Capítulo 5
"Reconciliación y culpa"
—¡Esta bellísima, hija! —exclamó con emoción tía Antonella. Era la primera vez desde que llegue a Londres que mi tía me veía vestida con algo más que jeans y camisetas, hacia tanto tiempo que no tenía una cita.
Aun cuando me sentía algo extraña la imagen que había visto reflejada en el espejo fue de mi agrado. El vestido negro corto de cóctel sobre las rodillas resaltaba la blancura de mi piel y los cabellos largos rojizos sobre mis hombros destacaban el verde de mis ojos donde percibí una chispa de satisfacción. Por último había adornado mi cuello con un delgado collar de perlas que Antonella me había obsequiado en mi cumpleaños.
—Cuando Diego te vea se le caerá la baba —comentó Antonella de pie justo detrás de mi con sus manos apoyadas sobre mis hombros.
Dejé escapar la risa ante aquel comentario pero nada dije. Tía Antonella acaricio mis cabellos.
—Quizás Diego sea el hombre perfecto para ti, Beth —dijo, yo no pude ocultar una mueca de incertidumbre—Creo que no perderías nada con darle una oportunidad —
—Sabía que esta cita me metería en problemas —comenté algo hastiada y me senté frente al espejo para dar los últimos retoques al maquillaje.
—Está bien, no diré nada, te prometo que no te hostigare... —La miré a través del reflejo y sonreí levemente.
—No estoy preparada, tía —Perdonar a Diego no quería decir que aceptaría su acercamiento. Ir a cenar con él no abriría un camino hacia algo más.
—¿Y cuándo lo estarás? —Bajé la vista a mis pies calzados con unas zapatillas negras estilo balerina.
—No lo sé, quizás nunca —Aquello salió de mis labios sin pensarlo y justo me di cuenta de lo absurdo y preocupante que se oía.
—¿Cómo puedes decir eso, hija? —preguntó ella alarmada.
—No podría ni siquiera pensar en intentar enamorarme nuevamente cuando aún pienso en Aldemar, cuando aún lo amo tía —En esos momentos oímos el timbre de la puerta anunciando visita. Antonella se aclaró la garganta.
—Debe de ser Diego —dijo y salió de la habitación mientras yo evaluaba interiormente la verdad en lo que acababa de decirle.
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Diego se comportó como un caballero y la pasamos muy bien. Al terminar la velada nos despedimos con un abrazo y un hasta luego. Esa noche curiosamente y después de algún tiempo sin estar en mis sueños Aldemar se hizo presente y me hizo el amor. Lo sentí tan real que desperté acalorada y con estremecimientos recorriendo todo mi cuerpo.
Al darme cuenta de que estaba más sola que nunca no pude evitar el llanto que estuve conteniendo todo el día.
No volví a ver a Diego, aunque me llamaba de vez en cuando, hasta un año después en el funeral de mi abuela paterna Belinda. En esa triste ocasión viajamos a Puerto Rico, para Antonella fue verdaderamente un golpe bajo y sorpresivo la muerte de su madre en especial cuando tenía planeado viajar pronto a visitarle y pasar tiempo con ella. Entre Antonella y mi abuela no existía buena comunicación, Belinda siempre le reclamaba su manera de vivir, su separación de la familia. Ahora con su repentina muerte las cosas quedarían inconclusas entre ellas para siempre.
Pude ver como Antonella sufrió toda aquella situación desde el momento en que mi madre la llamo para decirle. Y comprendí realmente la fragilidad de la vida humana y aplique lo que sucedió entre mi tía y su madre, su distanciamiento y una reconciliación que jamás se daría a lo que sucedía entre papá y yo.
En ese viaje de vuelta a la isla puse como prioridad reconciliarme con mi padre.
Desde mucho antes de pisar suelo boricua la posibilidad del regreso comenzó a drenarme. Los recuerdos se hicieron presentes y en cuanto salimos del aeropuerto pegue la nariz a la ventanilla del taxi para mirar ansiosa y a la expectativa alrededor. Observaba a ambos lados del camino los edificios e infraestrucutra, buscando y pasando lista de los cambios. En mi mente comparaba todo con mis recuerdos de hacia cuatro años cuando me fui a Europa.
