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▪ VEINTICUATRO ▪

Noviembre de 2015

¿Sabéis aquello de arrancar pétalos de una flor para decidir sobre las cosas importantes de la vida? Escoger un grado universitario, aceptar o no un puesto de trabajo o todo lo atribuible al "corazón". Esa relación sentimental otorgada a lo largo de la historia y que ha sido culpable de rivalidades familiares o triángulos amorosos en infinidad de novelas.

De momento, me quedaré en la primera parte.

Hoy debo decidir sobre mi futuro, al menos tengo que dar el primer paso. Gracias a la insistencia de Sept, la nueva presidente del consejo estudiantil, el instituto ha revisado su presupuesto y ha conseguido traernos a la convención estudiantil en Boston.

Todas las universidades, centros formativos o voluntariados se reúnen en un mismo pabellón para ofertar sus candidaturas a nuevos estudiantes interesados. Ni qué decir tiene que está repleta de ellos, apenas puedo oír mis propios pensamientos del ruido que hay y mis nervios no acompañan.

Tras recibir algunas indicaciones por parte de nuestros profesores, cada uno hemos seguido caminos diferentes. Me separé de mis amigas en cuanto encontraron sus respectivos intereses académicos. Sept fue abducida hacia todas las universidades que ofertasen programación, animación o robótica, aunque tiene clara su preferencia, la Universidad de Berkeley al otro lado del país.

Joan, en cambio, se limitó a sentarse en una esquina junto a su ordenador y sus cascos enfocada en su música. Permanece con su lema de no seguir los pasos de su madre y de su hermana y, en mi opinión, desaprovechar todo su potencial. Aunque la decisión es suya.

En cuanto a Keegan, barajó la posibilidad de algunas escuelas de cocina o la renombrada Cordon bleu en Atlanta, aunque a su madre esté en completo desacuerdo. No ve necesario que su hijo se vaya a estudiar a horas de Boston cuando ella es la propietaria de uno de los mejores restaurantes italianos de la ciudad.

En cuanto a mí, me acerqué al puesto de la Universidad de Boston en cuanto vi aparecer al padre de Noah por sorpresa. Quería asegurarse de que su hijo encontrase la caseta de la MIT. No podía dejar que mi madre se enterase por boca de su marido de que mi última opción es quedarme en Boston. Incluso rellené la solicitud con una amplia sonrisa.

En realidad, la carta de aceptación de Noah llegó la semana pasada. Se graduará en enero con honores al finalizar todos los créditos que le correspondían e incluso algunos extra y, supongo que empezará las clases en primavera. Aun así, su padre insistió reiteradas veces que debe mostrar interés por su programa. Supongo que es por ello por lo que lleva puesta una gorra con el logo de la universidad en la cabeza.

Una vez he perdido de vista a los Ianson, me escabullo para rellenar el formulario de información de la Universidad de Londres. Mi verdadera primera opción, a más de cinco mil kilómetros de distancia. Mis padres aún no lo saben y si no consigo la beca para pagar la residencia, la matrícula y las tasas, probablemente nunca lo sabrán.

—Interesante elección—comenta Keegan a mi lado—¿Tu madre ya lo sabe?

—Ni siquiera me han admitido todavía—respondo entregando el formulario.

—Pero lo harán seguro. Siempre consigues lo que te propones.

—¿Le has dicho a tu madre lo de la escuela de cocina?

—¿Decirle a mi madre italiana que planeo irme de casa? Dejaré que se lo cuenten sus nietos dentro de veinte años.

Su comentario me hace reír. Entre la multitud, volvemos a ver al Señor Ianson estrechando la mano a un hombre de gafas con chaqueta a cuadros de la MIT. Tras él, Noah repite el gesto de su padre.

—Así que Noah se queda en Boston—dice Keegan.

—La carta de aceptación llegó la semana pasada. Fuimos a cenar para celebrarlo. Hubo hasta una piñata.

