Sobreviví la travesía en el bus y llegué justo en la raya. No se me han bajado los nervios y sigo tan malditamente inquieto que me cuesta estarme en calma.

Ana y Daniel insisten en saber si me pasó algo, que cargo un caretón nada normal, que por qué me porto así, que qué me pasó. Y yo insisto que nada, que no pasó nada, que pasé mala noche, que debe ser otra vez un bajón de azúcar.

¿La realidad?

Ya la conocemos, tú, yo y el de beige.

¡Y me costó un mundo bajarme de ese bus! No tienes idea de lo difícil que fue apartarme de aquel idiota que, no sé por qué, pero no quería moverse de como estábamos.

¿Será que se le notaba demasiado el vo'sabéi? Culpa mía. Bueno, mía no, de mi putería. ¿Será que le gustó lo que pasó? Ni a mí me gustó eso (una mentira a medias, pero ajá).

No lo volví a mirar, ni siquiera antes de bajarme, pero sé que él me siguió con la mirada hasta que arrancó el bus. Con la vaina se le olvida mi cara después de lo que pasó, de lo que hice, del papel de puta que representé por haber hecho, como de costumbre, cosas absurdas sin siquiera pensarlo.

¿Ya ves que no miento cuando preveo mis cagadas históricas? Y, cayendo ahora en cuenta de lo que pasó: ¿alguien se habrá dado cuenta de aquello?

¡Hoy me devuelvo a pata, sinceramente! Le sacaré el cuerpo a la ruta y me freiré bajo el sol infernal de las dos de la tarde, porque es preferible tal cosa que tener presente, en medio de aquel gentío, el recuerdo sensorial dejado por el de beige sobre mi figura.

Y la vergüenza.

¡Maldición, la vergüenza!

No puedo estarme sentado con quietud sin que el recuerdo del tacto me mortifique. ¿De verdad sentí lo que sentí? Porque, si es verdad, Crijto, chiamo, creo que te pasaste un poco con la repartición de 'eso'. ¿Y cómo me lo saco de la cabeza si me ha dejado trastornado?

Nunca, de verdad, nunca me había pasado algo semejante. Por muy tarúpidos que puedan ser, a veces, los toripollos de mis amigos (sobre todo Daniel), y tengamos mil juegos pesados con las manos, yo nunca, nunca, nunca he tocado o rozado a otro muchacho de esa manera, aunque mis amigos sí lo hagan (sobre todo Daniel).

La heterosexualidad y sus jueguitos permisivos: ¡maricos todos! (sobre todo Daniel).

Hoy, definitivamente, le saco el culo al bus porque no quiero arriesgarme tampoco a toparme con él. Porque sé que me lo voy a encontrar, sé que me lo van a poner en medio otra vez y ahí es cuando voy a valer verga enserio.

Porque, increíblemente, las cosas absurdas en mi vida vienen con un booster pack de repetición: el karma me puede joder con lo mismo, igualito, tal cual, hasta tres veces y yo no me doy cuenta hasta después de que tengo la mierda retozándome en la cara.

¿Despistado? ¡Para nada!

Es solo que el maldito karma juega sucio, muy sucio. ¡Y conmigo se deprava el muy hijo de puta! Y como yo no puedo hacer nada al final, pues, qué más coño me queda que cerrar los ojos y ensuciarme un poquito más.

¡Pero no esta vez!

¡Por Putin, por Batman, por la casa Stark! ¡No me va a joder esta vez porque no me subiré al malculiao bus!

Ahora, volviendo a lo otro: ¿el examen? No va. ¡Tanta vaina y no hay prueba! ¡¿Ves?! Entre la casualidad, el destino y el karma cargan un jueguito insoportable que ya me tiene las bolas llenas.

Y tengo que combatir porque ese malayo amor a primera vista es su culpa, porque esa maldita putería que se me salió en público también es su culpa, porque dejé una patética primera impresión y ya no quiero conocer al de beige, ya no quiero volverlo a ver.

Lo que me toca hacer, a partir de ahora, es sanearme la cabeza y darle látigo a mi mariquera para que se comporte, pegarle un tiro a mi corazón de pollo, darle un baño de agua fría a mis reacciones y volver a ser tal y como se supone debo ser: RUSIA, PARA SIEMPRE RUSIA.

¡For the glory of the Soviet Union!