IX
No vería a mis amigos en todo el día. Dano sería el único en reportarse, muy a pesar de su terrible resaca, porque tenía razones bastantes sólidas para hacerlo: lo abandoné a mitad de la fiesta.
¿Qué clase de mejor amigo hace tal cosa? Tengo mi excusa (una muy estúpida, por cierto) pero no puedo usarla, por lo tanto, no puedo explicarme como debería.
Y mientras Dano me llama falso yo me atraganto con la verdad insólita que me consolida como un pendejo sin remedio, un marico más entre el montón. En resumen: soy un güebón. El clásico marico, pendejo y güebón, todo junto.
–Y tantos culitos que habían, maldito falso.
–¡Ay verga! ¿Y vais a seguir, Abigaíl?
–¡Sí, fariseo! Ni me dio chance de preséntate a una chamita que te quería conocer, y un pana también. ¡Falso'e mierda!
¿Una chamita? Cualquier vaina. Pero, ¿un pana? ¡¿El de beige?! ¡Mierda! ¿Me habrá visto? ¿Se acordará de mí? ¿Me habrá reconocido?
Gracias, Dano, por atormentarme con el asunto que quiero olvidar. Eres un amor (de mierda, puto).
Entre Ana y él van a acabar con mi vida un día de estos, si no es que me la destroza primero el de beige, y eso que ni lo veo.
Entonces huir fue muy buena idea. Salir de ahí sin mirar atrás fue la mejor idea jamás, pero, ahora que mi mejor amigo está enojado conmigo hasta la médula: ¿cómo le voy a hacer? ¿Cómo voy a pagar mi traición si él nunca me ha fallado en nada?
Porque, enserio, Dano nunca me ha quedado en mal y siempre está ahí para lo que sea. Yo no he podido corresponderle de la misma manera, me cuesta, pero hago lo posible. Lo de anoche fue, sin duda alguna, un pecado capital, pero era necesario.
Resguardar mi secreto y mantener mi integridad entera me pareció más importante y no tiene nada de malo que haya pensado primero en mí mismo antes que en él.
Y si me hubiese quedado ¿habría sabido comportarme cerca de él? No tengo la más mínima puta idea, pero me conozco demasiado bien como para prever mis cagadas antes de volverlas un asunto épico, histórico, universal.
Todavía no supero (y agradezcamos a yisus kraist de que no sucedió nada en verdad) cuando el chamo callado del salón me hizo una invitación absurda en medio de una clase.
Nadie, estoy seguro, nadie hubiese hecho lo que hice, pero entre el absurdismo y yo hay como que una especie de pacto demoniaco donde yo hago lo que dictamine un asunto (cualquier vaina) simplemente porque es absurdo.
En fin, volviendo al tema: lo que hizo Néstor fue absurdo. Mi respuesta lo fue más.
Esto ocurrió a principios del año escolar, cuando octubre empezaba a dar luces y los muchachos ya planeaban una fiesta de Halloween. Teníamos la hora libre, pero no nos dejaron salir del salón (un clásico en mi liceo), así que estábamos por nuestra cuenta.
Mucha bulla, muchas risas, muchos papelitos volando de aquí para allá porque estaban pelando bola. Entonces Néstor, no sé, como que andaba fuma'o, me deja una nota antes de salir del salón.
Yo lo miro desaparecer primero para, luego, leer una nota escrita con la letra más limpia, linda y ordenada que le haya visto a ningún muchacho. La nota decía algo así: "Voy al baño. Te espero allá. Me pareces muy lindo".
Y yo en mi cabeza estaba así tipo: "me descubrió y se quiere destapar conmigo".
¿Crees que lo pensé?
No: ¡YOLO!
Me le pegué atrás simplemente porque el asunto era absurdo, porque yo, siendo absurdo, fui a embarrarme de mierda, porque soy un pendejo marico, un marico pendejo.
¿Qué otra razón, aparte de lo absurdo, me impulsó a hacerle caso a la hermosa letra de Néstor? Pues, el muy hijo de puta es lindo.
El muchacho calladito de piel tostada, ese que se sienta detrás de mí, el que apareció cuando pasamos a primer año de bachillerato (estamos en tercero), siempre me ha parecido lindo, muy lindo. Así que, un punto más a mi puta interior que me hace perseguir muchachos sin siquiera pensarlo.
¡Y me arrinconó el muy maldito ni bien puse un pie en el baño!
De verdad quería hacerme algo y no le dio la cabeza para pensárselo mejor porque estaba usando la cabeza que no era.
Por un instante, uno muy pequeño, le seguí la corriente: pero no soy tan puta. Entonces le di un parao y lo aparté sin lucir ni enojado ni agresivo con él.
No quería que me malentendiera de ninguna de las dos formas: no quería que pensara que lo rechazaba por sentir asco ni nada parecido, solo quería que le baja dos velocidades a su calentura de fosforito.
–¿Qué pasó, Gabriel? ¿Te vai' a cortar?
–No es eso marico, ya va, bajále dos. ¿Qué te pasa?
–¿Entonces pa' qué viniste si no te vai' a dejar?
–Pero no quiero que me malinterpretéis, güebón.
–¿Entonces vos también...?
–Sí, pero, callaíto. Porfa. Y dejá la putería, que sos muy lindo pa' la gracia. Marico'e la verga.
No dijo nada, pero sé que sintió pena después de mi "regaño". Yo hubiese hecho algo muy idiota en ese momento si el cerebro no me hubiese reaccionado entonces. Y no superaré nunca esa escena, ese momento, esa tremenda bestialidad que hice al hacerle caso a un papelito de mierda.
Así que imagínate si hubiese perdido los estribos frente al muchacho de beige, porque sé que andaba medio tomado, y todo porque me envenenaron el malculiao vaso.
Las cosas que hago, las que hice y las que haré tendrán, por siempre y para siempre, un respaldo ilógico muy en lo profundo de mi mente, porque no dejaré de hacer ciertas cosas sin siquiera pensarlas.
"Primero pienso, luego existo" dijo Descartes. Y yo le respondo: "Mamáte un güebo, yo me voy".
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