Si existe algo en la vida que me desajuste la calma en exceso, eso se llama retraso. No sé en qué estaba pensando ayer (obvio que sí lo sé, pero tú me entiendes) que no puse a cargar el jodido teléfono.

Ni a Gabriel ni a mi madre se les ocurrió despertarme simplemente porque el cielo estaba escupiendo. ¿Desde cuándo una llovizna ha evitado que este súper responsable jovencito llegue a tiempo a clases? ¡Nunca!

Y hoy, precisamente hoy que tengo prueba a primera hora, voy a llegar tarde. ¡Brillante familia, muy brillante! Entonces me alisto a la velocidad del sonido y salgo volando como alma que lleva el diablo.

La parada está invadida y, por la hora, preveo dos posibles sucesos: uno, no poder subirme al bus y solo verle el culo sucio mientras sigue de largo o, dos, lograr subirme y llevar más vergajazos que metalero en un concierto.

De las dos ninguna es más alentadora que la otra porque, o pierdo el examen o llego con cachos en la frente y un ojo morado, cuando menos. ¡Como adoro esta ciudad!

No debo esperar demasiado, la figura de salchichón metálico aparece a tres cuadras, ligeramente inclinada hacia la acera, y te imaginarás el porqué.

Milagrosamente se detiene y yo ya estoy calculando las mil maldiciones que voy a disparar por segundo cuando arranque sin mí: no sucede.

Unas cuantas almas abandonan la unidad y nadie más parece animarse a embarcar, así que me apresuro y los mando a todos a joderse (mentalmente, obvio).

No he terminado de recibir el primer codazo cuando el colector ya está con su eslogan "pa'trás, que si hay espacio". ¡En tus nalgas es que hay espacio, maldito ciego! ¿O es que no véis que ya parezco pintura surreal?

Y el viaje inicia, la tortura también. El twister híper extremo ha dado inicio junto a mis, ahora, recién estrenadas habilidades ninja de esquivar hasta ocho pisotones consecutivos. Pero los codazos no me perdonan.

¿Será que llegaré a tiempo?

¿Sobreviviré esta desastrosa travesía?

Hasta creo que Odiseo enfrentó menos peligros en su aventura en comparación a mis viajes en el transporte público. ¡Una verdadera Odisea!

Homero no sabría lidiar con los terrores de esta época y, tal vez, terminaría publicando libros en wattpad sin obtener, siquiera, un mínimo de reconocimiento.

Y yo me siento, tal cual, un personaje de ficción, metido a la fuerza en una historia de esas, de puro cliché, toda repetitiva, con personajes que van de lo plano a lo más plano, de lo insulso a lo más insulso.

Y mi aventura no es tal cosa, sino lo contrario: una desventura por completo absurda, porque lo absurdo me persigue, así como me persigue ahora el malputo asunto del amor a primera vista, del muchacho de beige, de mi corazón acelerado porque desde aquí lo alcanzo a ver ni bien la puerta trasera de la unidad se abre.

Hay espacio suficiente de este lado y él vacila entre subir y no subir. Entonces le hago señas para que suba.

Jebús bendito, dime: ¿por qué carajo me hiciste tan estúpido?

Me hace caso sin dudarlo, no sé por qué. Me quito la mochila y la dejo en el suelo, entre mis piernas. Él, el de beige, se abre paso y se acomoda, precisamente, detrás de mí, muy cerquita, demasiado cerquita.

Mira el reloj con la misma cara de trauma que yo antes de salir: también va retrasado. ¿Casualidad o destino? ¿Código-Karma? Esto no me parece una buena señal, en lo absoluto. Y con él así, encima de mí: ¡menos!

Y es que sé que estoy rojo. Sé que se me va a notar el nerviosismo tan boleta que cargo en el cuerpo porque, entre frenazo, arranque y gentío, no dejo de sentirlo más cerca de lo que legalmente debería estar.

¿Y cómo evitarlo? ¿Cómo mandarle señales a este hermoso individuo de que su tacto, en extremo, me palpita?

¡Maldito retraso!

¡Malditas casualidades!

¡Maldita sea conmigo y esto de ser un jodido marico!