▪ EPÍLOGO ▪
Septiembre de 2027, Londres.
No viajé a París ese año, ni el siguiente, ni el posterior. Sencillamente, no podía ante el caos instaurado a mi alrededor. Necesitaba días de veintiocho horas. Trabajaba los fines de semana en un restaurante del centro y comencé un voluntariado en el hospital de la facultad hasta empezar las prácticas.
Falté a innumerables reuniones familiares, cumpleaños y partidos de beisbol que pude ver a través de videollamadas. Sustituí las vacaciones por asignaturas extra mientras mis padres me visitaban a consecuencia. Recorríamos la ciudad y me instaban a relacionarme más y hacer amigos. ¡Cómo si fuera tan fácil! La competencia en la clase era brutal, la mayoría quería obtener la mejor calificación y les daba igual si acababan pisoteándote por el camino.
Cuando volvía agotada a ese dormitorio en Islington, al norte de Londres, mi vida social consistía en sentarme frente al ordenador y ver Nothing Hill en bucle con un plato de fideos instantáneos de microondas. Creo que fue en tercero de carrera, cuando conocí al primo de Hannan, estudiante de marketing en Newcastle, en aquel restaurante a medianoche cuando de verdad comencé a divertirme.
Estar lejos de nuestra familia nos unía de alguna forma. Le hablaba de Mya, y de cómo contra todo pronóstico, acabó economía con una media decente. También, que, con la ayuda de Hazel, había abierto una página web de venta de ropa y complementos que distribuía de pequeños comercios. Y recuerdo que, cuando visitaron Londres en Pascua, hablaban de mudarse a Nueva York.
Las compañeras de piso de Joan se marcharían al acabar sus estudios y necesitaba urgentemente compartir los gastos. Algo que parecía encajar con ambas. Acababa de empezar a trabajar en una productora encargada del área de postproducción. Y sobre André, es complicado.
Seguían en constantes idas y venidas atraídos por incoherentes discusiones y reconciliaciones que no terminaban de cuajar. Como el resto de sus relaciones, a decir verdad. Creo que ni ellos saben que son hoy en día, aunque supongo que esa etiqueta era más necesaria para los que los rodeábamos que para sí mismos. No fue hasta que a él lo trasladaron a Buenos Aires cuando hubo que tomar decisiones. Que por supuesto implicaban horas de videollamadas y dónde Joan dejó caer que había visto a Noah en la biblioteca de Nueva York durante los exámenes finales.
Noah.
Solo oír su nombre provocaba que esas mariposas, que se habían mantenido en hibernación hasta ese momento, revoloteasen por las paredes de mi estómago.
Supe por mi madre, pero sobre todo por Alanah, que Noah se había graduado con honores en Nueva York. Que finalizó con éxito un máster sobre el modelado molecular y que había regresado a Boston para realizar el doctorado, siendo uno de los alumnos más jóvenes de su promoción. Con los años fue más difícil levantar el teléfono y realizar esa llamada. Y, cuando pestañeé, era mi último año de universidad.
Decidí que cortarme el pelo por encima de los hombros era perfecto para ahorrar tiempo. Mi compañera de piso, la representación británica de Mya, aclamaba que estaba cometiendo un delito contra la estética, puesto que ese corte ya no estaba de moda. ¡Como si aquello me fuese relevante! Dormía menos de cinco horas diarias, el maquillaje era un estorbo innecesario y me daba exactamente igual con tal de llegar a tiempo a las rondas.
Aunque fuesen diez minutos. Era la primera en llegar para atender a los pacientes y la última en regresar a casa. Muchas noches, las guardias parecían interminables y me sentía muy sola. Solía llamar a Boston aprovechando la diferencia horaria. Y, ese ruido de fondo me hacía sentir como en casa.
A veces, la carrera me obligaba a sobrepasar un límite que ni siquiera yo misma conocía. Pero, el momento en el que subí las escaleras chirriantes de ese escenario años después, haciéndome entrega del diploma con mi nombre grabado en él, supe que había merecido la pena. Los nervios me impedían sonreír para la cámara de mi padre en primera fila, quien dejaba escapar alguna lágrima al lado de Michaela. Recuerdo ver al Señor Ianson y a mi madre aplaudiendo eufóricos y yo solo podía pensar en alzar la vista al cielo y dedicárselo a Oli.