Al comienzo fue algo abrumante y poco a poco el recuerdo de Aldemar, el Aldemar que yo recordaba y que vivía en mi memoria se hizo presente para acompañarme.
—Tía, ¿no te molestaría pasar por un lugar antes de llegar a la casa de mis padres? —
—Tenemos prisa Elizabeth —contestó ella y volteo su rostro hacia la ventanilla, seguramente llorando en silencio.
—Solo será unos minutos... —Ante su posterior silencio me incline un poco para ser escuchada por el taxista— .¿Podría pasar por la lomita de los vientos? —Antonella se volteo a mirarme extrañada, pero casi al instante vi una chispa de comprensión en sus ojos y medio sonrió.
—Me imagino que tú también has sido sorprendida por los recuerdos —Creo que la escuche murmurar.
«Desde mucho antes de aterrizar» pensé mientras el carro avanzaba acercándose al Viejo San Juan y mi corazón amenazaba con salirse del pecho.
Cuando llegamos frente al conocido lugar y el carro se detuvo baje corriendo para detenerme en la acera de frente a lo que se conocía como la lomita de los vientos y que estaba muy diferente a como yo la recordaba. Ahora había una pequeña placita en los terrenos que visite en varias ocasiones junto a Aldemar.
Años atrás fue allí donde Aldemar me pidió que fuese su novia y evoque nuestros besos, las caricias compartidas llenas de ternura como si hubiese sido ayer. Mientras una vigorosa brisa elevaba mechones de mi cabello aspire con gusto el aroma salitre y desee con fervor volverlo a ver para perderme en nuestras caricias y comenzar de nuevo.
—Elizabeth —Ante el llamado de Antonella giré y regresé al taxi, no la miré, esta vez era yo la que no quería que me viera llorar.
Al llegar a casa nos recibieron mis padres, algunos familiares como la tía abuela Ester, hermana menor de la abuela, sus hijas y nietos. No podía faltar la querida Micaela, algo envejecida pero igual de cariñosa.
—¡Micaela! —exclamé emocionada y corri a abrazarla.
El encuentro entre mi padre y yo no fue igual que la última vez que nos vimos meses atrás, esta vez nos abrazamos e intercambiamos sendos besos. Nuestro acercamiento, al menos para mi, no solamente fue influenciado por el recuerdo de lo que paso entre mi tía y su madre sino en la tristeza que compartimos al perder un ser querido.
Eso no quería decir que estando de vuelta en la casa escenario de lo que sucedió con Aldemar pantallazos del pasado no surgieran de pronto en mi mente y podría decirse que aun consideraba a papá culpable de nuestra separación, pero había llegado el momento de perdonarlo y dejar de alimentar ese rencor.
Subí al que era mi cuarto y continuaba siéndolo. Estaba casi igual, solo las cortinas y cojines eran de textura y colores distintos. Me dejé caer en el viejo y cómodo sofá dejándome llevar por los recuerdos y solté una amarga carcajada cuando a mi mente llegaron imágenes del día en que Aldemar, celoso porque me vio con Diego en el cine, había trepado hasta mi balcón sin importarle caer o que lo viera alguien de la casa.
Me puse de pie y abrí las dos puertas de cristal para salir al exterior, puse las manos sobre el barandal e incline mi cabeza.
«¿Dónde estás Aldemar? ¿Por qué tuvimos que separarnos?» pensé.
—¿Piensas en mí de la misma manera en que yo pienso en ti? —dije al viento— .Yo no te quiero olvidar...no puedo olvidarte —exclamé desesperada y no pude aguantar las lágrimas.
—Te amo igual que antes, y siento que siempre será así —murmuré— . ¡Ah, Aldemar que mucho te extraño! —
Lloré por largo rato hasta quedar exhausta. Cansada del viaje y de la carga de recuerdos que me encontré al volver a casa, me recosté sobre las almohadas pensando descansar unos minutos pero me quede dormida. Fue un descanso a medias, porque hasta dormida pensaba en él. Extrañaba tanto a Aldemar que me dolía.
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Al otro día en la tarde fue la despedida a mi abuela después de una emotiva misa. Fueron muchos los que se dieron cita para decirle adiós, entre ellos Diego Palacios y su familia.
—Elizabeth...—Creo que por costumbre trate de evadirlo pero me resulto imposible— .¿Cómo estás? — Recuerdo que lo primero que pensé fue en lo guapo que se veía y note su sincera sonrisa mientras con poco disimulo me evaluaba con la mirada.
—Puedes imaginarte lo emocional que es todo esto —dije e hice el intento de corresponder a su sonrisa. La tarde estaba nublada, era poca la brisa que podía sentirse y el ambiente se percibía pesado sobre la piel.
—Lamento mucho tu perdida —comento él y de mutuo acuerdo iniciamos el camino alejándonos de los demás dolientes que también se esparcían.
—Gracias por venir —La familia Palacios se hizo presente en todo momento. Miré alrededor buscando a mi tia, la vi a poca distancia de nosotros hablando con dos mujeres, una de ellas era su amiga Chloe.
—¿Y cuándo regresas a Londres? —preguntó ralentizando sus pasos a lo que yo me vi casi en la obligación de hacer lo mismo.
—Antonella será la que decida, realmente oí que había ciertos asuntos legales que resolver antes de volver —comenté evasiva. De pronto temí ver a Diego todos los días por la casa— .Yo no veo la hora de volver —añadí algo cortante para dejar en claro mi punto de vista y mi poco social postura.
Mamá y Antonella se acercaron a nosotros y después de un corto intercambio de palabras él terminó por ofrecernos llevarnos de regreso a la casa. Antonella acepto y en cuestión de minutos nos vimos en el interior del automóvil blanco de Palacios con la tia en el asiento del pasajero y yo sentada en el cómodo asiento trasero.
Creo que podría señalar ese día como el inicio de lo que llego a ser mi primer romance formal, tan formal que mi familia pensaba que en un futuro muy cercano sería la señora Palacios porque poco a poco los hilos del destino fueron tejiendo mi destino con o sin mi permiso.
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Algunos días después me arme de valor y fui a buscar a papá a la oficina que tenía en la casa, aquella donde años atrás tuvimos la primera de muchas acaloradas discusiones sobre mi relación con Aldemar. Antonella me había comentado que ese fin de semana regresaríamos a Inglaterra y siendo así tener una conversación con él me parecía el mejor comienzo para sanar nuestra relación padre e hija.
Papá estaba enfrascado leyendo unos documentos de una montaña de papeles que tenía a un lado del enorme escritorio. Al verme me dedico media sonrisa. Cerré la puerta detrás de mí y caminé hasta detenerme frente al escritorio.
—Antonella comentó está mañana que piensan volver a Londres el domingo — me senté sobre una de las butacas frente al escritorio.
—Ese es el plan —contesté. Por unos segundos ninguno de los dos pronuncio palabra.
—A pesar de las circunstancias hay algo que me alegra y es que he notado que entre nosotros dos las cosas han mejorado. Ya no te siento tan lejana como en ocasiones anteriores...por culpa de ese muchacho —crucé las manos sobre mi regazo a la expectativa. Al escucharlo hablar sobre su sentir ante la aparente mejoría entre nosotros el astibo de una tenue sonrisa afloro en mis labios pero cuando mencionó a Aldemar pasó a ser una mueca y demore unos segundos en pensar que decir.
—No quiero continuar alimentando el rencor entre nosotros, tampoco me gustaba la relación tan fría que compartimos —mencioné tratando de no pensar demasiado en el tono de desprecio que percibí cuando mencionó"a ese muchacho"
Fue más que claro que papá no cambiaría su manera de pensar, y que continuaba siendo el hombre duro, frío y sin titubeos que yo conocía. Nuestra relación quizás nunca sería la mejor, pero por mi bienestar debía de perdonar, olvidar, y por supuesto pasar por alto sus palabras.
—Estoy feliz por eso y no sabes lo tranquilo que me encuentro al saber que esa persona está definitivamente fuera de tu vida y sé que pronto te darás una nueva oportunidad de enamorarte —añadió desde su silla, sonriente, orgulloso. Papá asumía tantas cosas sin tomarse la molestia de preguntarme.
¿Qué diría mi padre si supiera que yo aún amaba a Aldemar? Que a pesar de los años separados y sin ningún tipo de comunicación pensaba en él todos los días
No lo quería ni imaginar. ¿Valdría la pena aclararle las cosas?
Debi callarme a ¿quién beneficiaba abundar sobre esos temas?
