste la peor parte.

—Mi viejo me puteó, me dijo lo mismo de siempre, que solo hecho a perder las cosas, que no sirvo para nada y ahora con el añadido de que estoy te echando a perder a ti también—me lo cuenta como si ya estuviera acostumbrado a escuchar lo mismo—. Nicole me llamó también para putearme, luego Alejandra... e imagino que ahora tú tendrás algo más para añadir —Apaga la televisión, llegué justo para el final de su programa.

—¿Qué voy a decirte? Era lógico que nos descubrirían y estuvimos a un pelo estar en peores problemas. —Me aproximo a él y me jala a su regazo, donde me rodea con los brazos y me mece de un lado al otro lentamente—. Perdí la oportunidad de ganarme una beca a la excelencia por tu culpa.

—Oh pobrecita, tendrás que hacer una tesis. Aunque te hubieras graduado como la mejor igual hubieras hecho una tesis.

—Sí, tal vez —admito—¿Y ahora qué?

—Ahora nos cambiamos de ropa y salimos a festejar.

—¿Festejar qué?

—Que nos pudo haber ido peor. —Me empuja hacia el suelo y me da cinco minutos para cambiarme el uniforme, mientras él se mete a su habitación a embadurnarse en desodorante y buscar algo que ponerse en la pila de ropa limpia que Rosa dejó al pie de su cama.

Como está castigado sin poder usar el auto, salimos caminando hacia la avenida y debemos esperar por largo rato algún transporte público. Odio esta parte de la ciudad, nunca hay nada y los pocos buses que pasan están siempre llenos. No le pregunté a donde nos dirigimos con exactitud. Prefiero que me sorprenda.

Llegamos al centro media hora más tarde; ya empieza a anochecer. Hacía calor cuando salí de casa, ahora está empezando a lloviznar y hace un frío maldito que penetra hasta mis huesos. También odio el clima de esta ciudad. Parece tener mente propia, una muy malvada. Siempre que sales de casa hay un sol radiante que te quema; y cuando estás lo suficientemente alejado para regresar por una chaqueta, empieza a llover o hace frío.

—Debiste sacar un abrigo —dice Matías metiendo las manos en los bolsillos del suyo.

—No me digas. Deberías ser un caballero como en las películas y darme tu abrigo.

—No estamos en una película y tú fuiste la que no quiso sacar un abrigo por no cargarlo. Vives aquí ya diez meses, deberías saber que siempre tienes que sacar algo, en especial si vas a regresar de noche.

—Hubiera sacado un abrigo si hubiera tenido la seguridad de que tú lo cargarías por mí.

—Si me dabas tu abrigo lo hubiera tirado. No cargo ni mis cosas, menos voy a cargar las tuyas.

No podría repetir el camino que hicimos mientras hablamos. Solo sé que estamos en algún barrio antiguo estilo colonial, donde la mayoría de las casas tienen un letrero que las nombra patrimonio cultural. El empedrado de la calle es tan desigual que mis pies se hunden en las jutas. Agradezco no usar tacones porque ya me habría partido el tobillo y Matías me habría abandonado ahí antes que cargarme heroicamente hasta casa.

Toca una puerta de madera y le abre un sujeto que debe tener su altura, mas lo dobla en anchura. Se saludan amistosamente y Matías me toma de la mano para arrastrarme hacia adentro. El sujeto lo detiene y me señala con el ceño fruncido.

—Te juro que tiene dieciocho —miente Matías —. Además está conmigo.

El hombre no le cree, igual nos deja pasar. De pronto el aire se hace denso, respiro humo de cigarro e identifico también marihuana. Las luces son tenues y se filtran entre la bruma. Hay mucha gente aquí sentada en mesas circulares dispersas por todo el espacio que precede a un pequeño escenario de madera.

Siento el suelo crujir bajo mis pies y hay zonas donde las suelas de mis zapatos se pegan.

—Bienvenida al sótano—Me dice Matías haciéndose oír por encima de la fuerte música. Es un género que no soy capaz de identificar, ¿es Ska tal vez? O alguna variante del punk. Ni siquiera estoy segura de que sea en inglés.

—¿Esto es un bar o algo así? —le grito al oído.

—Algo así.

Me acerca hacia un bar pequeño construido rústicamente con madera vieja y clavos oxidados del tamaño de mi cabeza. El barman es algo así como dark, tiene los ojos pintados como mapache y mitad del cabello rapado. De pronto alguien se levanta de la barra y viene a recibirnos. En la baja luz y el humo distingo a Julieta.

—¡Qué bueno que la trajiste! Vas a conocer a Daniela —dice, o creo que dice, no estoy ni siquiera segura de lo que acabo de escuchar.

Al extremo de la barra está una mujer. Tiene el cabello corto y viste totalmente de negro, con una polera larga y jeans anchos. Tiene su oreja derecha perforada desde el lóbulo hasta la punta de arriba, luciendo como cinco o seis aros.

—Dani ella es Emma —nos presenta. Daniela me saluda con una inclinación de cabeza y me estrecha la mano, de manera firme y tal vez tomando más tiempo de lo necesario.

Me siento en un taburete alto y veo un menú pegado a la barra, con nombres de tragos que jamás en mi vida he probado ni sabría en qué consisten.

—¿Qué vas a tomar? —me pregunta Matías. El idiota sabe que no tengo idea de nada.

—No sé... ¿un raspador?— leo el nombre de un batido situado tímidamente al final de la hoja.

—Oh no, no quieres eso. —Se ríe y Julieta lo imita. Daniela está concentrada bebiendo una cerveza, no parece hacernos caso.

—¿Qué tiene?

—Es un licuado de peyote.

—¿Y qué es eso?

—Un cactus...—me aclara Julieta—. Te hará tener alucinaciones muy jodidas.

—Luego estarás cazando duendes —añade Matías como si se tratara de una broma privada.

—No me digas, tú te lo bebiste y te pusiste a cazar duendes.

—Los dos. —señala a su amiga—. Y no lo bebimos exactamente. Cuando estábamos en el colegio había rumores de que todavía había peyote en el cactario así que nos fuimos a buscarlo, probamos como tres especies parecidas hasta que dimos con la correcta. Al principio no sentíamos nada hasta que empezamos a ver duendes corriendo y escondiéndose en los arbustos. Nos pusimos a perseguirlos... entre los cactus. Cuando pasó el efecto dolió mucho, gastamos como treinta paquetes de chicle para quitarnos las espinas. No fue nuestro mejor día. —ambos se ríen. Imagino que en ese momento no les causó gracia, pero es una de esas cosas que te hacen reír tiempo después.

—¿Hay algo que no tenga droga o me haga hacer estupideces?

—Pídete un baylis, te va a gustar—me recomienda. Yo le hago caso. Solo espero que si termino ebria o drogada él esté también lo suficientemente embriagado para cargarme a casa.

Con las bebidas frente a nosotros les pregunto si habrá un show o algo similar. Todavía no sé si este es un bar común.

Me explican que es un espacio para el arte alternativo. Ya acostumbrada a la escasa luz percibo los cuadros y poemas en las paredes y algunas esculturas en diversos materiales acomodados entre las mesas.

—Hoy toca action spectacle, traído por Iván —nos informa Julieta. Yo mientras tanto tomo a sorbos pequeños mi bebida. Es deliciosa, sabe a dulce de leche—. Hará una recreación de las antropometías de las mujeres pincel de Yves Klein.

https://youtu.be/h50IzHh4T_g

—Hablando de originalidad—Daniela levanta las cejas, se ve como molesta, o a lo mejor ella es siempre así. Es un poco difícil imaginarla con Julieta, quien es tan abierta y alegre.

—¿Qué eso? —les pregunto.

—¿El action spectacle? es una forma de arte. Lo que Iván hará será pintar un cuadro usando mujeres como pincel —Matías intenta explicarme.

—¿O sea que va a pintar un cuadro?

—No solo va a pintar un cuadro. Lo importante no es lo que hace sino cómo lo hace.

—Entonces es un teatro.

—Tampoco. El teatro tiene un guión, esto es más como una coreografía, pero el arte está en hacer el arte.

—O sea que es un híbrido de teatro y pintura.

—¡No! —Se exaspera como lo hacía antes, al intentar defenderse cuando le decía que lo que pintaba no era arte—. No es un teatro. Hay muchas formas de arte además de las bellas artes. El action spectacle, es action spactacle. Como la pintura es pintura y el teatro es teatro.

Da igual, me sigue pareciendo un híbrido de teatro y pintura.

Al acabar mi primer trago Julieta me arrastra hasta la parte posterior del lugar donde están expuestas sus obras. Son enormes. Unos dibujos hechos con tinta en papel blanco. No puedo distinguirlos con claridad. Si en este lugar quieren apreciar las obras de arte, deberían mejorar la iluminación. Parecen mujeres desnudas en posiciones sugerentes, más que sugerentes, muy explícitas. No son dibujos como los que Matías hace o los que uno suele ver de alguien de alguien que sabe dibujar. Estas más bien son mujeres deformes y antropomorfas, con pechos desiguales y salpicaduras rojas en sus genitales. De lo poco que puedo distinguir son un espanto. Incluso hay una lamiendo un enrome pene surgiendo de unos peludos testículos que se convierten en árboles.

—¿Qué te parece? —me pregunta con una sonrisa—. Estos son solo dibujos a tinta, la próxima semana exhibiré otros trabajos con materiales no convencionales.

Si fuera valiente y sincera le diría que me dan un poco de asco. Pero por supuesto no puedo decírselo.

—Nunca había visto nada igual. —Al menos no estoy mintiendo.

—¿Sí verdad? Representan la cultura falo céntrica en la que las mujeres somos criadas —me explica de regreso a la barra, donde Matías y Daniel siguen bebiendo sin siquiera mirarse el uno al otro.

—Bueno tiene sentido.

—¿Ya salió con lo del falo centrismo? —pregunta Matías con fastidio.

—Tú eres el rey del falo centrismo.

—Tú eres la que habla de penes todo el tiempo. Los mencionas demasiado para no importarte —la provoca.

—Los hombres siempre piensan que las mujeres tenemos celos por su pene o algo así. Es tan freudiano. Eso fomenta estupideces de que las lesbianas solo necesitamos un buen pene al final de un macho verdadero para curarnos—dice mirando directamente a Matías, quien casi se atraganta con su cerveza.

—¡Yo jamás diría algo como eso! —se defiende. Yo recibo del barman mi segundo baylis. Estoy sentada justo en medio de ambos.

—¿Te recuerdo la historia de la lesbiana en Francia?— interviene Daniela, recién le dirige la palabra después de toda una velada ignorándolo.

—¡Eso es verdad! Tuve sexo con una lesbiana en Francia y días después me llamó diciéndome que gracias a mi había redescubierto su heterosexualidad —me cuenta como si fuera algo que yo quisiera oír. De verdad mi novio debería ser más inteligente para saber que no quiero escuchar sobre sus aventuras sexuales.

—Si hubiera sido una lesbiana de verdad no se habría acostado contigo en primer lugar —le refuta Daniela.

—Tal vez mi pene es mágico y convierte a cualquiera. Si tuviera sexo con el hombre más heterosexual del planeta lo volvería gay. Mi pene es maravilloso, diles—me codea.

—¡No voy a hablar sobre lo maravilloso que es tu pene! —¿Cómo rayos empezamos a hablar de eso?

—¿Ven? le parece maravilloso —les hecha encara a las dos chicas.

—No voy a decir nada —esquivaré esta conversación hasta que cambien de tema.

—La dejo sin palabras. —Da un nuevo sorbo. Con suerte la conversación acaba aquí.

—La única utilidad que yo le voy a dar a tu pene es para concebir un hijo—continúa Julieta.

Genial, vanos a seguir hablando del pene de Matías.

—¡¿Estás loca?!

—Vamos, cuando queramos un hijo necesitaremos un donante y tú vas a hacernos ese favor ¿no?

Como si la conversación no pusiera volverse más bizarra...

—Mis genes no son gratuitos. Búsquense un donante en un banco de esperma o cómprenlo en el mercado negro.

—No tenemos dinero para una fecundación artificial, tiene que ser de la forma tradicional, por eso no puede ser con cualquiera. ¿A ti no te molesta no?—me pregunta posando de manera cómplice sus manos en mis hombros.

—Por supuesto que le molesta. No cuenten conmigo—reacciona Matías.

La función inicia justo a tiempo para salvarnos de continuar con el tema. Las luces del escenario se encienden y un grupo de chicos con violines se acomodan a la derecha. Un chico vestido con un jean y una polera blanca extiende una tela del tamaño justo del suelo. Aparecen entonces tres mujeres, delgadas y hermosas, completamente desnudas y eso no parece molestar a nadie. Es como si estuvieran acostumbrados. Las tres cargan un balde enorme de pintura azul. La música del lugar para de golpe y la melodía de los violines la reemplaza. Las mujeres pintan sus propios cuerpos con las manos al son de la música.

Todos miramos con atención. La música retumba por la mala acústica del lugar, aun así el sonido es envolvente y ver a esas chicas cubriéndose en pintura es relajante.

Iván las dirige, les señala por donde ir y una a una se recuestan en el suelo. Ruedan, se deslizan y se jalan de los brazos entre ellas. Curiosamente no se percibe nada de erotismo. Es como alimento para todos los sentidos. Hipnótico y casi espiritual. Las chicas se van retirando y la música va bajando su intensidad, sacándome del sueño. No había tenido una sensación parecida desde la exposición de Matías. Fue simplemente la cosa más hermosa que he visto.

—¿Te gustó? —Matías evita por tercera vez que me vaya de bruces contra el suelo. Ahora en la completa oscuridad de la noche noto menos el empedrado y los tragos que me tomé causan efecto un poco tardío.

—Me encantó. Todo o casi todo. No quise decírselo a Julieta, pero su arte me pareció horrible y no me gustó su novia.

—El arte no tiene que ser bello. Tiene que reflejar los sentimientos del autor. Y esa es la forma que tiene Julieta para expresarse.

—¡A ti tampoco te gusta! —afirmo. Mi tobillo se dobla y antes de caer me doy cuenta que estoy bien sujeta al brazo de mi novio.

—Bueno. No, la verdad me parece horroroso; pero es una percepción personal, la belleza es subjetiva. Igual no se lo digas, es muy sensible con eso. Y con Daniela.

—¡Tampoco te agrada! —exclamo en un grito, al parecer no controlo el volumen de mis comentarios, ni el de mi sinceridad.

—No, nos odiamos mutuamente. Frente a Julieta pretendemos que nos toleramos. Ambos somos importantes para ella. Y es feliz, ¿por qué estropearlo? Sabes, creo que estás muy ebria.

No creo haber caído inconsciente, creo que Matías me arrastró hace un taxi y se las arregló para dejarme en mi cama. Despierto con las luces de la calle colándose por la ventana, envuelta en el abrigo de Matías. Al final sí me lo dio para que no pase frío. Lo cierro bien contra mi cuerpo y regreso a dormir inhalando su aroma.

Espero que les Gustara :) arriba les dejé un video de una de las antropometrías de Yves Klein. Ya saben, voten, comenten, recomiendenme con sus amigos (los de verdad, de la red y los imaginarios, todos valen).

Un beso enormeeee.

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