Y no volví a Boston.
Me mudé con unos amigos de la facultad a un piso en Camden Town. Tenía las paredes pintadas de amarillo y naranja chillón. Ni siquiera teníamos muebles y el agua caliente era inexistente. Hice algún viaje por Europa y alguna isla del pacífico cuyo nombre aún me cuesta pronunciar. Y en una de esas tormentas, cuando nadie miraba, bailé imaginando que él estaba a mi lado.
Hannan y Sept me visitaron aquel verano. Ambos acabaron la universidad un año atrás y habían decidido mudarse a San Francisco tras obtener una oferta de trabajo en la misma empresa, en departamentos distintos, pero con una buena proyección profesional. Y unos meses más tarde, coincidiendo con su aniversario, Hannan se arrodilló frente a sus padres y le pidió matrimonio.
Se casaron a mediodía en una iglesia en el centro de Boston. Esa fue la primera vez que vi a Noah después de siete años, con un ramo de peonias de camino al altar. Él era el padrino y yo una de las damas de honor. Intenté disimular con una media sonrisa lo que generaba cuando depositaba sus ojos en los míos. Durante la ceremonia ensayé mentalmente lo que debería decirle al saludarle, quizás un "te veo bien" o "¿cómo te va la vida?" o directamente podría pasar a un sincero "te he echado de menos".
Pero tener una conversación no fue tarea fácil. Como si de un imán se tratase, parecíamos atraer a cada invitado de la boda irremediablemente. Solo al final, cuando sonaba "You Are The Reason" de Calum Scott en la pista de baile, pudimos perdernos en la mirada del otro cuando el mundo parecía detenerse a nuestro alrededor.
Por un instante no habían pasado el tiempo. Era como si acabara de despedirme en ese balcón antes de marcharme al aeropuerto. Como si acabase de sentir sus dedos rozando mi mejilla y los latidos de mi corazón acelerarse a consecuencia y me hubiera arrepentido de prometer esa madrugada de junio, que solo nos amaríamos esa noche hasta que encontrásemos el momento indicado. Y, aquella noche, ambos incumplimos esa promesa. Besé los labios de Noah Ianson en la habitación del hotel hasta quedarme dormida entre las sábanas al amanecer.
Regresé a Boston para formar parte de un ensayo clínico con relación a los trastornos de inmunodeficiencia mientras continuaba con los estudios del postgrado en cirugía pediátrica. Mi horario parecía haberse estabilizado al fin, aunque esta profesión sea impredecible, dormir, por lo general, ocho horas del tirón, puede llegar a ser fascinante.
Paseo por los pasillos de la planta de pediatría del hospital hasta detenerme en el puesto de enfermería. El personal sanitario viste el uniforme correspondiente, pero de vez en cuando encuentras a un médico con una nariz de payaso o un enfermero con un traje del hada de los dientes.
Los niños pasan muchas horas solos en el hospital, sus padres tienen que seguir trabajando para poder pagar el seguro médico, así que en ratos libres tratamos de que olviden la realidad que los rodea.
Una de mis internas carraspea antes de entregarme unos informes correspondientes a un paciente. Como parte de su aprendizaje, la examino acerca del significado de los resultados para después enviarla a realizar tactos rectales.
Se piensa que no sé qué lleva días llegando la última a las rondas o saltándose las guardias por la resaca a consecuencia de las fiestas del campus. Y no puedo perder la apuesta con ese idiota de Connor por la calificación media de los internos. Pienso conseguir la plaza extragrande del aparcamiento a toda costa, aunque no tenga coche. Es cuestión de principios, o más bien, de tocar las narices.
Cierro la carpeta con los informes antes de tocar la puerta de una de las habitaciones con los nudillos. Al entrar, mi paciente, una niña de diez años con el cabello trenzado, está rodeada de muñecas que ha repartido por la cama mientras las enseña a sumar y restar.
—¡Vaya, qué estudiantes más aplicados! —cierro la puerta saludando con la mano a su madre.
—Vamos a comenzar la clase de ciencias. —dice emocionada—Hoy tocan las partes del cuerpo humano como el corazón, el cerebro, el ombligo....
—Veo que te encuentras mucho mejor, Ivy. Y, por eso, te he traído mi prueba favorita, ¿recuerdas?