Recuerdo que el camaleón de Yacob se escapó y casi acaba en el horno de piedra del restaurante.

—Su padre parece más entusiasmado que él, aunque Noah nunca ha sido muy expresivo que digamos. Bueno, excepto cuando está contigo, claro—sube y baja las cejas un par de veces.

—¿Qué pasa? ¿Es que tú también estás en la apuesta?

—No desde que perdí veinte dólares contra tu hermanastra. Me aseguró que acabaríais juntos en el viaje.

—Voy a matarla. —hago una pausa antes de formular una pregunta—¿Crees que hago mal en irme? Si me seleccionan, claro.

—Conociéndote, no. Cuando te marchaste, creo que todos sabíamos que volverías tarde o temprano y eso no es malo—sonríe.

*****

Tras regresar y comer en la cafetería del instituto con mis amigos y, ser consciente de que el próximo año estaremos a kilómetros de distancia, me dirijo al teatro para presenciar las audiciones de la próxima obra de teatro de invierno bajo la supervisión del Señor Barlowe. Cinco minutos sentada en la penúltima fila y había olvidado lo excéntrico que podía llegar a ser.

Acabé apuntándome para las audiciones porque resulta que no sé decir que no, pero tengo un plan. Desafinaré, un par de gallos y mi descoordinación física natural hará el resto. En menos de una hora, estaré libre del afamado club de teatro y tendré tiempo de sobra para dedicarlo a los exámenes, el club de debate y el de atletismo.

En el centro del escenario, Keegan canta "Sing" de Ed Sheeran audicionando para uno de los papeles protagónicos. El señor Barlowe aplaude efusivo al acabar. Su talento es innato. A pesar de no querer dedicarse a este mundo profesionalmente, siempre ha estado muy ligado al teatro. Y, daba igual si había que disfrazarse de duende, científico loco o una marmota, él siempre ha estado al pie del cañón.

—¡Eres perfecto para el papel! Un alma en pena que busca el amor verdadero. Divino—dice el Señor Barlowe.

Puedo ver sus ojos lacrimógenos a través de las gafas redondas.

De reojo, veo a Joan entrar en la sala con un caramelo de palo en la boca. Alzo la mano indicándole mi posición. Acaba sentándose en la fila posterior de butacas detrás de mí. Me doy la vuelta.

—Pensaba que estarías entrenando—murmuro.

—Vas a hacer el ridículo para no entrar en el club de teatro, ¿de verdad pensabas que iba a perdérmelo? Hasta me he traído palomitas y regaliz—dice mostrándome la bolsa que las contiene.

—Es genial saber que tienes el apoyo de tus amigas.—contesto sarcástica—Por cierto, Sept me contó lo de André, ¿estás bien?

Anoche cotilleando lo que es el mundo de las redes sociales, se topó con una foto de André y una misteriosa chica bajo su brazo, los audios a las tres de la mañana fueron la gota que colmó el vaso.

—Estupendamente. Era cuestión de tiempo. Te lo dije, no estábamos atados a nada. Tengo diecisiete años y toda la vida por delante, ¿por qué iba a atarme a un chico? Eso solo pasa en los libros de Sept. No es importante—termina apoyándose sobre su butaca y mirando al escenario.

El señor Tormund vuelve a su mesa a los pies del escenario leyendo la lista de candidatos.

—Samantha Hills—anuncia.

¡Venga ya! El curso pasado casi consigue que clausuran el club, ¿y ahora planea estar en su obra? Me niego a que eso ocurra.

Doña Eje del Mal, camina sobre sus tacones de marca a juego con el uniforme. ¡Ni que viviera en el Upper East Side! Su padre es el "rey del papel higiénico". Heredó la compañía de un familiar lejano y ha sabido perpetuar los beneficios. También es cierto, que su empresa estafó a una conocida cadena de supermercados. Incluso salieron en el telediario. De tal palo, tal astilla.

