30. Soy malo
Mirar al techo desde hace años es mi pasatiempo favorito. Han pasado tres días desde que visité al doctor Henderson y me dio esos estúpidos medicamentos. Los odio completamente, no los quiero conmigo.
Daphne ha colocado alarmas a todos para saber cuando tengo que tomar mis pastillas, y esa estúpida alarma está sonando ahora mismo, resonando una y otra vez contra mis cuatro paredes. Tomo mi celular y la apago para luego dejar el celular de lado y continuar viendo el techo, a lo lejos escucho pasos acercarse y sé que es Daphne viniendo a obligarme a tomar las pastillas, pero mi puerta está
—Abre la puerta, Jace— murmura a través del pedazo de madera.
—No.
—Tomate las pastillas.
—Ya lo hice—miento sin moverme de mi posición.
—No es cierto, acaba de sonar la alarma, ábreme.
—No quiero.
Sus pasos se alejan y luego un par más se acercan.
Giro los ojos y suspiro con pesadez.
—Jace, abre—dice la voz de Ken.
—¡Mierda, no entienden que no!— me levanto de golpe con una furia acumulada en mi cuerpo imposible de seguir conteniendo—¡No voy a abrir la maldita puerta!— tomo una figura de arcilla del escritorio y la lanzo contra la antes mencionada—¡Tampoco me voy a tomar las estúpidas pastillas—tomo estas y las lanzo contra el piso sin hacerles mínimo rasguño, ni siquiera haciéndolas salir de sus botes naranjas, pero vaya que han servido para desahogarme—¡no las necesito, como tampoco necesito las estúpidas alarmas ni mucho menos que me cuiden!—termino con un llanto repleto de rabia.
No necesito que me cuiden. No lo necesito.
Estoy cansado y harto de todo esto.
Sin poder controlarme continuo tomando cosas de mi habitación y lanzándolas al suelo haciendo que se quiebren en mil pedazos, tomo las cobijas y almohadas de mi cama y las lanzo por la habitación, lo mismo con algunos trofeos y con un par de figuras de acción de mi niñez, finalmente caigo de rodillas al piso y lloro. A fin de cuentas qué importa si se pierden, son cosas de mi niñez y esa persona ya no existe, ya no existe ni una pizca de lo que era antes, qué más da si las cosas desaparecen, qué más da si yo desaparezco.
La puerta se abre de golpe dejándome ver de reojo a mis tres mejores amigos con caras preocupadas, el primero en venir hacia mí es Leo, este se arrodilla frente a mí y toma mis manos cubriéndolas con las suyas para que dejen de temblar.
—Está bien que sientas toda esta rabia, pero por favor déjanos ayudar—murmura con un tono tranquilo y cariñoso sin dejar de lado mis manos. Niego aun sollozando sin ser capaz de mirarlos a los ojos.
—No quiero ser una carga para ustedes.
—No lo eres— murmura Ken acercándose a nosotros, se arrodilla a mi lado y acaricia mi cabello.
—Si lo soy...
—No, eres nuestro amigo, te queremos y por eso te queremos ayudar, no eres ni serás nunca una carga para ninguno de nosotros—explica Ken.
—No quiero tomar pastillas, no quiero romper cosas y no quiero gritarles, pero no lo puedo evitar.
—Las pastillas son para evitar todo eso, no son malas— comenta Leo aun sin soltar mis manos.
—Me siento inútil tomándolas,
—No eres inútil, es por tu bienestar .
—Soy un idiota.
—No, no lo eres.
—Les grité, rompí cosas, mis cosas preciadas, invaluables, y he dicho cosas estúpidas a gente que quiero, le he dicho a Charlotte que me gusta, porque me gusta de verdad, pero ahora he estado rechazando sus llamadas y mensajes desde que llegamos de Austin. Estoy siendo alguien horrible, alguien que no quiero ser pero no puedo evitarlo. A veces quiero irme.
—¿Quieres irte? —pregunta Ken.
—¿Irte a dónde? — pregunta Leo.
Finalmente levanto la cabeza para verlos a los ojos, ambos tienen su cara de preocupación, mis manos aún son cubiertas por las de Leo, y la mano de Ken ha cambiado a mi espalda, antes de responderles volteo a ver ligeramente a Daphne, ella está recargada en el umbral de la puerta con los brazos cruzados y los ojos cerrados mientras niega con su cabeza.
