Capítulo 2: En la Línea de Fuego
La agente había bajado el arma justo después de realizar el disparo. En un instante, el ruido del mundo exterior parecía haber desaparecido; el eco del disparo resonaba en sus oídos mientras la adrenalina la mantenía en vilo. La rapidísima secuencia de eventos, había desatado una mezcla de emociones contradictorias: el alivio de actuar y el peso del peligro que ahora tenían que enfrentar.
A su alrededor, el caos se desató, los hombres del clan letal que hasta ese momento habían estado discutiendo despreocupadamente, ahora buscaban refugio detrás de cualquier cosa. El escuadrón Alfa se movía rápido, acechándolos y contraatacando en un intento por atraparlos. Gritos y órdenes confusas llenaban el aire, entrelazados con pasos apresurados y el crujido de la maleza.
—¡Retirada!— gritó el líder del grupo de matones a lo lejos, su voz cargada de furia y confusión—¡Formen un perímetro!
Ellen se movió ágilmente, siguiendo la estrategia que habían planeado. Sabía que Nick estaría cerca, aprovechando la distracción para avanzar. Se deslizó entre los arbustos manteniendo su mirada alerta a cualquier movimiento, consciente de que una mala decisión podría costarle la vida.
—¡Park, a tus seis!—La voz de Nick la sacó de sus pensamientos. Se giró justo a tiempo para ver a un hombre acercándose con el arma desenfundada.
Actuando por instinto, disparó de nuevo. La bala impactó el pecho del matón, quien cayó al suelo en una grotesca contorsión. Ellen respiró hondo; lo que había comenzado como una misión de captura se había convertido rápidamente en una lucha por la supervivencia.
—¡Nos están rodeando! —alertó Nick, uniéndose a ella. Sus ojos azules brillaban con determinación. La agente sintió cómo la tensión se reflejaba en su rostro; las diferencias entre ambos parecían un recuerdo distante en medio de la crisis.
—¡Necesitamos un plan!—respondió ella, observando el perímetro. Unos pocos metros más allá, la posición de los hombres se organizaba rápidamente, tratando de reagruparse.
—Las herramientas de su furgón. Si logramos obtener una ventaja, podemos hacerlos caer como piezas de dominó—sugirió él agente mientras su mente trabajaba a toda velocidad.
Antes de que la pelinegra pudiera reaccionar, Nick ya había comenzado a moverse entre los matorrales intentando tener acceso al segundo furgón. Ella le siguió de cerca, utilizando la confusión que reinaba a su alrededor a su favor.
Mientras se deslizaban entre los árboles, el sonido de más pasos se hacía evidente. Al girar, se encontraron con dos hombres más, armados y mirando en dirección opuesta. El tiempo se detuvo nuevamente; Ellen sintió cómo la ansiedad comenzaba a acumularse en su pecho.
—Esperemos un momento—susurró ella, preparando su arma al tiempo en que detenía a Nick por el antebrazo. Sus corazones latían con fuerza, conscientes de que el peligro estaba a solo unos pasos. Los malhechores no los habían visto... aún.
Sus rostros endurecidos reflejaban años de vida en el submundo del crimen, denotaban su determinación fría y letal, estaban decididos a asesinar, sus complexiones robustas solo confirmaban sus intenciones, estos hombres del clan letal eran conocidos por su brutalidad y lealtad inquebrantable a su causa. Algunos murmullos sobre la situación llenaron el aire. Justo cuando uno de ellos se volvió hacia Ellen, ella disparó de nuevo, encontrando su destino antes de que el sujeto pudiera reaccionar. Su compañero sorprendido, apenas logró gritar antes de que Nick terminara el trabajo.
—Lo hacemos bien—reconoció el pelinegro, respirando entrecortadamente mientras se desplazaban rápidamente hacia el furgón.
Al alcanzar llegar a la parte trasera del vehículo, Ellen intentó abrir las puertas, pero estaban bloqueadas. Con un rápido movimiento logró subirse y echó un vistazo por las ventanillas. No podía distinguir nada dentro, ni siquiera a los japoneses.
—¡Mira, aquí!—dijo Nick, señalando el lado derecho del vehículo. Había un par de herramientas aliadas desequilibradamente, una manguera y varias cajas de suministros.—Podemos usar esto.
La agente asintió, el plan ahora era improvisar, pero tenían que actuar rápido. Con movimientos eficientes, comenzaron a abrir las cajas; encontrando armas, explosivos y lo que se veían como dispositivos de comunicación. Se iban armando con lo que podían.
—Esto nos va a dar la ventaja que necesitamos—murmuró Ellen, mientras cargaba un par de balas en su cinturón. La sensación de poder comenzaba a reemplazar el miedo que la había paralizado al principio.
Sin embargo, el caos estaba lejos de terminar. Un grito resonó en el aire, cortando el silencio de la noche. Ambos agentes se sobresaltaron al escuchar un ruido sordo que provenía del área cercana. La situación se estaba intensificando.
—Algo no está bien—sospechó inquieta. El sonido no parecía provenir de los matones, sino de algo... más. Era un retumbido, muy similar al sonido de motores.
—¡Esos son vehículos!—exclamó Nick, sus ojos se agrandaron en un instante de pánico.—¡Nos están rodeando!
Con el pulso acelerado, la mujer se asomó para ver lo que se acercaba. Un par de camionetas se dirigían hacia ellos, iluminando el área con potentes luces. Los japoneses estaban aquí para proteger y reforzar a los matones que se mantenian entre el puerto de embarcasión y el furgón principal.
—¡Tenemos que salir de aquí!—gritó Ellen.
Pero no había tiempo. Un impacto retumbó a su lado cuando las balas atravesaron la parte lateral del furgón que les protegía.
—¡Toma las municiones, ahora! —ordenó Nick, su voz firme a pesar de la preocupación que se reflejaba en su frente.
Ellen sintió la urgencia del momento; debían actuar rápidamente. Sin dudar, se orientaron hacia el lado opuesto, abriéndose paso entre la maleza, con la esperanza de encontrar una salida antes de que el equipo Delta llegara a controlar la mitad del territorio.
Con determinación, Ellen miró a Nick, ambos conscientes de que la escapada sería una lucha ardua. Sin embargo, se aferraban a la idea de que, con un poco de suerte podrían salir de esta. La misión que originalmente había sido una captura se había transformado en una brutal batalla y no había forma de retroceder.
Con los motores rugiendo y los gritos de combate resonando a su alrededor, se adentraron en la oscuridad, listos para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. Sin embargo, la suerte de la pelinegra duró poco en cuanto una fuerza repentina la arrojó al suelo lodoso con tanta fuerza que ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar.
De repente, sintió unas manos levantarla con brutalidad, forzándola a ponerse de pie. El dolor superaba sus expectativas y el recuerdo de las horas dedicadas a alisar su melena se volvió trivial ante la furia que comenzaba a acumularse dentro de ella.
Intentó ubicar a Nick pero no le tomó mucho notar que este se hayaba inconsciente y rodeado por otros hombres del clan letal. Ellen intentó estabilizarse y contraatacó con un derechazo en el costado del hombre que la sujetaba. El golpe apenas lo movió, lo que solo intensificó su frustración. «Esto no puede ser todo» pensó, mientras su corazón latía descontrolado por la ofensiva implacable de su oponente.
El gigante la sorprendió con una serie de golpes y aunque esquivó lo que pudo, sentía que sus esfuerzos eran en vano. Aún así, logró conectar un golpe en el pecho del matón, quien se tambaleó, pero no cayó. Con una sonrisa burlona, el sujeto avanzó nuevamente, su mirada fija y feroz. «Debo hacer algo más», reflexionó rápidamente mientras su fuerza comenzaba a flaquear.
—¡Maldita perra! —rugió un segundo hombre, el mundo de la agente se oscureció aún más. La presión aumentó en su estómago cuando el tipo le golpeó la cabeza con fuerza, arrojándola al suelo y agotando su resistencia.
La voz de Aleksey Baran apenas resonó a través de su auricular, llenando su cabeza aturdida de preocupación: «¡Park! ¡Resiste!».
Se repetía como un mantra, aunque sentía que era solo una marioneta atrapada en un juego oscuro.
