Capítulo 4
"Los hilos del pasado"
Londres, Inglaterra
Elizabeth
En ocasiones me maravillaba al recordar la facilidad con la que me fui adaptando a vivir en Londres. Después de aceptar la realidad, no volvería a la isla, tampoco a estar cerca de Aldemar, entendí que mi vida debía continuar. Busqué y encontré alicientes para seguir admirando la belleza de aquella antigua ciudad que reunía el pasado con el presente. No fueron pocos los días que me perdía en sus calles y avenidas admirando su historia. Gustaba de recorrer sus puentes, parques y edificaciones.
En mis primeros años además de cursar las clases básicas en la universidad con miras a iniciar luego los estudios en medicina me afane por tomar cursos de inglés y perfeccionar mi acento. Debo decir, modestia aparte, que terminé hablando inglés tan bien como cualquier chica nacida y criada en la tierra que vio nacer a William Shakespeare.
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La relación entre mi padre y yo continuó tan fría como siempre, sin importar los esfuerzos de mi madre y la tía Antonella por cambiarla. Ignacio era mi padre y lo amaba, pero éramos tan distintos, además de que lo que sucedió con Aldemar abrió un abismo entre nosotros.
En las pocas ocasiones en que coincidíamos durante los primeros años de mi exilio, nos saludábamos cordialmente, pero hasta ahí. En todas las ocasiones en que lo volví a ver no podia dejar de revivir llena de rencor el día en que me obligo a decirle adiós a Aldemar.
Por poco más de dos años no supe nada sobre Diego Palacios al punto que por mi mente no pasaba su recuerdo ni para bien y menos para mal. Fue el verano de mi tercer año en Londres cuando Diego me sorprendió con su visita.
Esa vez rechace su acercamiento y de nada sirvieron los intentos de mi tía para convencerme de recibirlo. En la tarde recuerdo que me encerré en mi habitación para sacar del armario los recuerdos que me unían a Aldemar. Ya no habían lágrimas en mis ojos ante los bonitos recuerdos que contaban las fotos y demás cosas que guardaba pero pensar en Diego avivaba el coraje que le tenía y que nunca pude echarle en cara. Veía a Palacios como uno de los culpables de mi separación ya que estaba segura fue él quien le conto a mi padre sobre la condición de Aldemar.
Esa noche me quede dormida abrazando el oso de peluche que me regalo en una de las ocasiones que salimos mientras que llevaba en mi muñeca izquierda el brazalete de plata.
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Al día siguiente me levanté más temprano de lo común, ansiosa por ejercitarme. Había hecho un hábito de trotar mayormente en las mañanas antes de ir a clases. Recuerdo que esa mañana tenía la aromática fragancia de las pequeñas flores que adornaban las jardineras alrededor, que se mezclaba con el olor a café recién hecho y el aroma dulzón de los pequeños muffins de maíz que horneaba Miss Taylor en su pequeño y acogedor Café.
— ¡Elizabeth! —Aún antes de voltearme a mirarlo sabía quién me llamaba y que está vez no podría evadirlo fácilmente pues ya lo tenía a mi lado cuando me giré. Recuerdo que lo primero que pensé fue que Diego había terminado de convertirse en un hombre hecho y derecho en estos últimos años, y traté de adivinar qué edad tendría ahora. Pronto yo cumpliría veinte años y en base a eso calculé que él tendría veinticinco.
Sus ojos oscuros no dejaban de mirarme fijamente, con insistencia.
—Casi no te reconocí Elizabeth te has convertido en toda una mujer —No dije nada, le di la espalda e inicie mi camino lejos de él.
— ¡Espera! —exclamo él mientras me alejaba acelerando mi trote sin dejar de sonreír pensando en los zapatos de doscientos dólares y ese traje Armani que probablemente le impediría mantenerme el paso.
—No tan rápido señorita —dijo él y me detuvo cuando puso una de sus manos sobre mi antebrazo. Me sacudí con firmeza.
—No pongas tu mano encima de mí —dije.
—Entonces espérame.
—¿No te quedo claro que no quiero hablar contigo? —pregunté— .No tiene caso que hayas venido hasta acá, debiste recordar que no tenemos nada que decirnos —
—Solo quiero que me escuches una vez —dijo él trotando a mi lado— .Te seguiré hasta que nos cansemos los dos —añadió y yo solté una risotada.
Cuando me detuve de golpe, no sé si fue que Diego no se detuvo o que tropezó o quizás se torció un pie, no lo supe, lo que sí puedo decir fue que Palacios cayó de bruces a mi lado.
—Así me dejaras tranquila —dije y me volteé para volver al apartamento lo más pronto posible.
—¡No tan rápido! —exclamó Diego poniéndose de pie de un salto para plantarse frente a mí. Me di cuenta de que llevaba el pantalón roto en el área de la rodilla derecha y la costosa camisa salpicada de lodo—. Necesitamos hablar —Tanta insistencia con lo mismo comenzaba a ser molesta.
—No pierdas tu tiempo Diego, no quiero escuchar nada de lo que quieras decirme —intenté hacerlo entender mirándolo fijamente a los ojos mas pude ver en sus ojos determinación. No iba a ser fácil sacármelo de encima, aunque lo hubiese podido perder entre la gente seguramente lo tendría sentado en la sala del apartamento cuando regresara—. Está bien, te escucho —De mala gana accedí a escucharlo cruzándome de brazos. Mi lenguaje corporal era clarísimo, «no intentes acercarte a mi» gritaba.
—Sentémonos por favor —invito señalándome un banco de madera cercano, caminé hasta allí seguida de Diego y me dejé caer sobre el asiento de madera.
Diego no hizo otra cosa que mirarme por largos segundos, inmóvil desde su altura volviendo la situación más incomoda si era posible.
—No sé por dónde empezar —
—Después de todo este esfuerzo no sabes que decir —comenté incrédula. Diego se acomodo a mi lado mientras yo me echaba algunos centímetros lejos de él.
—Quise dejar pasar el tiempo, sabía que si venía a buscarte muy pronto eras capaz de golpearme...creí que después de todos estos años sería más fácil, pero veo que no —añadió con pesar.
—Siempre quise disculparme, Elizabeth —agrego él—. No buscaba que sufrieras.
—Y no sabes cuánto lo siento, Elizabeth—mencionó—. Solo pensaba en ti, en tu salud, en tu bienestar.
Esa última frase la había escuchado tanto y me parecía tan hipócrita.
—Yo era feliz con él —murmuré y mantuve mi vista al frente sin enfocarme en nada.
—Con el tiempo te darías cuenta de que a su lado no podrías ser completamente feliz —Aquella frase avivo el fuego del enojo que mantuve controlado.
—Piensa lo que quieras, nunca me ha importado mucho la opinión que tienen los demás sobre mi romance con Aldemar —Nunca dude sobre lo feliz que pudimos haber sido.
—¿Aún lo amas? —Lo oí preguntar con tono desencajado—. ¿Hasta cuándo? —
—Hasta siempre —Lo dije porque así lo sentía.
Giré el cuerpo para mirarlo de frente, en sus ojos pude ver que era sincero.
—Perdóname Elizabeth, debí hablarlo contigo antes de ir con tu padre, jamás quise lastimarte.
Unos enormes deseos de llorar me acometieron y no quería que Diego me viera. Respire profundo y giré el rostro buscando ocultarlo.
Frente a nosotros un mar de personas caminaban por las calles de esta antigua ciudad llena de historia y majestuosidad. Vivir allí pudiera ser el sueño de cualquier joven, pero yo hubiese cambiado todo por regresar a mi isla al lado de Aldemar. Sin embargo aquello era imposible, Aldemar ya no formaba parte de mi vida.
—Ya no importa —murmure pensativa — Y supongo que lo más sano es perdonarte y olvidar —Lo vi sonreír.
—Eso me gustaría mucho —comentó—. En tres días regreso a Puerto Rico y nada me gustaría más que saber que este viaje dio resultados —Encogí mis hombros.
—Si eso te hace feliz —contesté.
—No sabes cuánto —Perdonar a Diego o no, no cambiaría mi realidad, además siempre oí decir que guardar rencor no era saludable. Pensar en aquello último me hizo sopesar sobre la situación con mi padre, el rencor que sentía.
Poco después caminamos de regreso al apartamento en silencio, un silencio amistoso, cordial. Frente al edificio donde vivía intente despedirme de él, ya era suficiente la dosis de pasado por ese día y lo único que deseaba era esconderme en mi habitación para ocultar toda la tristeza que sentía muy dentro de mí.
Cuando me disponía a entrar al recibidor del edificio Diego se cruzó delante de mí.
—Acéptame esta noche una invitación a cenar —dijo—. Sería como una despedida porque no sabemos cuándo nos volveremos a ver —En sus ojos vi algo que me saco un "si" de los labios.
Minutos después me arrepentí de aceptar la invitación y estuve jugando con la idea de comunicarme con él y disculparme, pero no sabía en donde se hospedaba y mucho menos conocía su número de celular.
Seguramente Antonella tenía esa información pero no quería pasar por el sermón que ella me daría por no querer salir a una sencilla cena con Diego después de que viajó expresamente a Inglaterra para verme. Así fue que al caer la tarde me arreglé lo mejor que pude con el poco ánimo que tenía para mi salida a cenar.
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