Levanto la mesa a los pies de la cama hasta acercarla a ella. Dejo el inspirómetro encima para comprobar el volumen pulmonar.
—Tienes que intentar que la pelota suba hasta esta marca—le indico con el bolígrafo.
Se sienta con la espalda erguida y llevándose el tubo a la boca, sopla con todas sus fuerzas elevándola por encima de la misma.
—¡Vaya, eso está muy bien! —miro a su madre—Los análisis muestran que el número de plaquetas ha mejorado desde la última vez. Los linfocitos han aumentado y voy a darle el alta.
—¿De verdad? —pregunta llevándose una mano al pecho emocionada.
—Seguiremos con revisiones cada quince días para ver la evolución del tratamiento. Debemos ser cautelosos. —continúo—Pero Ivy, vuelves a casa.
—¿Y podré comer helado? —se sienta de rodillas juntando sus manos—¿Y nubes de algodón de azúcar, gominolas de fresa, regaliz?
—Moderadamente. —me río tocándole la punta de la nariz. Me dirijo a su madre de nuevo entregándole un informe firmado—En la recepción le entregarán el formulario de alta. Estas son algunas de las indicaciones que recomiendo hasta la próxima consulta.
—Gracias doctora.
Salgo al pasillo. Cierro los ojos sin poder borrar la sonrisa de mi cara. Hoy es uno de esos días que quiero recordar. Giro la muñeca para comprobar la hora en el reloj de pulsera. Dándome cuenta de lo tarde que es, me acerco al puesto de enfermería de nuevo mientras marco el número de teléfono de mi cita.
—Sé que llego tarde a comer. —digo al oír como descuelga al otro lado de la línea—Pero estaré en diez minutos exactos. ¿Recuerdas la paciente de la que te hablé? Acabo de darle el alta.
Tapo el micrófono indicándole a Mary, la única enfermera disponible en ese momento, que programe las citas de Ivy Wilson durante los próximos cinco meses cada quince días a partir de hoy.
—¿Aún sigues aquí? —comenta pasando los dedos por el teclado del ordenador—Si sigue esperando, es señal de que merece la pena. —se recoloca las gafas—Te lo digo por experiencia. Mi exmarido no lo hizo y ahora duerme en un minúsculo apartamento con su nueva novia, atención al nombre, Crystal.
—Suena complicado. —respondo para volver a la llamada—¿Crees que podré entrar con la bata? Podríamos decir que voy a una fiesta de disfraces.
—El restaurante cerró hace un par de horas. —menciona desenfadado al otro lado de la línea—Tengo un plan mejor.
En ese momento, comienza a sonar "Sweet Caroline" de Neil Diamond a través de la megafonía del hospital.
—¿Puedes darme un segundo? —le indico—No sé qué es... Mary, ¿podrías...?
—Deberías ver que ocurre—comenta levantándose de la mesa.
Al doblar la esquina del pasillo, mis compañeros de trabajo me esperan a los lados con rosas en la mano que me van entregando conforme voy pasando. Confundida, las recibo sin entender absolutamente nada. ¿Es que acaso esto significa que he ganado la apuesta de los internos? Aunque si fuera así, Connor estaría de morros en la sala de descanso y no al lado de algunos de mis pacientes obnubilados, que se cuelan para observar la escena desde el marco de la puerta.
Y, entonces, mi corazón da un vuelco cuando veo a mi familia al completo esperar al fondo del pasillo cantando el estribillo de la canción. Me tapo la cara con la mano que me queda libre sonrojada. Con lo estirados que pueden llegar a ser los británicos este es el espectáculo que menos necesitaban. ¡Y en mi lugar de trabajo!
—Chicos, os agradezco todo esto, en serio. —digo cuando bajan el volumen de la canción—Pero sigue siendo un hospital y debo mantener una reputación.
Adoro las sorpresas. De verdad. No es sarcasmo. Pero, necesito que mis pupilos sigan temiendo ante mi autoridad. Cosa que disfruto gratamente.
Me fijo en cada uno de ellos. Yacob, ahora más alto que su hermano, alza los pulgares con la oreja aún vendada. Pensó que hacerse un piercing para conmemorar su graduación era una buena idea. Y, en vez de ir a un profesional, dejó que la pirada de su novia, a quien no juzgo, le clavase un alfiler sobre un limón y hielo. ¿Resultado? Un graduado en ingeniería robótica en urgencias por una infección derivada de un acto estúpido. Tras el susto, estuve horas riéndome al teléfono.