«¡Estoy en camino! ¡Resiste!».
Esa repetición se volvió su mantra, un eco desesperado en medio de la oscuridad. Con un esfuerzo sobrehumano, logró abrir los ojos, solo para encontrarse con el rostro del alacrán, el temido jefe del cartel letal. El hombre avanzó con la confianza de un depredador, su figura imponente proyectando una sombra amenazante sobre la agente. Su rostro tenía un carácter distintivo que lo hacía aún más aterrador: una cicatriz gruesa surcaba su mejilla, cruzando diagonalmente uno de sus ojos, dándole una apariencia aún más siniestra. El ojo sano reflejaba una mezcla de locura y frialdad, mientras que el otro, cubierto con un parche negro, le otorgaba un aire de misterio oscuro.
Su piel estaba marcada por el tiempo y la violencia, presentando un tono olivo que contrastaba con los tatuajes que serpenteaban por su cuello y brazos, donde símbolos de su privilegiada y violenta posición como jefe del cartel letal resaltaban. Los músculos de su torso estaban bien definidos, testigos de años de una vida duradera en el combate.
La sonrisa cruel que acentuaba sus rasgos solo lo hacía más temible, una expresión que podría hacer temblar al más valiente. Cuando habló, su voz era suave y seductora, pero había un tinte de amenaza inquietante en cada palabra que pronunciaba. Ellen sintió un escalofrío recorrer su espalda al pensar en las atrocidades que, sin duda, había cometido en nombre de su imperio criminal. Sin más, se agachó, sus dedos callosos y fuertes se posaron en el rostro adolorido de la mujer, apretando su mandíbula con una fuerza que le quitó el aliento.
Aquellos ojos oscuros y retorcidos escudriñaron los de Ellen mientras una sonrisa diabólica se formó en la comisura de sus labios, como si disfrutara de su sufrimiento. Su respiración se tornó irregular, angustiosa, un indicio de su creciente miedo.
—Es una lástima que un lindo rostro como el tuyo luzca como la mierda en estos momentos—observó con una voz suave y perturbadora, ignorando por completo su evidente repulsión. Sus ojos dorados, como el oro en la oscuridad, destilaban una locura inquietante, una chispa que advertía del peligro inminente.—Disculpa a mis hombres... a veces olvidan sus modales.
El temple del alacrán avivó la rabia de la agente, un fuego que chisporroteó en su interior, pero el temor era un monstruo que la mantenía inmóvil.
Sintió cómo la rabia burbujeaba dentro de ella, una chispa que se encendía en medio de la desesperación. No podía dejar que el alacrán se saliera con la suya. Con un esfuerzo sobrehumano, reunió todas sus fuerzas y, en un movimiento rápido, le escupió en la cara. La sorpresa en el rostro del hombre fue momentánea, pero su risa desquisiada pronto llenó el aire.
—¡Te gusta jugar, eh!—reconoció, limpiándose la cara con el dorso de la mano—. Pero no tienes idea de con quién te estás metiendo.
La agente aprovechó ese instante de distracción. Con un giro rápido, se liberó de su agarre y se lanzó hacia un lado, buscando refugio detrás de un viejo tronco caído. Su corazón latía con fuerza, pero la adrenalina la mantenía alerta.
—¡Nick!—gritó, su voz resonando en la oscuridad. No sabía si él podía oírla, pero la esperanza era lo único que le quedaba.
El alacrán, furioso, ordenó a sus hombres que apresaran. La pelinegra sabía que no podía quedarse quieta. Con un plan en mente, se deslizó por el suelo, utilizando la maleza como cobertura. Cada movimiento era un desafío, pero su determinación la impulsaba hacia adelante.
Mientras se movía, recordó las lecciones de combate que había aprendido. No solo se trataba de fuerza; la astucia y la estrategia eran igual de importantes. Con un vistazo rápido, vio un par de piedras afiladas cerca de sus pies. Sin pensarlo dos veces, las recogió y se preparó para el momento adecuado.