Al subir al escenario, se aclara la garganta antes de pronunciar:

—Soy Samantha Hills, sin diminutivos. No los aguanto. Aunque supongo que ya me conocéis todos.

Poco ha tardado su ego salga a flote.

—Bien, Samantha Hills, ¿para qué papel y qué tema vas a presentarte?

—Me presento al papel de Eleanor, la estrella de la obra. Me identifico tanto con su personaje, sus inquietudes, sus luchas internas. Es el papel idóneo para mí.

¿Qué se identifica? Pero si básicamente representa todo lo que ella aborrece. La humildad, el sentido común y la empatía.

Hace una reverencia antes de indicar a Keegan que inicie la reproducción de la canción elegida. Comienza a sonar "S&M" de Rihanna.

¿Se da cuenta de que estamos en un instituto? Desliza las manos por su cabello moviendo las caderas de forma sugerente para asombro de todos los presentes. Como "novedad", todos los tíos de la sala la miran idiotizados la escena. ¡No se puede ser más básico!

En un momento dado, se acerca a los otros chicos que audicionan y acaba restregándose contra Keegan. Intenta ignorarla con la cara como un tomate caminando hacia atrás. Hunde sus dedos en su pelo y parece que va a besarlo cuando lo empuja alejándose. ¿Qué pretende simular? ¿El querer y no poder? Si con un chasquido consigue lo que quiere sin apenas parpadear. Da vergüenza ajena.

El público masculino se levanta aplaudiéndola efusivamente y deshaciéndose en halagos al acabar. Los mismos que el resto del año se dedican a criticarla por su comportamiento cruel y despiadado. Cada día pierdo más la fe en la humanidad.

De reojo, veo a Joan acercase a mi oído susurrándome:

—Si digo que eso me ha excitado, ¿me convierte en parte de su escuadrón?

Me froto la sien. Necesito una aspirina.

—Bien. —el señor Tormund se aclara la garganta—Interesante punto de vista del personaje, Señorita Hills. Pero me temo que la canción no es apropiada para la institución, queremos el club prosiga, no que acabe clausurándose.

—Entiendo, pero quería acabar con los tabúes. Al fin y al cabo, ¿Quién no ha tenido sexo a nuestra edad? —sonríe.

—¿Menos del veinticinco por ciento? —murmuro.

—Puede retirarse. —continúa el profesor—Señorita Abbot, es su turno.

Contengo la respiración. Recorro el pasillo hasta subir las escaleras del escenario. Al observar el patio de butacas, Joan alza los pulgares en señal de buena suerte. Me detengo en el centro del mismo cuando Samantha coloca el micro y baja la altura de este.

—Mucha mierda. Recuerda que la altura solo es algo simbólico.

—A ver si de tan alta, te estampas.

—Señorita Hills, ¿podría situarse con el resto de sus compañeros?—interviene mi profesor.

A regañadientes, Samantha se aparta junto al resto de candidatos. ¡No la aguanto! Está demostrado que la mayoría de los acosadores se dedican a amedrentar cuando creen que no sabes como defenderte. Te convierte en una víctima "fácil" a sus ojos. Y, no pienso tolerar que ocurra de nuevo.

Al cabo de unos segundos, suena una versión instrumental de "Crazy" de Gnarls Barkley. Tal como lo veo, tengo dos opciones, desafinar y seguir con el plan o aprovechar y dar un simbólico capirotazo en la nariz a una arpía redomada.

Está claro que nunca mido las consecuencias de mis actos.

Sostengo el micrófono. Cantando, olvido mi verdadero propósito con este número. Me niego que esa arpía forme parte de esto, y lo arruine como si de su patio particular se tratase. Si la obra va de querer y no poder, pienso arrasar.

Termino con la respiración agitada. Apenas conozco cuatro pasos de baile, los suficientes para acompañar la actuación sin parecer una croqueta rodando por el suelo de madera. Devuelvo el micrófono al pie del mismo. En el patio de butacas, Joan alzar las manos gesticulando un "¿qué narices haces?"

