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VI

Si hubiese llegado temprano a la repartición, se me habría otorgado, aunque sea, un soplido de paciencia: pero no fue así.

Poco antes de mi nacimiento, una de las cosas que más había dado de qué hablar entre mis familiares fue, precisamente, mi impaciencia, porque no dejaba de insistir en querer salir. Y nací, efectivamente, antes de tiempo, a eso de dos semanas previas a la fecha anticipada porque no podía seguir esperando.

Precisamente esa es el dilema que me carga las bolas llenas en este momento: la impaciencia, la tan maldita y desenfrenada impaciencia que no deja de hacerme ir y venir, de un lado a otro, de esquina a esquina, tras las paredes de mi habitación.

Lo hiciera en el clóset, pero no tengo. Chiste malo, lo sé, pero lo entendiste y es lo que cuenta. Dejando de lado mi sentido del humor de mierda: gracias por seguir aquí.

Puedo imaginarme tu cara de pendejo preguntándote qué es lo que me tiene así de impaciente, así de intranquilo, así de despierto muy a pesar de la hora. Y yo diré, muy estúpidamente, que se trata de él, del muchacho de beige, el del autobús, quien me trae los nervios y la impaciencia vueltos un maldito desmadre.

Habría recurrido a Ana, a Daniel, o a ambos a la vez, para dejar correr la verdad a medias, para decirles que lo vi, muy a pesar de las inexistentes probabilidades de que fuese, siquiera, posible tal cosa en una ciudad tan grande. Pero hablamos de una ruta fija, de un horario casi fijo también, así que era posible que me lo topara solamente si, para él aquellos pedazos de latas motoras representan una alternativa única hacia una dirección, también, única.

Y no, no te confundas: no trato de explicar nada ni busco, siquiera, intentar armar un rompecabezas a manera de situarlo a él dentro de mis posibilidades. Lo dije una vez y lo diré tantas veces sea necesario para dejarlo en claro: amor a primera vista el coño'e su madre, porque no pretendo seguirle el jueguito a esa mierda de amor, amor de mierda, sentimiento también de mierda.

Porque todo ese mundito rosa me es estúpido e insoportablemente fastidioso: al carajo con eso. Al carajo también con los problemas que el amor, como buena mierda que es, sabe acumularle a la gente en sus vidas.

¿Quién quiere sufrir por gusto? ¡No yo, damos y caballeras! ¡No yo! ¡Eso sí que no! Ni hoy, ni mañana, ni después.

Y no me mires con esa cara de "estas loquito": con las que me hace el puto de Dano me basta y sobra. Sin olvidar que Ana, siendo más expresiva, me lo dice (puta esa), porque nuestra relación de mejores amigos es algo así tipo guerra-y-paz (maldita puta) ya que vivimos matándonos casi a diario, pero no podemos estar tranquilos sin el otro (¿ya te dije que es una puta?).

Bueno así somos Ana y yo. Dano, en todo caso, solo es como el hermano culión que no sabe hacer otra cosa que más andar entre masturbación y culiantina, culiantina y masturbación. ¡Que profundo!

¿Y qué hay de mí?

Impaciencia, maldita impaciencia.

Aburrimiento, jodido aburrimiento.

Soy más del tipo ratón-de-biblioteca y todo por cosa de crianza. Esto de ser hijo de educadores, de amantes a la literatura y vivir rodeado de tal cosa es, en cierto modo, una maldición de envejecimiento. ¿Por qué crees que hablo como hablo? Así, como viejo, casi.

Si no fuese por la marejada de maldiciones que escupo cada tanto, y las estupideces de la edad, se diría que tengo como ciento y pico de años. Ciento y pico de años de virginidad.

¿Te imaginas tal cosa?

Patético ¿verdad?

Bueno, ese soy yo, en parte nada más.

Aprovecho para hablarte de estas cosas sin importancia simplemente porque necesito librarme de la idea del muchacho de beige, de la imagen de su perfil, hermoso perfil, muy a pesar del fondo de pantalla que le adornaba las espaldas, aquel espacio reducido, aquel autobús desagradable.

Medidas desesperadas para un alguien en pleno desespero. ¡Él no debía estar ahí! ¡Yo no debía verlo otra vez! ¡Yo no debí caer en las palabras de Ana y "hacer algo"!

Simplemente no tenía que hacer nada además de olvidarlo, de hacerme el ciego, de repetirme que no fue otra cosa más que un asunto de la imaginación, un rostro falso superpuesto a la imagen de un alguien desagradable solo para no perturbarme, para no traumarme, para no suscitarme una actuación tan repugnante como pudiera, o no, ser aquel alguien: pero las cosas no sucedieron así y ahí es donde no dejo de hacer hincapié.

De ahí nadie me saca, ni siquiera teniendo un gemelo. Y menos mal que no tengo uno. ¿Te imaginas tener que lidiar también con el clóset de mi gemelo? ¡Demasiado drama para dos! Porque, por cosas del destino, o él sale burda'e pato o sale macho alfa, pero no sale seriecito como su servidor.

Pero, hablando enserio: entre uno y otro, prefiero a Gabriel. Si tuviera un gemelo y caigo en crisis, lo primero que haría sería tirarlo de un puente o algo por el estilo, así de simple.

¡Medidas desesperadas, hermano mío! ¡Medidas desesperadas!

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