Capítulo 10
París, Francia, S.XX
La anciana sospechaba algo.
En la madrugada debía partir después de haber dado las advertencias necesarias, era muy poco probable que alguien le creyerá, por lo general es muy creativa gracias a la enorme cantidad de libros que había en su biblioteca. Contaría con la gran mayoría del personal para detener los planes del hombre, a quien nadie había visto personalmente pero Anna, la anciana, logró darse cuenta de quien se ocultaba tras la máscara por lo que se veía obligada para socorrer a quienes podrían ser victimas en caso de no hacerlo. Pagar con el sufrimiento de los mismos, la tortura o incluso peor...
La muerte.
Hubo una celebración muy ostentosa el dia anterior, la que trajo muchos invitados consigo que pasarían la noche en el lugar. Anna no era de las quejumbrosas que odiaba cualquier contacto con las personas, ni tampoco una asocial.
Es más bien lo contrario, de ser por ella planearia una celebración cada día y por el motivo que fuese aunque por regla de la nobleza no había que abusar de las fiestas. Solo cuando se requerían.
A veces no era consciente te lo que pasaba a su alrededor solo por el hecho de estar sumida entre los pensamientos, de todos modos continuaba radiante a la edad que tenía. Sin olvidar los detalles importantes, fechas y mucho menos datos de la historia.
Sabía al pie de la letra las reglas de la aristocracía; tambien le parecían anticuadas a pesar de eso no lo demostraba, era un ejemplo del uso de estas correctamente.
-Es un placer tenerlos aquí, mi casa es su casa-les decía a sus invitados antes de dormir-con un tono alegre.
Camino a su habitación, un vació la invadió.
La gran cantidad de gente no podía ocultar el hecho de que faltaba un miembro en su familia.
Su hija no se presento.
La anciana tenía claro las razones y las entendía a la perfección.
¿Que aristocrata hubiese declinado de su puesto para volver a formar parte del pueblo?
Sonaba descabellado en todos los sentidos hasta que ella misma fue participe de esa situación.
Tambien otro pensamiento que la tenía inquieta era el de saber la identidad del enemigo y que este supiera que ella lo sabía.
Significaban consecuencias bastantes abrumadoras y drasticas.
Ella no fue quien decidió haberlo sabido, fue un acto involuntario.
La anciana se lamentaba de haberse esterado.
Nada habría ocurrido esa madrugada de no ser por ella.
Siempre durante la noche había una luz tenue que ingresaba de todos modos ignorando la presencia de cortinas, aunque esta vez ocurrió lo impensable.
La luz se extinguió dandóle a conocer a Anna que podría presentarse antes de lo previsto.
De inmediato se levanto, sin darle mayor importancia a sus prendas nocturnas corrió por el extenso pasillo de su casa que pertenecía a uno de las más importantes en el circulo de la aristocracía.
Gritaba con todas las fuerzas con la esperanza de que la escucharan, sus intentos no fueron del todo un fracaso ya que, alarmados, un grupo de personas se preguntaba que estaba sucediendo mientras caminaban desorbitados.
-¡Huyan!-ordenó Anna corriendo en dirección a la salida delantera.
Desgraciadamente esta se encontraba bloqueada, otra muestra de que lo que temía estaba por ocurrír.
Los que la seguían dudaron, tanta era la desesperación que se separaron del grupo para buscar salidas por su propia cuenta. No tardarían en ser parte de la historia.
La oscuridad se expandia alrededor de la mansión, un tono morado con brillantes albergaba en los rincones.
Un ruido misterioso provenía de los exteriores, un tono similar al del batir de alas de una mariposa...
Ana utilizo el resto de sus fuerzas para tomar una banca la cual arrojó contra el vidrio de la salida trasera, les indico a quienes permanecían aún con ella que fuesen hacía los establos y escaparan lo más lejos posible.
Al asegurarse de que ya no quedaba un alma en el salón continuó por volver a la puerta, se escuchaban gritos desde la segunda planta y ella era alguien que moriría si era necesario por su gente.
