Capítulo 7
Atrapada
La soledad y el aburrimiento pueden ser dos motivos perfectos para aceptar una situación que en un principio no fue ni siquiera contemplada. Semanas después Diego volvió a la carga y yo terminé por aceptar verme con él para dar un paseo y cenar.
Recuerdo que por esos días el Aldemar estaba muy presente en mis pensamientos y cuando Diego llamo me sentía sofocada y ansiosa por salir del apartamento. Con el paso de los días el hastío y la decepción me lanzo a los brazos de Diego Palacios.
Diego me visitaba a menudo llenándome de atenciones, escuchándome con paciencia, soportando mis silencios y los momentos en que me quedaba pensativa. Debo decir que Diego fue insistente, amable, detallista y yo decidí darle una oportunidad, darnos una oportunidad con la esperanza de olvidar lo inolvidable.
No fueron pocas las veces que me dije, en afán de convencerme de lo acertado de mi decisión que probablemente Aldemar me había echado al olvido y que lo mejor para mi era estar dispuesta a abrir las puertas de mi corazón a un nuevo sentimiento, a un nuevo amor.
En todo momento pensaba que hacia lo correcto y que con el paso de los meses nacería en mi ese amor que Diego tanto esperaba, el mismo sentimiento que él me brindaba sin esfuerzo todos los días. Conforme pasaron los meses lo que tanto temí, que Diego me pidiera más de lo que yo le podía dar, después de todo éramos adultos, ocurrió. Demás está decir que fue la primera discusión entre nosotros porque yo no deseaba contacto físico más del que ya existía, solo besos y abrazos pero Diego necesitaba que dejáramos fluir las cosas hasta llegar a la intimidad que disfrutan casi todas las parejas adultas.
Recuerdo que luego de intercambiar argumentos mi novio accedió a darnos un poco más de tiempo, eso después de manifestar lo mucho que me deseaba.
Mis padres estaban felices con nuestro noviazgo, mi padre nunca más volvió a mencionar a Aldemar y yo trataba por todos los medios de no pensar en él. Ante todos, incluso frente a mi tía, lucía una radiante sonrisa y cuando me preguntaban decía que era muy feliz con Diego. Mas la procesión la llevaba por dentro.
Era con mi amiga Yesenia cuando me mostraba sincera y la única que conocía mis verdaderos sentimientos. Nos veíamos tanto como mi amiga casada y embarazada de su primogénito podía. A veces comíamos juntas, salíamos de shopping o al cine. Muchas veces nos acompañaba Luis, su esposo pero como estaba haciendo el internado en un hospital, eran muchos los días que mi amiga pasaba sola o en casa de su padre.
Yesenia se convirtió en mi paño de lágrimas, con ella podía ser auténtica.
—Yesenia —corrí hacia mi amiga sin importarme las botas de tacón alto que calzaba. Con los brazos abiertos me acerque para darle un abrazo y la enorme barriga de mi amiga se interpuso entre nosotras— . ¡Estas realmente obesa! — exclamé y me eche a reír al ver la falsa cara de tristeza de Yesenia con puchero y todo.
—Sí, pero soy una obesa feliz —aseguro.
—Te ves hermosa —dije y no mentía. Mi amiga lucia radiante con su abultada barriga de casi ocho meses. Esperaban un varón y toda la familia se sentía dichosa. Los hijos de Sergio eran jóvenes de provecho, unos todavía estudiaban. Los mayores trabajaban y como mi amiga habían formado su propia familia.
Yo los visitaba a menudo, últimamente pasaba mucho tiempo con Maggie, que ya contaba con doce años y continuaba siendo una chica muy dulce y cariñosa.
—Gracias amiga, tú tampoco te quedas atrás, estas regia, con razón Diego esta loquito por ti —Caminamos juntas por la acera frente al edificio en que vivíamos Antonella y yo.
— ¡Muchas gracias amiga! —dije.
No podía dejar de mirar a mi querida amiga, ella se veía tan feliz y hermosa con su cabello largo, negro y rizado al natural; y aquel brillo en sus ojos oscuros que evidenciaban su dicha.
—Nada de gracias, es la verdad. Ese corte de cabello te luce muy bien, y estas súper delgada —mencionó. Nos sentamos una al lado de la otra en un banquillo cerca de una fuente.
—Te veo muy feliz —dije sincera y feliz por mi amiga. Yesenia sonrió abiertamente.
—Lo soy Elizabeth, amo mi vida, a mi esposo, a este bebé deseado y que está por nacer, a mis hermanos, a mi familia y a ti que eres mi mejor amiga —confesó y volvimos a fundirnos en un abrazo.
—Me vas a hacer llorar —mencioné sintiendo un nudo de emociones en la garganta.
—¿Y tú, como estas? —preguntó Yesenia.
