▪ ONCE ▪
Febrero de 2015
La semana de Cupido ha llegado a Boston. ¡Qué tortura! No entiendo por qué parece que solo debes demostrar que quieres a alguien una vez al año y solo por una estrategia comercial. Estoy segura de que el que regala flores es porque algo "malo" ha hecho, por no hablar del que regala bombones.
Y, sin embargo, aquí estoy, formando parte de esta parafernalia subida a la vieja escalera portátil del encargado de mantenimiento. A la presidenta del consejo estudiantil le pareció que era la persona idónea para colgar corazones de papel rojo chillón alrededor del instituto. Me encantaría desinflar ese globo que tiene por cabeza.
A mitad del pasillo observo a André detenerse junto a la taquilla de Joan. Nada más saludarla le tiende un pequeño paquete rojo envuelto en un lazo. Sin embargo, a Joan no parece hacerle mucha gracia y nada más abrirlo se lo devuelve casi discutiendo. El amor es extraño.
Los neandertales del equipo de fútbol se abren entre los estudiantes como una jauría, uniformados para el partido que se celebrará por la tarde. De nada sirve que exclame que tengan cuidado, uno de ellos choca con la escalera. Sin estar sujeta a nada, mis pies se separan de los peldaños y me desestabilizo hacia atrás. Cierro los ojos preparada para el golpe, pero se abren cuando no caigo sobre el suelo duro y frío.
Noah posa sus ojos azul gélido en mí a la vez que me sostiene en sus brazos. Puedo escuchar mis latidos retumbar enmis orejas sin apartar la mirada expectante a lo que viene después. O el mundo se ha detenido, o todo el instituto se ha congelado en un largo silencio.
¿Le digo gracias o vuelvo a decirle que nuestra relación es tóxica?
—¿Noah?
Reconozco la voz de Samantha. Al instante, apoyo mis pies en el suelo y me separo de él. No quiero más problemas, estoy agotada de todo esto.
Su aparente novia se cruza de brazos cruzados. Viste el uniforme de las animadoras con la falda excesivamente corta, algo en contra del reglamento. Pero sorpresa, su madre es la presidenta de la asociación de padres, lo que significa, que es intocable, o eso pensaba.
—¿Qué hacías, Noah?
—¿Necesitas que tu novio te pida permiso para ayudarme? —suelto.
—Pues claro que no. —sonríe falsamente—La confianza en una pareja es fundamental, solo que, dados tus antecedentes, deberías entenderlo. De hecho, hoy hace dos años, ¿cierto? Creo que nadie olvidará nunca tu carta de amor.
Algunas risas se escapan entre el público. ¿Es que acaso somos la función principal? ¡A ver si corre el aire!
—Admito que fue enternecedor. —prosigue—Pero mírate ahora. Ya has comprendido dónde está tu lugar. Creo que faltan decoraciones, ¿no crees, Kara?
Recojo la cinta adhesiva del suelo y levanto la escalera del suelo. Debería haberlo dejado estar, al fin y al cabo ella no es el centro del universo.
—En realidad, te lo agradezco, Samantha.—digo confrontándola— Me has abierto los ojos. Lo tenía tan idealizado, que ahora me asusta. Tienes la relación que mereces, aparentemente perfecta para una foto en redes sociales.
Samantha humedece sus labios. Sin más dilación, se acerca a Noah y, sujetándolo del cuello de su camisa lo besa descaradamente.
Aparto la vista de la parejita de oro. Solo verlos me provocan náuseas. Continúo mi camino hacia el aula de arte, a por más guirnaldas para la víbora, vacía a estas horas.
—Deberías pisotearlos y pegarlos contra su taquilla.
Al darme la vuelta, veo a Joan de brazos cruzados en el marco de la puerta.
—No es una opción.
—No le perteneces. No debes obedecerla pues si la junta se entera que te chantajea su reino se vendría abajo.
—No puedo arriesgarme. Además, solo son guirnaldas.
—¿Hasta cuándo piensas dejar que siga jugando contigo? Hoy son guirnaldas, pero mañana será algo más. Y sé que jamás le habrías hecho daño a Sept si hubieses podido evitarlo. Así que algo muy gordo tiene que haber para que sigas obedeciéndola.
Aprieto los labios a la vez que Joan cierra la puerta. Se detiene frente a mí y espera paciente mi confesión.
—Ya sabes que vivo con Noah. Mi madre y su padre van a casarse. Samantha lo descubrió y comenzó a chantajear con que lo contaría sino se hacía pasar por su pareja. Es el chico más popular del instituto y necesitaba los votos para ganar las elecciones. Entonces lo descubrí y me amenazó con que, si hablaba, ella subiría un video de James.
