XIV
Debí doblegarme, debí haber dado el brazo a torcer, pero soy en absurdo terco, un déspota irremediable.
Si digo 'si' es si, si digo 'no' es rotundo, o al menos eso creía de mí mismo.
El corazón me ha hecho entender otra cosa, una cosa que he aprendido en el tan demente transcurso de esta desventura mía: uno es una cosa hasta que pisa mierda en el camino, de ahí en adelante, después de la primera marca, las demás vendrán solitas.
Y él es mi marca: el de beige, el que me hace compañía ahora bajo un sol asesino, el que me sonríe, el que me habla de cada cosa loca que se le atraviesa por la mente, el mismo del que me enamoré muy a pesar de insistir en que no quería hacerlo.
Todavía no sé su nombre.
Todavía no le digo el mío.
Todavía me sigue, a paso lento, como forzándome a caminar más despacio y prolongar, así, su estadía. ¿Lo hace apropósito acaso?
Sería un iluso, un romántico, un muchacho de pensamiento cursi, cliché, si dijera que, en efecto, así lo creo: lo hace a propósito solo para estar conmigo.
No sé dónde vive, no sé qué camino tomará luego de cada esquina, de cada cuadra, de cada calle recorrida solo porque insiste en seguir únicamente mis pasos, mi sendero de vuelta a casa.
¿A dónde pretende llegar con eso? ¿Por qué renunciar al autobús? ¿Por qué ir tras el enano sin gracia si en la cara se le nota que tiene novia? ¿Y cómo sabía, con precisión, dónde encontrarme?
Empiezo a comprender cada vez menos el asunto y todo por pensar de más, todo por intentar hacerle caso al absurdo formato de cursilerías que, entre un suspiro y otro, no dejan de pensarse en medio de una historia de amor, porque no es así.
Esta no es, en lo absoluto tal cosa. No es un libro, no es una película, no es una historia plana sacada de wattpad: ¡no!
Él solo me sonríe.
–Coño, pero el asunto es lejos ¿no?
–Seh.
–¿Y entonces por qué...?
Porque no quería verte.
Porque pretendía evitarme algo parecido a esto. Porque, después del arrecostón de esta mañana, después de que hice que te pusieras a mil, después de que te sentí todo, hasta el nombre (aunque no lo conozco todavía), pretendí evitarme la vergüenza de mirarte a la cara como no has dejado de hacerlo todo el rato.
Pretendía deshacerme de ti y de cada asfixiante recuerdo, de cada angustioso e iluso momento dibujado por una distancia corta, breve y accidentada.
Porque lo que quería, y sigo queriendo hacer, es pegarle un tiro en la frente a ese sentimiento causado por el malparido amor a primera vista: pero te tengo aquí, como si nada, tan tranquilo, tan animado y sonriente como si lo de esta mañana no te hubiese afectado en nada.
Pero el idiota aquí soy yo.
El mamagüebo enamora'o solo soy yo.
El marico'e clóset que se vaciló un arrecostón en público soy yo.
Y tú solo estás en mi camino jodiéndome, de a poco, la vida, la calma, la paciencia, TODO.
–No quería poneme boxear en el bus hoy. Estoy ladilla'o.
–Yo me bajé porque...
Porque yo estaba ahí y tú lo sabías.
Porque fuiste al punto exacto a buscarme.
Porque la casualidad volvió a jugarse un disparate de mierda para que, luego, el karma me haga una torta con eso. Y el destino me la pica, como es costumbre, porque aquí no basta que me joda uno si no me joden los tres juntos.
¿Cosas de la vida? Yo no sé.
La vida es como llevar coñazos en un bus: a veces el culpable tiene cara, otras veces no, y la mayor parte de las veces sucede lo segundo.
A veces, también, el golpe viene en combo: un dos-por-uno. En la mayor parte de esas veces no es suficiente, así que, por ende, el combo trae más.
Y yo tuve lo que me merezco por imbécil, por marico y por puta. Por hacerle caso a Ana y sus cosas de romanticismo cursis. Por hacerle caso a la cara de este otro.
Por querer ir a buscarlo y reencontrarnos, reconocerlo en medio de la multitud y ser reconocido igual, sonreírle y que me sonría, hablarle y que me hable, saber su nombre y que él sepa el mío.
Jugar un juego peligroso fue, en cuestión, culpa de lo que llevo aquí dentro, punzándome mi marico corazón de pollo.
¡Putin, te he fallado!
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