—Quiero irme con Charlie.
Un silencio largo se apodera de toda la habitación, lo único que se logra escuchar es mi respiración acelerada. Miro a mis amigos, Leo y Ken se sorprenden por mi respuesta, pero no dicen nada, solo optan por abrazarme. Este simple acto solo logra quebrarme más, así que vuelvo a llorar desahogándome aún más. Sin separarme del abrazo levanto la mirada para ver a Daphne, la cual cubre su rostro con ambas manos, está llorando, lo sé porque su pecho se contrae alguna veces, y antes de poder pedirle que se junte a nosotros, ella se da la media vuelta desapareciendo de mi vista.
Hago mucho daño.
—Tu mereces estar aquí, mereces vivir y sanar— murmura Ken cuando se separa del abrazo.
—Así es Jace, mereces eso y más, mereces todo lo bueno.
—¿Y por qué estoy recibiendo todo lo malo?
—Lo malo nos hace fuertes, pero luego llegan las recompensas.
—Ella se fue porque nunca llegó su recompensa.
—Tú fuiste su recompensa, tu le diste la felicidad que no había tenido en años, tú la hiciste amar, le enseñaste el amor y el cariño—murmura Leo separándose del abrazo.
—¿Entonces por qué se fue?
—Porque así lo decidió. Tú también elegir, te puedes quedar.
O irme.
Pero no creo que para mis amigos sea lo mejor, les dolería mucho porque Charlie ya se fue, y si lo hago yo sería peor el dolor, y no quiero causarles eso, tengo que pensar en ellos.
—No hay nadie más importante que tú mismo. ¿Okay? —pregunta Ken y solo logro asentir. Me ayudan a levantarme por lo débil que he quedado después de todo el ajetreo, me sientan en mi cama y comienzan a levantar todo el desorden, lo han acomodado y se han llevado los pedazos rotos, y han levantado los botes de pastillas poniéndolos en mi mesa de noche.
—Tómalos, no son malos— murmura finalmente Leo para luego salir de mi habitación. Giro mi cabeza en dirección a los botes naranjas y tomo aire.
No son malos
Levanto la mano y la pongo encima de uno de los botes sin tocarlo, sobre este mi mano tiembla y mi cabeza duda, pero finalmente resuelve su duda, bajo la mano y me recuesto en la cama acurrucándome contra mi propio cuerpo.
Puedo elegir.
[...]
Según mi reloj son las diez de la noche, me he quedado dormido después de todo el mal desgaste de energía que he tenido en un arrebato, mi habitación está cerrada, oscura y fría, mi cuerpo sudado y cansado, y sin mi reloj al lado de la cama estoy seguro que estaría perdido en el tiempo.
A lo lejos escucho voces, las de mis cuatro amigos y además la de Charlotte. ¿Qué hace aquí?
—Está en depresión— murmura Ken.
—¿Lo puedo ver? —pregunta Charlotte— he venido porque ha estado rechazando mis llamadas e ignorando mis mensajes.
—Está un poco mal, triste y estresado.
—A veces no lo entiendo, en Texas me ha dicho que... le gusto y yo le he dicho lo mismo porque es verdad, pero luego regresamos y es como si no me recordara. Lo quiero pero me lastima inconscientemente.
Cierro los ojos con fuerza y niego un par de veces.
—Inconscientemente—aclara la voz de Daphne.
—Va a mejorar Charlotte, nos necesita, no te estoy obligando a que lo ames aun cuando te lastima. Esa es tu decisión. Solo que él no es estable.
Un silencio en toda la casa me hace dudar si aún están ahí, pero la duda se resuelve cuando escucho a todos despedirse. ¿Que hará Charlotte?
De verdad la quiero, pero también sé que no soy estable, yo solo quiero amar sanamente, no quiero hacer daño, y menos a ella cuando un hombre ya le ha hecho bastante daño, quiero ser yo otra vez, al menos la mitad de aquel chico.
Tomo mi celular con dificultad y marco el número de mi madre, ella contesta al instante y me saluda.
—Hola, Jaceito, ¿qué ocurre?—pregunta con un tono tierno.
Sin poder evitarlo suelto el llanto que a mi garganta y cuerpo le ha sido imposible retener, mamá suspira y espera a que me tranquilice y le hable de nuevo.