Alanah, a su lado, luce su recién estrenado anillo de casada. Volvió a Boston al acabar las prácticas en el bufete de abogados. Entró en Harvard, donde continúo su carrera para ser jueza y se mudó a la zona de Downtown cuando Keegan fue admitido en la escuela de Le Cordon Bleu en Londres y se mudó al piso de paredes hortera esas navidades. Y, en cuanto a ellos, bueno, eso es otra historia.
Permanecen sonrientes mirándose y cuchicheando entre ellos. Mi madre, que sigue siendo una de las abogadas más reputadas de Boston, se sostiene del brazo de su marido que luce el cabello algo más grisáceo después de una década. Siguen viviendo en ese adosado con Yacob y Bailey, que ahora hace siestas más largas y corretea menos para pedir mimos, tumbada bajo el ventanal del salón. Continúan discutiendo por los mismos absurdos problemas. Lo último fue lo de Acción de Gracias, la disputa por comer patatas asadas o en puré derivó en que acabásemos en una hamburguesería viendo el partido de beisbol en diferido.
Aun así, me gustaría ser como ellos después de tanto tiempo. Tener esa complicidad de saber lo que piensa el otro con una mirada, reírse a carcajadas de las mismas tonterías o compartir el último trozo de tarta a las dos de la mañana tras trasnochar por trabajo. A decir verdad, a nuestra manera, ya tenemos algo así. Inexperto y perfectamente imperfecto.
Mis pensamientos se disipan al oír murmurar a mis espaldas. Al girarme, todas las miradas se posan en el hombre cercano a los treinta, con traje de coderas y corbata a juego. Noah me dedica una sonrisa con el teléfono aún pegado a la oreja.
—¿Sigues ahí? —continúa caminando.
—Mis flores preferidas y la canción que cantamos en el instituto. —digo a través del móvil—¿A cuántos de tus alumnos has pagado para que participasen?
—Son fáciles de sobornar. Les conté que había pasado doce años de mi vida enamorado de la misma chica, que me entregó una carta en San Valentín, cuando aún estábamos en el instituto y, que me negaba a pasar otra década si no era su lado.
Se detiene a apenas centímetros guardando el móvil en el bolsillo de su chaqueta. Y, a continuación, antes de poder mencionar una palabra, se arrodilla abriendo una caja de terciopelo azul oscuro con un anillo de compromiso reluciente en su interior.
—Creí que habíamos acordado que nada de tratos—digo pasándome un mechón tras la oreja.
—Este es diferente. Es el único que no pienso incumplir.
—¿Y qué me ofreces a cambio?
—Una larga vida juntos. —responde solemnemente—Te garantizo que no será fácil. Que habrá momentos en los que nos saquemos de quicio mutuamente, pero te prometo bailar contigo siempre bajo la lluvia. Llevarte el desayuno a la cama tras una noche de guardia, y nunca irme a dormir sin decirte "te quiero", aunque no quieras dirigirme la palabra. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado. Kara Abbot, ¿quieres casarte conmigo?
Y, esa tarde, en medio del pasillo del hospital de la universidad, acepté la proposición de Noah Ianson.
Hay veces que tememos hablar o ser sinceros con aquello que sentimos por miedo a estropear lo que ni siquiera hemos intentado. No suelo pensar en el pasado, pero a veces mi mente se transporta inevitablemente a aquella mañana de septiembre. En ese momento exacto, cuando aún no sabía lo que llegaríamos a significar el uno para el otro. No sé si fue circunstancial o si alguien quería entretenerse a nuestra costa, pero doy gracias por todas aquellas razones por las que al final pudimos encontrarnos.
FIN
*****
A continuación, os dejaré un capítulo dedicado a agradecimientos. Ya seas lector o escritor, espero que hayas disfrutado a través de sus páginas y que te hayas emocionado con sus personajes. Leeros ha sido de mis partes favoritas escribir esta historia. Cada voto, cada comentario, GRACIAS por haberme dado la oportunidad de dar a conocer esta historia.
Como siempre, estoy deseando leer vuestros comentarios, ¿Qué os ha parecido? Os leooooo ↓↓↓↓
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro