▪ SEIS ▪
Mi acondicionador ha decidido no hacer efecto. Como consecuencia, estoy a punto de parecer Medusa, serpientes incluidas. ¿He mencionado que odio mis pecas? No las quiero, no las necesito. Entonces, ¿por qué narices siguen ahí? Gracias biología.
El ruido en la planta inferior interrumpe mis pensamientos. Durante los próximos tres días, la residencia Ianson será el lugar de hospedaje de mi familia, la suya y de lo que venga por el medio. ¡Feliz Acción de Gracias! Espero que el fin de semana no termine siendo una batalla campal.
Salgo del dormitorio topándome con el traidor sabelotodo. Cruzamos la mirada por inercia o por costumbre, quizás. Si antes manteníamos un cuatro por ciento de conversación total al día, ahora puedo decir, sin lugar a duda, que es un cero. De todos los hombres en edad casadera, mi madre tuvo que escoger al padre de este ser. Me pregunto qué tan mala he sido en otra vida.
Paso de largo y bajo las escaleras con Noah tras de mí. Alanah, quien ha vuelto para este fin de semana, me espera inquieta en el recibidor.
—¡Ya era hora! ¿Es que no recibisteis el itinerario? —alza los brazos al vernos.
—Alanah, es solo una reunión. ¿De verdad crees que necesitamos un horario para ir al baño? —le pregunto aun sabiendo la respuesta.
—Voy a fingir que no te he escuchado decir eso. ¡En marcha!
Se adentra en el salón a la vez que la puerta principal se abre con Simon a la cabeza. Antes de entrar, da paso a una mujer mayor que él. La reconozco de la fiesta, la temida Señora Ianson. Una mujer de armas tomar. Su cabello pelirrojo y abrigo impoluto eclipsan la estancia a medida que avanza. Da una rápida ojeada sin decir nada.
—Nunca recuerdo lo pequeña que es esta casa—comenta con cierto desagrado.
Primera puntada sin hilo. Además, ¿para qué quiere una casa más grande? ¿Para limpiar más? Su hijo deja las maletas en el parqué exhausto.
—Noah, haz el favor de ayudar a tu padre. No querrás que se hernie.
—Puedo ayudarlo yo, Señor Ianson—intervengo dando un paso hacia él.
—Kara, la hija de Margaret. Esperemos que la vajilla se encuentre a buen recaudo—dice haciendo un escáner de arriba abajo.
—Yo también me alegro de verla, Señora Ianson.
Media hora más tarde llegó la hermana del señor Ianson. Una mujer pasional con los deportes, y que no repara en chinchar a su hermano cada vez que puede. Ambos animan al equipo New England Patriots, mientras su querida madre los observa con una taza de té en la mano.
—Hola, cielo—una voz familiar capta mi atención.
Al darme la vuelta, reconozco a mi abuela materna. Muestra una sonrisa de oreja a oreja abriendo los brazos. Echaba de menos esa mirada tan cálida. Todos dicen que heredé sus ojos avellana.
—¡Abuela! —exclamo antes de abrazarla—¿dónde está el abuelo?
—Aparcando, ya sabes cómo es con su queridísima camioneta. Estás preciosa—pasa su mano por mi pelo.
—¡Mamá! ¿No quedamos en que vendrías en avión? —dice mi madre molesta con los brazos en jarras
—Cielo, no seas aguafiestas, que este cuerpo todavía tiene mucha marcha—dice moviendo las caderas.
—Voy a ayudar al abuelo—beso su mejilla.
Salgo de la casa sin abrigo. Error, ¡qué frío! Con la nariz helada, abrazo a mi abuelo en la acera. Camina delante de mí con una de las bolsas de viaje. Para ser solo tres días, creo que han empacado medio armario, igualitos que su hija.
Lo sigo a unos metros con el resto del equipaje. Las escaleras, ahora mismo, me parecen el Everest.
—¿Necesitas ayuda? —me preguntan a mis espaldas.
—No, gracias. —me doy la vuelta y abro los ojos aún más reconociendo al propietario de la voz—¿Dorian?
—Kara—pronuncia mi nombre estupefacto.
—¿Qué haces aquí?
Una chica rubia se sitúa a su lado al acabar la frase.
—Tú debes de ser Kara, la hija de Maggie. Soy Clarisse, la sobrina de Simon. —me saluda extendiéndome la mano.
—Encantada.
—No sabía que os conocíais—dice señalándonos.
—Apenas del avión de vuelta de Londres—miento ávida— ¿Sois...?
—¿Pareja? Sí, nos conocimos en Australia hace un año. Estuve estudiando allí por una beca, al igual que tú.
En realidad, iba a decir hermanos. No quería que fuese cierto ni que fuese a ser capaz de ser tan repulsivo, canalla, ruin, cretino y todos los adjetivos descalificativos existentes.
De reojo, veo a mi prima salir del coche aparcado en la acera de enfrente.
—¿Qué hacéis aquí? Hace un frío que pela. Dorian, ¿quién te ha invitado? —dice frotándose los brazos.
—Su novia es la prima de Alanah. —le indico—Mya, ayúdame con las maletas del abuelo, ¿quieres? —le doy una antes de que pueda rechistar.
