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▪ SIETE ▪

Diciembre de 2014

La lluvia choca con el cristal. El olor a tortitas y café recién hecho inunda el local en tanto una canción navideña suena de fondo. Entiendo todo el rollo del espíritu navideño, ¿pero de verdad es necesario decorar el árbol incluso antes de diciembre? Es de locos.

He terminado de desayunar sin apenas mediar palabra. Mi madre ha esperado sentada en silencio, calentando sus manos en la taza de café humeante. Acabo apoyándome en el respaldo del viejo sofá rojo frente a ella.

—¿Entonces vas a decir algo o puedo irme?

No entiendo para que me ha despertado antes de la hora si apenas hemos cruzado palabra alguna.

—Pensé que nos vendría bien un rato a solas. Hacía tiempo desde la última vez—da un sorbo a la bebida.

—No es que hayas estado muy receptiva desde la última vez.

—Este sitio ha cambiado mucho desde que vinimos la primera vez.—contempla a su alrededor—Tu padre bromeó que aquí servían el mejor café del mundo para luego derramarlo junto a la barra.

—No me acuerdo. En realidad, he olvidado muchas cosas. O más bien borrado—bajo el tono de voz.

—Sé que no lo hice bien. Me refugié en mi trabajo y buscaba excusas para pasar menos tiempo en casa. Al final del día creía que era lo único que me ayudaría a no pensar en ello.

—Y me lo cuentas ahora porque...

—No tuviste la culpa de nada ni hiciste nada. Estábamos tan desolados que olvidamos quienes éramos.

—Así que solo has necesitado que mi abuela te contara lo que hablamos en acción de gracias y dos semanas para organizar tu ajetreado calendario para hablar conmigo—frunzo el ceño.

—Solo pretendía ayudar.

—Es increíble—me levanto.

—Cielo, solo quiero que hablemos.

—Es que me he cansado de esperar. De agotar los interminables silencios—miro hacia la ventana antes de volver a encararla— ¿Sabes por qué nos llevábamos tan bien cuando estaba en Londres? Porque solo hablábamos una vez a la semana.

—Eso no es cierto.

—Claro que sí. Entiendo que como todo en esta vida tengas la necesidad de solucionarlo. Como si fuese uno de tus casos. Pero no está escrito que todas las madres han de llevarse bien con sus hijas.

Se pone en pie y posa sus manos en mis hombros.

—Kara, eres mi prioridad. Siempre. Y sé que no puedo pretender arreglar todo en un día. Pero quiero ser parte de tu vida.

Se da la vuelta y recoge su bolso. Tras unos segundos, me muestra un pequeño paquete envuelto en un lazo.

—¿Qué es esto?

—No hace falta que lo abras ahora si no quieres.

No dice nada más. La observo reticente hasta finalmente aceptarlo. Acto seguido deja el dinero exacto sobre la mesa por el desayuno.

—Vamos, vas a llegar tarde a clase.

*****

El Señor Tormund reparte los últimos exámenes de química antes de los finales. A pesar de estudiar, hacer esquemas, mapas mentales de todos los colores posibles, en realidad, he dejado de tener esperanzas con esta asignatura. Supongo que pediré el cambio para el segundo semestre.

—Señorita Abbot. —el profesor se detiene junto a mi mesa—Buen trabajo—comenta dejando la hoja de papel sobre mi mesa.

Estudio su rostro confusa. Leo la marca roja escrita al principio de la hoja, un siete y medio sobre diez mi examen. Mi expresión cambia completamente. Me llevo la mano al pecho aliviada, aunque estoy a punto de perder la compostura y gritar emocionada.

Mi compañera de laboratorio me da la enhorabuena con una amplia sonrisa. Al levantar la vista del examen, me cruzo con la de Noah para apartarla al instante. Por mucho que me encantaría restregárselo, no pienso darle esa satisfacción. Es mi momento de felicidad y quiero disfrutar de ello.

Al terminar química, me reúno con September en el cambio de hora junto a mi taquilla. Ordeno el interior repasando apuntes para el examen de economía.

—Es bastante mono, ¿no crees? —dice apoyada de espaldas en la taquilla.

Sigo su mirada hasta Noah al otro lado del pasillo.

—Si te gustan los ególatras y traidores redomados, supongo que sí.

—No hablo de Noah. Hannan.—suspira—Vamos juntos a informática. Esta mañana me quedé sin tinta para el examen y fue el primero en ofrecerme un bolígrafo.

—Vaya. Es como un libro de Jane Austen—hago una mueca.

—¿Y si le preguntas a Noah por él? Si está saliendo con alguien, por ejemplo.

—Ni siquiera lo conoces.

—Vamos al mismo instituto desde hace años. Sé lo suficiente.

—Deberías concentrar todas tus energías en las elecciones. ¿O es que ya no quieres ser presidenta del consejo?

—Por favor, los primeros sondeos del periódico me apuntan como ganadora con un sesenta por ciento de los votos. El cuarenta restante corresponde a la víbora.

—Pensaba que ya lo habías superado.

—Puede que por mi culpa tuvo que venir a clase con un ojo morado durante dos semanas. Pero tampoco creo que sea motivo para no pertenecer a las animadoras—se cruza de brazos.

La puerta del armario de mantenimiento se abre unos metros a mi izquierda. André, el estudiante brasileño, trata de pasar desapercibido. Se coloca el cuello de la camisa arrugada y continúa caminando en dirección contraria silbando. Al rato, Joan, sale con las mejillas sonrosadas del mismo armario como si nada ilícito hubiese ocurrido en su interior.

Se detiene a nuestro lado con una sonrisa que grita "escándalo".

—Espero que haya merecido la pena—arqueo la ceja derecha.

—No ha estado mal. Aunque yo soy mejor—responde colocándose un mechón tras la oreja.

Rodea a September para observar su reflejo en el espejo imantado del interior de mi casillero.

—Primero Noah, luego André... —comenta Sept—Podríais compartir portada. "Las rompecorazones de la navidad." Mientras tanto estaré sola bajo el muérdago.

—Mejor sola que mal acompañada—intervengo.

—Que quede una cosa clara, no estamos en una relación—advierte Joan.

—¿Y lo de antes qué ha sido? ¿Un intercambio de apuntes?—cierro el casillero en sus narices.

—No puedo negar que tenemos química. Pero no irá más allá. Tengo mis límites.

—Así que, y corrígeme si me equivoco, solo quieres estar con él para satisfacer tu apetito sexual. Sin sentimientos, al lío y fuera.

—Exacto.

—¿Es que no te oyes cuando hablas?

Tras el almuerzo, he bajado al sótano para ver el ensayo de la "majestuosa" obra del Señor Barlowe, una adaptación de su trabajo de fin de grado de Julliard. Según tengo entendido, su mayor sueño era protagonizar una obra de Broadway al más puro estilo de Meryl Streep. Pero tras conocer al director equivocado, todo se tornó en su contra, y acabó dando clase en un instituto que parece quedársele pequeño.

Permanezco en el medio de la fila central de butacas. De repente, Keegan salta desde el asiento trasero y acaba sentándose a mi lado en un movimiento.

—Pensaba que participarías en la gran obra con una balada que nos haría llorar a todos—susurra llevándose las manos detrás de la cabeza.

—Dije que colaboraría si me necesitaban, no que me sumaría al musical.

Baja los brazos sentándose erguidamente.

—Me voy con mi padre por navidad. Quiere llevarme a esquiar con su mujer y el idiota de su hijo.

—Veo que cada día te llevas mejor con él.

—Si vinieses se me harían más cortas las vacaciones—se inclina hacia mí.

—No voy a ir a otro viaje con el troglodita del hijo de la mujer de tu padre.

—Solo es una semana.

—Ya pasé por eso, ¿recuerdas? Las vacaciones de primavera de hace dos años. Fue un completo idiota.

—¿Y si te digo que te echaré de menos? —pregunta regalándome su mejor sonrisa.

—Yo también te echaré de menos. A quinientos kilómetros de distancia. —me fijo en su reloj de muñeca—Tengo que irme. ¿Hablamos luego?

Salgo del teatro con el instituto casi vacío a esa hora de la tarde. Oigo las voces de una pareja a unos metros de distancia. Al doblar la esquina, cerca de los vestuarios, encuentro a Samantha y Noah en la que parece ser una discusión de pareja.

Retrocedo sigilosa ante la alerta de peligro inminente, ocultándome tras la pared de ladrillos. ¡Creo que no me han visto! Me dispongo a seguir con mi camino cuando algo en su conversación hace que me detenga en seco.

—Teníamos un trato Noah. ¿Recuerdas? —dice Samantha alterada.

—Ya te lo he dicho, no sé de qué estás hablando.

Me asomo con cautela.

—Entonces, ¿cómo explicas que haya conseguido aprobar?

—Será cuestión de azar.

La capitana de las animadoras se cruza de brazos, inhalando profundamente. Parece que la poca paciencia que ha tenido siempre, estuviera al borde de la desesperación.

—Noah, esto solo funcionará si ambos ponemos de nuestra parte. —avanza hasta situar su barbilla cerca de su hombro—No me defraudes.

*****

He salido corriendo del instituto hacia la estación de tren. Llego tarde para variar, y aunque no debería escuchar conversaciones ajenas, mi intuición me pedía a gritos que me quedara.

Veinte minutos más tarde, estoy frente a los grandes ventanales de una boutique dedicada a vestidos y trajes de boda. Alanah llevaba planeando esta visita desde hacía semanas, pero las clases de la universidad le han impedido estar presencialmente. Así que, gracias a las nuevas tecnologías, una Alanah virtual ha podido regañarme a través de una videollamada desde el móvil de Mya.