—¿El hermano de Sept? ¿Qué tiene que ver en todo esto? —pregunta confusa.
—El ex novio de Samantha es amigo suyo. Cuando cortaron se emborrachó y le envió un video donde él y un par de colegas, incluido James, conducían sin carné por el aparcamiento del instituto chocando con el coche del director. Si la junta se enterase lo expulsarían y probablemente a Sept también por lo de la beca. Y antes de que me lo preguntes, es imposible borrar ese video, lo tiene guardado en una nube privada—termino apoyándome en una mesa.
—Por eso los hombres no deberían gobernar el mundo. —se coloca su cabello tras las orejas— Pero algo se nos ocurrirá.
—Samantha podría chantajearte. No puedo dejar que participes en esto—digo incorporándome.
—Y yo no puedo ver cómo te sigue humillando. No le tengo miedo y tú tampoco deberías. No está por encima de ti, pero el miedo hace que lo parezca. Por ahora no se lo contemos a Sept hasta que tengamos un plan, ¿sí?
Asiento y termina por abrazarme a la vez que mis ojos se humedecen de la tensión acumulada.
*****
Mya me llamó un par de horas más tarde, avisándome de que la "fiesta del año" sería en una residencia de estudiantes de su universidad.
Honestamente mi plan de San Valentín era quedarme en casa, frente a la tele del salón, viendo una película de misterio atiborrándome de palomitas de mantequilla. Pero cuando llamó Mya, saltó el altavoz y September oyó la conversación, no pude negarme.
Así que dos horas más tarde iba de camino en un taxi, enfundada en unos pantalones de cuero incomodisimos, un jersey granate y unos pendientes largos de tonelada y media cada uno que Sept me obligó a llevar porque el conjunto lo necesitaba.
Mi querida prima asiste a la universidad de Boston con alma mater en economía. Aunque con los papelones que se monta, bien podría destacar en artes escénicas.
Al llegar, subimos hasta el tercer piso del edificio de ladrillo marrón rojizo. Varios estudiantes disfrutan de la fiesta en los pasillos con epicentro en la sala común, aunque el alma de la fiesta parece estar en la mesa de billar. Un tío con una corbata en la cabeza bebiendo chupitos de tequila al son de "We are the Champions" parece liderar al grupo.
September se separa junto a Hannan directos a la zona de baile, y Joan se dirige a la mesa de bebidas preparada para darlo todo. Al fondo de la habitación, localizo a una cara familiar. Una joven de melena azabache y mirada dulce que ríe junto a otros dos chicos.
—¿Esa no es Hazel? —le pregunto a Mya.
Pero antes de responderme, la joven se da cuenta de mi presencia y se acerca con un vaso de cartón en mano.
—¡Kara! ¿Cómo estás? —exclama sonriente.
—Bien. Volví de Londres en septiembre. Pensaba que seguirías en Francia.
—Volví al acabar los exámenes. ¡Me alegro de verte! Tenemos que quedar algún día y ponernos al día.
Su expresión de felicidad cambia notablemente al ver a mi prima. Sin mediar palabra alguna, Hazel se aleja bajo la atenta mirada de Mya.
—Realmente, me caía bien. ¿No crees que ya es hora de que habléis? —le pregunto.
—Ella fue la que terminó.
—Porque la engañaste.
—Era una relación abierta.
—No es verdad, pero te asustaste al ver que te estabas enamorando de ella.
Se queda en silencio. En ese momento un chico pasa a su lado, y Mya le quita la botella de licor que llevaba en la mano dando un largo trago. Al parecer lo de evadir los problemas viene de familia.
Unas horas más tarde, tras bailar y jugar al billar con el tío de la corbata, me siento en el sofá y contemplo a varias parejas bailar al son de una canción perfecta para San Valentín.
Veo a Sept y Hannan bailar juntos, a mi prima coqueteando mientras mira de reojo a su ex y a Joan enrollarse con un tío de primer año de literatura. Al acabar, se sienta a mi lado.
—Buena fiesta—dice dando un trago a un vaso de cerveza.
—Pasable. ¿Qué ha pasado con André? Os vi esta mañana en el pasillo.
—Se le ocurrió que regalarme un disco con canciones que le recordaban a mí era buena idea.
—¿Es que no lo es?
—Claro que no. —responde ofendida—Ya te lo dije, no es una relación solo es atracción. Y si no sabe diferenciar eso entonces no podemos estar juntos.
—Es una pena, me caía bien.
Joan vuelve a beber de su vaso.
—¿Y tú que, no vas a honrar al día de Cupido? —pregunta alzando las cejas.
