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▪ TRECE ▪

Marzo de 2015

Contemplo el lago congelado desde el muelle. La brisa mueve mi cabello y me limito a acomodarme mi gorro de lana. La red de la caña de pescar permanece hundida en el agujero que ha hecho mi padre en el hielo.

Puede que si permanezco en silencio el agua se torne en un espejo mágico que conozca todas las respuestas de este mundo o que al menos me concediera tres deseos. Regresaría en el tiempo y así me anticiparía a mis errores y abandonaría el bucle que me provoca insomnio cada noche : "Si solo hubiera".

—¿Chocolate? —la voz de mi padre interrumpe mis pensamientos.

Sostiene el termo ardiendo entre sus manos con una leve sonrisa escondida bajo su incipiente barba. Lo miro reticente. De él heredé mis nulas dotes culinarias.

—Tranquila, esta vez lo he comprado preparado—continúa.

Me siento aliviada. La última vez le echó sal en vez de azúcar. No había agua en el lago suficiente como para remediarlo. Recuerdo que Oli escondió la taza en su barco de madera teledirigido.

—Papá, ¿de verdad crees que un fin de semana en el lago va a arreglarme? —pregunto apartando la taza a un lado.

—¿Crees que por eso te he traído aquí?—me pregunta dando un sorbo a la suya.

—No que me hayas traído, sino que mamá te ha obligado.

Es cierto. Tras volver de aquel partido e ir al despacho de la directora, donde Samantha trató de convertirse en la víctima de toda la situación, las cosas en casa fueron a peor. Discutí con mi madre por enésima vez insinuando que todo lo hacía por llamar la atención. Y daba igual que Noah se interpusiese y dijese que la culpa era suya, para ella yo era una decepción.

—Kara, tienes dieciséis años. Equivocarse es parte de crecer, de madurar.

—Pero es que siempre me equivoco. Es agotador. Da igual lo mucho que me esfuerce por cambiar, siempre acabo igual—me miro los pies, que cuelgan por encima del hielo.

—No es cuestión de cambiar, es cuestión de encontrarte a ti misma. Creo que estás tan preocupada por los demás, que te has olvidado de quién eres en realidad.

—¿Y si no soy lo que esperaba?

—¿Y si solo no ves lo que en verdad eres? La vida es una montaña rusa, nada es blanco o negro. Si algo he aprendido en todos estos años es que siempre hay una segunda oportunidad. Solo tienes que encontrarla.

Nuestra conversación se ve interrumpida por un chillido agudo. Al girarnos encontramos a Mya con sus queridas botas de marca cubiertas de cebo para peces. Quizás si no se hubiera gastado todo el crédito de su tarjeta, no habría tenido que venir a este viaje.

Me apoyo en el hombro mullido del abrigo de plumas de mi padre. Inhalo hondo, y cierro los ojos dejando que el sol se pose en mis mejillas. Añoraba esta sensación. Por primera vez en meses, siento que puedo respirar.

Dos días más tarde, regresé a Boston. Mi padre aparca su vieja furgoneta frente a la entrada del instituto. Me despido de él con la promesa de llamarlo cada vez que necesite hablar. Mya se limita a esconderse bajo sus gafas de sol. La remota posibilidad de que alguien la reconociese en un vehículo tan fuera de moda sería terrible para su "reputación".

Nada más cruzar la entrada principal, me convierto en el foco de todas las miradas. Como me temía, sigo estando en la cima del monte cotilleo, y creo que voy a tardar tiempo en descender. Camino con la cabeza baja, casi mirando al suelo. Ojalá la capa invisible de Harry Potter fuese real.

Al llegar a mi casillero, introduzco la combinación viendo de reojo a un grupo cuchichear a mi costa.

—¿Es que no tenéis algo mejor que hacer? —exclama Joan—Aquí no se os ha perdido nada. Largo.

El grupo parece hacerle caso, cosa que agradezco enormemente. Mi amiga se sitúa a mi lado entregándome sus cascos blancos.

—Ignóralos, no merecen la pena. Además, te acabo de enviar mi lista de reproducción favorita para rupturas. Te servirá para la ocasión.

—Gracias. ¿Has hablado con Sept? Le he mandado mil mensajes y traté de hablar con ella.

—Dale tiempo. Sabe que no quisiste hacerle daño, es solo que guardarlo ha hecho que se magnifique, y de la forma en la que se enteró no ayuda mucho. Deberíamos empezar a hacer clase de yoga en conjunto.—posa sus manos en mis hombros—Pero ehh, que no decaiga el ánimo, seguro que se soluciona. Tengo que irme a latín, no puedo cabrear a André desde aquí.