Corrió por las escaleras escuchando los destrozos que provocaban los ayudantes del hombre, las habitaciones completamente destrozadas, los candelabros que colcagan del techo yacían en el suelo o más bien se encontraban los cristales de estos. Un hombre estaba siendo arrastrado por una fuerza desconocida mientras que un par de empleadas estaban bajo muchos muebles, otra mujer sufriendo un ataque de histeria permanecía llorando bajo el próximo candelabro que caería.
Una interrogante daba vueltas por la cabeza de Anna <<¿A quien ayudar?>>
En lo que ella tardaba en socorrer a uno, el otro ya estaba siendo acechado por la muerte y el siguiente gimiendo en el suelo con sus últimos minutos de vida.
Todos merecían vivir.
Al ver a otra persona que era consciente de lo que sucedía, le exigio que ayudará a la mujer bajo el candelabro. De la nada, surgieron llamas de donde alguna vez había sido una chimenea, cosa que fue otra motivación que les hiciera perder los estrivos a quienes quedaban dentro del inmueble.
Anna se dirigió a las muchachas que estaban siendo aplastadas por los muebles, arrojabá lo que tomaba hacía el hombre que estaba siendo arrastrado, con la esperanza de que este tome los objetos haciendo algo en su beneficio.
Esos parecían ser los últimos sobrevivientes de la noche por lo que la anciana los guió en dirección a la salida trasera, los demas estaban a manos del enemigo al jugar con el destino y su paciencia.
El fuego aumentaba su tamaño acorde consumía los muebles de la mansión.
Ya no tenían otra preocupación que abandonar el edificio o eso pensaba Anna antes de escuchar el llanto de un bebé.
Recordo que dormía placidamente en la tercera habitación de la primera planta, debió considerarse afortunada al haberla dejado ahí ya que el fuego aún consumía la escalera, cosa que le dio tiempo para buscar a la bebé, que continuaba llorando.
-¡Ya voy!-levantando un poco el vestido para correr con mayor velocidad.
Estaba tan centrada en recuperar a su pequeña nieta que no se había percatado de que tras de ella, los akumas la acechaban con un solo objetivo.
Puede que Anna fuera ya vieja pero su rendimiento fisico era impresionante. Ni siquiera se había quejado del esfuerzo ejercido.
La habitación estaba abierta, para su suerte, el destino pedía a gritos que la mantuviera con vida.
Tomo una manta con la que cubrío a la criatura, la mimo unos segundos para hacerle entender que estaba bien.
Como toda mujer tenía sus reliquias ocultas bajo la cuna de la bebe, una pequeña caja de color negro con un simbolo rojo y botones dorados a su alrededor que contenía algo que le heredaría a la pequeña en caso de perder la vida ese día. Solo esperaba que no cayerá en manos equivocadas.
La desesperación la obligo a hacer una carta dirigida a un destinatario desconocido, la dejo en la ropa de la niña.
La oscuridad no tardo en llegar a la habitación, cosa que hizo bloquear la puerta.
Puede tratarse del fin para algunos.
Ella fue más allá de los limites estipulados.
Rompió la ventana saliendo por esta misma corriendo en dirección al establo por un caballo.
La mitad de su vida había practicado equitación, fue fácil gracias al amor que le tenía a la naturaleza.
Un caballo estaba deambulando por ahí. El animal se encontraba con la montura sobre el, hecho que le parecío extraño a Anna.
-Un caballo-sorprendida cargando al bebé en sus brazos- ¿Y tú jinete?-mirando hacía todas direcciones sin encontrar respuesta a su interrogante, se montó en el a pesar de cargar a la niña y tener la preciada caja adherida en la cinta de su vestido.
Cavalgo a toda velocidad intentando recordar la dirección de donde vivía esa persona, el silencio era el rey de las calles a esas horas.
Solo estaba el sonido de las patas del animal que tenían una sincronía casi perfecta.
Todo parecía demasíado tranquilo, tal vez demasiado.
Hubo un pitido ensordecedor seguído del batir de las alas pero cada vez más cerca.
<<Debó apresurarme>>
<<Ya está aquí>>
Había un puente cerca de la humilde casa que se encontraba en el centro de la ciudad, no le costó encontrarlo, el problema fue lo que ocurrió luego de esto.
