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Capítulo 1




"Te quise tanto que cuando me rompiste el corazón, te saqué de allí para que no te hicieras daño."

Mario Benedetti



"El ciclo de la vida, el paso del tiempo"


Las hojas secas sucumbieron esparciéndose y llenando de los colores del otoño la tierra. La brisa helada del norte arropaba las calles con la llegada del implacable invierno para que luego los brillantes destellos de la primavera resplandecieran abriéndole el camino nuevamente al candente verano. Cuatro estaciones que van y vienen en un círculo eterno.

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Orlando Florida, septiembre 2010


Aldemar


Llegue a Orlando para vivir con Ricardo, el hermano menor de tía Mercedes. Su pareja y él no tuvieron reparos en recibirme y contrario a lo que se puede esperar de cualquiera no indagaron mucho sobre mis razones para tan inesperado cambio.

Pedro y Ricardo residían en un apartamento de tres habitaciones en un pequeño complejo donde abundaban los hispanos y pude notar que en la comunidad mi tío era bastante conocido y apreciado, quizás debido al oficio que desempeñaba como pastelero. Ricardo no salía a trabajar afuera pero no le hacia falta pues la venta de bizcochos de cumpleaños y postres varios, especialmente los de origen boricua le devengaban buenas ganancias.

La verdad era que las confecciones de mi tío eran variadas y deliciosas, muy populares en la comunidad hispana del área. Y los primeros días posteriores a mi llegada pude dar fe de ello. Por aquellos tiempos pasaba mucho tiempo en la cocina ayudando al tío con los numerosos pedidos. Gracias a eso y  a encontrarme en un entorno completamente nuevo para mi sirvió para distraerme.

Dos semanas después la pareja me acompañó a matricularme en la universidad, la oferta de estudios era extensa pero me decidí por la carrera de artista gráfico.

—Tienes mucho talento, serás un exitoso artista gráfico, Aldemar —comentó Ricardo mientras miraba mi colección de dibujos. Nos encontrábamos en la sala del apartamento justo el día antes de comenzar mi nueva jornada educativa, estaba por cumplir un mes viviendo en Orlando.

—¿Quién es esta hermosa muchacha? —La inesperada pregunta me trajo de vuelta a la realidad, miré rápidamente el canvas que Ricardo sostenía en sus manos. Desde el lienzo me miraba la única persona que no deseaba recordar, que se había quedado en mi pasado, donde deseaba que permaneciese.

—Es una hermosa muchacha —añadió el tío mirando detalladamente el dibujo de Elizabeth que hice hace unos meses atrás. Recordaba aquella tarde, habíamos pasado el día en la playa y antes de volver me dio con dibujarla con el atardecer a sus espaldas. No era quizás mi mejor dibujo, pero si uno hecho con mucho amor.

La verdad era que pensaba haber dejado todos mis dibujos de Beth tirados en el armario del apartamento en Puerto Rico, pero el que se encontraba en las manos de mi tío parecía burlarse de mí.

    —Pero muchacho que cara has puesto —comentó Pedro con su cantarín acento colombiano mientras me miraba atentamente, el hombre regresaba de la cocina con un envase repleto de chips de maíz con queso y con poco cuidado se dejó caer en el sofá al lado de Ricardo que alargo la mano para devolverme el dibujo. Fui a guardar el dibujo entre los demás, aunque deseos no me faltaron de llevarlo al bote de basura de la cocina.

—Solo hice una observación —comentó el colombiano quizás al notar mi incomodidad y la de mi tío.

—No importa Pedro, ella era mi amiga Beth —mencioné— .En realidad fue mi novia —aclaré aunque nadie hizo preguntas pero tratando de dar ligereza a mis palabras. Entonces me di cuenta de que Ricardo parecía caer en cuenta, quizás recordaba algo que le mencionó su hermana sobre un desengaño amoroso. Porque siendo sinceros dudaba mucho que mi querida tía no hubiese comentado con su hermano sobre Elizabeth y yo.

    —Voy a dar una vuelta —Pude ver el interés que despertó en ambos la mención de Elizabeth y admito que todavía no me sentia preparado para sostener ante ellos por mucho tiempo mi supuesta indiferencia. Aunque huir como lo hice supongo que habló más que mil palabras.

Abandoné el apartamento de prisa dejando tirados todos mis trabajos sobre la mesa de centro y sin darle tiempo a la pareja a comentar nada más. Mientras me desplazaba el recuerdo de nuestros días juntos insistía en volver para atormentarme y como antes deseé que desapareciera la añoranza, el enojo y la desilusión que pensar en Beth me provocaba.

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En la universidad las cosas no eran muy diferentes a mi paso por la escuela superior, aunque asistía a clases todos los días y procuraba hacer bien mi trabajo. Al comienzo al ser clases impartidas en ingles se me dificultaron, pero al pasar las semanas me dedique con ahincó a poner en práctica lo aprendido del idioma durante toda mi vida escolar en Puerto Rico.

