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Capítulo 2



"El abuelo"


En numerosas ocasiones durante las primeras semanas después de la ruptura amorosa con Beth abandoné el apartamento donde vivía y mi teléfono celular para salir a caminar en un intento de relajarme y aplacar los intensos deseos de marcar el número de celular de Elizabeth y quizás oír su voz, aunque según Mercedes, Beth ya no viva en Puerto Rico y si era así seguramente hasta su número telefónico había cambiado. Gracias a Dios con el pasar de los meses aquella necesidad casi física fue difuminándose hasta desaparecer.

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Finalizaba el año dos mil trece cuando parte del pasado de mi padre tocó a la puerta del apartamento donde vivía. Me encontraba echado en el sofá muy entretenido con una película mientras en el exterior soplaba un frío viento, hacia días que no salía a correr bicicleta y mucho menos jugaba baloncesto o soccer ya que el clima no lo permitía. Cuando más interesante estaba la trama llamaron a la puerta y me puse de pie de mala gana preguntándome quien podría ser ya que no esperaba a nadie. Ricardo y Pedro habían salido a hacer unas compras de último minuto pero ellos tenían llave.

Detrás de la puerta se encontraba un anciano bastante alto y algo encorvado, bien vestido de sonrisa amable. Al mirarlo de frente y directo a los ojos sentí cierta familiaridad, estuve seguro que había visto esa mirada antes y tuve la sensación de que el tiempo se ralentizaba mientras el hombre mayor y yo nos observamos detenidamente, yo olvidado hasta mis buenos modales entretanto buscaba darle una explicación a mis emociones. El anciano tampoco pronuncio palabra, lo miré llevarse una mano al pecho mientras con la otra apretaba el agarre de su bastón y aquel gesto fue lo que me saco del mutismo en el que me encontraba.

—¿Se encuentra bien señor? —pregunté solicito y lo vi mover su cabeza de manera negativa. Rápidamente extendí uno de mis brazos en su dirección porque tuve la impresión de que si no lo ayudaba a entrar y sentarse el hombre se caería al suelo. Quizás por eso había tocado la puerta, se sentía mal y clamaba por ayuda en silencio.

El hombre no rehuso mi ayuda y juntos nos desplazamos hacia el interior del apartamento, no me separé de su lado hasta que no estuvo cómodamente sentado en una de las butacas. Me dispuse a silenciar el televisor mientras la intriga me consumía ante la visita de aquel elegante anciano.

—Estoy bien Aldemar  —En ese preciso momento oí vibrar mi móvil encima de la mesa de centro, lo que logró distraerme un poco del hecho que aquel hombre sabía mi nombre— .De seguro es uno de tus tíos desde Puerto Rico —añadió él, comentario que despertó aún más mi curiosidad.

     —¿Quién es usted? —pregunté pasando por alto el celular.

—Soy Waldemar Menéndez, tu abuelo paterno —Por largos segundos me fui en blanco.

Por supuesto que había escuchado ese nombre con anterioridad sin embargo no lograba evocar recuerdos propios relacionados a ese hombre ya que era la primera vez que lo tenía frente a mi. Es más, jamás imaginé que tendría la oportunidad de conocerlo y para ser sincero en muy contadas ocasiones sentí curiosidad acerca de su vida.

Sin embargo esa tarde frente a él recordé una ocasión en que Mercedes mencionó a Hernán lo mujeriego que era Waldemar e hizo hincapié en como enamoró a mi abuela, en ese tiempo bastante joven e ingenua, estando casado. De esa corta relación nació José Luis, mi padre, un hijo por el cual nunca respondió.

Según la tía Waldemar estaba casado con una mujer adinerada y mayor que él. La señora lo amaba y soportaba todas sus infidelidades. Cuando la mujer enfermo él se hizo cargo de todos los negocios como único heredero.

Mercedes mencionaba que Waldemar nunca se hizo cargo de su único hijo y Carmen, mi abuela paterna después de dar a luz decidió emigrar a Nueva York buscando mejorar su vida y la de su pequeño hijo.

Así las cosas mi padre creció como pudo, en un barrio peligroso con la poca supervisión de su madre que tenía que trabajar turnos de dieciséis horas como enfermera para poder mantener la casa. Desde jovencito José Luis desertó de la escuela y se involucró con pandillas, no paso mucho tiempo para que comenzara a experimentar con drogas fuertes que lo llevaron a compartir jeringuillas y eventualmente infectarse con el virus del Sida. Fue por los problemas de José con un bichote* en la ciudad de los rascacielos que Carmen buscando proteger a su hijo decidió que regresarían a la isla donde aún vivía su madre.

