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▪ TREINTA ▪

Enero de 2017

Y de nuevo, invierno.

Bailey ladra mientras Yacob trata de sujetar con dificultad su collar. Atrás quedó la cachorra que el pequeño de los Ianson trajo a escondidas a casa. Ahora es más revoltosa, come más y su nueva afición favorita, cuando no está ladrando al camaleón de Yacob, es destrozar los zapatos de tacón de mi madre. Como yo, no se fía de ese reptil de ojos saltones.

Nos despedimos de Alanah desde el porche a medida que el coche del Señor Ianson se aleja en dirección al aeropuerto. Regresa a Washington tras haber pasado las vacaciones de navidad en Boston y, sin querer admitirlo haber disfrutado de la compañía de Keegan de vez en cuando. Creo que nunca la había visto reírse dese modo, ni cuando estaba con Charles, pero claro, solo son amigos o al menos eso dicen.

Creo que jamás había permanecido tanto tiempo en la biblioteca como durante estas semanas. El adosado se convirtió en el hospedaje de varios de los miembros de nuestras respectivas familias. Adoro a mi familia, pero supongo que hay una razón por la que vivimos en diferentes estados.

Cuando no estaba estudiando, quedaba con mis amigas, aunque, a decir verdad, eso solo fueron un par de días. Cada una estaba ocupada con sus temas amorosos. Sept y Hannan parecían gibones en celo. Resultaba incómodo escucharlos hablar constantemente sobre lo mucho que se echaban de menos y, que era fundamental aprovechar estos momentos para crear un nuevo plan de llamadas al día. Al parecer, cuatro horas diarias les eran "insuficientes".

Joan se pasaba horas quejándose sobre lo inaguantable, maleducado y mimado que era André. Y todo porque le regaló entradas para el musical de Mamma Mia, el favorito de Joan. Ni siquiera hablamos de la universidad o algún cotilleo, todo se centraba en ellos. Incluso una vez, en una cafetería, me quedé encerrada en el baño durante veinte minutos y nadie se dio cuenta.

Por si fuera poco, mi abuela trató de sonsacarme información sobre Noah, que parecía ser el monotema de los Ianson durante las navidades. Incluso acabé solicitando el turno de los fines de semana y festivos en la cafetería de la universidad solo para evitarlo. Mi parte favorita fue cuando la Señora Ianson, alias la matriarca de la familia y suegra de mi madre, comenzó a insinuar que la culpa de la marcha de su nieto favorito era mía. Que si él estaba acostumbrado a otra clase de vida más discreta y que mis "accidentales" intromisiones en el instituto habían deliberado su viaje por el mundo y blah blah blah.

¿Qué pensaría de su nieto favorito cuando ni siquiera se dignó a aparecer en el cumpleaños de su padre o en el primer partido de beisbol de la temporada de Yacob? Por no hablar de la importantísima cena anual de nochevieja de los Ianson. Tras los fuegos artificiales, el Señor Ianson llamó a su hijo por vigésima vez esa noche, pero él tampoco apareció. ¿Qué dice eso de su querido nieto?

—Kara, ¿podemos ir al parque para entrenar? Quiero estrenar mi bate nuevo.

Aparto la vista del libro de anatomía. Yacob me muestra entusiasmado su regalo atrasado de navidad.

—Hoy no puedo, peque. Tengo que trabajar. Además, ¿no estabas castigado?

—Mi profe dice que los castigos no existen. Dijo que la frase "Prohibido prohibir" fue el lema principal de 1968.

—¿No le pusiste chinchetas en su silla?

—Dijo que expresásemos nuestras emociones.

A partir de las cuatro y media comienza mi turno en la cafetería. Repongo el café de las máquinas, corto los pasteles en porciones y renuevo los vasos de cartón para llevar, los sobres de azúcar y edulcorante a partes iguales. Atiendo a los clientes, la mayoría estudiantes y profesores atraídos, probablemente, por el descuento especial por pertenecer a la universidad.

