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▪ DIECISIETE ▪

Mayo de 2015

Las velas se han apagado dejando el perfume delicado a vainilla en la estancia. Las sobras de comida tailandesa aún permanecen en la encimera de la cocina, en las cajas de cartón. El tráfico de la ajetreada ciudad se oye de fondo sumado a la música de jazz que continúa sonando.

Dorian separa nuestros labios para acabar recorriendo a besos mi cuello provocando que se me erice la piel. Abro los ojos encontrando mi reflejo en el televisor sin saber cuál es el siguiente paso que debo dar.

Él regresa a mi boca disipando mis pensamientos por unos instantes. Mis manos siguen inmóviles, apoyadas en el mullido sofá. En un momento dado, me empuja suavemente hacia atrás sin apenas separarse de mí.

Me acomodo tratando de no pisar mi cabello mientras él se quita la camiseta tirándola al suelo. Me fijo que ha caído junto a los zapatos de tacón sobre la alfombra hasta que vuelve a distraerme con sus besos.

Vuelve a enfocarse en mi clavícula, pero se aparta para comenzar a bajar los tirantes del vestido. Se me forma un nudo en el estómago solo de pensar en lo que viene a continuación.

—Dorian, espera—le detengo con la mano.

Él se aparta y me mira con las cejas arqueadas preocupado.

—¿Te he hecho daño?

—No, no. —contesto incorporándome y volviendo a sentarme—Es que creo que no estoy preparada. Lo siento.

—No pasa nada, no es necesario que pidas disculpas, lo entiendo. ¿Te parece si vemos una película? —me pregunta levantándose.

—Me encantaría, pero debería irme. Hoy es la cena de ensayo de la boda y no quiero llegar tarde.

—Otro día entonces. ¿Quieres que te acompañe?

—No hace falta. —beso su mejilla—Te veo mañana.

Alargo el camino lo máximo que puedo. Necesito aire fresco, aunque sea del contaminado de ciudad. A las seis y dos minutos de la tarde, llego al hotel Harold en el distrito de Downtown, el mismo hotel donde cada año los Ianson celebran la fiesta de Navidad de su empresa y en el que la Señora Ianson pensó que sería el sitio ideal para formalizar la relación de su querido hijo.

Nada más cruzar las puertas giratorias, el botones me saluda con un gesto bajando la gorra de su uniforme.

Me quito el abrigo dada la temperatura en el interior. Una gran lámpara de cristales cuelga del centro de la recepción sobre una mesa redonda de mármol adornada con un jarrón de flores y folletos sobre qué hacer y visitar en Boston.

Localizo a mi madre y al resto de mi futura familia política junto a los mostradores. Nada más verme, Alanah me saluda histérica por llegar dos minutos tarde de la hora prevista.

—Al menos te has puesto el vestido, algo arrugado, por cierto. —saca una tarjeta con el logo del hotel—Ten, esta es nuestra habitación.

—Espera, ¿nos quedamos a dormir? Tengo que volver a casa, no me he traído lo de mañana.

—Tranquila, ya he pensado en eso. —baja el tono alzando las cejas—No quería interrumpir tu cita con Dorian.

—¿Cómo sabías que...?

—Yo lo sé todo—sonríe de oreja a oreja—Por cierto, ¿dónde está? ¿No viene a la cena de ensayo?

—¿Por qué iba a hacerlo?

Una pareja, que más que hablar parecen discutir, entra en el hotel causando gran alboroto. ¡Mis abuelos han llegado a la ciudad! Y a juzgar por el equipaje, han traído a medio vecindario con ellos.

Mya y yo corremos hacia ellos a abrazarlos.

—Cielo, ¿por qué hueles a incienso? Pensaba que lo odiabas—me pregunta mi abuela.

—He pasado por una tienda muy artesanal de camino, será por eso—titubeo nerviosa mirando la punta de mis pies. ¡Miento de pena!

—¿En serio? —interviene Mya—Pensaba que era porque venías de casa de Dorian.

—¿Dorian, quién es Dorian? —insiste mi abuela.

—El novio de Kara. Es el de la coleta del Día de Acción de Gracias—continúa.