Al adentrarnos a la casa, empujo a Mya hasta la cocina cerrando la puerta.
—Pero ¿qué te pasa?
Dejando su bolso de marca en la isla junto al fregadero, localiza una botella de Chardonnay y se sirve una copa. Camino de un lado a otro tratando de asimilar la jugada del filósofo.
—Voy a contarte algo y necesito que por una vez no lo prediques a los cuatro vientos. —inhalo hondo— ¿Recuerdas mi cumpleaños? ¿Cuándo decidí que huir como una persona irracional era lo más lógico? —espero a que asienta—Vale, pues acabé en casa de un universitario bohemio bastante agradable.
Tras hilar la información, Mya me mira con la boca abierta.
—¡Sabía que no podía gustarle a Alanah! Es demasiado finolis—se inclina hacia mí bajando la voz— ¿Lo hicisteis?
—No, solo le besé. Y luego él a mí. Y después fue cosa de ambos. Pero ese no es el punto. Dime, ¿qué hago?
—Por cosas como esta no soy hetero—da un sorbo a su copa.
—Te enrollaste con otra mientras estabas con Hazel.
—Corrección, me enrollé con otra chica durante una relación abierta con Hazel.
—De la cual tu ex no tenía conocimiento.
—¿Quieres que te ayude o no?
Nos asomamos desde la puerta de la cocina al pasillo tratando de no hacer ruido. Lo observamos en silencio hablar con mi madre. Tan encantador que quisiera cortarle la coleta.
—Me estás pisando—murmuro.
—No seas quejica. Además, son de la última colección italiana de un diseñador que ni sabrías pronunciar. Deberías sentirte honrada.
—¿Honrada? Con esas botas podrías alimentar a una aldea. ¿Cómo puedes ser tan repelente?
—¿Qué hacéis?
Sobresaltadas, nos damos la vuelta encontrándonos con Noah, quien nos mira confuso.
—No te incumbe. —me cruzo de brazos— ¿Es que no tienes otra cosa mejor que hacer? ¿Romper sueños, colaborar con el grinch en Navidad?
—Voy a ver qué hace Alanah—dice Mya.
Sale de la cocina hacia el salón. Regreso a la isla y abro una bolsa de ensalada ya cortada que me ha encargado la hermana del traidor.
—Así que me odias porque no puedo darte clases.
—No es que no puedas, es que no quieras. Además, me trae sin cuidado. Tu mera existencia me es indiferente.
—Por eso tu amiga me describió en el periódico del instituto como un cretino egoísta.
—Hipócrita egoísta. —corrijo—Además, ¿por qué iba a importarte? Tampoco es que cruzáramos más de dos palabras al día. Y, ambos sabemos que te encanta ser ese ermitaño. —lo observo—A no ser que solo leyeras el artículo por si aparecía tu secreto.
Su silencio me es más que suficiente para saber la respuesta.
—¿Ves? —continúo—Eso solo demuestra que llevo razón. Eres incapaz de pensar en otro que no seas tú.
Tras la conversación, y servir los canapés, Mya se ha sentado a mi lado para hablarme sobre lo injusta que es la vida porque tenga que trabajar a tiempo parcial en una cafetería. Lo realmente injusto es tener que escuchar sus quejas de niña rica, eso sí que es un suplicio.
Mi madre le contó a su insoportable melliza la que había liado su hija en la fiesta de la hermandad, y como consecuencia, decidió cerrarle el grifo. Así que ahora no tiene coche, ha perdido el privilegio de la habitación individual de su residencia y por fin ha conocido el metro. Todo un hito en su vida.
Veinte minutos antes de la cena, el huracán Deborah hace acto de presencia en el adosado. Con grandes gafas de sol de marca, aunque el día esté nublado y abrigo de piel sintética, rellena la estancia no sin antes anunciar que el spa de su hotel de cinco estrellas ha sido el causante de que llegase tarde.
—¿Mamá? —Mya deja la copa de vino a un lado sorprendida—¿qué haces aquí?
—¿Es que una madre no puede querer pasar las fiestas con su única hija? —pregunta desabrochándose su singular abrigo.
—Tú, no. ¿Vienes a regodearte? Mira como tengo las manos, los desinfectantes del trabajo que he tenido que buscar para poder sobrevivir me crean ampollas.
—Mya, me agotas. Tráeme un Martini, ¿quieres? —se quita los guantes de cuero.
Su hija hace lo que le pide a regañadientes. Son tal para cual, aunque me apiado de mi prima por la extravagancia de mi tía. Al rato aparece el padre de Mya, un bibliotecario bonachón, al que mi abuelo saluda antes que a su hija. Está amargada perdida.
—¡Oh, venga ya! —se queja Mya.
—Yo también me alegro de verte, Mya. ¿Stanley todavía no ha llegado?
—No, no va a venir—me adelanto a mi madre.
No he vuelto a hablar con él desde mi cumpleaños. Honestamente no sabría qué decirle y tampoco sé si quiero hacerlo, por muy egoísta que suene por mi parte.