—Las cosas no son exactamente así —Aquella frase no debió salir de mi boca. La sonrisa en los labios de mi padre desapareció automáticamente.
Lo miré directamente a los ojos, y una vez más pensé en cerrar la boca o morderme la lengua antes de revelar mis verdaderos sentimientos ante él pero mi lengua pareció tener vida propia.
—No vine aquí para oír como te refieres a Aldemar de forma despectiva y no discutiré contigo mis sentimientos por él—Aquello último le dejaba en claro que aun Aldemar despertaba en mi profundas emociones.
Papá no dejaba de mirarme, sus ojos verdes clavados en mí, reflejaban sorpresa, incredulidad y por último desilusión.
—Estoy aquí porque no quiero que sigamos enojados, después de todo tu eres mi padre —dije— . Al ver lo que sucedió con la abuela me di cuenta que la vida en ocasiones nos sorprende con lo inesperado —Papá se puso de pie y caminó hasta situarse frente a las puertas de cristal que conducían hacia el jardín, dándome la espalda.
—Lo que implican tus palabras es algo incomprensible para mi más cuando han pasado cuatro años desde que esa persona, un hombre enfermo y sin futuro salió de tu vida —mencionó—. Pero después de todo eres tú la que sufres por un hombre que no volverás a ver —añadió pensándose el dueño del futuro.
—Eso último parece que te hace feliz —Papá se volteo y paso su mirada sobre mí, por la espaciosa habitación llena de libros, antigüedades y cuadros costosos. La indignación atravesó mi pecho.
—Ese muchacho no era para ti, solo traería dolor y lágrimas a tu vida —Lo oí decir y me trasporte a años atrás, en esta misma habitación, una adolescente enamorada, viendo como su padre planeaba alejarla de su primer y único amor.
Impotente, desesperada, y con un temor a lo desconocido que le calaba hasta los huesos.
—Solo espero ver el día que me agradezcas que te alejara de ese tipo —concluyó mientras caminaba de regreso a su escritorio y lentamente se sentaba en su imponente silla. No dejé de mirarlo y creo que vi en su rostro las primeras señales de lo que vendría después. Mi padre se acomodó la corbata.
—Ese día llegara Elizabeth, créeme, cuando le des la oportunidad a otro hombre para que entre en tu vida y vivas junto a él plenamente sin sobresaltos o miedos, entonces te darás cuenta de lo que te digo —comentó —. Vendrás a mí y me darás la razón, y las gracias por separarte de esa...maldición —Terminó con una gran sonrisa de satisfacción.
—¿Por qué lo odiabas? —inquirí— .¿Por qué lo odiabas tanto, que te había hecho? —Lo vi volver a aflojarse la corbata y bajar la mirada.
—Lo odiaba porque se fijó en ti, porque puso sus ojos en mi única hija, porque no solo era pobre e infeliz, también estaba enfermo, ¡era un maldito enfermo! —exclamó.
—Yo lo amaba —dije— .Aun lo amo.
—Nunca entenderé como puedes hablar con tanta dulzura de ese imbécil —exclamó con rabia azotando uno de sus puños sobre el escritorio.
—Lo siento mucho, lo menos que quería era hacerte enojar —manifesté algo exaltada. Papá no levantó la vista, permaneció en silencio, mirándose el regazo. Lo primero que me cruzo por la mente fue que estaba demasiado enojado para continuar hablando pero me equivoque.
—No quería irme a Europa sin que habláramos. Eres mi padre, te quiero, y deseo que nuestra relación sea sana, que exista empatía, amor, respeto. No sé si debi mencionarte mis sentimientos por Aldemar quizás igual a como yo aun lo amo tu no has podido sanar tu alma de ese desprecio que siempre sentiste por él...
Dejé que las palabras se dispersaran en el silencio cuando me di cuenta que papá no daba señales de estar escuchando, era realmente extraño que no me hubiese contestado. Continuaba con su mirada baja, una de sus manos encima del escritorio. En segundos comprendí que a mi padre le sucedía algo fuera de lo normal y me levante de un salto.
—¡PAPÁ! —Pienso que grite antes de llegar a su lado para con bastante esfuerzo empujar su cuerpo hacia atrás buscando poder mirarlo y temiendo lo peor.
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