Quiero a mi prima, pero no me importaría si se mudase a otro estado.

—¿El hippie del jersey de alpaca? —mi abuela coloca sus manos en mis hombros.

—¡A ver atención! —exclama Alanah—Ya habrá tiempo para el hippie de la coleta.

—Alanah—me quejo.

—La cena es en una hora, no quiero retrasos. Quedamos en las puertas del restaurante en la planta treinta y tres. ¿De acuerdo? Venga, movimiento—ordena alzando el dedo índice.

—Yo voy a tomar algo—dice Mya.

—Tú te vienes conmigo—dice arrastrándola hacia el ascensor.

En la habitación, las tres terminamos de arreglarnos. Mya termina de pintarse los labios de rojo mate mientras Alanah se dedica a dirigir al personal a través de un interlocutor.

—¿Cómo se te ocurre? —le pregunto a Mya.

—Y yo qué sabía, ni que fuese un secreto. Bueno, ¿y qué ha pasado? Ha habido tercera base o....

—No es asunto tuyo—digo tumbándome en la cama.

—Venga Kara, podemos ayudarte y darte ciertos consejos—continúa mirando su reflejo en el espejo.

—Deja de hablar.

—¿Por favor dime que no debemos tener la conversación de dónde vienen los niños?

—Creo que mejor me voy o mataré a alguien.

Camino hacia la puerta, pero nada más abrirla, Alanah me detiene.

—Espera, ¿qué es eso? —me pregunta Alanah señalando mis deportivas—¿Y los tacones que van a juego?

—Ya.... no pienso ponérmelos, llevo andando toda la tarde con ellos—hago una pausa—Además, ¿no querrás que me caiga en medio del restaurante y avergüence a toda la familia? —observo como frunce los labios—Eso pensaba.

Salgo de la habitación airosa por estar por fin a una altura razonable del suelo. Tampoco despintan tanto, son grises y con el azul conjuntan. Espero al ascensor junto al gran ventanal a su lado. La luna llena se posa sobre la ciudad de luces en un cielo despejado.

El sonido del ascensor capta mi atención y al entrar pulso el botón de la planta del restaurante a la vez que Yacob y Noah entran en él.

Yacob permanece inmerso en un juego de su consola mientras su hermano se apoya en la pared vestido con un traje azul marino, algo más claro que mi vestido.

—Así que el filósofo de la coleta, interesante elección—comenta de brazos cruzados.

—¿Y eso qué significa? —le pregunto molesta.

—Nada, solo que, ¿cómo se dice? ... No te "pega".

—Respuesta errónea—interviene Yacob sin apartar la vista de la pantalla.

—¿Qué no me pega? ¿Y tú qué sabrás lo que me pega o me deja de pegar?

Las puertas del ascensor se abren, Yacob se escabulle encontrándose con nuestros padres a las puertas del restaurante. Noah trata de salir del ascensor, pero se lo impido con ambos brazos extendidos.

—Responde la pregunta, Ianson.

—¿No he sido lo bastante claro?

—No te des de listo ahora. ¿Qué ocurre, es que no es demasiado elitista para ti? En serio, quiero saberlo.

—¡Kara! —una voz estridente me llama.

Al darme la vuelta me encuentro a una de las primas de mi madre vestida de rosa fucsia.

—Tía Helen, ¿cómo estás?

Me aparto tratando de disimular.

—Muy bien querida. Ven a saludar a tus tíos y a tu prima Sophie. Ha tenido un viaje algo revuelto.

—¿Habéis traído a un cerdo a la boda? —pregunto horrorizada.

—Tranquila, lleva un vestidito, no lo confundirán con comida.

La velada transcurre adecuadamente. Nos hemos reunido la familia y amigos más cercanos para degustar la cena, algo escasa para mi gusto. Debería haber pedido el menú infantil como Yacob.

El lugar en verdad es una maravilla. Las mesas se extienden a lo largo de la sala decorada con flores, y detalles elegidos para la celebración de mañana. En las velas junto a los jarrones se puede leer los nombres de los novios. Es la misma tipografía que la del menú de la cena o el cartel con el número de la mesa. Aún así, los grandes ventanales y la terraza siguen siendo mi parte favorita.

Estoy sentada en una de las mesas redondas junto a parte de mi familia materna a excepción de los padres de Mya, que se han sentado en la mesa rectangular principal con la pareja de honor. Varios amigos realizan un breve discurso para los novios. Empiezo a pensar que es una excusa para brindar.

—¿Ves esto? —Mya me enseña un recorte con un número de teléfono escrito—Se llama Sarah y hemos quedado en tomar una copa al acabar el servicio. Es verdad eso que dicen que en las bodas se liga mucho.

—A lo mejor solo quiere que le dejes propina extra.

—Debería haberme depilado. Por cierto, ¿no decías que no habías invitado a tu novio?

—Y así es.

—¿Y entonces qué hace aquí? —pregunta señalando la puerta.

—¿Qué?

Disimuladamente me echo hacia un lado sobre la silla, inclinándome hacia la entrada. Y ahí lo encuentro, hablando con un par de camareros con una invitación en la mano. ¿Por qué está aquí?

—Y ahora unas palabras de la dama de honor, ¿Kara? —la voz de Alanah se oye a través del micrófono.

—¿Qué? —pregunto antes de caer al suelo por accidente.

Me levanto de un salto siendo el foco de las miradas de nuevo. ¡Vaya desastre! Definitivamente me he dado un buen golpe.

Comienzo a caminar bajo la atenta mirada de los invitados. Debería haber hecho caso a Alanah y ponerme esos puñeteros tazones. Veo a Mya tratando de contener la risa y sacando el móvil para grabarme. ¡Yo la mato!

Me aclaro la garganta antes de tomar el micrófono de Alanah. Oigo a una señora vestida de etiqueta murmurar sobre si yo no era la que rompió el vaso en la fiesta de compromiso. Bien, veamos qué habría hecho la criticona si estuviese en mi lugar.

—Buenas noches a todos. Espero que estén disfrutando de una agradable velada, aunque entre nosotros, hemos de reconocer que la cena ha sido un poco escasa.

Intento cortar el hielo inútilmente a la vez que el flash del teléfono de Mya me deslumbra. No sé quien ha tenido la mala idea de dejarme realizar un discurso, me tiembla la voz y me sudan las manos, ¡qué alguien me saque de aquí!

—¿No? Es igual—prosigo—Mamá, Señor Ianson, me produce gran felicidad el hecho de que hayáis podido encontraros. Porque seamos honestos, no es fácil. Quiero decir, ¿Cuántas personas habrá en el mundo? Millones de millones, ¿cierto? Y entre todas, os habéis elegido el uno al otro. —aquello me da una idea y localizo a Noah en una de las mesas—Incluso a pesar de vuestras diferencias, que no son pocas, porque, ¿qué pareja es perfecta? Es más, hay gente que cree que porque dos personas sean muy diferentes no pueden estar juntas. Pero, ¿sabéis qué? Se equivocan. La perfección no existe, además son los polos opuestos los que se atraen, no los mismos. Es que puedes estar con alguien semejante a ti, pero no funcionar, y la prueba de ello son los divorcios ¿Cuántos habrá al año? Seguro que muchos más que bodas, porque al final que es una boda sino un saco roto de dinero.

Los invitados me observan asombrados. Alanah carraspea a mi lado y entonces me acuerdo de que estoy en casi una boda.

—Pero este no es el caso. —continúo con la voz temblorosa—Enserio, nunca he conocido a dos personas que deban estar más destinadas que las que se encuentran a mi lado. Así que alcemos nuestras copas por Maggie y Simon, para que su para siempre comience mañana.

Obtengo pocos aplausos y varias toses. ¡Qué desastre!

—Lo que decía, la de la copa rota—comenta la señora con el vestido de repollo.

Decido bajar a la recepción esperando no encontrarme a nadie de la boda. Sentada en el sofá me distraigo contemplando a los nuevos huéspedes registrarse en la recepción. Miro la hora en la pantalla de mi teléfono. Tan solo son las diez y la llave de la habitación la tiene Alanah. ¡No puedo volver a ese salón!

—Gran discurso—la voz de Dorian me interrumpe.

—¿Lo has visto?

—Creo que podría volverse viral. Mya parece estar en ello.