Como siempre me costaba hacer amigos y aunque mis compañeros de clases eran simpáticos  y amables buscando algunos incluso hacer amistad, solo una persona logro ganarse mi confianza, Juan David Albánese, un estudiante puertorriqueño de administración de empresas con el que asistía a dos clases. Mi vida social al principio era casi nula pero luego de conocer a Juan de vez en cuando salíamos al cine y llegamos a ir a uno que otro pub de moda, mas yo prefería quedarme en casa o acompañar a tío Ricardo y Pedro a actividades más tranquilas que bailar toda la noche. También pasaba parte de mi tiempo libre ejercitándome, jugando baloncesto y soccer además de correr bicicleta.

Extrañaba de Puerto Rico su hermosas playas y  nadar en ellas, pero aquí tenia que conformarme con la estrecha piscina que había en el complejo de apartamentos donde vivía.

Así pasaban mis días, extrañaba muchísimo a mi familia, al barrio, mi rutina en el colmado y aún después de seis meses a Elizabeth. Cada vez que los recuerdos llegaban a mi mente me dolía hasta el alma y prefería estar solo donde nadie pudiera verme. Muchas veces me preguntaba como estaría, si en algún momento pensaría en mí. En ocasiones me decía que Elizabeth probablemente sentiría alivio cada vez que me pensaba, quizás agradecida de haberse librado de mi presencia. Aunque por otro lado quería creer que no era así, que Beth se separo de mi enamorada y que posiblemente había sufrido igual o más que yo nuestra separación. Sin embargo daba igual de cualquier forma porque seguramente jamás volveríamos a vernos y mucho menos conocería que realmente sucedió.

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Hacía casi dos años que vivía en Orlando cuando conocí a Meredith Lancaster y comenzamos una amistad que pudo haberse convertido en algo más. Sin embargo las cosas entre nosotros no prosperaron luego de que le hablara sobre mi condición de salud. De parecer estar entusiasmada y dispuesta a que nos diéramos juntos una oportunidad en el amor Meredith paso a alejarse de mi poco a poco hasta que ya no había nada en común entre nosotros y ni siquiera pudimos conservar la amistad que un día nos unió.

A decir verdad aunque al principio sentí una sensación de rechazo y enojo después de unas semanas ya no pensaba en ella. Jamás hubiese podido comparar mis sentimientos por Beth con los que me unieron a Meredith. Y después de esa fugaz experiencia decidí que la soltería era lo mejor que me podía pasar por ahora.

En las navidades de mi segundo año fuera de la isla llegaron a visitarme los tíos y Miguel con su novia Rebecca muy orgullosos de su incipiente barriga de dos meses. Mi tía Mercedes estaba feliz con el embarazo de Rebecca y según Hernán la había ayudado  a dejar atrás la tristeza que cargaba por mi mudanza, hacía unos meses Miguel y su novia vivían con ellos.

Esa navidad fue especialmente emocionante con su llegada, Mercedes no veía a su hermano menor hacia más de cinco años y el encuentro fue intenso. La noche buena nos reunimos en el comedor disfrutando de las delicias de la comida tradicional navideña, oímos música, bailamos y intercambiamos regalos. Terminamos la noche viendo películas de navidad en televisión.

Mi familia estuvo dos semanas, dos semanas en que me contuve para no preguntar por Elizabeth. Sergio, el padre de Yesenia trabajaba para la familia Velasco, vivía en el barrio y compraba en el colmado, quizás él había comentado algo sobre Elizabeth a mis tíos.

— Limarie te manda saludos —comentó Mercedes en una ocasión. Limarie y yo mantuvimos comunicación los primeros meses, pero poco a poco el interés se perdió, pensaba que de ambas partes—. Esta muy bonita y está por terminar su segundo año en la universidad —Mercedes me había contado que Limarie estudiaba publicidad y trabajaba en un lujoso hotel en Isla Verde. La tía me mostro una fotografía que le había tomado con su celular a Limarie frente al colmado antes de viajar. La chica lucia muy bonita y sonreía feliz a la cámara del móvil.

—Me encargó mucho que te dijera le envíes una fotografía tuya por mensaje—comentó Mercedes.

—Me has tomado docenas de fotos tía envíale una de esas —mencioné, aunque quizás mi tía lo tomaría como un desaire.

Le pedí a Mercedes que le diera saludos a la chica por mí, no veía el caso volver a tener comunicación con mi antigua vecina. Mercedes no insistió, pero antes de subirse al avión que la llevaría de regreso a Puerto Rico me comento lo siguiente.

—Su padre envió a Elizabeth fuera del país, y no he podido sacarme de la cabeza que todo eso pasó porque supo de tu condición, seguramente la obligo a terminar contigo —Mercedes me miraba con avidez esperando mi reacción—. Sé que no me has preguntado, pero no podía irme sin decirte lo que me confió Sergio hace un tiempo—

—Ya eso no importa, tía —comenté resignado. Siempre pensé que eso fue lo que sucedió aquel día, el motivo por el cual Elizabeth me dijo adiós pero realmente ya no importaba. Lo único que deseaba era poder recordarla sin sentir esas ansias de volverla a ver. Ese vacío en el pecho tan incomodo y hasta vergonzoso.




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