—No me quejo —Desvíe la mirada hacia la calle, lejos de mi amiga y su inquisitiva mirada.
—Creo que esperaba esa contestación o alguna similar, amiga. A simple vista pocos notarían detrás de tu sonrisa esa gran tristeza que veo en tus ojos Elizabeth —Ante sus palabras no tuve de otra que encotrarme con su mirada para mantenerla por varios segundos— . ¿No eres feliz? ¿Qué te falta?, si me preguntan a mí no me atrevería a especular.
—Soy una tonta, no me hagas caso quizás es que estoy algo sensible —aclaré, lo menos que deseaba era echar a perder el día con mis nostalgias.
Por unos instantes percibí las intenciones de Yesenia de rebatir mis dichos, pero al parecer opto por solo brindarme una cálida sonrisa.
Fingir estar contenta, sonreír despreocupada ya me resultaba bastante fácil. Mentirles a todos aparentando ser una mujer plena y feliz con la vida que llevaba se convirtió en mi nueva meta.
¿Por qué continuar peleando contra el mundo, si me podía unir a el? Complacer a mi familia, en especial a mi padre, aceptando a Diego como mi novio. Darle la oportunidad a un hombre bueno, fiel, exitoso y guapo que hacia años me pretendía. ¿Por qué continuar esperando? ¿por quién?
A mis casi ventitres años creía estar preparada para dar algunos pasos importantes en mi vida, aunque en el fondo de mi alma vivía el recuerdo de un amor perdido, sin esperanzas. Sin embargo lo que sucedió horas antes me llenó de dudas.
—Diego me pidió matrimonio —dije luego de algunos largos segundos en silencio disfrutando de la cacofonía de sonidos callejeros a nuestro alrededor.
Yesenia me miró con la boca semi abierta quizás pensando que decir.
—¡Uff! ¿en serio? —bufo, al final fue poco lo manifestado.
Yo solo asentí con un movimiento de cabeza.
—Vaya, no pierde tiempo, apuesto a que tiene miedo a perderte —comentó— . Aunque un matrimonio no detiene a nadie.
—Él me ama —No sé porque necesite decir aquello.
—¿Y tú, lo amas? —quiso saber ella. Me puse de pie y caminé sobre mis pasos—. ¿Quieres casarte? Aun eres muy joven —
—Tú también lo eres y estas casada —dije tratando de evadir la primera pregunta hecha por mi amiga — .Incluso estas esperando un hijo —
—Yo estoy enamorada de Luis y perdóname amiga pero yo no creo que tú ames a Diego —comentó. Moví la cabeza de un lado a otro, pero no conteste.
—Dime una cosa Elizabeth, ¿no has podido olvidar a Aldemar, todavía lo recuerdas? —Retiré de mi cara un mechón de cabellos, colocándolo detrás de mi oreja, y miré sin mirar hacia las personas que caminaban de un lado a otro en la acera frente a nosotras.
—Que cosas se te ocurren —dije—Como podria ser después de tantos años...
—¿Estás segura? No sería la primera ni la última persona en aferrarse al recuerdo de alguien amado —
Mi intención era mantenerme negando mis sentimientos pero algo se rompió y luego de soltar un largo suspiro confese;
—No lo he olvidado, pienso en Aldemar casi diariamente —Cerré los ojos unos segundos, los abrí y miré a mi amiga con curiosidad, por su silencio.
—¡Carajo! —La oí decir— .Sospechaba que algo no iba bien porque cuando hablas de Diego no lo haces como lo haría una mujer enamorada —añadió.
—No sabes cuánto me cuesta estar con él, mostrarme cariñosa y todos los días temo que Diego insista con el tema de la intimidad, no sé si podría acostarme con él —dije— .Cometí un grave error al aceptar a Diego, pero lo hice porque realmente pensé, realmente creí que entre nosotros las cosas podrían funcionar, y ahora él está pensando en boda —Necesitaba desahogarme con mi amiga.
—Pues te diré algo amiga, si Diego hasta ahora no ha logrado despertar el amor en ti, creo que nunca lograras enamorarte de él —Sentenció Yesenia.
—Fui una ilusa y una egoísta, debí saber que no llegaría a amarlo —asimile— .Me equivoque nuevamente, como lo hice el día que terminé mi relación con Aldemar —añadí con gran pesar.
—Me imagino que te sientes entre la espada y la pared ahora que Diego te pidió matrimonio —concluyó Yesenia— .Es hora de hablarle claro a Diego, confesarle cómo te sientes y terminar la relación —aconsejo y coloco ambas manos sobre su abultada barriga.
—¡No, no puedo hacer eso, mi padre podría morir de un disgusto así! —exclamé de inmediato.
—Por Dios amiga, tu padre ya está bien. Se ha recuperado, está trabajando, su vida ha continuado —dijo.