Mi profesor sube al escenario con varias carpetas bajo el brazo. Nos reunimos en torno a él, Samantha de brazos cruzados a mi lado.

—Esa energía, ese magnetismo. Es perfecto. El papel es vuestro.—sonríe entregándonos los guiones.

—¡Sí! —exclama Samantha—Espera, ¿vuestro?

Samantha comienza a leer el folio con el personaje seleccionado subrayado.

—Creo que se ha equivocado. Me ha dado el de Lucy, la hermana de Eleanor.

—No es ningún error. Es idóneo para ti, de hecho, os parecéis mucho.—añade el Señor Barlowe recolocando sus gafas—Enhorabuena—dice al pasar por mi lado.

—¡Esto es intolerable, ni siquiera sabes actuar! —exclama enfadada.

—Claro que sí. Te aguanto todos los días, ¿no? —le dedico una mueca sarcástica.

Bajo las escaleras de madera. Joan me espera con mi mochila negando con la cabeza.

—¿Qué estás haciendo?

—Me he cabreado—cojo la mochila.

—Kara, ¿cómo vas a compaginar lo del club de debate y el de atletismo? Pensaba que querías hacer un voluntariado.

—Puedo hacerlo en verano. No te preocupes, lo tengo controlado.

*****

Al llegar a casa, cuelgo el abrigo en el perchero con la música aún sonando a través de los auriculares. Dejo las llaves en el cuenco de barro que hizo Yacob en clase de arte, y no puedo evitar fijarme en el montón de cartas junto a él, la mayoría enviadas a Noah Ianson.

Todas son de universidades reconocidas y prestigiosas en el ámbito académico, Stanford, Columbia....ni siquiera me sorprende que fuera seleccionado en cada una a las que aplicó o, más bien, que su padre le animó a aplicar. En realidad, eran salvavidas, puesto que la MIT en Boston siempre fue la primera de la lista.

La puerta principal se abre dejando que el frío se cuele. Yacob cierra la puerta empujándola y corre apresurado hacia las escaleras sin saludar. Me fijo en sus botas manchadas de barro.

—Hey, ¿todo bien? —le pregunto antes de que suba otro peldaño más.

—Sí, muy bien. Tengo deberes.

Se escabulle a su habitación dejando un rastro de tierra a su paso. Quien mancha algo es responsable de limpiarlo. Pienso hacerme la loca. De todas formas hay algo extraño. Espero que no haya ocurrido algo similar a aquella vez que lo empujaron en el partido de beisbol.

En ese momento, veo a Noah salir de la cocina portando una taza de café.

—¿Has visto a Yacob? Creo que le pasa algo—comento al acercarse.

—No, supongo que tendrá que entregar algún trabajo. Es muy estricto con ello.

—A lo mejor debería hablar con él, por asegurarme.

—¿Esto no será una excusa para no dar clase?

—¿Qué? No, por supuesto que no. Aunque parece que va a llover—digo mirando a través del cristal de la ventana del recibidor.

—¿Acaso tienes miedo a un poco de agua?

Ese tono con sorna acaba por encenderme.

—Coge las llaves, Noey.

Le dedico una sonrisa antes de abrir la puerta en el momento en el que un trueno retumba en el vecindario.

Ya me estoy arrepintiendo.

*****

El tráfico de Boston está en plena hora punta de la tarde. Esperamos en un semáforo a que los transeúntes crucen la calle. Me entretengo revisando la pantalla de mi teléfono hasta seleccionar el calendario. Un horario estricto de cara a los exámenes de diciembre que me ayudaron a elaborar algunos de mis profesores.

—Pensaba que yo era el rígido—la voz de Noah rompe el silencio.

—Bueno, a diferencia de ti, no tengo una mente extraordinaria. Así estudiamos el resto de los mortales—respondo sin alzar la vista de la pantalla.

