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11° Hacer amigos

¡¿Demonios qué hora es?! Me siento en la cama como un muerto regresando a la vida desde una mesa de autopsia. Mi habitación está muy iluminada y el sol quema mis retinas. A tientas encuentro mi teléfono y guiñando un ojo logro descifrar el minúsculo reloj en la parte superior de la pantalla. ¿¡Ya es la una de la tarde?! ¡Mierda! Esta mañana estaba tan mal que no me importó el colegio. ¿Tenía examen hoy? ¿Henry ya lo sabe? ¿Qué excusa voy a dar? ¿Qué tal si quiere llevarme al médico, qué voy a decir?

Mal día, pésimo día. ¿Arturo me habrá estado llamando? Esperanzada miro el teléfono, quiero una excusa para no estar completamente enojada con él, ya que lo de la pastilla fue su idea. Mi buzón de mensajes está vació y no tengo ni una llamada perdida. Nada, ni un whatsapp. De verdad espero que Arturo no haya podido llamar, le hayan quitado el teléfono o ya sea por karma o justicia divina tampoco haya ido al colegio y esté internado en el hospital con cálculos renales, intentando orinar una pierda de su riñón, porque solo así tendría un dolor comparable al que yo tenía.

No me llamó, ni me escribió. Falté casi todo el día a clases y no le importó. Si él hubiera faltado lo habría llamado en el primer periodo de clases. O soy muy buena novia o simplemente estúpida.

Unos golpes se escuchan en la puerta y Matías no espera mi respuesta, entra con cautela.

—¿Sigues viva?—pregunta con mitad del cuerpo escondido tras la puerta.

De inmediato oculto mi teléfono debajo de la almohada y espero que no se note que estuve a punto de llorar por una tontería. Tal vez las hormonas de la pastilla siguen en mi sistema. No les fue suficiente con mis ovarios, ahora van por mi cerebro.

—Sí, sigo viva. —Tras mi contestación abre la puerta dándole paso a Rosa, quien entra con una bandeja.

Una de las cosas que más odio es que me traigan la comida a la cama. Odio comer en la cama, es incómodo, caen migas y el cuarto de impregna del olor.

—Rosa no es necesario, yo voy a comer en el comedor.

—No señorita, mejor quédese aquí, el señor me ordenó que le atienda—me responde intentando poner cariño en sus palabras, mas noto que no le sale de forma natural. Con el señor imagino que se refiere a Henry, él ya sabe que falté clases.

No quiero discutir, ni crearle más antipatía a Rosa, así que me acomodo mejor y le ayudo abriendo las patas de la bandeja. Hay un vaso con jugo de naranja, cubiertos y un plato cubriendo otro. Rosa lo destapa y enseguida se escucha una queja de Matías.

—¿Eso es hígado? Qué asco. Rosita no me hagas esto —le dice hecho al sufrido. Rosa cambia su gesto forzado de inmediato y le sonríe cariñosa.

—Ay joven, debería comer, pero si quiere le frío una hamburguesa—le ofrece, parece ansiosa por cumplir su oferta.

—¡Sí! En pan, con queso y tocino.

—Ya, ¿y se lo llevo al cuarto?

—Mejor, ¡gracias Rosita! —Matías la estruja fuerte y le besa la mejilla. Se ve extraño, él tiene que doblarse para alcanzarla ya que es una mujer muy baja.

Rebosante de felicidad la empleada sale de mi habitación, seguro está yendo a cocinar el capricho de Matías. Preferencias odiosas. Él tiene una hamburguesa y yo hígado, con arroz graneado. Puedo apostar a que de paso Rosa le hará unas papas fritas.