—Cuando papá enfermo fue horrible, pensé que se moría frente a mis ojos sin yo poder hacer nada por evitarlo. El médico nos recalcó que un nuevo disgusto podría matarlo — Yesenia tomo una de mis manos entre las de ella. Yo no podía negar el miedo terrible que sentía a provocarle algún disgusto a papá que lo postrara en cama definitivamente o lo que era peor, que le causara la muerte.
"Espero que pienses siempre en tu padre antes de hacer algo que le provoque un disgusto" dijo Leonor en una ocasión.
—Entonces que vas a hacer, ¿te casaras con Diego por complacer a tu padre, sin amarlo? —preguntó Yesenia.
—Hablé con Diego y le dije que es prematuro hablar de boda. Le pedí que no comentara nada frente a mis padres —expliqué— .¿Te imaginas como se pondrá papá si lo escucha? —añadí.
—No, si don Ignacio sabes de esa propuesta te veo casada con Diego en menos de tres meses —sentenció Yesenia con un ritintin de burla en el tono de voz.
—Amiga, Diego es insistente e igual que espero casi cinco años para que aceptaras ser su novia, así esperará para que te cases con él —
—Diego es el hombre que toda mujer sueña, pero yo no lo amo y tengo que buscar la manera más amigable de romper nuestra relación y que mi padre lo entienda —Era sincera.
Yesenia abrió la boca para decir algo más, pero al instante la cerró. La vi moviendo la cabeza en señal de negación.
—¿Qué pasa, que me quieres decir? —La animé.
—¿Cómo, después de tantos años todavía piensas en él? —La incredulidad marcaba la voz de mi amiga. Yo no solía decir con palabras lo que sentía aun por Aldemar, ni siquiera a mi mejor amiga. Eran sentimientos que guardaba para mí.
—¿Qué harías si la vida vuelve a colocar a Aldemar en tu camino? —quiso saber ella. No tuve que pensar nada mi respuesta.
—Si él volviera, si el destino me cruzara en la vida de Aldemar, sería la prueba más difícil de mi vida, Yesenia —contesté— .Mis sentimientos por él no han cambiado a pesar de los años, lo que siento por Aldemar es fuerte, y hechó profundas raíces en mi alma. Sería enormemente feliz si lo viera de nuevo, pero también me encontraría en un gran dilema, amiga, porque sé que mi familia jamás lo aceptara, papá nunca vería con buenos ojos mi relación con él —Luego de dejar salir aquellas palabras me sentí casi aliviada.
—Entonces es mejor que no lo vuelvas a ver, amiga, es mejor que Aldemar se quede bien lejos de ti —Aquellas palabras las dijo Yesenia una semana antes de mi re encuentro con Aldemar.
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Mis peores temores se fueron haciendo realidad poco a poco. La semana comenzó con una cena en casa de mis padres. A mí no me quedo claro que celebrábamos hasta que oí a papá.
Estábamos reunidos en el comedor de la casa de mis padres, Diego había ido por mi después de la universidad, debo decir que me tomo por sorpresa al verlo desviarse tomando la dirección de la casa de mis padres.
Entonces al llegar me intrigo más aun ver a Antonella en la sala conversando con mamá. A medida que fue pasando el tiempo me sentía más nerviosa e incómoda, algo en la forma en que me miraban mis padres y hasta la tía comenzó a inquietarme, tanto que me queme el labio inferior con la crema de brócoli que comía.
—Estoy un poco nervioso, pero a la vez feliz con lo que me has dicho Diego —Las palabras de papá levantaron una bandera de "peligro" en mi mente. Levanté la vista de mi plato y puse la cuchara a un lado, sentí que el labio quemado me latía. Miré a mi padre que sonreía radiante. Observe a mamá tomarle su mano derecha y como la tía me miró atentamente.
En sus ojos leí la expectación. ¿Qué está pasando aquí? Me pregunte ansiosa.
—Imagínese como me siento yo —comentó Diego y me miró— .Elizabeth mi amor, perdóname, pero tuve que decirle a tu padre, no pude contenerme —Sus palabras me helaron la sangre en las venas porque sabía que vendría luego. También sentí rabia y experimenté como la sangre había subido a mis mejillas pintándolas de ardiente rojo.
—No tienes que disculparte Diego, esta noticia no podía ocultarse más tiempo — dijo mi padre.
—Elizabeth no quería que lo comentara porque me pidió que le diera tiempo, piensa que es prematuro hablar de boda —comentó Diego el tono de su voz no podía oírse más inocente.
"Eres un traidor" pensé y lo miré con intensidad. Concentre toda mi rabia en esa mirada y puedo decir que él se dio cuenta. Lo vi entrecerrar los ojos y luego desviar la mirada.
—Creo que Elizabeth está furiosa conmigo —murmuro él. Papá me miró y yo medio sonreí.