Despacho al último cliente, que, tras alabar su bigote puntiagudo bastante resultón, coloca un billete de cinco dólares en el tarro de cristal de "propinas". Echo una vista rápida al establecimiento y, tras comprobar que nadie requiere de mis servicios, me acerco a la joven estudiante de medicina y compañera de clase, Cassia.

Es el centro de atención de los solteros de mi curso. Melena rubia lisa, de ojos grisáceos y nariz respingona. Es de Suiza y habla cuatro idiomas. Nos conocimos el primer día de clase y, desde entonces, suele pasar las tardes de domingo en la cafetería. Cuando no critica a Mirena, su eterna rival por tener la mejor media de la clase, me ayuda a estudiar en ratos libres y, debo admitir que, si no fuera por ello, habría suspendido bioestadística.

Lleno su taza de café sin leche y azúcar cuando la pareja sentada junto al ventanal capta mi atención. Y no precisamente por lo romántica que pueda parecer su situación, sino porque ayer lo vi con una morena de ojos avellana, de hecho, realizaba la misma técnica de seducción. Los hombres son idiotas.

—Kara... ¡Kara, el café! —exclama Cassia.

Sin darme cuenta, he derramado parte de la bebida en la encimera llegando a manchar los preciados apuntes de la aspirante a doctora. Eleva los cuadernos y, apurada, coloca servilletas sobre las hojas.

Me apresuro a coger el paño húmedo del fregadero y pasarlo sobre el charco de café.

—Al menos no estaba hirviendo. —sonríe algo más calmada—¿Qué te pasa? Estás en las nubes. ¿No será por el examen del martes? No podemos demostrar debilidad ante ellos.

—Mirena no está en la sala, puedes relajarte. —me río y señalo al culpable de mi distracción—Ese tío la está engañando. Ayer lo vi con otra chica diferente y creo que la semana pasada también. —aprieto el nudo de mi mandil—Debería decirle algo.

—¿Qué? —me agarra del brazo parándome los pies—Ni se te ocurra. ¿Quieres empeorarlo? Te meterás en problemas y no es momento distracciones. Además, si no me equivoco, y rara vez lo hago, será nuestro profesor de microbiología en segundo.

Es terrible, se aprovecha de su situación laboral para embaucar a medio campus. Es asqueroso y además está prohibido. Al final, Cassia me distrae de las acciones de ese cretino con preguntas de examen.

Acabé mi turno pasadas las siete, como de costumbre. Una vez fuera, me despido de Cassia hasta el lunes. Reviso los mensajes de mi móvil cuando un copo de nieve cae sobre la pantalla, derritiéndose al instante.

Contemplo el cielo oscuro a medida que el frío se posa en mis mejillas. Me tapo las orejas con el gorro de lana que me tejió mi abuela por Navidad y rodeo mi cuello con la bufanda a juego. Comienzo por caminar hacia el semáforo de la esquina. El olor a comida india al otro lado de la calle provoca que mi estómago ruja a medida que avanzo. Mi teléfono comienza a vibrar en mi mano. Al observar la pantalla iluminada encuentro la foto de Hannan. Bufo.

—Hannan, por enésima vez, Sept no va a odiarte por haber olvidado llamarla anoche. Te quedaste dormido, es natural—contesto antes de escucharle hablar.

Siempre la misma historia, la semana pasada se quedó sin batería y pensaba que sería el fin de su relación. Es agotador.

—No, Kara. No te llamaba por eso... tenemos que hablar. Verás esta tarde me ha llamado—la llamada se corta de repente.

Al apartar el teléfono de mi oído veo la notificación de batería baja. "Genial, lo que faltaba" pienso.

—Kara—pronuncian detrás de mí.

Contengo la respiración irremediablemente al reconocer esa voz. Mi cuerpo se ha vuelto estático y apenas responde a las órdenes de mi cerebro. Oigo a mi corazón latir con más fuerza que de costumbre, como aquella vez en diciembre cuando al igual que esta noche, él me dijo que ya no se conformaba con ser solo un amigo para mí.

Noah.