—Creo que ya he tenido suficiente por hoy. —me levanto del sofá—Voy a pedir un taxi.
—¿Quieres que te acompañe a casa?
—¿Y privarte del chico de Shakespeare? No te haría eso.
Me despido prometiendo llamar cuando llegue a la residencia Ianson.
Bajo al piso inferior esquivando a los universitarios hasta llegar a la entrada acristalada. Busco la aplicación y espero a que me aparezca el primer taxi disponible, pero antes de darle a confirmar, una cara conocida reaparece.
—Voy a empezar a pensar que estás siguiéndome—dicen a mis espaldas.
Al girarme reconozco a Dorian, me dedica una sonrisa con las manos metidas en los bolsillos a cierta distancia. Lleva el cabello atado en un moño como la última vez y una parte de mí podría devolverle el gesto, pero en este instante no me acuerdo de cómo hacerlo.
—De todas las fiestas que se celebran en Boston, tenías que venir a esta.
—Yo también me alegro de verte—da unos pasos al frente.
—El sentimiento no es mutuo. Así que adiós—guardo el móvil en mi chaqueta.
Entonces Mya aparece en escena. Oportuna como siempre.
—¡Dorian! ¿Por qué has tardado tanto? —le pregunta.
—No encontraba aparcamiento.
—Esto está casi acabado. Oye, ¿por qué no llevas a Kara a casa? Así no tendría que pedir un taxi.
—Ya lo he hecho—respondo fulminándola con la mirada.
—Pues lo cancelas. —se acerca a mí—Además, ¿no crees que deberíais hablar? —murmura—sonríe victoriosa repitiendo mi frase sarcástica.
Resoplo.
Al final he cedido. Dorian ha conducido hasta la residencia Ianson con la condición de no hablar por el camino. Me he dedicado a mirar lo "interesantes" que eran los edificios a través de la ventanilla del coche. Quince minutos después, por fin aparca junto a la acera frente a la casa. Me quito el cinturón.
—Supongo que gracias—abro la puerta del coche.
—Kara, espera.
Continúo mi camino hacia las escaleras de ladrillo ignorándolo. Siento sus pasos aproximarse.
—Clarisse y yo hemos acabado. —alza la voz—Le dije que ya no estaba enamorado de ella.
—Me da igual—subo un par de escalones.
—Me equivoqué. Fui un canalla, un estúpido y un idiota. Pero la verdad, Kara es que no puedo dejar de pensar en ti.
—No sabes lo que dices.
—Sé que cuando te miro, el mundo se detiene. Que cuando sonríes, iluminas todo. Y que piensas que eres oscuridad. Pero, en realidad, eres luz.
Me doy la vuelta y lo encaro enfadada. Observo su rostro, parece sincero pero, ¿cómo puedo estar segura después de lo que ocurrió?
—Crees que por recitar un par de palabras bonitas el mundo caerá a tus pies, pero solo es humo. —hago una pausa—Me engañaste. Confiaba en ti porque por alguna razón pensaba que eras diferente, pero no tienes nada de especial.
—Me arrepiento, nunca quise hacerte daño.
—¿Y de qué me sirve ahora?
—Porque creo que también sientes algo por mí. Desde aquella noche, cuando nos besamos, —continúa subiendo los escalones hasta posicionarse a mi altura—creo que también piensas en lo que podríamos llegar a ser juntos.
Lo examino con detenimiento. Puedo ver las alertas rojas a su alrededor, en todas sus formas.
—¿Y si no es así, y si ya me he olvidado de ti?
—Entonces me marcharé y no volveré a molestarte. Pero si una parte de ti sigue creyendo en nosotros, me quedaré.
Puedo sentir el calor de su aliento mentolado Como un imán sigue atrayéndome como aquel día en su apartamento. Sin poder evitarlo, mi mirada se desvían hasta sus labios iluminados en parte por la luz del interior de la casa.
Detengo el recorrido en sus ojos, y observo como el vaho de su respiración entrecortada se hace cada vez más y más visible. Mi cuello se tensa conforme dejo que el tiempo pase e intento luchar contra mis instintos, pero lamentablemente mi fuerza de voluntad se pierde por el camino.
Alzo la barbilla hasta que mis labios caen sobre los suyos, al principio lento y luego casi hasta agotar mi respiración. Mis manos han pasado a rodear su nuca y las suyas a rodear mi cintura y a pegarnos el uno contra el otro.
De repente, oigo como la puerta principal se abre. Por instinto me separo de Dorian retrocediendo unos pasos y, al dirigir la mirada al recibidor, me encuentro con la silueta de Noah.
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