▪ VEINTISIETE ▪
El resplandor de los focos nos persigue creando estrellas en el techo. El sonido del agua a nuestras espaldas simula una fuente de piedra iluminada en tonos rosáceos mientras se oye el canto de un búho en el centro de un bosque atrapado en el tiempo.
Recito el texto que he repasado durante estos últimos meses cada tarde bajo la supervisión del Señor Barlowe. Keegan, mi compañero de escena, continúa el diálogo vestido de emperador. Una historia de amor imposible entre la hija de la pirata más temida de los siete mares y el ahijado de un rey que pactó un matrimonio concertado para evitar una guerra.
—Debo irme. Mi nave parte al alba—digo con la voz entrecortada.
—Quédate. Somos tú y yo contra el mundo—insiste Keegan alias el duque Daetrys sosteniendo mis manos.
—Mi hermana siempre ha deseado esta vida. Será una buena esposa y madre.... Pero yo no quiero ser solo eso, quiero ver el mundo. Sería como atrapar un gorrión en una jaula.
—¿Atracando barcos? ¿Qué clase de vida es esa? —alza la voz.
—Me prometiste que no te enfadarías.
—Y tú que me amarías.
Las luces se atenúan a medida que una melodía inunda el teatro. Suena "So Close" de Jon Mclaughlin. Comienzo por cantar con las primeras notas de piano, dedicándosela al joven duque.
Keegan recorre con sus dedos mi brazo descubierto hasta abrazarme por la espalda. Trato de proyectar mi voz imaginando cada esquina de la sala que ahora veo a contraluz. A mitad de la canción, otros miembros del club de teatro, entre los que se encuentra Samantha, provocan que nuestros personajes se alejen y que Keegan se marche con ellos fuera de escena.
—Oh how could I fase the faceless days.
Subo una pasarela de tablones de madera hacia lo que recuerda a un barco. La tripulación se inclina ante mi paso y devuelvo la mirada al público
—So close, so close. And still so far—termino de cantar.
El teatro permanece en silencio unos segundos hasta que el público comienza a aplaudir. Cuando se cierran las cortinas, dando por finalizado el tercer acto, mis compañeros lo celebran dando saltos de alegría.
Las cortinas vuelven a abrirse y nos inclinamos ante los asistentes. Ovacionamos al director de la obra, el Señor Barlowe entregándole un ramo de rosas en agradecimiento.
Localizo a mi numerosa familia, incluyendo la política, entre las butacas. Mi madre me apunta con el flash de su cámara dibujando una amplia sonrisa y, a su lado, mi padre llora emocionado.
¡Qué vergüenza!
Yacob sostiene en brazos a Bailey quien parece querer escapar. Alanah, a su lado, aplaude junto a Noah. Recuerdo nuestra última conversación y ese baile en la cocina. Y, al instante, siento una urgente necesidad de apartar la mirada al instante con un nudo en el estómago.
Tras aquello, mi padre nos invitó a cenar a su nuevo piso para celebrar mi "gran estrellato" ... Lo mío son los libros, definitivamente. Cabe destacar que le pareció oportuno presentarme de paso a su nueva "amiga" Renata, profesora adjunta del departamento de Paleontología de su universidad. Que Bailey consiguiese romper su correa con sus colmillos afilados de cachorro y saltar sobre la mesa para hundir el hocico en el asado, fue lo menos incómodo de la noche.
En el dormitorio donde suelo quedarme algunos fines de semana y, que mi padre insiste que decore a mi gusto, me despido por videollamada de mis abuelos maternos prometiendo visitarles en las vacaciones de Pascua.
Me tumbo sobre la cama cuando una notificación interrumpe mis pensamientos. Al observar la pantalla, me sorprende un mensaje de Sept con una foto con Hannan anunciando que vuelven a estar juntos.
Le respondo con emojis de corazón ilimitados sin poder evitar reflejar una sonrisa de oreja a oreja, pidiéndole que me cuente absolutamente todo. ¡Están hechos el uno para el otro! Supongo que este año Joan y yo volveremos a ser las solteras de oro.
Al salir al pasillo, coincido con Noah abriendo la puerta del baño. Un silencio usual entre nosotros, crece a medida que el tiempo parece detenerse. Trago saliva sin ser capaz de pronunciar una sola palabra por temor a empeorarlo. Entonces Alanah aparece para salvar la situación.
—Oye, no podéis dejarme sola con los tres divorciados y la profesora adjunta—se queja.
—Pensaba que el cotilleo era lo tuyo.
—No cuando todos se llevan tan bien...—dice alargando la última palabra—¿Qué ha pasado con el salseo?
—Que han madurado—añado cruzándome de brazos.
—Bueno, siempre me quedaréis vosotros.
Alanah junta los labios burlona. Camina entre nosotros hasta cerrar la puerta del baño. ¡Yo iba primero!
Me separo de Noah hasta que su voz interrumpe mi camino.
—Por cierto, felicidades por la obra. Ha sido agradable.
Al darme la vuelta, veo esa leve sonrisa que provoca que mis piernas amenacen con flaquear.
—Gracias.
—Aunque el final...—dice acercándose—Esperaba que terminaran juntos.
—No me digas que después de todo este tiempo te has vuelto un romántico—me apoyo de lado en la pared.
—Supongo que tú eres la razón.
