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▪ TRES ▪

Octubre de 2014

El viejo profesor de química, el señor Tormund, reparte las notas del último examen. Mis latidos aumentan a medida que se acerca a mi mesa en la antepenúltima fila.

Nunca había asistido a clases avanzadas. En realidad, hasta hace menos de dos años, mi media académica distaba mucho de alcanzar el promedio. Puede que sea verdad que evolucionemos según maduramos, y puede que ese hecho me permitiese centrarme para conseguir el intercambio en Londres.

Debo mantener mis notas por encima del ocho sobre diez si quiero acceder a la universidad. Por lo que suspender este examen sería, en definitiva, una catástrofe.

El profesor deja la hoja del examen sobre mi pupitre. Cierro los ojos antes de ver la nota y respiro hondo abriéndolos lentamente. Leo los números en rojo en la esquina superior derecha: Un tres y medio sobre diez.

—¡Menuda mierda! —alzo la voz inconsciente.

Mi cuerpo se congela ante la estupidez que acaba de salir del agujero que tengo por boca. Me la tapo con ambas manos viendo como el Señor Tormund deja de repartir los exámenes. Se acerca recolocándo sus gafas.

—¿Alguna objeción, Señorita Abbot?

—No. Disculpe, profesor—no me atrevo a levantar la vista del pupitre.

—Si no se ve preparada para afrontar esta asignatura, le aconsejo que pida el traslado en coordinación. —de su portafolios saca una hoja y comienza a escribir en ella—Tengo entendido que el Señor Barlowe necesita voluntarios. Allí encontrará una forma de canalizar su impulsividad.

Me entrega una nota firmada con el título "falta disciplinaria" antes de retomar su camino hacia un par de mesas más adelante. Entrega el examen al hijo del prometido de mi madre, seguido de un "No esperaba menos de usted, señor Ianson". Su compañero de laboratorio y, mejor amigo, lo felicita con una palmadita en el hombro.

Noah mira su examen de refilón sin apenas cambios en su rostro. Supongo que solo es otra matrícula que sumar a su extensa colección.

Al finalizar la clase, bajo las escaleras hacia el teatro. Cabe destacar que el señor Barlowe siempre necesita nuevos "voluntarios". Los pocos alumnos interesados en su clase extracurricular abandonan el club a medida que los ojeadores universitarios se interesan más por los partidos ganados la última temporada que por el número de obras de teatro realizadas. Es la misma historia de siempre, colegios que benefician los deportes a costa de las artes.

Al entrar, avanzo por el pasillo de butacas escuchando al estrambótico profesor quejarse de la falta de gusto artístico de sus alumnos.

—¡Esto es un desastre! Quedan menos de doscientos veintitrés días para su estreno y aún no hay nada. ¡Es una tragedia!

Me dispongo a llamarle, pero Keegan, mi amigo despeinado, me detiene. Sus ojos, redondos y de color café me señalan las butacas vacías al fondo de la sala. Nos conocemos desde octavo. Siempre llega tarde y con el primer botón de la camisa desabotonado. Su madre es la dueña de un conocido restaurante italiano de la ciudad y al igual que ella, él aspira a ser un chef de renombre.

—Interrumpirle en medio de su enfado matutino no es recomendable —susurra.

Tras sentarnos, me pregunta:

— ¿Te han vuelto a castigar?

—Puede. —resoplo sentándome—A veces siento que solo se me da bien meter la pata.

—Piénsalo de este modo. Si el mundo solo tuviese individuos perfectos, no habría historias que contar. Además, creo que meter la pata, es uno de tus muchos encantos.

—Cállate. —me río—Pensaba que lo de teatro era algo temporal.

—Trabajar para mi madre puede ser agobiante. El teatro ha resultado ser muy terapéutico.

—¿No tuvieron que renovar toda la vajilla por ti?

—Buen punto. Puede que sí formemos el dúo perfecto. Y hablando de parejas perfectas, ¿cuándo vas a presentarnos al misterioso prometido de tu madre?

Para variar, Sept y Joan no pueden guardar un secreto. Al menos no han desvelado su identidad.

—No es misterioso. Solo es reservado. Y creo que conocer a una panda de adolescentes hormonados no casa con él—observo mis zapatos.

—¿Sabes que siempre que mientes miras la punta de tus pies?

—¿Es que no tienes otra cosa mejor que hacer?

*****

El sol comienza a ocultarse entre los adosados del vecindario. Nada más llegar a casa, abro la puerta del balcón de mi dormitorio. Quiero aprovechar el buen tiempo a mediados de octubre. Tras ducharme, ponerme el pijama y prepararme una taza de té, me recojo el pelo en un moño dispuesta a estudiar.

Al cabo de una hora, termino con todos los apuntes de ecuaciones por el suelo. ¡Es imposible! De verdad, es que parece un idioma antiguo y sin ser descubierto. Mi móvil comienza a sonar. La foto de mi prima ocupa toda la pantalla. Lo descuelgo devolviendo la vista del cuaderno.

—Dime Mya. Y sé breve, estoy ocupada.

—¿En mirar el techo? Hoy salimos.

—Por raro que te parezca, los demás también tenemos una vida. Además, tengo examen el lunes.

—Pero si es viernes. Venga K, es la primera vez desde lo de Hazel—insiste— Además, ¿no te apetece hacer algo que pueda cabrear a la gran abogada Abbot?

Llevo dos semanas sin apenas dirigirle la palabra a mi madre. Sentarme a cenar con los Ianson es como ver un programa de televisión que bien podría tratar sobre la familia perfecta americana. A lo mejor Mya tiene razón. Puede que hacer algo que escape a su control no sea tan malo. Además, no tiene por qué enterarse.

—Está bien. Quedamos en la esquina, al lado de la floristería.

—A las once. Y no te pongas la blusa rosa, enseña algo de carne—cuelga.

Abro el armario para seleccionar la ropa de salida. Unas horas más tarde cubro varias almohadas bajo las sábanas. Mi otra yo descansa en la cama. Quiero enojar a mi madre, pero no soy tonta, también quiero evitar el castigo.

Al salir del dormitorio, compruebo que el Señor Ianson y mi madre ven la tele en su habitación. La puerta de Noah y Yacob está cerrada, así que asumo que estarán en el quinto sueño, y sé que Alanah está en casa de una amiga. Es el plan perfecto.

Bajo las escaleras con las botas en las manos sin apartar la vista del suelo.

—¡Nos van a dar las uvas a este paso!

La voz de Alanah irrumpe el silencio. Me llevo una mano al pecho, gotas de sudor frío descienden por mi frente. Me mira a través de los barrotes de la escalera. Sino llega a ser por la barandilla ahora mismo estaría rodando por las escaleras.

—¿Es que quieres matarme del susto?

—Lo siento. Pero estabas tardando demasiado.

—¿Tú también vienes?

Me fijo en sus vaqueros de cuero negro y el top blanco con volantes. Para nada se parecen a sus habituales pijamas de flores.

—Pues claro. ¿No es emocionante? Nunca me había escapado a hurtadillas—se muerde el labio sin borrar la sonrisa.

Salimos de casa. Tras encontrarnos con Mya en el sitio acordado, un amigo suyo conduce unos veinte minutos hasta una casa blanca en un barrio residencial.

A través de las ventanas vemos como las luces azules se mezclan con las moradas en un parpadeo psicodélico. Mya nos explica que se trata de una especie de "hermandad". No es oficial, pero es la única que aprueba su universidad a raíz de una huelga de estudiantes. Algunos estudiantes charlan en el porche, otros bailan en el césped al ritmo de la música. El césped está repleto de vasos de cartón. ¡No me extraña que haya calentamiento global!

Alanah y yo salimos del coche. Espero de brazos cruzados a Mya, quien como siempre, se hace de rogar. Desde la acera veo como besa al conductor seguido de un gracias.

—Con que no habías superado lo de Hazel—alzo la ceja.

—Louis es gay. Y por si no te habías dado cuenta, los hombres están descartados para mí—dice echando su melena hacia atrás.

—Eso nunca te ha detenido.

Entramos a la casa haciéndonos pasos entre las decenas de estudiantes borrachos. El olor a alcohol, sudor y algún que otro cigarrillo ilegal nos invade. Si este es el futuro del mañana, ya pueden prepararse.

El dj eleva la música en el estribillo de "Wild Ones" de Sia y Florida. Varios estudiantes mueven las caderas al ritmo en el centro del gran recibidor.