Al fin, tras unos segundos, consigo voltear hasta encontrarlo. Después de todo este tiempo, ha regresado. Lo sigo observando en silencio, tratando de averiguar si se trata de un sueño o una realidad. Ni siquiera sé que decir o cómo hacerlo, Durante estos meses había preparado un discurso perfecto acerca de lo egoísta, cobarde y narcisista que había demostrado ser, pero siendo honesta conmigo misma, apenas lo recuerdo. Temo mediar palabra alguna y, de hacerlo, volver a caer en sus gélidos enredos, y me niego rotundamente a que pueda suceder algo así.

Apenas está a unos metros de distancia. Lleva el mismo abrigo que el del año pasado cuando nos dimos aquel beso fingido y, sin embargo, me parece tan diferente a aquel chico que una vez llegué a querer. Su cabello está más alborotado que de costumbre y puedo ver una incipiente barba que destaca aún más sus ojos azules.

—Yo... Alanah me dijo que trabajabas aquí y quería saludarte. —continúa hablando con las manos metidas en los bolsillos—Aunque debo admitir que he esperado por más de una hora en la puerta pensando en qué decir y ahora todo me parece erróneo... Me alegro de verte, Kara.

Su actitud pasiva enciende el rencor que llevo acumulando desde que decidió marcharse sin siquiera dignarse a despedirse. Me planteo cantarle las cuarenta en ese instante, pero antes de poder hacerlo, nos acaban interrumpiendo.

—¡Genial, sigues aquí! —exclama Dorian al verme—Perdona por llegar tarde, tuve que regresar a la residencia a por las entradas. Creo que aún llegamos a tiempo. —la expresión alegre en su rostro cambia radicalmente al ver a Noah—He aparcado en la esquina... Noah, no sabía que habías vuelto.

—Acabo de llegar a la ciudad. —responde—Quería saludar.

—Claro...—Dorian se acerca a mí y murmura—Si quieres podemos dejarlo para otro día.

—No, para nada. —la idea de tener que hablar con el trotamundos me resulta disparatada. Beso su mejilla—No llegas tarde, acabo de terminar mi turno. ¿Vamos?

Él asiente dedicándome una de sus sonrisas a pesar de esta extraña situación. Se despide del recién llegado con la mano y continúa hablándome acerca de la película francesa que estamos a punto de ver. Me sujeto de su brazo dándole la espalda a Noah. Pienso en girarme y volver a verle para comprobar que ha sido real, pero no me lo permito, hace tiempo decidí que él ya no es nada para mí.

*****

Cuando acabamos la película, algo aburrida para mi gusto, y dónde básicamente masqué regaliz rojo como una posesa, Dorian me acompañó a la residencia de Mya. Llamé a mi madre para avisarle que dormiría con mi prima por una ruptura inventada y que necesitaba todo mi apoyo. La realidad es que fastidié su noche de reconciliación con Hazel, pero necesitaba estar alejada de Noah, al menos por esta noche.

—Quiero dejar claro que no me quejo. —declara paseándose por su desordenada habitación— Es solo que llevaba esperando esto mucho tiempo y, por fin hemos aclarado lo que sentimos la una por la otra. —oigo como detiene sus pasos antes de sentenciar—Se acabó lo de ir de flor en flor, esta vez voy en serio. Nos graduaremos, compraremos una casa con vistas a la playa, tendremos dos perros y un gato, no, mejor solo un perro. Si queremos tener hijos, será caro de mantenerlos a todos y, ¿necesitamos un barrio con un buen colegio?

—¿Por qué ha tenido que volver? —pregunto tumbada en la cama.

—Había olvidado por qué habías venido.

Mi prima se tumba tras de mí abrazándome.

—Quizás solo se quede unos días y luego vuelva a ese estúpido viaje. No le necesitas—continúa.

—¿Y luego qué? Casi me había olvidado de él. Había pasado página.

—Cielo, no se puede pasar página si aún tienes el corazón roto.

Una lágrima moja la almohada mientras observamos los copos de nieve caer sobre la ciudad.

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