En cuanto cruzó el puente sintió un montón de cuchillas atravesandole la piel y su caballo levanto las patas delanteras haciendola caer de su transporte.
Un gemido se desprendió de los labios de la anciana mientras acercaba su mano al abdomen por alguna razón, al sacarla esta estaba manchada de sangre, la pequeña fue tentada por el sueño.
Utilizó sus últimas fuerzas para llegar a un puesto cercano al puente, se arrastraba teníendo a la bebé contra su pecho.
Toco la puerta, la cúal fue abierta por una mujer de baja estatura y cara muy amable.
-¡Oh dios mio!-tomando a la criatura en sus brazos intentando ayudar a Anna que se encontraba alardeando en el suelo- ¿Qué le ha ocurrido? ¿Necesita algo?-viendo que su herida era de gravedad por lo que le quedaban unos segundos de vida.
-Llevela a este lugar porfavor, tiene una nota consigo, la cuide lo más que pude-lloraba la mujer- Espero que...
La anciana tenía la mirada perdida y ya no tenía signo alguno de vida.
Decidida, la mujer se encamino hacía la dirección que no quedaba tan lejos.
Aquel momento fue muy emotivo para ella, la conocía por ser la madre de una vieja amiga, la cúal tambien tenía una hija pero se encontraba muy enferma y tenía apariencia de que había tenido otro embarazo aunque nadie supo del paradero de su hijo.
En el puente donde había ocurrido la desgracia cayó la caja.
Pudo haber caído en manos equivocadas de no ser por un viejo que pasaba por ahí, quien la sostuvo como la obra de arte que era.
Al parecer sabía acerca de la historia de la misma y de las desgracias que venían a continuación.
Lo que no sabían era que el era quien otorgaba los conocidos, Miraculous...
Quien era conocida como Madame, toco la puerta cargando tiernamente a la niña.
Una mujer joven respondió a los llamados.
Lo primero que hizo antes de ver a la bebé, desprendió la nota que llevaba.
Al terminarla sostuvo a la pequeña con númerosas lágrimas corriendo por sus mejillas.
Querida Sabine Dupain-Cheng
Mi querida hija menor, mi princesa.
Sé que no quieres saber nada de mi, o eso pensaba yo antes de recibir a tu visita aquella mañana de primavera en donde me encargaste a tu pequeña debido a los problemas que tenías con tu esposo.
En esta carta quiero decirte que lamento haber sido tan perjuiciosa contigo durante tu infancia, eres una gran mujer, siempre serás mi pequeña.
Lamento lo que le ha ocurrido a Bridgette, habría recurrido a los doctores pero no recordaba tu dirección desde entonces, ya sabes, los años pasan y me estoy volviendo cada vez más vieja.
Me recuerda mucho a ti, sus risas, los llantos y su tierna mirada que parece darse cuenta de todo lo que ocurre a su alrededor.
Le ha dado un nuevo giro a nuestra vida, todos dicen que es la alegría y alma de la casa.
No te sientas mal, tu tambien lo fuiste.
El otro día te he visto en la ciudad y no tienes idea de lo orgullosa que estoy de la mujer en la que te has convertido.
Tus hermanas te añoran mucho querida.
No te he podido entregar esto personalmente por un motivo que me inquieto bastante, volví a la ciudad con la intención de devolverla a sus origenes y buscarle una mejor calidad de vida.
No me volverás a ver, tambien me duele pero todos debemos partir alguna vez y ya estoy en mi momento hija.
Te amo mucho.
No pienses lo peor, solo fuí a buscar mi lugar feliz así que no te preocupes por mi.
La he cuidado lo mejor que he podido, sé que se merece esto y mucho más.
Si algún día te pregunta acerca de tu pasado dile lo siguiente;
"Pequeña mia, tan grande que estas.
Si pudiera verte, no te soltaría jamás.
Hermoso capullo, tan lindo y sereno.
Espero que algún día volvamos a vernos"
Con Amor, Anna.
Para: Sabine y Marinette.
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