—Te vi esta mañana en la convención, no sabía que planeabas volver a Londres.

—Es una opción, pero no se lo digas a mis padres.

—¿Siempre es lo que has querido?

—No, pero quiero saber de lo que soy capaz por mí misma. Y si me quedo, no sé si podría.

—¿Qué hay de tu familia?

—No es tan fácil. —alzo la vista al frente—Mi relación con mis padres actualmente es buena, pero no siempre ha sido así. Ya lo sabes. Y a diferencia tuya, nunca tuve ningún plan a largo plazo hasta que ingresaron a Oli. ¿Tú siempre has querido ir a la MIT?

—No tengo uso de razón de haber hecho algo que mis padres no tuviesen planeado. Siempre he sabido cuál era el siguiente objetivo y nunca me he plantado cambiarlo. La MIT era el paso más razonable, al fin y al cabo.

Veo como tensa los brazos hacia el volante.

—No has respondido la pregunta.

—Creo que no sabría responderla de otra forma.

—Me pregunto qué pasaría si probases a seguir lo que la parte irracional de tu cerebro no se atreve a decir. Asumir un reto, algo a lo que no te has enfrentado nunca. Te lo dije el año pasado, si tuviese una mente como la tuya, no podría esperar a descubrir el mundo.

Tras conducir hasta un aparcamiento medio vacío junto a Lederman Park, Noah me cede el volante para comenzar la clase práctica. Comenzamos aparcando en varios espacios vacíos. ¡Odio aparcar en paralelo!. Noah insiste en hacer giros lentos pisando el embrague. Media hora más tarde, Noah sale del coche resguardado por un chubasquero oscuro. Coloca una fila de conos reflectantes.

Aprieto los dedos contra el volante antes de meter la primera marcha. Trago saliva y, a la señal de Noah, al otro extremo de la fila de conos naranjas, piso el pedal del acelerador de a poco. Respiro hondo. Ya he hecho este ejercicio otras veces y, de diez, suelo derribar la mitad.

Esquivo los primeros conos dando vueltas al volante a menos de cinco millas por hora hasta llegar al final. No pierdo de vista los retrovisores, a pesar de que la lluvia dificulte el ejercicio. Levanto el freno de mano mientras los faros iluminan a mi profesor particular al acabar.

Sin darme cuenta, he conseguido esquivar todos y cada uno de los obstáculos sin siquiera rozarlos y todo gracias a él. Bajo la lluvia, alza los brazos victorioso con los pulgares hacia arriba y, eufórica, bajo del coche con el motor aún encendido, dando saltos de alegría. Y, sin poder evitarlo, lo abrazo.

Ni siquiera soy consciente de mi impulsividad. Me dejo llevar ignorando el frío y las gotas de lluvia que calan mi ropa. Me eleva del suelo sin romper el abrazo, dando vueltas sobre sus pies hasta que percibo como su espontaneidad llega asustarlo. Acaba devolviéndome al suelo.

Alzo la barbilla, las gotas de agua se deslizan por sus mejillas hasta rozar la sonrisa dibujada en sus labios. El viento ha hecho que la capucha de su chubasquero caiga sobre sus hombros. Percibo que tiene tanto frío como yo y, sin embargo, no parece inmutarse. Hay algo de fascinante en ver a Noah bajo la lluvia.

—Pensaba que tratabas de evadir cualquier contacto físico—digo a centímetros de él.

—Solo cuando es innecesario.

El sonido de un claxon capta nuestra atención. Un conductor reclama que movamos el coche al impedirle el paso. Nos apresuramos a entrar en el vehículo, esta vez sentándome en el asiento del copiloto. Noah conduce hacia la entrada del aparcamiento echándose a un lado. El todoterreno blanco nos adelanta siendo el primero en cruzar la calle.

—Si vamos por la calle Blossom llegaremos antes—digo revisando el mapa del navegador.