   —Mi abuelo —mencioné aún sin creer del todo esa posibilidad.

—Si Aldemar, no sabes lo deseoso que estaba de verte...eres muy parecido a  José Luis —

     —No lo puedo creer — murmuré — Esto no puede estar pasándome a mí – añadí encontrando estúpido que me dijera lo parecido que era con mi padre cuando supuestamente jamás se hizo cargo de él, abandonandolo a su suerte. ¿Como era posible que me comparara con ese hijo que apenas vio?

         —En una ocasión Carmen me envió una fotografía de José Luis cuando era adolescente...Hace meses que te busco, Aldemar. Estuve en Puerto Rico hace unas horas y hable con tus tíos —divago afectado— .Me contaron de tu condición, de cómo ha sido tu vida, y créeme, hijo, me arrepiento de tantas cosas —Yo no podía más que mirar a aquel frágil anciano de rostro bondadoso y manos temblorosas repitiéndome mentalmente que era mi abuelo y que según él me buscaba desde hace mucho tiempo. Trataba de buscar un motivo por el cual quedarme allí escuchándolo.

—Dime algo Aldemar   —pidió suavemente.

Alce la vista centrándome en sus ojos y me di cuenta de porqué me parecieron tan familiares desde que los miré. Era sencillo y ridículamente evidente, esos ojos rodeados de arrugas eran un reflejo idéntico de los mios y en ese momento lo encontré espeluznante.

    — No sé qué decir, lo siento —comenté disculpándome y fui a sentarme en el sofá de frente a él.

— Necesitaba conocerte Aldemar y reparar el daño que he hecho — musito él y a punto estuve de decirle que el daño ya estaba hecho hacía muchos años y lo peor era irreversible.

    —Es poco lo que se dé usted —aclaré— .Mis tíos no hablaban mucho de mi familia paterna, y a mi padre jamás lo conocí — añadí. En esos momentos pensamientos variados y confusos abarcaban mi mente.

—Siempre viví intensamente y hace poco me di cuenta de que no fue de la mejor manera. En el camino lastimé a muchas personas, muchas de las cuales debí cuidar, proteger y no pude —pronunció de manera débil y temblorosa.

—O simplemente no le interesaba —aventuré sin pensarlo, segundos luego mi naturaleza amable me llevó a buscar frenéticamente en mi mente que decir para reparar mi rudo desliz.

    —Es cierto hijo —dijo él mientras movía la cabeza con pesar. Una parte de mi me decía que este hombre, ahora débil y quizás enfermo, no merecía ni siquiera que le dirigiera la palabra, sin embargo, no podía pasar por alto que me inspiraba ternura y algo en él me impulsaba a comprender lo incomprensible y perdonar.

      —Fui un sinvergüenza con mi esposa, con tu abuela y sobre todo con José Luis, mi hijo — murmuró. Aquel hombre no podía saber lo que yo conocía sobre su pasado, aun así, no parecía querer negar nada o maquillar sus circunstancias de vida.

—Ninguno de ellos está aquí para oír su arrepentimiento   — mencioné. Mi abuela paterna había muerto pocos años después que mi padre, en un accidente. Mi contacto con ella fue mínimo.

      —Lo sé hijo, pero aún estas tú, mi nieto, mi única familia y he venido a pedirte perdón. Perdón por no estar al lado de tu padre, para cuidarlo, protegerlo y llevarlo por el camino correcto y a ti Aldemar por no estar presente en tu vida — Sin previo aviso aquel anciano se me echo encima llorando, abrazándome con fuerza.

—Perdóname por favor, hijo — dijo entre sollozos y lamentos. Me paralicé, no quería que me abrazara, pero tampoco lo empujaría. Fue uno de los momentos más embarazosos que recuerdo. Justo allí  entró Ricardo corriendo, cuando lo miré supe que él ya sabía de la inesperada visita de este hombre y que la posibilidad de que yo me encontrara con aquel anciano lo preocupaba grandemente.

—¿Aldemar, estás bien? — exclamó Ricardo de pie a mi lado.

    —Si, tío —contesté. Waldemar no pareció darse cuenta de la presencia de mi tío y lo oí sollozar sobre mi. Sentía parte de mi camiseta húmeda.

— Por favor señor, no llore así —supliqué tratando en vano de alejarme. Ricardo nos miraba con el ceño fruncido.

