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II

Dormí, lo que se dice, una mierda. Entre eso del amor a primera vista, las cosas locas que también me dijo Ana y la constante aparición de ese muchacho en mis sueños, todo junto, me mantuvieron despierto más tiempo del que pude conciliar el sueño.

Así que, acá estoy, en la parada del bus, temprano en la mañana, listo para lidiar con otro tortuoso día de escuela, con otro trauma nacido por el transporte público mientras, de manera muy ilusa y estúpida, espero volver a toparme con ese muchacho.

¿Es mucho pedir? Pues sí, es demasiado. Y con mi suerte, pedir nada ya es pecado porque, si insisto, si sigo, si espero, lo que me caerá encima será casi tan olorosamente dulce como aquellos espantosos hedores que, de por sí, me trago a la fuerza en mis trágicos viajes de vuelta a casa.

Odio el transporte público. Es tan humillante tener que recurrir a esas latas de sardina humana para llegar a un sitio y terminar perfumado hasta el culo con aromas que no tienen nombre. Solo en la mañana, a esta hora, cuando aparece en la esquina a tres cuadras de la parada, es cuando más lindo se ve, es cuando más lindo puede estar jamás: viene vacío.

Vacío no en su significado total, evidentemente, pero vacío en términos de comparación si superponemos la imagen del mismo vehículo a las dos de la tarde: no hagamos mención de tal pesadilla, por favor. Ya dentro de la unidad, muy a pesar del pesado sueño que me embriaga, siento un ligero toque de paz y quietud, de calma y tranquilidad, superficiales, evidentemente.

Los pasajeros son los mismos de todos los días. Asomarse a diario en esta ruta es como entrar en un salón de clases: siempre las mismas caras ocupando los mismos lugares, todos con la misma expresión fatídica que seguramente, he compartido con ellos en más de una ocasión, incluyendo esta porque, estoy seguro, traigo una cara de culo imposible de imitar.

A veces me pregunto por lo que piensan, por lo que les ocurre en sus respectivas vidas, por los secretos que, al igual que yo, deben llevar ocultos a simple vista, porque son ellos mismos y no un algo ajeno como cualquiera podría pensar.

¿Qué tiene de malo ser uno mismo? Es una linda pregunta, sobre todo cuando te miras al espejo y reconoces, no solo el rostro, sino la mayoría de las fallas y virtudes que te representan, que forman parte de ti, que te componen, así como tu cuerpo está compuesto de hueso, carne, sangre y otras muchas cosas, minúsculas todas, pero importantes también.

Ser gay es, en mí, un asunto minúsculo porque "no se me nota". Soy demasiado tosco y, a veces, hasta me llaman fuckboy, cosa graciosa porque nunca he tenido novia (ni tendré jamás, hay que dejarlo en claro, aunque sea más que obvio).

Es difícil decir que hablo con dulzura: me es más sencillo hablar como marinero y maldecir a cuanto ser vivo se mueva que soltar ningún tipo de cumplido, excepto cuando lo pienso, porque solo en mi cabeza es que las cursilerías tienen razón de ser, pero no en mi boca, jamás en mi boca. Primero muerto que marico fresa. Pero, en fin, basta de pensar de más.

Me encamino casi hasta el final del pequeño pasillo y me derrito sobre el asiento vacío que será mi casa hasta que sea momento de bajarme. Aquí es cuando se me presentan una infinidad de oportunidades para apreciar y degustar del paisaje urbano de tan detestable ciudad, cosa que, por millonésima vez, no hago.

No debería pensar demasiado. A mi edad nadie piensa en nada. Siquiera podría decirse que un adolescente común y corriente piensa, a lo sumo, dos veces al día, de resto la mente permanece en blanco. Pero es mentira.

Un adolescente no es que piense poco o mucho, es que le encanta imaginar fatalidades en donde no existe drama alguno, una fascinación por ver dragones donde solo hay moscas porque, al parecer, la búsqueda de la aventura que inició en la niñez, a veces, recobra el sentido de pertenencia, pero la edad lo trastorna todo, la adolescencia lo trastorna todo porque, si no lo hiciera, no sería tal cosa.

Y aquí estoy pensando demás, simplemente porque el muchacho no quiere salir de mis recuerdos, porque ese maldito amor a primera vista no supo mantenerse guardado para alguien más, sino que precisamente tenía que lucirse con un desconocido, punzarme la necesidad de conocer a un alguien que, por si fuera poco, no volveré a ver más en mi puta vida.

¿Te soné fatalista otra vez? Cállate y no opines. Solo disfruta y ríete de la vida de mierda de este patético enano enclenque que, todavía, no sabe lidiar con los sentimientos que enloquecen a los muchachos en esta edad. Porque es un fastidio tener quince años, ser gay de clóset y enamorarte a primera vista de un sujeto que, en el peor de los casos, me lo imaginé, porque quizá hasta ni existe el muy condenado. De nuevo: ¡basta de pensar de más!

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