—¿Tan rápido quieres deshacerte de mí?

Al mirarlo, compruebo una mueca burlona en su rostro. Es contagiosa. Noah no suele sonreír más de dos veces al día, pero cuando lo hace, es inevitable caer rendido ante ella. No son labios gruesos ni demasiado finos y tienen una pequeña cicatriz a un lado. Alanah me contó que se la hizo la primera vez que montó en patín y, que desde entonces no volvió a subirse a uno.

Aparto la mirada hacia el exterior de la ventana. Noah conduce un par de metros hasta que el coche se detiene involuntariamente. Noah trata de arrancar el motor reiteradas veces, pero parece tarea imposible. Es entonces, cuando se da cuenta de que el piloto de la gasolina está encendido indicando que está completamente agotada.

—Tiene que ser una broma—refunfuña apoyándose en el reposacabezas.

—Creo que hay una gasolinera al final de la calle. Puedo acercarme un momento, son diez minutos.

Recuerdo cuando de pequeña, venía a ver los partidos de beisbol junto a mi padre y parábamos a merendar en una cafetería por la zona.

—No será necesario. Además, solo hay un paraguas en el maletero.

Asiento antes de que se marche. Durante quince minutos tarareo algunas canciones de la lista de reproducción de las canciones más sonadas esta semana, aplacando así el sonido de la lluvia. Chateo con mi prima Mya acerca de su nuevo trabajo en la tienda de regalos de su universidad cuando la música cesa.

La pantalla del ordenador de a bordo visualiza una llamada entrante del teléfono de Noah, conectado al Bluetooth. Toqueteo sin éxito todos los botones del coche intentando colgar hasta conseguirlo al cuarto toque. Reconecto la radio, pero, sin querer, reproduzco un mensaje de voz del contestador.

—Hola Noey, he leído tu mensaje. —la voz de Yvette suena a través de los altavoces.

Me provoca un escalofrío solo de oírla. Esta vez busco el móvil de Noah bajo el posabrazos. Y, estoy dispuesta a desconectarlo del puerto usb, pero las palabras que dice a continuación me paralizan.

—No puedo creer que Kara te dejase una carta. ¿Quién se cree qué es, tu novia? —continúa riéndose—A la vista está que no tiene muchas luces. Es increíble que siga sin darse cuenta de que llevas utilizándola desde hace un año, cuando es totalmente evidente. No sé cómo puedes seguir aguantando darle clases. En fin, estaba pensando que podríamos ir a tomar un café, llámame cuando termines.

El mensaje se detiene. No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que un par de lágrimas caen en mi mano. La rabia se acumula como un gran tornado en mi interior. Quiero salir corriendo y gritar, no sé si de la impotencia o del dolor que me provoca saber que me ha engañado todo este tiempo. Y, lo peor es que no me había dado cuenta, ¿tan ciega he estado?

Una notificación en mi teléfono me hace reaccionar. Al devolver la vista al frente, puedo ver a Noah regresar corriendo de su viaje a la gasolinera. Cierro la tapa del posabrazos en un acto reflejo. Me observo en el espejo retrovisor pasando las yemas de los dedos por las mejillas eliminando cualquier rastro antes de que llegue al coche.

Abre la puerta del copiloto. El viento eriza mi piel al contacto. Aún tengo la ropa y el pelo mojados haciendo que la sensación se prolongue. De reojo, veo como deja una caja de cartón sobre su asiento.

—Voy a llenar el tanque. Solo les quedaban recipientes de cinco litros. También tenían donuts de chocolate, he pensado que tendrías hambre. ¿Ocurre algo?

Es increíble como he podido creerlo, como aún me cuesta reconocer que esa superficial capa de preocupación es mentira, que solo quería reírse a mi costa. Lo observo fijamente, pienso en mandarle a la mierda, en gritarle y preguntarle cómo ha podido hacerme algo así, pero de mis labios solo sale:

—Tengo que irme—digo quitándome el cinturón—Me ha llamado Mya, quiere que le ayude con unas cajas en la tienda y....