    —Señor Waldemar...—"Waldemar" repetí en mi mente, y me pregunté si mi madre modifico un poco el nombre del irresponsable padre de su esposo para nombrar a su único hijo.

—Perdóname a nombre de todos aquellos a los que le falle y que ya no están Aldemar. La culpa que siento me está matando más rápido de lo que podría hacerlo mi enfermedad—Alternaba la vista desde el anciano hacia mi tío Ricardo sin poder pensar con claridad y mucho menos decir algo apropiado.

    —Tranquilícese don —dijo Ricardo — .Voy a buscarle un té de tilo, eso le ayudara —añadió y se alejó casi corriendo en dirección a la cocina.

—¡A mí lo único que me dará calma es el perdón de mi nieto! —exclamó el anciano en un inesperado exabrupto mezcla de rabia y frustración. Sentí que me asfixiaría bajo su abrazo. Entonces de pronto sentí que él aflojaba sus brazos a mi alrededor pero en vez de separarse, lo sentí pesado e inerte sobre mi.

— ¡Don Waldemar! —exclamé y solo me tomo segundos para darme cuenta de que el hombre no me oía. Luché con su peso hasta que logré echarlo hacia atrás y recostarlo en el sofá. Puse mis dedos sobre su cuello y pude notar los débiles latidos de su corazón embargándome el pánico.

—¡Ricardo, ven por favor!   — grité. Ricardo volvió con premura de la cocina mientras yo trataba de tomarle el pulso al anciano.

   — ¡Dios mío este viejito se nos va a morir aquí! — exclamó Pedro entrando al apartamento y no perdió tiempo para marcar, supuse, el número de emergencias médicas.

—Abuelo por favor, reacciona, tenemos tantas cosas que hablar, necesito que me cuentes de ti, no puedes irte ahora que recién nos encontramos....   —Comencé a hablar buscando mantener al anciano lucido y funcionó porqué Waldemar abrió un poco los ojos y me miró fijamente. Le coloqué una de mis manos en su hombro dándole un apretón.

—No te vayas, no me abandones de nuevo —Le pedí. Miré a Ricardo y Pedro, este último se llevó un puño a la boca mientras movía la cabeza en señal de pesar.

—Ya viene la ambulancia, Aldemar —Permanecí arrodillado junto a mi abuelo, agarrando una de sus manos, dándole pequeños apretones, y diciéndole lo importante que era para mí que se recuperara.

****************

Waldemar logró recuperarse del percance de salud. Y días después de abandonar el hospital y a través de su abogado el anciano alquilo una casa cerca del complejo de apartamentos donde yo vivía. Al principio yo solía visitarlo una vez cada dos o tres días pero con el diario vivir entre nosotros nació no solo la confianza sino que floreció el amor fraternal y aunque continué viviendo con Ricardo pasaba mucho tiempo en compañía del abuelo.

En las tardes cuando el clima lo permitía solíamos sentarnos en la terraza con sendos vasos llenos de jugo mientras él me contaba anécdotas de su vida que yo escuchaba atento y algunas veces fascinado. Según Waldemar desde niño se propuso triunfar en la vida dejando atrás la pobreza donde nació en un barrio del centro de la isla. Y mientras muchos de sus amigos desertaron de la escuela a temprana edad, él se afanó por educarse y graduarse de escuela superior con notas sobresalientes.

Aquello último fue su pasaje a la universidad del estado donde se matriculo en la facultad de administración de empresas y seis años después logró graduarse con honores. Tiempo después tuvo la dicha de ser contratado como gerente en una de las tiendas de una de las cadenas de joyerías más exitosa de Estados Unidos y por un golpe de suerte conocer a Stephanie, la unica hija del adinerado joyero que se enamoro perdidamente de él y con quien se caso unos meses luego. Stephanie fue su única esposa legalmente con la que no tuvo hijos y a quien le fue infiel en numerosas ocasiones.

En resumen Waldemar habia disfrutado plenamente su adinerada vida llena de viajes, aventuras amorosas y fiestas desenfrenadas. La manera en que contaba sus experiencias me habia llevado a entender por un momento su comportamiento desvergonzado e irresponsable aunque ciertamente errado.

Y luego de reflexionar llegue a la conclusión de que mi abuelo habia vivido toda su vida llevándose por delante a los demás buscando la felicidad, una sensación que todos los seres humanos intentamos encontrar a veces sin enteder lo efímera que puede llegar a ser.




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