Le tiendo la mano a la madre del Señor Ianson nerviosa. Cada vez que la veo siento que analiza cada célula de mi cuerpo. Es agobiante. Se encargó personalmente de que su nieta la tuviese en cuenta para la primera prueba del vestido de novia. Será una tarde interminable.

El dueño de la tienda, de acento francés, aparece en traje con los brazos abiertos. Sostiene con delicadeza la mano de la Señora Ianson para besarla a continuación deshaciéndose en halagos para su persona.

—Madame Ianson. Siempre es un placer tenerla en nuestra casa. Por favor deme su abrigo. ¡Peter! —grita el nombre acompañado de un gallo final—Acompaña a la Señora Grace y a sus invitadas para la prueba del vestido. Hemos dispuesto una botella de espumoso rosado. Espero que todo esté a su gusto.

Su ayudante tiembla sudoroso al sostener el abrigo.

—Por favor acompáñenme. Los vestidos de dama de honor están en la otra sala—nos indica.

—¡Por fin puedo ir de compras! —exclama Mya adelantándose.

Nos hemos probado más de diez vestidos, y cada cual me aprieta más. A pesar de ello, Alanah asegura que me veo bien en ellos. Mientras no escoja el verde chillón o el dorado me daré por satisfecha.

—Bien, déjame verlo—dice a través del móvil apoyado en una de las mesas.

Me doy la vuelta mostrando el vestido granate de su eterna selección.

—Definitivamente añadido a la lista. Aunque creo que deberíamos subir el bajo. Mya, llévame hasta el vestidor de la novia. Kara mientras tanto pruébate el morado.

Mi prima, enfundada en un vestido de color champagne, levanta el teléfono y juntas se dirigen hasta la sala contigua.

Abro mi mochila situada junto al espejo de pie. Saco el regalo de esta mañana y lo desenvuelvo encontrándome con una chapa con la descripción "90 días sobrio". Contengo la respiración y una sensación de descanso me invade. Sonrío con los ojos cerrados sin poder evitarlo. Aunque el gesto me dura poco al recordar como traté a mi padre en mi cumpleaños.

—Bonito vestido—dicen a mis espaldas.

Al levantar la vista vislumbro la silueta de Samantha reflejada en el espejo.

—¿Samantha? —la encaro—¿Qué haces aquí?

—Necesito un vestido para la boda. Alanah ha sido muy atenta con ello. Siempre previsora desde que vio la portada del periódico—dice pasando sus dedos entre los vestidos colgados.

—Así que lo sabes.

—Soy su novia, lo sé todo.

Su voz calmada me saca de quicio.

—Me sorprende no haberte visto nunca por casa y más siendo su novia.

Noto como se tensa a pesar disimularlo tan bien.

—Solemos quedar en la mía. Ya sabes lo reservado que es.

—¿Y no será porque es más bien una farsa? Por eso discutíais esta tarde, ¿no?

—¿No te han enseñado que es de mala educación escuchar las conversaciones de los demás?

—No cuando se trata de un chantaje—suelto sin reparo— ¿Por qué de eso va todo esto, cierto? Sale contigo porque no le has dejado otra opción.

—No sabía que estabas interesada en él.

—Y no lo estoy, pero no me gusta la gente manipuladora.

—¿Acaso no habías hecho tú un trato con él? No seas hipócrita, Kara. Tú también le pediste algo a cambio por guardar su secreto. En el fondo somos iguales.

—Yo no le obligué a fingir ser alguien que no era. ¿Por eso dejó de darme clases? Porque tú se lo pediste.

—No me gusta que los demás toquen lo que es mío.

—¿No te das cuenta de que es una locura? Al final lo acabarán descubriendo.

—¿Y cómo van a saberlo? ¿Acaso vas a contarles la verdad? Tienes más que perder que yo, Abbot.

—No tienes nada que pueda hacerme cambiar de opinión.

—¿De veras?

Se acerca con el móvil en la mano. Al momento, reproduce un video en su teléfono el suficiente tiempo como para darme cuenta de que las riendas del juego están a su merced.

—Ya sabes lo que dicen, tener contactos, te abre puertas.

—Eres... —intento quitárselo.

Si ese video sale a la luz, sería catastrófico.

—De nada te serviría. Lo tengo en una nube.

—¿Qué quieres? —pregunto abatida. No tengo otra opción.

—Eso está mejor.—su cara se ilumina con una sonrisa—Haz que tu amiguita pierda las elecciones o este video estará en todas las redes sociales. Y, créeme, no saldrá bien parada.

—Eres una víbora.

—No olvides el trato. —se aparta—Creo que me probaré el azul—dice señalando uno de los vestidos.

Desaparece tras las cortinas del probador. En verdad hace honor a su apodo.

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