—Soy malo—murmuro.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque lo soy, soy una mala persona, lastimo a las personas a mi alrededor con cada acción y palabra que sale de mi, incluso a ustedes los lastimo porque les duele verme así, pero te juro mamá que no puedo evitar sentir odio a mi mismo, y por ende siento odio a mis acciones con otras personas, les hablo mal y luego me arrepiento.
—No, no eres malo, eres una muy buena persona que pasa por momentos críticos, eso no quiere decir que eres malo, eres muy fuerte, siempre lo has sido.
—No, no lo soy , soy débil y una muy horrible persona, desde que ella se fue nada ha sido igual. Creí que cuando Charlotte comenzó a gustarme todo cambiaría, pero no ha sido así, y ahora la estoy lastimando.
—¿Te gustaría que fuéramos tu padre y yo a verte? ¿A pasar tiempo y hablar?
—No, no quiero interponerme en sus asuntos.
—Nuestros hijos son más importantes que nada, tú y Juliette son nuestra prioridad.
—Estoy bien, no importa realmente, todo es insignificante.
—Nada de lo que te pasa es insignificante, Jace.
—Me tengo que ir.
—Te llamaré más tarde.
—No, está bien.
—Jace, recuerda que tu padre y yo te queremos mucho, eres muy importante para nosotros y siempre estaremos orgullosos de todo lo que hagas, nunca en la vida tus problemas serán mínimos o estorbos para nosotros. Eres parte de nosotros, de nuestra felicidad y siempre serás vital en nuestras vidas.
—Te quiero, al igual que a papá y a Julie. Adiós.
Cuelgo la llamada y dejó descansar el celular en mi pecho, sin poder evitarlo continúo llorando por las palabras de mis amigos y las de mi madre.
Soy mala persona.
[...]
Es un poco raro que Daphne ahora no ha sido quien ha venido a insistir que me levante, sino Leo, no he visto a mi amiga desde el día de ayer en que lloré y me confesé con mis amigos, desde ese momento no le he visto ni la sombra, la verdad es que la extraño mucho, quisiera que estuviera aquí y me diera un gran abrazo, pero creo que le han afectado mucho mis palabras, y yo puedo ir a buscarla, pero me siento tan débil como para levantarme.
—Jace, tu citatorio, tienes que asistir a clases— murmura mientras está sentado en una orilla de mi cama y acaricia mi cabello.
—No quiero ir, Leo.
—Por favor, vamos, extraño hablar contigo en el camino.
—No tengo ganas.
—Por favor, si te sientes mal en algún momento seré yo quien te traiga a casa.
Vuelvo a negar ahora solo con la cabeza.
—¿Dónde está Daphne?
—Está en la sala.
—¿No me quiere ver?
—¿Por qué piensas eso?
—La mayoría de las veces es ella quien viene a insistir, además no la he visto desde ayer.
—Solo...
—¿La lastimé?
—No, solo está cansada—sonríe de forma forzada.
Aunque el mienta yo estoy muy seguro de que ella está mal, la lastimé de cierta manera.
Cuando mis amigos se marchan y finalmente estoy solo me decido por salir de mi habitación en la que llevaba encerrado desde el día anterior. Caminando con los pies arrastrando voy a la cocina y saco algo de comida del refrigerador, algo realmente ligero, bebo un poco de agua y luego voy a recostar me al sofá. La tv apagada y con sus colores en negro es mucho más interesante, eso solo da un rebote en mi cabeza y me deja pensar lo que quiera, como el revuelo de mi cabeza estuviera plasmado en una película o una serie de televisión.
Quiero pero no quiero, la quiero pero sé que le hago mal, y me quiere pero sabe que le hago mal.
Esto es tan absurdo
Me levanto con un poco de debilidad y camino hasta el baño de mi habitación, me paro frente al espejo y me miro con exactitud, mis ojeras con leve tono morado, mis ojos tristes y rojos, el cabello despeinado y descuidado, mi cuerpo que aunque sigue con músculo y ligeramente fornido, está mucho más escuálido que años atrás, se supone que debería ser al revés. Me siento fatal conmigo mismo, no me quiero.
Me mojo la cara con un poco de agua y suelto un gran suspiro cansado, retrocedo un par de pasos hasta chocar con una de las paredes, sin pensarlo me siento en el suelo con las rodillas flexionadas frente a mí y mis manos sobre ellas.
Me duele todo, la cabeza, el cuerpo... el corazón.
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