—Me alegro de que volváis a entenderos—comenta mi abuela cambiando de tema.
—De hecho, estamos pensando en vivir juntos de nuevo. En los Ángeles, por supuesto. ¿No es fantástico, Mya?
Se queda con la boca abierta a la vez que trato de aguantar la risa.
Antes de sentarnos a cenar, Mya tiene unas palabras con su padre advirtiéndole que está loco por enésima vez. A decir verdad, cada dos años sus padres "amenazan" con volver, pero al final siempre cae en saco roto.
En el salón, mi abuela habla con mi madre sobre la boda. Si ya han elegido el sitio para la ceremonia o el menú. Me apiado de mi madre, cuando su futura suegra deja clara su postura sobre cómo debería ser la ceremonia y el color del vestido que ha de llevar.
Regreso al pasillo hacia la cocina encontrándome a Dorian en medio.
—¿Podemos hablar?
—No—espeto pasando de largo.
—Kara, por favor.
—Ni siquiera deberías estar aquí. Si te quedase algo de dignidad, que lo dudo, te habrías ido antes de poner un pie en esta casa. ¿Cómo se puede ser tan cretino? ¿Sabes qué, mejor no me respondas?
Antes de poder dar un paso más, Dorian abre la puerta del baño junto a la escalera y me tira del brazo hacia el interior.
—¿Te has vuelto loco? — me deshago de su mano apartándolo.
—Por favor. Solo escúchame.
—No quiero saberlo.
—No volviste a llamarme. No he sabido nada de ti hasta hoy.
—Que yo sepa estás con Clarisse desde hace un año.
—De los cuales solo pasamos cinco meses juntos como pareja. —me interrumpe—Llevo sin verla desde antes de verano.
—¿Y eso justifica que la engañes? ¿Qué te líes con otras? ¿Qué le mientas?
—No, claro que no. Sé que no lo hice bien. Y que no lo justifica, pero llevábamos discutiendo tanto tiempo que bebí de más aquella noche en la fiesta y besé a esa chica.
—Que hubiese ido a más si yo no hubiese estado en la habitación.
—Pero no fue a más. Y aquella noche, en mi apartamento. No pude evitarlo. —hace una pausa—Me gustas, Kara
—Haberlo pensado mejor. Si tienes un mínimo de respeto por ella o incluso por ti mismo, sé sincero y asume tus errores. Por lo que a ti respecta, a partir de esta noche, no existo para ti.
Salgo del baño corriendo hacia mi habitación.
Me encierro sin poder remediar mojar mis mejillas. Me siento como una tonta por haber confiado en él. ¿En qué estaba pensando? Apenas lo conocía y me dejé llevar.
Oigo como dan dos toques a la puerta. Me seco las lágrimas con las yemas de los dedos antes de dejar que pase.
—La cena está casi lista—anuncia mi abuela.
—Enseguida bajo—sonrío con cierta dificultad.
—¿Qué ocurre, cariño?
Sin poder evitarlo me derrumbo. Se sienta conmigo en la cama y la abrazo fuertemente.
—Sea lo que sea podremos arreglarlo—susurra cerca de mi oído.
—Esto no. —me aparto—Me siento como la pieza que no termina de encajar. Estoy rodeada de personas y aun así me siento muy sola.
—Kara Abbot, eres maravillosa—posa sus manos en mis mejillas.
—Eso lo dices porque me quieres.
—¿Significaría más si viniese de alguien desconocido? —arquea las cejas.
—Supongo que no.
—Kara, no son nuestras semejanzas las que nos unen, sino nuestras diferencias. Sé que no escogiste vivir en esta casa ni convivir con desconocidos, pero puedes decidir qué hacer al respecto.
—Ella nunca me escucha.
—Yo sé que sí. Y que solo quiere que seas feliz. Y tu padre también.
—No puedo...—sigo en un hilo de voz—No puedo mirarlo.
—Él no tuvo la culpa, ninguno de nosotros la tuvo. Es el dolor el que habla, y el que nos distancia. Te mereces ser feliz, Kara, incluso aunque a veces pienses lo contrario.
Vuelvo a aferrarme a ella cerrando los ojos. Ojalá viviésemos en la misma ciudad y no a más de cinco horas en coche. Siento que es la única que verdaderamente me conoce.
Mi móvil suena interrumpiendo el abrazo. Me disculpo con mi abuela al ver la foto de Sept en la pantalla táctil.
—Sept, ¿te importa si te llamo luego?
—¿Es que no lo has visto? —pregunta al otro lado de la línea.
—¿Ver el qué?
Al instante me salta una notificación de una publicación en la página web del periódico del instituto. Al pulsar en el enlace, en primera portada, aparece una foto de Noah y Samantha Hills abrazados en el aparcamiento del instituto.
"Se rumorea que el soltero más codiciado del instituto ya no está disponible. Al parecer él, y la Señorita Hills compartieron unos momentos muy íntimos al finalizar las clases este viernes. ¿Será que por fin alguien ha conseguido atravesar su corazón de hielo? ¡Síguenos en todas nuestras cuentas para no perderte las novedades!"
La arpía y el insensible, será la combinación perfecta de estas navidades.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro