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▪ TREINTA Y UNO ▪

Deslizo la palma de la mano sobre el cristal empañado. Retrocedo un par de pasos dando un sorbo a la taza de té rojo humeante en la cocina.

Noah y Alanah llevan hablando en el patio desde primera hora de la mañana. En cuanto se enteró del regreso del chico prodigio, tardó menos de veinticuatro horas en reorganizar su esquematizado calendario y, aquello implicaba viajar a Boston una semana más tarde.

Ideó un plan perfecto contra su hermano. Una serie de pasos que conseguirían averiguar todo lo que ella quería, con las clásicas preguntas: "¿cómo, cuándo y dónde?" Pero lo más importante, reprenderlo por sus acciones tomadas hace poco más de un año. Mentiría si no dijese que estaba encantada con esa idea.

Sin embargo, muy a mi pesar, creo que sus planes se esfumaron a los cinco minutos de ver a su hermano pequeño. Cuatro palabras ordenadas a conciencia por parte de Noah y ya había conseguido embaucarla para justificar su ausencia y rebajar el tono de voz chillón de la futura abogada. Y lo mismo ocurrió con su padre, Hannan y Yacob, la semana pasada. Es exasperante que siempre consiga lo que quiere.

—¿Por qué les espías?

Yacob se sienta en la encimera de la isla de un salto dejando que su pequeño amigo verde descanse sobre su hombro.

—No les espío, contemplaba el paisaje. —miento—Además, alguien debe proteger que Alanah no caiga en las fauces de ese charlatán. Con tu padre, contigo y con mi madre estaba en la biblioteca y me pilló desprevenida. Pero ahora estoy preparada.

—¿Por qué los mayores sois tan extraños? —me pregunta frunciendo el ceño para luego señalar un plato de galletas—¿Puedo comer una?

—Claro, son de la cafetería. —hago una pausa—Y los mayores no somos extraños solo somos complicados, que es diferente. ¿Ya no estás enfadado con él?

—Un poco. —se encoge de hombros—Pero vio mis partidos en la web del colegio cuando viajaba y me ha regalado un guante de beisbol nuevo, hasta tiene mi nombre. También va a enseñarme a pescar y a navegar en barco este verano.

La alarma de mi teléfono interrumpe el interrogatorio. Dejo la taza en el fregadero y guardo los libros, esparcidos por la encimera, en la mochila.

—Yacob hoy te vienes conmigo a la cafetería así que puedes escoger un libro, un cuaderno de dibujo o lo que quieras. Mi madre pasará a buscarte a las seis. ¡Venga, que llegamos tarde!

—¿Podré comer toda la tarta que quiera? —pregunta poniendo los pies en el suelo.

—Con mesura. Date prisa, ¿vale?

Yacob sale corriendo entusiasmado. El Señor Ianson tiene una reunión con unos inversores en la cual requirió la presencia de su hijo, así que llegarán tarde a casa y mi madre debía trabajar en un caso al otro lado de la ciudad. El vuelo de Alanah sale a las cuatro y media, así que no hay alternativa.

Antes de marcharme me acerco a la ventana dando un par de toques al cristal frío captando la atención de Alanah. Me despido con la mano evitando un cruce de miradas con Noah, a quien he esquivado exitosamente desde que llegó, con la ayuda de Yacob, claro. A cambio de una onza de chocolate puede convertirse en un gran aliado.

*****

Yacob hace los deberes en la mesa del fondo. Keegan se ha pasado para ayudarme a vigilarle mientras atiendo los pedidos y estudio para el examen del lunes con Cassia al otro lado del establecimiento. Siento que no debería estar haciendo tantas cosas a la vez.

Sirvo un plato de tortitas con nata y sirope de chocolate recién hechas tratando de no tirar la bandeja como la semana pasada. El timbre de la campana oxidada anuncia la entrada de una nueva clienta. Al alzar el cuello, pongo los ojos en blanco al ver a Alanah entrar apurada.

—No me digas que estás enfadada—suelta nada más verme.

—Éramos un equipo—respondo alejándome de los comensales—, dime ¿con qué te ha comprado?

Me posiciono tras la barra cargando la máquina de café. Alanah se sienta en una de las banquetas y deja su bolso marrón en otra.

—Solo hemos hablado. Que, por cierto, estaría bien que también lo hicieras.

—¿Y eso lo dice la hermana de Noah o mi amiga?

—Escúchale y luego ya decides si quieres odiarlo hasta la eternidad. Aunque necesitarás mucho yoga para eso.

—¿Cómo es posible que lo hayas olvidado? ¿Es que aún no recuerdas lo mal que lo pasasteis? Se marchó dejando un mensaje en el contestador y luego una llamada puntual al mes para comunicar que seguía con vida. Eso no está bien.

—Claro que no. Pero no por ello le evito a toda costa. —apoya los codos en la barra—No sé, a lo mejor te preocupa algo más.