—¡Bienvenidas a la vida universitaria! —exclama Mya.

—¿Es seguro usar el baño? He traído pañuelos, por lo que pueda pasar—dice Alanah.

—Lección número uno. —posa las manos en los hombros de Alanah—Debes aprender a no querer controlar todo. La vida está para vivirla y seguir las normas ya no se lleva. ¡Vamos a por unas bebidas!

Entre la multitud encuentro a Joan y September. Al darse cuenta de nuestra presencia, nos saludan con la mano.

—¿Has invitado a mis amigas? —le pregunto a Mya antes de escabullirse.

—Pues claro, sigo a mucha gente en redes sociales.

—¿Incluido a todos los de mi instituto?

—A la mayoría. Aunque no he encontrado el perfil de Noah. ¿No sabrás cómo se llama? —saca su móvil.

—Ni lo sé ni me importa.

—Aún no lo has superado, ¿a qué no?

—¿Y si vamos a por esas bebidas? Así estarán justificadas las estupideces que salen de tu boca.

Nos colamos entre la gente hasta localizar un barril de cerveza. Todas brindan con vasos de cartón. Yo prefiero la abstinencia.

Un par de horas más tarde, subo las escaleras hacia la segunda planta en busca del baño. Me apoyo en las paredes con cierta dificultad esquivando a varias parejas en medio de intercambios de saliva. Un chico me indica la puerta del servicio al fondo a la derecha.

El sonido de la música se reduce al cerrar la puerta del dormitorio. Echo un vistazo rápido. Si Alanah fuese testigo de este desorden, le daría algo.

Por fin localizo la puerta del baño al fondo de la habitación. Tras tirar de la cisterna y lavarme las manos a conciencia, me echo agua fría en la cara para despejarme. Lo bueno de no maquillarme en exceso es poder evitar un estropicio con la máscara de pestañas.

Al cerrar el grifo, oigo las voces de una pareja al otro lado de la puerta. Me seco las manos con papel higiénico antes de tirarlo a la papelera. No me apetece ser testigo de cómo se desnudan.

Abro la puerta despacio y, a continuación, camino de cuclillas hasta la puerta de vuelta al pasillo. Sin querer piso una especie de pato de goma amarillo. Una luz tenue se enciende a mi izquierda.

—Pero si es la chica del avión—dice una voz familiar.

Al girarme, reconozco al filósofo en la cama junto a una chica. De un movimiento, se aparta de ella sentándose al borde de la cama. De entre toda la población de Boston, tenía que ser él.

—¿Dorian?

—El mismo.

Tiene marcas de pintalabios de la pelirroja desde las comisuras de su boca hasta el cuello. Ni siquiera se molesta en abotonar su camisa.

—¿Vas a querer hacerlo o no? —pregunta la joven aún tumbada.

—Espérame en la ducha, enseguida voy—inclinándose, besa su mano.

¡Será caradura! Yo me largo de aquí. Giro el picaporte de la puerta hacia el pasillo a la vez que oigo a su ligue desaparecer en el baño.

—¿Ni un cómo estás? Compartimos muchas horas en ese avión.

—¿No te han dicho que es de mala educación hacer esperar?—lo miro de nuevo.

—¿Ni a ti entrar en cuartos ajenos?—da un paso al frente.

—La puerta estaba abierta.

—Al final va a ser verdad que el destino quiere unirnos.

—O el karma.

Oímos a la chica solicitar la presencia del filósofo.

—Deberías entrar—miro la bragueta de su pantalón abierta—, ¿no querrás que se te enfríe, no?

Salgo de allí dándole con la puerta en las narices. Supongo que no tardará mucho en unirse a la pelirroja en la ducha. ¡Menudo capullo! Un escalofrío recorre mi espalda solo de pensarlo. ¿Por qué no tendré la misma facilidad para encontrarme a Sam Caflin?

Continúo hasta las escaleras, regresando al desmadre. Observo la fiesta desde la barandilla del segundo piso, y me paro en seco al ver a mi madre y a Simon junto a la puerta principal. ¿Cómo lo ha sabido?

Me escondo tras una columna y desbloqueo el teléfono como si me fuera la vida en ello y le escribo un mensaje a Mya:

KARA _02:30 am

El águila está en la fiesta!! Salid de ahí!!

La música cesa cuando pulso el botón de enviar. Cautelosa detrás de una columna, veo como mi madre le quita el micrófono al dj.

—¿Pero de qué vas tía? —se queja el chico.

Mi madre lo fulmina con la mirada apartándolo automáticamente.

—Policía de Boston.—anuncia mostrando una placa, evidentemente falsa—La fiesta se ha acabado. Todos los menores de veintiuno que estén en esta casa dentro de un minuto pasarán la noche en el calabozo.

La gente comienza a huir desesperada de la casa. En cuestión de segundos, el recibidor se ha vaciado. Mi madre me localiza con cara de pocos amigos al rato. Y, a consecuencia, bajo al segundo piso.

—Tú no eres policía—me quejo parándome frente a ella.

—Al coche, ahora.

No cabe decir que la regañina de mi madre fue terrible. Desde el clásico:"¿te crees que soy tonta?" a "¿en qué estabas pensando?" y finalizando con un "¡no vas a volver a salir hasta que cumplas los treinta!". Simon, en cambio, fue más calmado, hablándonos de la responsabilidad y del peligro de beber descontroladamente.

¡Pero si ni siquiera bebí! Sé que no me darán una medalla por ello, ¿pero acaso no se debería tener en cuenta?

El peor castigo, sin duda, ha sido la resaca a la mañana siguiente, al menos para mis amigas. Alanah se ha pasado la madrugada vomitando. No debí haberla dejado sola con mi prima, pero Mya puede sonar tan convincente que da miedo.

Observo el techo de mi habitación tumbada junto a ella. La cabeza me duele horrores del cansancio. Apenas he pegado ojo.

—No podré volver a salir hasta que cumpla cuarenta—resoplo.

—Solo está enfadada. No puede controlarte siempre.

—No sé en qué momento se me ocurrió que era buena idea.

—Era buena idea. Hasta que nos pillaron—cierra los ojos.

Dan dos toques a la puerta de mi habitación.

Me levanto a duras penas, aún con la ropa de ayer puesta. Al abrirla me topo con mi madre de brazos cruzados.

—Espero que hayas dormido las cinco horas completas porque te espera un día muy largo.—anuncia—En cuanto Alanah termine, vas a ducharte, a desayunar y a llevar a Yacob a su partido de fútbol. Estoy segura de que el traqueteo del metro te despejará la mente.

Se marcha nada más pronunciar esa frase. Ni siquiera me da tiempo a replicar. La puerta de la habitación de Noah se abre, con él en pijama. Me deslizo pegada a la pared hasta quedarme sentada sobre el suelo de mader.

—Alanah sigue dentro y yo soy la siguiente—le indico.

No dice nada. Solo apoya su espalda en la pared contraria.

—¿Cómo lo haces? —continúo—Nunca metes la pata, sacas buenas notas y los profesores te adoran. Antes te admiraba por eso, ahora solo me enoja.

Se cruza de brazos.

—No lo sé. Siempre he sido así.

—Eso solo me cabrea más—digo apoyando la cabeza contra la pared.

—No me pediste nada, a cambio, por cierto.

—¿Disculpa?

—En general, el término trato se refiere a un acuerdo entre dos personas que beneficia a ambas partes por el cumplimiento del mismo.

—¿Quieres que te pida algo a cambio? —digo inclinando la cabeza hacia un lado.

—Sería lo justo.

Lo observo. Noah es conocido, entre otras cosas, por su extraordinaria capacidad intelectual. Se dice que su cociente intelectual ronda los ciento cincuenta y dos. Al menos es lo que dijeron en el periódico escolar. Que fuera el titular de la portada, deja mucho que desear.

En realidad, pudo saltarse la secundaria sin apenas esfuerzo, pero por alguna razón decidió quedarse. Y dudo que su padre tuviese algo que ver. Por lo que he observado, es bastante estricto con él.

—Está bien.—me levanto—Necesito ayuda con las clases avanzadas.

—¿Quieres que sea tu profesor particular? No es buena idea.

—Solo sería hasta los finales de enero. Además, creo que no tienes otra opción.—acorto la distancia entre ambos y acabo extendiendo la mano— ¿Hay trato?

Puede que esto de la convivencia no esté tan mal después de todo.


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