—Puedo llevarte, tardo diez minutos en llenar el depósito.

—No, prefiero ir sola.

Salgo del coche en silencio. Ajusto la capucha de mi abrigo tapando mi cabello andando hacia la salida del aparcamiento. En mi cabeza solo puedo oír la voz de Yvette en bucle, como si mi cerebro insistiese en torturarme. ¿Era parte de un plan para humillarme? Acelero el paso hasta sentir que mis pies apenas tocan el suelo y no tardo mucho en dar esquinazo a ese aparcamiento.

Regreso a casa empapada. Siento los calcetines húmedos por la tormenta, pero soy incapaz de soltar una queja ante ello. Cuando alzo la vista al salón, veo a mi madre y el Señor Ianson reprimir a Yacob. Un cachorro de pelaje marrón claro lame su mejilla en sus brazos y el que avecino es el causante de la riña. Ahora entiendo ese comportamiento tan esquivo y ese bulto bajo su abrigo.

—Yacob, no puede quedarse—le explica el Señor Ianson—No tenemos tiempo para cuidarlo y estaría siempre solo. Un perro necesita atención y cuidados, no es un juguete.

—Pero yo lo cuidaré, le sacaré a pasear y le daré de comer. Lo bañaré y lo querré siempre. —abraza al pequeño animal. Al verme, no tarda en incluirme en sus planes—¿Verdad que tú me ayudarás, Kara?

Antes de poder responder, mi madre se adelanta exclamando un: "¡Madre mía, Kara!", finiquitando la reprimenda.

—Hija, ¿se puede saber de dónde vienes? Vas a coger una pulmonía.

En ese instante, la puerta principal vuelve a abrirse con Noah tras ella. Volverlo a ver solo provoca que mis mejillas ardan de rabia.

—Kara, lo siento. No lo sabía—dice con la respiración agitada.

—No quiero escucharte.

Subo las escaleras corriendo. Necesito un baño caliente escuchando alguna balada de Céline Dion seguido de una película bélica tumbada en la cama. Pero no parece que vaya a ocurrir. Al alcanzar el segundo piso, la voz de Noah me persigue.

—Por favor, déjame explicarte. No es lo que crees.

Termino encarándolo.

—¿De verdad? Porque creo que me has utilizado y te has reído de mí todo este tiempo. Eres un mentiroso y un manipulador. No entiendo cómo he sido tan idiota de no verlo.

—Nada de lo que dice es cierto.

—¿Le contaste o no le contaste a Yvette lo de la carta para burlarte de mí?

—Le hablé sobre la carta. Yvette es una amiga y necesitaba consejo...

—¿Para humillarme? ¿Para qué pudierais reíros a mi costa? Después de todo no tengo muchas luces, ¿no?

—Necesitaba hablar con alguien y Alanah no estaba, yo....

—Déjate de excusas, Noah—levanto la voz—Ni siquiera te importa, todo este tiempo has estado mintiéndome.

—Si no me importases, ¿crees que estaría aquí? Jamás he querido hacerte daño.

—Y, sin embargo, siempre lo haces. Soy yo la que acaba siendo el daño colateral de tus errores y la que sufre las consecuencias.—muevo la cabeza de lado a lado—Eres un cobarde, no sé cómo he podido confiar en ti. No vuelvas a dirigirme la palabra.

—No puedes pedirme eso.

—Pues acabo de hacerlo.

Cierro la puerta del baño echando el cerrojo. Me deslizo hasta sentarme en el suelo de baldosas apoyando la frente en las rodillas. No puedo evitar llorar de nuevo, la garganta me arde y solo espero que él no me esté escuchando.

Me siento tan ilusa por haber confiado en él y llegar a dudar en sí seguía enamorada de un absurdo amor platónico de instituto.

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