—¿Es eso cierto, amor? —Una vez más Diego me comprometía al frente de mis padres— .La culpa es mía, yo lo presione para que me dijera cual era el misterio —
"Por Dios" pensé.
—Creo que no estamos preparados para casarnos —dije y miré a la tía que movió su cabeza casi imperceptiblemente en señal de negación—Somos muy jóvenes —Sentí que era la típica excusa.
—Elizabeth tiene razón —comentó mi madre. Yo solté un suspiro.
—Yo no lo creo, Elizabeth tiene ventidos años y Diego veintiocho, es la edad perfecta para formar una familia. Diego ya es médico y nuestra hija pronto lo será también —comentó mi padre. Sabía que estaba perdida, esa tarde papá era capaz de fijar la fecha de la boda.
"Te veo casada en tres meses, amiga" recordé las palabras de Yesenia.
—Yo no me quiero casar —dije con firmeza. Papá me miro con esa mirada que yo conocía. La mirada que decía que desaprobaba mis palabras.
—No digo que te vas a casar mañana hija, pero creo que pronto deberás pensar en esa posibilidad como algo muy real. Tú y Diego llevan casi un año de novios y lo más natural es que pronto den ese paso —concluyo.
Miré a mamá que con la mirada me suplico que no le llevara la contraria.
—Eso digo yo —comentó mi novio de manera inocente. Antonella sonrió y de la manera más educada expreso su opinión.
—Estoy de acuerdo con Elizabeth, pienso que es prematuro hablar de matrimonio —dijo.
—Insisto en que no es cuestión de que te cases este año hija pero, acariciar la idea no está nada mal...me gustaría tanto verte casada con Diego, trabajando en lo que te gusta, ¿y por qué no?, embarazada. Pienso en ello a menudo, no me gustaría morir sin antes conocer a mis nietos —Mi cerebro se negaba a procesar toda esa información. De pronto sentí unos locos deseos de gritar.
Apreté la servilleta entre mis dedos. Mantuve la mirada en mi plato, no quería que nadie se diera cuenta de que estaba a punto de explotar.
—Creo que nos estamos adelantando mucho a los acontecimientos —murmuro la tía.
—Ignacio solo está exteriorizando lo que piensa y lo que desea, Elizabeth debe de comprenderlo así —dijo mamá.
—Elizabeth, mi amor —dijo Diego. Me mantuve mirando mi regazo unos segundos, suspiré y alce la vista.
—Entiendo lo que dice papá, me imagino que en el futuro Diego y yo hablaremos de matrimonio —dije y mire a papá directamente— .Solo que no creo que sea en estos momentos —añadí. Mi padre sonrió.
—Por supuesto hija, en ningún momento quiero presionarte —mencionó— .Esta crema de brócoli está divina—añadió, dando por terminado el tema de la deseada boda. Miré a Antonella que enarco una ceja. Mamá sonrió.
—En eso tienes mucha razón, querido —dijo. La cena continuo pero yo solo picotee la comida, sentía un nudo en el estómago. Cuando se me dio la oportunidad confronté a Diego, no me pude quedar callada.
—¿Por qué le mencionaste a papá lo de la propuesta?, te pedí que no lo hicieras, fui clara contigo cuando me preguntaste si quería casarme contigo Diego, fui clara al decirte que no me sentía preparada —Nos encontrábamos en la terraza de la casa de mis padres. En el interior ellos y mi tía veían juntos un programa de variedades. Diego salió a fumar y yo lo seguí.
—No me gusta que me veas fumando —Se quejó cuando lo sorprendí.
—Y a mí no me gusta que tomes decisiones sin importarte mi opinión —dije de pie frente a él con las manos en la cintura sin disimular mi molestia.
Diego le dio una jalada más al cigarrillo para después dejarlo caer al suelo, donde lo piso. Lo vi recogerlo nuevamente para lanzarlo hacia la grama.
—Al jardinero no le va a gustar eso —dijo y sonrió.
—Me imagino que no será la primera colilla de cigarrillo que se encuentre — comenté.
—Vamos adentro —Diego señalo el camino.
—No sin que antes me contestes porque le dijiste a mis padres —dije.
—Por Dios Elizabeth no hagas de esto un teatro, lo comente sin pensar, perdóname —Sus palabras no eran sinceras. Diego trato de abrazarme, pero yo no lo quería cerca.
—No, lo hiciste para presionarme, no sería la primera vez —dije porque no me dio la gana de callarme, de fingir que creía en sus palabras — . Pero no confíes siempre en tu suerte, las cosas puede que no te vayan como esperas —Le advertí y entre a la casa.
Me fui de la casa de mis padres con la sensación de que mi noviazgo con Diego y mi futuro matrimonio era la receta perfecta para una tormenta imposible de detener, que me arrastraría.
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