—No me interesa nada de lo que tenga que decirme, ya lo sabes. Estoy en otra etapa de mi vida, y Noah Ianson no entra en mis planes.

Relleno un vaso de cartón de tamaño regular con café y leche a partes iguales y espolvoreo canela por encima antes de dejarlo frente a Alanah con dos sobres de azúcar.

—Invita la casa—le dedico media sonrisa.

—Eres igual de tozuda que él. Pero gracias—se coloca el bolso en el hombro—Me voy o perderé el vuelo. Llámame, ¿vale? —advierte despidiéndose con un beso al aire.

Yacob abraza a su hermana como despedida antes de que regrese a Washington. Le promete portarse medianamente bien y puedo oírla susurrar un: "si pasa algo entre Kara y Noah, cuéntamelo". ¡Esta mujer no tiene remedio! Keegan sigue a Yacob y espera pacientemente hasta que regresa a la mesa para terminar los deberes.

—Pensaba que estarías en Washington. Aunque olvidé el factor hermano por sorpresa.

—Tenía que verlo con mis propios ojos. ¿Qué tal la escuela de cocina? Dime que ya has aprendido a hacer una crème brûlée. Me gustaría probarla cuando vuelva y, podríamos tomarnos un café, si te apetece, claro.

—Estaré esperando impaciente...—dice nervioso—para el café me refiero.

Alanah se ríe. Keegan la observa salir del establecimiento y, justo cuando llega a abrir la puerta acristalada, se gira una última vez para regalarle una sonrisa correspondida. Aquí me he perdido algo, es evidente.

—Interesante, relativamente interesante—aporta Cassia captando nuestra atención.

Juega con el subrayador verde que acaba posando en su mentón.

—¿El qué?

—A ti te gusta.... Alanah se llamaba, ¿verdad? —señala a Keegan—Y a ti, es evidente que su hermano, el del viaje, claro. Pero por alguna extraña razón os empeñáis en reprimirlo.

—Yo no reprimo nada. —asegura Keegan—Solo es una amiga, ¿por qué siempre se ha de asumir que un chico y una chica, solo por ser del sexo opuesto, deben ser algo más?

—Porque yo no miro de esa forma a mis amigos—declara triunfante.

—Alanah tiene pareja desde hace meses, así que tu teoría falla.

—¿De verdad, quien? —me acerco a él sorprendida por la noticia.

—Prometí no decirlo.

Esa respuesta no me complace, por lo que procedo a pellizcarle el brazo sin piedad.

—Keegan, suéltalo.

—Vale, vale. Es Charles.

—¿Qué? ¿Cómo ha vuelto con ese tío? —me cruzo de brazos indignada—Pensaba que había algo entre vosotros.

—Pues no. Ahora estudia en Washington. Se presentó por sorpresa en octubre declarando que "podía estudiar en cualquier parte del mundo, pero solo quería estar en la que estuviera ella". No se puede competir con algo así, ¿no?

Bufa, y antes de poder consolarlo, vuelve junto a Yacob.

—Menos mal que no me decanté por psicología—comenta Cassia.

*****

Los pies me están matando. Al salir del metro pisé un charco sin darme cuenta y, a consecuencia, apenas siento los dedos del frío.

Nada más entrar en casa, saludo con un "hola" en voz alta. Puedo oler la sopa de pollo y verduras de mi madre desde la cocina. Es justo lo que necesito, además de una sesión peli-manta. Dejo las llaves en el cuenco de la cómoda junto a las escaleras y, a su lado, una carta a mi nombre en letras cursivas doradas. Al abrirla, encuentro la invitación al estreno del musical del Señor Barlowe en Nueva York. ¡Son entradas vip! Nunca he tenido la oportunidad de ir a un estreno, y más en esas condiciones. Será increíble, eso seguro.

Me siento en el borde las escaleras quitándome las deportivas. Bailey tarda un par de segundos en lanzarse sobre mí reclamando mimos. Cuando no destroza mi habitación, la adoro. Subo a mi habitación sin apartar la vista del tríptico de la obra que venía dentro del sobre.

Al llegar a mi dormitorio, dejo la mochila en la silla del escritorio y enciendo la lámpara buscando la agenda para señalar el día. ¡Queda menos de un mes! Me dispongo a hacer la llamada rutinaria a mi padre cuando un par de toques en la puerta me interrumpen.

—Hola—saludan a mis espaldas.

Al darme la vuelta, Noah apoya su hombro en el marco de la puerta. Lo miro un par de segundos tratando de contener la calma. Lo tenía todo muy bien atado para no coincidir con él. No sé en qué he podido fallar, la verdad.

—Deberías estar con tu padre hasta las siete.

—La reunión acabó antes de lo previsto y, a decir verdad, no estaba muy interesado en ello. Así que opté por eludir la cena. Alanah siempre fue mejor en los negocios.

—Pues Alanah no está aquí, así que...

Le doy la espalda caminando hacia el espejo de pie junto a la ventana.

Mis pulsaciones han aumentado ligeramente, llevaba tiempo sin estar en la misma sala que él. Mi cerebro me ordena calma y no ser delatada ante mis impulsos que derivan de gritarle a acortar las distancias y ... ni siquiera puedo pensarlo.

—Kara, ¿podemos hablar?

Observo su silueta en el espejo. Da un par de pasos entrando en la habitación.

—Estoy ocupada, Noah.

"Vete, por favor" suplico mentalmente. Pero no lo manifiesto. Me pregunto si piensa afeitarse esa incipiente barba de un momento a otro, aunque en parte no quisiera, sus ojos parecen haberse profundizado a consecuencia. Él ha cambiado, es evidente. Incluso diría que ahora es más ancho de espalda y que quizás si decide ingresar en la universidad, tenga posibilidades en algún equipo deportivo.

—Dicen que medicina es de las carreras más difíciles, tu madre me contó que te va bien.

—Sí, pero una vez más, no es asunto tuyo.

Lo oigo aclarar la garganta. Me quito la chaqueta de punto tirándola sobre la cama y desabotono el cuello de la camisa blanca. Necesito una ducha relajante mientras suena Taylor Swift de fondo.

—Solo quería disculparme.

—¿Por qué exactamente, Noah? —pregunto encarándolo por primera vez desde que volvió—Todos parecen caer rendidos allá por dónde pisas, pero conmigo no funcionará. Solo eres el mismo chico de dieciocho años que abandonó a su familia hace un año.

—Necesitaba irme. Tomar las riendas de mi vida por una vez y descubrir quién era más allá de todo esto.

—¿Y para ello no podías llamar más de una vez al mes o al menos regresar en el cumpleaños de Yacob? Te estuvo esperando en la entrada todo el día y, ¿dónde estabas, Noah? —acabo cruzándome de brazos.

—En lo alto de una montaña en Tailandia. A horas del pueblo más cercano. No pude regresar a tiempo.

—Tienes una excusa para todo.

—Es la verdad. ¿Por qué iba a mentir?

—Por la misma razón por la que te fuiste, para no afrontar tus responsabilidades.

—No finjas que no habrías hecho lo mismo si hubieses podido.

¡Esto es el colmo!

—¿Fingir? —elevo el tono malhumorada—Yo no abandono a mi familia.

—Te fuiste a Londres en cuanto tuviste la oportunidad.

—Es totalmente diferente.

—¿En qué? ¿Acaso no querías huir, respirar lejos de casa?

Aquello termina por encenderme.

—No te atrevas a compararte conmigo, Noah. Acababa de perder a mi hermano, mi padre era un alcohólico y mi madre estaba más preocupada por su trabajo que por acordarse de que todavía tenía una hija. —hago una pausa—No sabes nada de mí, solo eres un niño mimado al que le han dado todo en la vida y se niega a vivir en el mundo real.

Mi pecho sube y baja agitadamente. Solo me faltaba tener que escuchar las lecciones de vida de un inmaduro irresponsable.

—Perdóname.

—¡Deja de repetir esa palabra! No sabes lo que significa.

—No debí decir eso.

—No debiste hacer muchas cosas. ¿Querías hablar? Muy bien, hablemos. —alzo la ceja derecha—Hablemos de tu falta de empatía, de tu alarmante egocentrismo o de tu clara impulsividad. —niego con la cabeza—No puedes presentarte después de tanto tiempo e interrumpir las vidas de los demás como si nada hubiera pasado. —me doy la vuelta regresando al espejo—Es injusto.

—¿Crees que no soy consciente de ello? Te escribí, el primer día de cada mes desde que me fui, pero nunca me contestaste.

—¿Y qué esperabas, Noah? —bajo la voz obligada por el nudo que se ha formado en mi garganta.

Decido abrir uno de los cajones del escritorio sacando las cartas sin abrir bajo su atenta mirada. Camino hacia él extendiéndole la mano con ellas.

—Puedes quedártelas. Yo no las quiero. —vuelvo a darle la espalda, esta vez para que no sea testigo del empañamiento de mis ojos—Y ahora, vete.

Vuelvo a mirar mi reflejo y de reojo veo a Noah. Contempla las cartas detenidamente. Noto pesar en su rostro, pero no puedo permitirme regresar al pasado. Ahora, no.

Camina hasta la puerta y cuando toca el pomo se gira y dice:

—No me arrepiento de haberme marchado, pero si de haberte perdido.

Me roba el aliento antes de cerrar la puerta. Aprieto los labios conteniendo las lágrimas. Recuerdo esa mañana, cuando admití que le quería, que después de tanto tiempo me daba igual que pensaría el mundo sobre nosotros. Si no teníamos sentido sobre el papel o no, era irrelevante porque sentía que era la persona correcta, después de todo.

"Yo también lamento haberte perdido, Noah" murmuro a solas.

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