"Por favor no sigas por ahí" pienso. ¿Por qué siempre tiene que poner "esa mirada"? Una parte de mí echa de menos al Noah que evitaba ciertas situaciones sociales. "Basta, aléjate" suplico en mi mente, pero solo soy capaz de pronunciar su nombre en un pequeño hilo de voz.
—Noah...
—Ya sé que no quieres hablar de ello, pero...
—Juegas con fuego y acabarás quemándote.—le interrumpo—No puedo, ya lo sabes.
—¿Por qué? ¿Qué te lo impide?
Más bien la pregunta sería: ¿qué no lo hace? Acabaríamos antes, eso seguro.
—Lo complicaría absolutamente todo. ¿Qué pasaría si no funcionase?—bajo la voz para evitar que nos oigan nuestros padres—Acabaríamos odiándonos sin poder estar en la misma sala que el otro. Imagina nuestro futuro. Ya hago dos navidades por separado, no pretendo hacer una tercera.
—¿Y si estamos juntos para siempre? ¿Por qué te empeñas en separarnos si ni siquiera lo hemos intentado?
Es él, quien, acortando las distancias, roza mi mejilla con las yemas de sus dedos y, por ende, el que me obliga a alzar la barbilla y mirarlo a los ojos.
—No sabes lo que dices.—niego con la cabeza desechando por completo sus ocurrencias—La vida real no es un cuento de hadas o una fórmula matemática perfecta.
—Yo te quiero y sé que tú sientes algo por mí, ¿qué dificultad puede haber en eso? —se inclina hacia mí lentamente—Nada de lo que digas o hagas podrá cambiar lo que siento por ti.
Nuestras narices se rozan y puedo sentir su respiración caliente y agitada sobre mis labios. No soy capaz de empujarlo ni de razonar, solo puedo oír los latidos de mi corazón acelerarse. Mi cuerpo grita desesperado por descubrir de una vez a qué se debe tanto misterio, a caer sobre él y rendirme, dejando que me apegue contra su pecho dónde solo puedo sentirme protegida. Y, estoy a punto de tirarlo todo por la borda.
—No.
Murmuro abriendo los ojos. Nos apartamos el uno del otro al mismo tiempo que oigo la puerta del baño abrirse.
—No vuelvo a cenar comida picante.—se queja Alanah recogiéndose el pelo lleno de bucles en una coleta—No entréis ahí todavía.
******
A lo largo de la semana, recibo las notas del semestre a través del correo de forma exitosa, a excepción de literatura. Me he centrado tanto en ciencias que la he descuidado un poco. Deberé hincar los codos a la vuelta de vacaciones.
También finalicé y envié todas las solicitudes a las universidades elegidas. Desde la universidad de Boston o Northeasten, que rellené por petición de mi madre, a la universidad de Pennsylvania o la de la Ivy League en Ítaca. La última carta que envié fue a la Universidad de Londres, y en realidad, mi primerísima opción.
Antes de pasar las navidades junto a mi familia paterna, mi madre nos ha reunido a todos los inquilinos de la casa para la foto familiar. Dibujo una sonrisa esperando que el temporizador se detenga de una vez. Sujeto la diadema de cuernos de reno sobre la cabeza de Bailey inútilmente, al final acaba tumbándose en el suelo esperando que alguien le rasque la tripa. ¡Es una consentida! Pero adorable.
Al acabar la sesión fotográfica veo a Noah marchase de la casa sin siquiera despedirse. ¡Allá él! Aunque lo prefiero... Lo de la última vez no volverá a suceder, no pienso volver a perder la cordura. No, señor. Él a sus libros y yo a los míos, ¡eso es!
—La lucha entre el deber y el querer.
La voz de Alanah me provoca un escalofrío, tiene ese don.
—Es apasionante, ¿no crees?—continúa.
—Es un dolor de cabeza. —respondo colocando la mochila de deportes en mi hombro—Volveré en seis días. Porfa, no reorganices mi habitación.
—No puedo prometer nada.—acaba cruzándose de brazos—No puedo creer que no vayas a estar en Navidad, quería ver la cara que ponías al abrir mi regalo.
—Lo veré a la vuelta—la abrazo—Lo de mi habitación va en serio.
—Ya veremos.
No sé ni para qué me molesto.
Mi madre vuelve con el jersey de lana navideño en la mano que ha usado para la foto a juego con el de su marido. Agradezco que no me obligasen a llevar uno.
—Ten cuidado y llámame cuando lleguéis—dice antes de besar mi frente.
—¿Y si Kara abre uno de los regalos antes de que se vaya? —insiste Alanah—Uno no hace daño.
—Depende de ella—dice mi madre dando luz verde a la joven de cabello rizado.
Junta las manos emocionada y se dirige al árbol junto al ventanal del salón, pero para mi asombro, en vez de elegir el de papel rojo de su parte, se decanta por el morado. Al regresar, lo deja en mis manos.
—Cuando quieras.
Algo trama, pero mi padre está a punto de llegar y no me apetece discutir. En la etiqueta, se lee mi nombre escrito a mano. Reconozco la letra de Noah al instante. Caligrafía firme y uniforme, inconfundible.
Mi madre abre la puerta al ver la camioneta de mi padre aparcar. Rasgo el papel hasta descubrir una pequeña caja de madera. Al abrirla encuentro un llavero plateado de la torre Eiffel, aquel que le comenté a Noah que quería antes de marcharme en verano.
—Se ha acordado—murmuro sosteniéndolo.
—Noah tiene buen gusto, ¿a qué sí? —dice Alanah.
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