Sentada en el jardín del salón de fiestas, observo el cielo estrellado, el frío viento acaricia mis brazos desnudos pero en ningún momento pienso en volver dentro. Las noches me encantan, son suaves, pacíficas y cada vez que veo las estrellas y la luna iluminar el cielo quisiera ser parte de ese universo infinito.

Los recuerdos de Fanny caminando en el pasillo de la iglesia hacia Adam me hacen sonreír. La ceremonia fue preciosa, una que otra lágrima se escabulló por mi mejilla y doy gracias a Dios que fue por la felicidad del momento y no por un tipo de arrepentimiento o envidia.

¡Mi mejor amigo está casado! No puedo estar más feliz por él.

Estos últimos meses pude superar toda esta situación de la manera más madura posible. Estoy feliz por haberlo logrado.

Una suave tela es colocada sobre mis hombros cubriéndome del frío que muy pronto había calado en mis huesos, cuando volteo para ver el dueño de aquella prenda, choco con los ojos mieles brillantes de Adam, me da una sonrisa y luego se coloca a mi lado mirando hacia el cielo. Yo no saco mis ojos de su rostro, solo puedo pensar lo afortunada que soy por tenerlo.

—¿Eres feliz?—pregunto.

Adams aleja su mirada del cielo estrellado para observarme con atención, aun sin perder ese brillo en sus ojos, una pequeña sonrisa empieza a aparecer en su rostro, dándole ese toque juvenil característico de él.

—Siempre lo he sido, pero hoy estoy rebosante de felicidad—contesta con alegría, respondo a su sonrisa. Adam se pone serio de un momento a otro y abre sus labios para formular—: ¿Tú eres feliz?

Lo pienso un poco antes de responder. ¿Soy feliz? Soy una mujer sana, tengo un apoyo monumental de mis padres, hago lo que más quiero, tengo una amiga sensacional y un mejor amigo que daría la vida por mí.

¿Soy feliz?

—Lo soy, Adam.

Posa su brazo por encima de mis hombros llevándome hacia su cuerpo.

—Gracias por ser parte de este día tan especial para mí. Sin ti esto no sería lo mismo.

—¿Tan importante soy?—bromeo pero él me mira seriamente.

—Eres una de las personas más importantes de mi vida, Jules. Gracias a ti soy quien soy ahora.

—¡Exagerado!—trato de restarle importancia a sus palabras.

—No lo creo. Te amo, pequeña Jules, muchísimo.

Las lágrimas quieren hacerse paso y poco tiempo después les estoy dejando el camino libre. Me abrazo a mi mejor amigo, con fuerza.

—Yo también te amo, Adam.

—¿Amigos por siempre, no?

—Pase lo que pase.