Los matones comenzaron a acercarse, sus risas resonaron en la oscuridad. Ellen contuvo la respiración y esperó. Cuando uno de ellos se acercó lo suficiente, lanzó una de las piedras con todas sus fuerzas. Impactó en la cabeza del hombre, quien cayó al suelo, aturdido.
"Uno menos" pensó, sintiendo una oleada de confianza. Pero no había tiempo que perder.
Con el caos desatado a su alrededor, se levantó y corrió hacia el lugar donde había visto a Nick caer. Sin embargo, apenas había dado unos pasos cuando una mano fuerte la agarró del cabello, deteniéndola en seco. Notando como el rostro desfigurado por una sonrisa burlona del hombre del clan letal se mostraba bajo la poca luz de la luna y la empujaba hacia atrás, llevándola a un espacio donde la maleza no podía ocultarla.
—¿A dónde crees que vas, perra?— gritó alzando su puño, listo para golpearla. Ellen sintió el miedo apoderarse de ella, pero no podía dejar que eso la dominara.
Justo en ese momento, un rugido de motor resonó en la distancia y una figura imponente emergió de entre las sombras: Aleksey Baran, el mejor agente del FBI, conocido por su astucia y habilidades excepcionales en combate. Su cabello oscuro caía perfectamente, su rostro esculpido y mandíbula marcada lo hacían destacar incluso en la penumbra. Los ojos de un profundo verde brillante le vieron con determinación y confianza, la pelinegra sintió su corazón arder.
Aleksey se movió con la gracia de un felino, su presencia irrumpiendo en la escena antes de que el matón pudiera asestar su golpe. Con un movimiento rápido y preciso, desarmó al hombre, girando su brazo y haciéndolo caer al suelo con un golpe en seco. Ellen sintió una oleada de alivio al verlo.
—¡Estoy aquí!—le aseguró con su voz suave, transmitiendo confianza en medio del caos. Pero no había tiempo para celebraciones; el jefe del cartel letal había presenciado la caída de su hombre y se volvió hacia ellos con furia en su mirada.
Sin titubear, el hombre de ojos verdes se colocó entre Ellen y el peligro, su mirada fija en el hombre furioso, cuyo rostro era una mezcla de rabia y desprecio. La tensión en el aire era palpable hasta el punto en que la pelinegra sintió cómo su corazón latía con fuerza, un tambor ansioso que le recordaba la gravedad de la situación.
Con una mezcla de admiración y gratitud, se preparó para luchar junto a el hombre que hacía parecer todo fácil. Sabía que, con Aleksey Baran a su lado, tenían una oportunidad real de salir de esa pesadilla.
Diego Lehmann, mejor conocido como el alacrán del clan letal, avanzó, su sonrisa siniestra iluminándose en la oscuridad. El aire vibraba con tensión, la pelinegra sabía que no podían permitirle salirse con la suya.
—No te dejaré hacerle daño—dijo Aleksey, su voz firme y decidida. Ellen sintió un destello de esperanza, pero la situación seguía siendo crítica.
El hombre se detuvo, evaluando a su oponente con astucia. Era un individuo peligroso y no iba a subestimar a un agente del FBI. Con un gesto desinterezado, hizo que cinco de sus hombres se acercaran, formando un círculo amenazante alrededor de ellos.
—¿Crees que puedes salvarla?—se burló, su risa resonando en la oscuridad.—No tienes idea de con quién te estás metiendo.
Aleksey no se inmutó. Con un movimiento rápido, sacó su arma, apuntando directamente al hombre. La tensión aumentó, el tiempo pareció detenerse.
—No quiero hacer esto más complicado de lo que ya es—dijo con su voz baja pero llena de autoridad—. Suelten a nuestro agente y retírense. No tienes por que terminar en la cárcel esta noche.
El hombre frunció el ceño, claramente molesto por la amenaza. Pero en lugar de retroceder, levantó la mano y dio una señal a sus hombres. Ellen sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que la situación podía escalar rápidamente.
—No voy a dejar que frenen mis negocios tan fácilmente—respondió Diego Lehmann, su voz llena de veneno.—Pero si quieres jugar, juguemos.
En un instante, los hombres del cartel se lanzaron hacia Aleksey, pero él estaba preparado. Con movimientos precisos y entrenados, se defendió, derribando a uno tras otro. La agente, aunque se encontraba herida, no se quedó de brazos cruzados. Recordó su entrenamiento básico en defensa personal, se unió a la pelea, lanzando un golpe a uno de los matones que se acercaba.
La lucha fue intensa, pero el agente Baran nunca dudó. Aunque ambos estaban dando lo mejor de sí, el número de hombres del cartel parecía interminable. Con cada golpe, la adrenalina corría por sus venas, pero también la preocupación. Ellen sabía que no podían dejar que el jefe se escapara, pero la situación se tornaba cada vez más peligrosa.
Justo cuando parecía que todo estaba perdido, un estruendo resonó entre la oscuridad como un torbellino. El equipo Delta del FBI irrumpió en la escena. Con movimientos precisos y coordinados, los agentes comenzaron a desmantelar la operación del clan letal, neutralizando a los hombres que aún quedaban en pie.
Ambos agentes se miraron sorprendidos pero aliviados. Con el respaldo del equipo Delta, la balanza se inclinó rápidamente a su favor. Mientras los agentes se movían con eficacia, Diego Lehmann, al darse cuenta de que su plan se desmoronaba, retrocedió con prisa, su expresión de placer terminó transformandose en algo más.
En medio del caos, uno de los hombres del alacrán se apresuró a resguardarlo, intentando protegerlo de los agentes.
—¡Esto no se termina aquí!—gritó Diego Lehmann mientras retrocedía, su expresión de furia y desafío era palpable. —Sé que tu intención no era este mísero cargamento ni la negociación con los japoneses. No tienes una maldita idea pero alguien más lo pagará en tu lugar.
La pelinegra sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar esas palabras. Sabía a lo que se refería. La grave amenaza la llenó de un temor paralizante. Cegada por la impotencia, un grito ahogado se formó en su garganta mientras intentaba alcanzar al jefe del clan letal. Pero al hacerlo, sus piernas flaquearon y cayó de rodillas, el peso de la desesperación aplastándola.
—¡Ellen, no!—la detuvo el ojiverde, apresurándose a su lado y tomándola del brazo para ayudarla a levantarse. Su mirada era intensa, llena de preocupación—. No podemos dejar que te atrape la desesperación.
Ella sintió la desesperación arrastrarla como un torrente. No podía permitir que Diego Lehmann se escapara. Su voz, temblorosa, apenas logró salir:
—No, tú no lo entenderías—murmuró, sus ojos llenos de lágrimas que amenazaban con brotar—. No puedo dejar que se vaya, yo...
Intentó desesperadamente ponerse de pie, pero la fuerza se le escapaba, Aleksey la inmovilizó, a pesar de que su corazón latía con una urgencia que nunca había sentido.
—No puedes en estas condiciones—insistió él, su voz firme y llena de preocupación.
—¡No, suéltame!—gritó ella, forcejeando en un intento por alcanzar a los hombres del clan. La angustia en su voz era desgarradora—. ¡No puedo dejar que se vaya! Mi madre, mi madre tiene que estar en ese lugar. ¡No puedo perderla!
El aliento de Ellen era entrecortado y a medida que las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, su corazón se llenó de un profundo pánico. Se imaginó a su madre atrapada, sufriendo y esa imagen la llenó de miedo, un sentimiento de miedo aplastante.
Aleksey, al observar la tormenta de emociones que la envolvía, se apresuró a consolarla, sintiendo una conexión angustiante. No podía entender completamente lo que sentía en ese instante, pero sabía que esa operación significaba todo para ella, su última esperanza. Sin embargo, él también sabía que dejarla ir significaría perder a la valiente agente con la que había trabajado codo a codo.
—Ellen, tienes que confiar en que haremos todo lo posible para encontrarla—dijo, la voz temblando con la necesidad de calmarla—. No estás sola en esto.
La agente le miró con ojos llenos de desconsuelo, su corazón dividido entre la necesidad de luchar y el dolor de la realidad. Las palabras de Diego Lehmann resonaban en su mente. La lucha por salvar a las inocentes continuaba, con cada segundo que pasaba, llevándola más allá del límite de su resistencia.
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