Tras hablar con Joan, subo las escaleras hasta la última planta. Al entrar en la clase del Señor Tormund, los alumnos, a los que se les oía parlotear desde el pasillo, se quedan en silencio.

Puedo escuchar mis latidos acrecentarse en cuanto las amiguísimas de Samantha me dedican una mirada con desdén desde una de las mesas de laboratorio. Pero entonces ocurre. Nada más levantarse de la mesa, me encuentro a Samantha tras ellas.

—Creo que alguien ha visto un fantasma—se ríe acabando de pintarse los labios de rosa—¿Qué cómo estoy aquí? Después de tu numerito delante de todo el instituto, de manipular mi voz en esas grabaciones, ¿qué esperabas?

—Esa conversación era enteramente cierta, no sé a quién pretendes engañar.

Me envalentono, estoy harta de ella.

—¿Veis lo que os decía? Solo quiere llamar la atención. Estabas como loca porque se supiera que vivías con el chico más codiciado del instituto y por fin lo has conseguido. Claro, que has tenido que destruir a tu mejor amiga por el camino. Pobre September, no se merece esto.

¡Esa es la gota que colma el vaso! La víbora dándome lecciones de amistad cuando ella es el ser más repulsivo con el que me he topado en mi vida.

—¿Pero tú quién te crees que eres? —alzo la voz— ¡Qué dejes de amenazarme, ¡qué no me das miedo! Si sigues aquí solo es porque tu madre es la presidenta del consejo y tú su hija mimada.

—Deja de atacarme, ¿es que no has tenido suficiente? —su rostro se torna y como una digna actriz de Óscar comienza a llorar en medio de la clase.

Estoy a punto de perder los nervios cuando el Señor Tormund aparece en el aula.

—Señorita Abbot, me gustaría tener una conversación al finalizar la clase. Ahora todo el mundo a su sitio—anuncia dejando claro su posicionamiento.

No puedo concentrarme en nada. Mis pensamientos se difuminan perdidos en el horizonte del paisaje a través de la ventana, y así paso toda la mañana. A la hora de comer y tras ser advertida por el Señor Tormund que efectivamente estaba en el punto de mira por el profesorado, he optado por escapar.

He huido hacia el metro, he llegado a casa y me he encerrado en mi habitación. No había nadie en casa, mi bolsa de viaje estaba encima de mi cama. Supongo que mi padre la dejaría ahí tras llevarme al instituto. Mi madre y el Señor Ianson seguirán en el trabajo a estas horas, y Yacob estará en el colegio al igual que Noah. No me he topado desde que me marché, pues le he evitado a toda costa desde hace días.

Horas más tarde, termino de secarme el pelo en el baño vestida con una sudadera y pantalones de pijama. Silencié el móvil, no quiero saber absolutamente nada.

Apago el secador cuando comienzo a escuchar un ruido estridente, una melodía pegadiza al otro lado del pasillo.

Al volver a mi dormitorio, me encuentro una caja de cartón que tenía guardada en el armario sobre la alfombra y parte de su contenido en el suelo. Al alzar la vista, veo a Yacob jugar con un avión de juguete de colores y luces llamativas.

—Yacob, ¿cómo has...? —pregunto inmóvil. Un escalofrío recorre mi espalda.

—Solo quería saber lo que había en la caja. Hay cosas muy chulas—responde ignorando mi estado.

—Deja eso ahora mismo, no es un juguete—aprieto los puños tratando de controlarme.

—Claro que lo es. Mira, ¡tiene luces!, yo tenía uno igual, pero se me rompió.

Sin poder evitarlo, pierdo los papeles. El cúmulo de emociones me sobrepasa y acabo pagándolo con él.

—Te he dicho muchas veces que no entres en mi habitación. ¿Es que no sabes respetar el espacio de los demás? —le grito enfadada.

—Yo....

Me mira anonadado, casi asustado.

—¡Vete, fuera de mi habitación! —grito más fuerte.

—Lo siento, no quería...—sus ojos se empañan y el mentón comienza a temblarle.

En ese instante, oigo a mi madre a mis espaldas preguntar:

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —hace una pausa bajando la voz—Yacob.

Yacob suelta el avión de plástico y sale corriendo de la habitación esquivando a mi madre. Ella lo llama varias veces, pero se encierra en su dormitorio.

Mientras tanto, recojo los cromos desperdigados por el suelo, algunas medallas de participación que había guardado, dibujos y notas arrugadas... hasta que llego al avión. Al levantarme, y dejar la caja en la cama, me encuentro a mi madre de brazos cruzados.

—Había entrado en mi habitación sin mi permiso y había hurgado en mis cosas—digo adelantándome a su pregunta.

—¿Y eso es motivo para que le grites de esa forma? Tiene nueve años, Kara. Podrías habérselo explicado.

—¿Por qué nunca te pones de mi parte? —doy un paso hacia ella.

—Porque te comportas como una niña malcriada y estoy cansada. ¿Quieres que te empiece a tratar como una adulta? Bien, explícame entonces por qué me ha llamado tu profesor esta tarde diciéndome que habías faltado a clase.

Arruga el entrecejo y mantiene la mirada fija en mí. Podría decirle la verdad, que fue porque tenía miedo, porque sentía que me ahogaba y que quiero gritar porque necesito ayuda, pero de mis labios sale una frase muy distinta.

—No es asunto tuyo.

—Kara, cuidado. Llevas semanas mintiendo, poniendo en juego tus estudios, tu futuro. Intento entenderte, pero no me dejas.

—¿Qué lo intentas? Ni siquiera me conoces, no vengas ahora de madre del año.

—Mira, —trata de sosegarse—no sé de dónde viene esta actitud, pero me debes un respeto. Soy tu madre y harás lo que yo diga y se acabó. Termina de recoger esto y ve a disculparte con Yacob. Luego hablaremos.

—No, no te debo nada. Estoy harta de tener que fingir—mi tono ha aumentado.

—Kara, te lo advierto.

—¿Es que no lo ves? Soy tu hija y te da igual. —cojo aire—Me escapé del colegio, aquel día. Compré un trozo de tarta de su pastelería favorita, el avión que llevaba pidiendo meses y fui al hospital. Ni siquiera me dio tiempo a entrar ¿y sabes que vi? A mi hermano, solo, rodeado de cables y pálido. —la observo desafiante—Te odio, desde aquel día porque tu trabajo fue más importante que estar con él. Lo hiciste con Oli y lo harás conmigo.

Trato de contener las lágrimas inútilmente, mis mejillas arden de rabia. Mantengo los puños apretados temblando. Una presión en el pecho me invade al ver cómo los ojos de mi madre se humedecen sin remedio.

Oímos a su prometido llamarla varias veces desde el pasillo sin respuesta.

—Cariño, acabo de dejar el coche en el taller.—dice al entrar—No vas a creerte a quien me he encontrado en... ¿Todo bien?

Mi madre traga saliva y asiente. Camina en su dirección y posa su mano en su hombro, segundos más tarde y en silencio, oigo como cierra la puerta de su dormitorio.

—Kara, ¿qué ha ocurrido? —me pregunta el Señor Ianson preocupado.

—La verdad ha salido a la luz—respondo fríamente antes de darle la espalda.

Al día siguiente, regreso al instituto solamente para evitar estar en casa. He recibido varias llamadas de mi padre, pero supongo que le decepcioné pues incumplí mi promesa. Me topé con September charlando junto a Joan cerca de las taquillas. Al verme, Joan me saludó, pero September optó por marcharse al instante, como era de esperar. Ni siquiera me molesté en ir tras ella.

La gente parece haberse cansado del cotilleo, por fin los cuchicheos parecen haber decrecido y con ello he cesado de ser el foco de atención.

Durante la comida, sin embargo, bajé al teatro y me senté en las filas del fondo. Llevo escuchando la reproducción de Joan desde entonces, supongo que es más fácil que lidiar con mis pensamientos y acciones.

Una mano se interpone sosteniendo una bolsa de plástico con un sándwich en su interior. Me quito los cascos al ver a Keegan y lo acepto con una leve sonrisa.

—Tendrás que estar fuerte para la competición de mañana.

Se sienta a mi lado con las manos metidas en los bolsillos.

—Sobre eso, estoy fuera del equipo. Según la directora, mi actitud no era la adecuada para un deporte tan competitivo.

—¿Sabes que no fue culpa tuya, verdad? Samantha es horrible y el hermano de Sept llevaba desde el año pasado juntándose con esa gente. Que se supiera lo que pasó en el aparcamiento, era inevitable.

Saca un batido de manzana de su mochila.

—Pero yo fui la que cayó en su juego.

—¿Y Noah? —pregunta antes de clavar la pajita en el cartón.

—Lo he evitado desde que me marché con mi padre.

—Kara, ese tío no te conviene. Todo esto empezó porque él no quería que se supiese que vivíais juntos. Si él no te hubiera dicho eso, nada de esto habría pasado.

—Nadie me obligó a hacerlo. Hicimos un trato, yo no decía nada si él me ayudaba con los exámenes.

—Ya no eres esa chica que le escribió una carta el día de San Valentín. Has cambiado, pero él sigue siendo el mismo. Él también participó en todo esto, y no ha tenido ni una represalia. Plantéate de qué parte está.

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