—¡Qué vergüenza! —me río—Por cierto, ¿qué haces aquí?

—Alanah me envió la invitación, pero no sabía si venir. No quería agobiarte ni tampoco quiero que hagas nada de lo que no estés preparada.

—Dorian sobre lo de esta mañana...

—No me importa esperar. —besa mi mano—Hay una hamburguesería a cinco minutos que todavía estará abierta.

—¿Y qué hacemos aquí?

Definitivamente Noah estaba equivocado. Dorian es perfecto. Quizás no seamos tan similares, pero no es complicado: no tengo que descifrar cada pensamiento, no me saca de quicio cada cinco minutos, y sabe cómo hacerme sentir en casa.

****

Tras cenar una hamburguesa doble de queso, vuelvo al hotel con una bolsa de cartón en mano. Si la cena de mañana pretende ser del estilo de la de esta noche, pienso ir preparada.

Subo a la planta treinta y tres. Al asomarme al restaurante, la mayoría de los invitados se han marchado. Mi madre, Alanah y el Señor Ianson se despiden de los últimos familiares, y Mya flirtea en la barra del bar junto a la camarera.

Yacob se ha quedado dormido en el sofá junto al ascensor. Me quito mi abrigo y lo tapo con él cuando comienzo a escuchar música lenta en el interior de la sala.

Al volver la vista atrás, encuentro al Señor Ianson ofreciéndole la mano a mi madre para su último baile como solteros. Los camareros siguen recogiendo bajo la luz tenue. Mi futura hermana política camina hacia la salida mientras suena "Nothing Can Change this Love" versionada por Matt Belsante.

—Por fin vuelves. —me dice al acercarse—Si te sirve de consuelo, a mí me ha gustado. Creo que la parte del divorcio ha sido mi favorita.

—No me lo recuerdes.

—Te dejaré papel y lápiz junto a tu mesilla de noche para que lo reescribas. ¿Qué tal Dorian?

—Fuimos a cenar. No sabía que le habías invitado a la cena de ensayo.

—Sobre eso, le adjunté en el correo por error, no pensé que se presentaría.

—¿Por qué?

—Kara—hace una pausa—¿de verdad quieres estar con él? Es decir, lo entiendo. Es un tío de mundo, que vive el día a día, un poeta resultón, ¿pero de verdad te gusta?

—Bueno, si no sintiese nada por él, no tendríamos una relación, ¿no crees?

—A riesgo de que te moleste, creo que a lo mejor necesitas que funcione porque no quieres darte cuenta de que quizás no estáis hechos el uno para el otro.

—¡Madre mía! ¿Esto es cosa de tu hermano? Es increíble. —niego con la cabeza.

—No, Kara. Yo ya he vivido esto—dice llevándose la mano al pecho—¿Te acuerdas en las vacaciones de Semana Santa, cuando visité a Charles? Fui porque apenas hablábamos, y ninguno se atrevía a decir lo que sentía. Ya no estábamos enamorados, y que se había acabado.

—Pero ese no es nuestro caso. Estoy muy a gusto con él, me hace reír y no tengo que fingir con él, solo soy yo. No es como descifrar un problema matemático y no tengo que esforzarme por comprenderle. Es perfecto.

—Puede que solo sean imaginaciones mías.

—Exacto. Voy llamando al ascensor—digo apartándome de ella.

Pulso el botón de bajada y espero de brazos cruzados.

—Entonces, ¿te habrás planteado por qué no has podido dar un paso más con él esta mañana? —continúa siguiéndome.

—Eso no tiene nada que ver, no estoy preparada y él lo entiende.

—¿Y por qué no estás preparada?

—Hay personas que se lanzan y otras deciden esperar. Tampoco es para tanto, es cuestión de tiempo.

—¿Y no has pensado que simplemente es porque no es el adecuado? Que a lo mejor las mariposas que debías sentir en el estómago han desaparecido, o que puede que sientas algo por alguien más.

Las puertas de metal del ascensor se abren y me meto rauda en él apretando el botón de mi planta.

—Eso es ridículo, ¿quién iba a gustarme?

—Noah—contesta antes de que se cierren las puertas.

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