Desde que llegó Matías y Rosa volvió de sus vacaciones, que parece una persona nueva. Antes andaba refunfuñando por la casa, ahora le falta tatarear canciones mientras limpia, y eso que el trabajo se ha cuadruplicado; Matías no es capaz ni de guardar su propia ropa. Imagino que debe ser normal. Rosa trabaja en esta casa desde antes que la madre de Matías se fuera, y mientras Henry trabajaba, ella era quien cuidaba del niño de la casa. Ella lo crió y es lo más parecido a una madre que tiene Matías. Ese pensamiento me alegra en cierta forma, al menos él tiene una figura materna a su lado.

—Oye, dame tu número. Nicole estuvo llamando para preguntar como estabas y no sabía tu celular. —Saca su teléfono del bolsillo y parece estar esperando a que se lo dicte.

Lo hago casi por inercia, preguntándome si de verdad Nicole estaba interesada en mí. Increíble, una chica que acabo de conocer se preocupa más por mí que mi propio novio, o mis amigas.

Matías marca mi número y llama, siento a mi almohada vibrar debajo de mí y él cuelga antes de que yo conteste. Sin decirme nada más sale de mi habitación. Contemplo mi aparato unos momentos, viendo la única llamada perdida de la semana. Así de triste es mi vida social. Creo que dejaré la llamada perdida en el registro solo para que mi pantalla no luzca tan patética y vacía. Voy a guardar el número de Matías, por si acaso, y ya sé que ringtone ponerle: Belsen Was a Gas. Porque me recuerda a él. Es como el punk, dice ser música y para mi sigue siendo ruido.

Por fin recibí noticias de Arturo a las siete de la noche. A esa hora recién se acordó de que tiene novia y que hoy no fue al colegio. Me llamó primero y no le quise contestar. Luego mandó un mensaje preguntándome dónde estaba y ahora llama de nuevo. Tiene medio punto por al menos insistir y viendo inevitable la confrontación le contesto.

—Dime —intento sonar lo más cortante posible.

—¿Qué pasó hoy vida? te desapareciste. —Parece que mi tono no fue lo suficientemente hostil. O él se hace al loco, haciendo un comentario por demás estúpido.

—¿Me desaparecí? ¿No se te ocurrió que algo pudo haberme pasado?

—¿Te pasó algo? —Ya, definitivo, mi por ahora novio es imbécil.

—Sí, si me pasó. La pastilla me cayó re mal y sentía que iba a morirme. Al final no pude ni salir de casa. —Obviamente lo último es mentira, pero quiero que sepa lo mal que me sentía —.Y a ti no te importó.

—Sí me importa —alza la voz —.Te estuve llamando.

—Estuve con el teléfono cerca todo el día y no hay ni una llamada perdida.

—No te estoy mintiendo.

—¿Entonces yo soy la que te está mintiendo?

—Mira solo quería saber cómo estabas y me estoy interesando por ti, pero siempre tienes que ser tan agresiva que le quitas las ganas a todos de hablar contigo.

—No soy agresiva.—¡No lo soy! Eso creo...—. Y tengo derecho a estar agresiva, no sabes lo fatal que me sentí hoy. —De solo recordarlo quiero llorar, no de pena, no de dolor, de rabia.

—¿Y eso es mi culpa?—escupe sus palabras, él está siendo hostil e insultante.

—Sí es tu culpa, tú querías hacerlo sin preservativo, total, como yo iba a ser la que se tragara cualquier mierda...

—¡La que quiso tomar la píldora de emergencia fuiste tú! —me interrumpe, casi gritando—, por puro paranoica, si te había bajado recién la regla no iba a pasar nada, biología básica. Eres la mejor alumna del curso, algo tan básico deberías saberlo.

—Si tú no fueras tan imbécil sabrías que siempre es posible un embarazo. ¡Perdón por no querer jodernos la vida a los dos!

—Otras chicas que he tenido se han tomado la píldora esa y no les ha pasado nada —contraataca. No le creo, eso lo dice solo para intentar echarme en cara que ha tenido "otras chicas".

—No a todas les afecta, y me vale mierda otras chicas. ¡Tú debiste llamarme y punto! Increíble que gente que recién conozco se preocupe más por mí que tú.

—¿Qué gente?

—Que te importa chao —le cuelgo, oprimiendo el botón lo más fuerte que puedo, como si eso hiciera una diferencia.

Aprieto el cojín del sillón, desearía ser lo suficientemente fuerte para rasgar la tela. Lo tiró a un lado, no ser capaz de hacerle el más mínimo daño a una almohada me frustra más y al girar me doy cuenta que no estoy sola. Matías está parado, estático en la puerta de su habitación, con su chaqueta negra colgada del hombro, seguramente piensa salir.

¡Maldita sea! ¿Por qué siempre me pasan las peores cosas en presencia de Matías ¿lo habrá escuchado todo? Me da vergüenza que me escuche discutir con mi novio, encima por esos temas. Al menos ya sabe por qué esta mañana me sentía tan mal. ¿Él no se lo contará a Henry no?

—Yo no oí nada —parece que respondió a mi plegaria imaginaria y baja las escaleras a paso apresurado.

***

Recién veo a Henry en el desayuno. Preocupado me preguntó varias veces si no quería ir al médico hoy.

—Salí con amigos a comer antes de ayer y algo me cayó mal. —Invento una excusa. Matías acaba de entrar a la cocina y le escucho mascullar algo como: sí claro...

—Pero si te sientes mal me llamas y te recojo del colegio —me ofrece, muy serio.

Matías actúa como si nada, espero que no haga mención a lo que escuchó ayer ni siquiera cuando estemos a solas. Solo quiero olvidar que pasó y que él actúe como si de verdad no supiera nada.

Para que Henry deje el tema y su hijo no diga nuevamente algo inoportuno, decido cambiar de tema.

—Oye me enteré de algo interesante. Mi novio es primo de una ex novia tuya. —Me da curiosidad qué puede contarme respecto a Sandra y a esa tal Julieta.

—¿Sandra? Sí ya sabía que Arturito era su primo. —Bebe un sorbo de café como si de verdad no le importara.

—¿Ya lo conocías?

—¿A Arturito? Sí. Era un feto exasperante que se venía con los de mi curso, como queriéndose hacer al más grande. Ni su prima lo soportaba. Le inventábamos lugares en los que supuestamente nos íbamos a reunir para que fuera. Luego nos cagábamos de la risa cuando nos enterábamos que había ido en verdad a buscarnos.

—Qué curioso que recuerdes tanto de él, porque él no se acordaba nada de ti.

—Oh voy a llorar.

—Pues sí es interesante—Henry interviene como queriendo evitar una discusión entre su hijo y yo—. Sandra era una buena chica.

—Es una hueca insoportable—Matías lo dice con algo de desprecio. Toma impulso para sentarse en la barra de la cocina y sigue bebiendo su café.

—Pues algo bueno debió tener para que estuvieras con ella dos años. —A ver qué me responde a eso.

—Follaba bien.

—¡Matías! —Henry le llama la atención.

—¿Qué? Como si Emma no supiera de esas cosas—lo dice con un tono que me molesta, como echándome en cara todo lo que sabe sobre mi vida sexual.

—No hables así de una mujer—Henry suena tajante.

—Bueno... la quería, pero con el tiempo me di cuenta que no era lo suficientemente bueno para ella y no estábamos destinados a ser almas gemelas, así que con todo el dolor de mi corazón, le dije que podía buscar algo mejor que yo y la dejé libre —dice con tono empalagoso, sonado creíble— ¿Mejor?—Salta de la barra y sin delicadeza deja la taza en el fregadero.

Está por irse y Henry le grita algo acerca de que no pierda el tiempo en la mañana y vaya a hacer sus trámites para la libreta del servicio militar. Matías le responde que lo hará, con un tono que significa: no me fastidies. Todos esos documentos los piden cuando ya vas a presentar tu tesis, aunque se supone que deberías hacerlo desde el principio. Presiento que Matías no hará nada ¿y para qué va a hacerlo? Apuesto un brazo a que no va a terminar la carrera.

***

Hacerle la ley del hielo a Arturo y a sus amigos (porque cada día me convenzo más de que son amigos suyos y no míos), fue fácil. Él tampoco quería hablarme, ni me dirigía la mirada. Yo aproveché el estar sola para estudiar y hacer la tarea, así que tuve toda una tarde libre sin nada que hacer más que dormir. Gracias a eso esta mañana me desperté con más ganas para ir a la universidad. Me levanté temprano, me vestí con leggins y un sweter largo; incluso me peine... un poco.

Las amigas de Matías ya están en el salón y no sé si saludarlas. Solo si me miran haré un gesto con la mano. Me siento como siempre en la parte más alejada. Ellas están al centro y al medio, cada vez cambian de lugar. Alejandra se voltea y grita en mi dirección.

—¡Emma ven!

¿Me lo dicen a mí? Creo que es más que obvio, hay que ser muy estúpida para no darme cuenta que me llama a mí; aunque quien sabe, con mi patética suerte y mi don especial para tener papelones, a lo mejor hay otra chica llamada Emma sentada justo detrás de mí y al darme por aludida quedaré como una idiota.

—Emma Elizabeth, ven —Nicole suena como una madre que llama a su hija que se portó mal.

Bien, no seas ridícula, te están llamando. Cuelgo de nuevo mi mochila en mi hombro y bajo hasta donde ellas. Las chicas recorren para hacerme un lugar y ni bien mi trasero toca el asiento comienzan a interrogarme sobre cómo me siento o si Matías si quiera fue a ver si estaba bien.

Nicole y Alejandra me hablan como amigas de toda la vida, lo que me intimida. Es que no estoy habituada a... bueno, no estoy habituada a hacer amigos o caerle bien a la gente tan rápido.

Una vez que las convencí de que estoy bien y que Matías sí presentó un mínimo interés en mí, comienzan a hablar de otros temas, como los lápices labiales que pidieron por catálogo el día anterior. Gabo llega casi al mismo tiempo que el docente y agradezco el dejar la "charla de chicas", porque me estaba cansando de asentir como si tuviera idea de lo que hablaban.

Avanzamos como siempre diez minutos de clases, en las que el docente habla y anota cosas en la pizarra, nos lee pasajes del libro que se supone debimos traer para esta clase y de pronto cierra sus anotaciones y nos ordena ponernos en grupos de no más de tres personas para un trabajo.

Genial... ¿y ahora qué hago? Alejandra, Nicole y Gabo ya son tres, imagino que trabajarán juntos ¿dónde se supone que debo acomodar a Matías?, si al menos conociera a otro amigo de él...

—¿No podemos ser un grupo de cuatro? —Gabo le pregunta al docente.

—No, dije de tres—responde sin levantar la vista de su lectura.

—¿Qué hacemos?—Gabo parece tan preocupado como yo.

—No seas malo y andá con los chicos —le pide Alejandra—.Así podemos charlar las tres en clase.

De mala gana Gabo se levanta y va a reunirse con un par de chicos sentados una fila más atrás, parece que los conoce y me quedo un poco tranquila notando que lo reciben sin problema.

Matías tendrá que hacer este trabajo cuando se reúnan fuera del aula, mientras tanto las chicas parecen muy interesadas en mí, y el siguiente periodo de clases transcurre en un interrogatorio que va con preguntas sobre mi relación con Matías, cómo se nos ocurrió semejante plan para que yo vaya a la universidad por él, de dónde soy y por qué vivo con Henry. A todas sus pregunta intento responder con naturalidad, no demostrando lo nerviosa que me ponen. Tan solo media hora después me doy cuenta que Nicole y Alejandra saben más sobre mí que mis amigos del colegio.

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