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XV

Se nubla ligeramente el cielo. Una brisa súbita refresca un poco el ambiente mientras, al de beige, le ha dado por permanecer inquietamente callado.

Hacemos una pausa a mitad de camino resguardándonos bajo el toldo de un puesto de comida cerrado. No ha dejado de mirarme hasta cuando no lo miro.

Me tiembla todo al saber que soy su centro de atención, su más silente diversión y la más pesada de mis propias interrogantes.

¿Debería considerar toda esta payasada como un acto de coqueteo? ¿Está siendo bastante directo y no me he dado cuenta o esta es solo una técnica indirecta de llamar la atención?

Perdona si te parezco un caído'e la mata, como dicen por ahí: soy bastante ignorante y distraído para ciertas cosas, y estas son, a lo sumo, la debilidad de mis debilidades. Por eso es que no me enamoro. Por eso es que no quiero estar enamorado. Eso y otro montón de cosas más, pero no me pondré a hacer inventario.

Entonces arrancamos otra vez y vuelve a sonreír. Vuelve a decir incoherencias, hacer payasadas, hacerme reír. Me pone nervioso y, estoy seguro, me he puesto colorado más de una vez. Pero, entre el calor, la agitación, el sudor y la caminada, seguramente he podido disimular mis malvivientes muestras de vergüenza.

Yo: 1. Naturaleza: 0 (por ahora).

Otra cosa: sé que debí haber dicho esto antes, pero, parece que le gusta estar siempre cerca. La acera es lo suficientemente grande como para que haya una especie de distancia leve entre él y yo, pero esto no sucede.

Y ya perdí la cuenta de cuántas veces he tropezado su mano con la mía. No quiero que piense que la busco a propósito. ¿O debería ser yo el que debe pensar que él es quien busca la mía?

¿Y luego qué? ¿Pensar que le va a dar un arranque de estupidez incongruente y me va a robar un beso así nada más? ¡No, no, no!

Los chistes de wattpad son muy obvios a estas alturas, pero, siendo honestos, el que caga las cosas absurdas aquí soy yo. Y dudo mucho que esta fantasía repentina, que me viene a acelerar más el corazón, se vuelva realidad.

No pienso dejarme joder por otro marico impulso de putería. O sea: ¡por favor! ¡Hay que bajarle dos y apretar bien ese culo o lo embarraré todo, otra vez!

No queremos una reiteración de aquel espectáculo que dimos en el bus esta mañana. El solo pensarlo me saca de equilibrio y me cuesta, otra vez, devolverle las miradas al de beige, que no deja de darle caza a la mía.

Aquí es cuando el camino me es más conocido, más familiar: falta poco. Pero ¿poco para qué? ¿Para despedirnos? ¿Para volver a dejar al aire nuestras identidades y seguir de largo en direcciones contrarias?

¿Falta poco, acaso, para que mi corazón comprenda que estar enamorado es una pérdida de tiempo, una fantasía ilusa, un derroche de energía sin sentido?

¿Cuánto más debo soportar esta cárcel en la que intento contener, a la fuerza, las ganas que tengo de tomar su mano con la mía y decirle ese lo-que-sea que me vaya hacer decir mi glándula cursitiva?

Fin del camino.

Última parada.

Por su cara, por su expresión, veo que no está complacido. ¿Por qué? ¿Por qué hace una cara como esa? ¿Qué estoy ignorando todavía? ¡¿Qué tengo que saber para comprenderlo?!

Entonces me tiende la mano para despedirse y yo reacciono un poco lento. Él sonríe y se sonroja al sentir mi mano sobre la suya. ¿Es una señal? ¡Maldición! ¿Es, en serio, una señal? ¿De qué? ¿Es que le gusto acaso? ¿Será que me di cuenta de su obviedad exagerada y estoy en shock?

No puede ser cierto.

Algo así no puede ser verdad, no puede ser tan sencillo, no puede ser tan novelita-cursi y explotarme en la cara sin hacer ruido: así no, Chuíto, que me cago en todo, sobre todo en vos.

Pero pasó y no me suelta la mano. Y yo no suelto la suya mientras nos quedamos mirando, mientras permanecemos ahí, medio a medio, él con una sonrisa y yo con la cara como un tomate, sin decir nada, ninguno. Entonces, por fin, abro la boca.

–Me llamo...

–Ya sé. Pero no me gusta.

–¿Cómo? ¿Por qué?

–Gabriel te queda mejor.

–¡Definitivamente no! ¿Y vos tenéis nombre?

–Gabriel.

Quedo mudo.

Se despide y me despido. Se aleja y me alejo con la cabeza vuelta un muérgano disparate, una bomba de tiempo. ¿Y el corazón? ¡Haciendo fiesta! El muy imbécil me hizo quedar mal.

Y ahora será peor porque el rostro tiene nombre, porque el nombre tiene fuerza y la fuerza solo sabrá joderme la existencia tanto como lo han venido haciendo la casualidad, el karma y el destino, todos juntos. ¡Porque esto es cosa suya!

¿Lo habrá sido desde el principio, entonces? ¿Un cálculo cósmico completo donde un simple apodo me jodería el corazón con una casualidad amorosa? ¡Mierda! ¡Todo es mierda! ¡El amor es mierda! ¡Sentirlo es mierda!

Y vendrán cosas peores, dice la Biblia. Vendrán ataques de nerviosismo súbito, de vergüenza extrema, de sonrojos inevitables solo porque su nombre, ese que no es el mío, me perseguirá más que nunca.

Es que hasta llamar a mi hermano será un recordatorio subliminal, una tortura china instalada sobre mi lengua para dispararle miles de millones de sensaciones a mi cerebro y volverme loco'e bolas.

Entonces suena el móvil: un mensaje de WhatsApp, un mensaje de Gabriel. ¿Cómo es que...? No importa, nada importa.

Todo ha sucedido sin siquiera suceder y no he podido, siquiera, hacer una jugada propia. Vencido por un Jaque-Mate de increíble talento, de excelente brillantez, un rival que se abrió paso, desde el anonimato, por las grietas de mi corazón indeciso.

Porque no tengo ni tendré cura para mis estupideces, sobre todo si el absurdo yace presente entre ellas y yo, así como lo hizo Gabriel. Porque nada será igual a partir de mañana y me lo ha dejado en claro al insistir, con tan solo un mensaje, que me hará compañía, de ida y vuelta, a diario.

Así es como el mayor de todos los méritos se lo lleva lo romántico, lo casual, lo cursi. Así es como el mayor de todos los perdedores se sienta al borde de su cama y repite, en susurros, el mismo nombre que tantas veces le han superpuesto sobre el suyo.

Así es como, al final, la mayor de todas mis vergüenzas me ha dejado cercado ante la idea de esperar el mañana para volverlo a ver, para volverlo a escuchar, para volverlo a sentir, aquí, en mi corazón.

Porque, sin remedio alguno, el amor a primera vista ha dictaminado su sentencia final y me ha encontrado culpable de querer, me ha encontrado culpable de insistir, me ha encontrado culpable de resistirme y fracasar de igual manera.

No me quedan dudas: el amor es juez y jurado a la vez. ¿Mi castigo? Caer a manos del verdugo, y ese será Gabriel, por siempre, Gabriel.


Maracaibo. Noviembre de 2019

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