Capítulo 1: Ellen Park
Puerto Gig Harboe. Washington D.C
El cargamento recién estaba llegando a su punto de encuentro en la embarcación 748 al puerto Gig Harboe. La fría lluvia teñía la tierra de gris mientras el escuadrón alfa se mantenía oculto entre los matorrales que rodeaban el puerto de recibimiento y partida de los mercenarios que sostenían sus armas cargadas y recias, vigilando minuciosamente a su alrededor.
La agente Ellen Park observaba por medio de los monoculares nocturnos; como las sombras de los sujetos que rodeaban el perímetro comenzaron a moverse de forma inquietante cuando la embarcación Reinell Custom 748 finalmente tocó puerto y los hombres del gánster más buscado del país se prepararon para recibirle.
Cientos de gramos de cocaína, metanfetaminas, armas militares y piezas de automóviles ilegales, valoradas en millones de dólares, se hallaban en aquel depredador color cobre. Ahora, los hombres del alacrán invadían el lugar, apresurándose a descargar y apilar caja tras caja en el interior del vagón del furgón que partiría hacia las afueras de la ciudad.
A pesar de que la misión se centraba en recuperar la mercancía y capturar a los miembros del cartel «Letal», la agente Ellen Park había decidido unirse a la acción por una razón más importante que los suministros ilícitos: el tráfico de personas.
Se enfrentaba a la red de tráfico de menores y prostitución más grande que alguien podría haber imaginado jamás.
Descubrir el modus operandi de aquella red le había costado años de su vida como agente. Sin embargo, cada uno de esos años y los constantes intentos habían valido la pena, ya que todo se resumía en el momento que vivía ahora: estaba a punto de apresar a esos hombres de una vez por todas y devolver la libertad a las mujeres que les habia sido arrebatada.
Sin duda, había demasiada gente involucrada en la red de tráfico y entre ellos se encontraba el clan «Letal» una de las organizaciones más grandes y corruptas encargadas de reclutar, transportar y alojar a las víctimas de trata. Estas víctimas eran en su mayoria menores de edad, quienes eran explotadas, vendidas u obligadas a trabajar en prostíbulos ubicados en puntos clave del país.
Pensar que esas chicas habían sido secuestradas y que sus familias aun las buscaban desde hacía años, era razón suficiente para que la audaz agente tuviera como objetivo principal atrapar al jefe del clan letal y desmantelar su cruel red de comercio infantil a toda costa.
Tres años después de su ingreso en Washington D.C. y tras haber trabajado arduamente en varias operaciones en Tailandia y Hong Kong junto a Mery, su compañera de área, le habían encomendado la misión más arriesgada e importante de su vida hasta ahora.
Jeff Cierdotier Park, el director en jefe del FBI, era un tipo serio con increíbles ojos grises, muy respetado en toda la organización y con plena confianza en sus facultades y habilidades psicólogicas. Había enviado a sus mejores agentes a las afueras de Washington D.C. para abordar el grave problema del tráfico y armas, un asunto que había estado causándole innumerables dolores de cabeza.
Normalmente esos casos eran resueltos por miembros de la CIA; sin embargo, al no existir ninguna connotación política ni un asunto de terrorismo internacional de por medio, era responsabilidad de la oficina federal de Washington asumir el compromiso y encargarse de erradicar el problema.
Por ello, la agente de cabello negro, ojos grises y piel clara, que se ocultaba bajo el ajustado traje negro que llevaba puesto, mantenía su atención en aquellos malhechores norteamericanos que recibían la mercancía destinada a la reventa en el país.
Se pasó la mano por la cara mientras escuchaba la voz del director a través del canal de la línea dos del microauricular que llevaban todos los miembros del escuadrón:
—Soy el director Jeff Park del FBI. Me dirijo a todos los agentes para informarles que el equipo Alfa ya está en posición; se les indicará cuándo deben actuar. Recuerden lo que han estudiado sobre esos hombres; lo peor que pueden hacer es confiarse. Y, por favor, debe haber un número considerable de heridos... —Ellen podía imaginar el rostro de su padre, luchando por exhalar el aire de sus pulmones con una lenta y pesada inhalación. Había sentido una leve confusión durante estos tres años de trabajo y misiones arduamente difíciles. No estaba segura de que su padre lo hubiera notado, pero ella sí percibía cómo cambiaba por dentro día tras día—. Manténganse a salvo.
La línea se cortó.
En el fondo, sabía que esas palabras habían sido dirigidas a ella. Su entrenamiento como agente no había sido el peor; había enfrentado situaciones mucho más extremas y había salido airosa de ellas. Sin embargo, todo su esfuerzo por cumplir con las expectativas de su padre la había llevado a un punto sin retorno. Ahora solo podía avanzar y terminar lo que había comenzado.
Ellen no podía permitirse cometer un error; no debía mostrar ninguna emoción ni debilidad. Cada paso de su plan estaba meticulosamente calculado para desmantelar y arrestar a los estadounidenses responsables.
La tensión en el aire era palpable mientras se ocultaba en la oscuridad, rodeada por su equipo. Las luces del puerto brillaban a través de los matorrales, pero en su mente solo había penumbra. Era consciente de que cada decisión que tomara era crucial; cualquier distracción, por pequeña que fuera, podría llevar al fracaso de la misión y, lo que era más importante, al sufrimiento de inocentes atrapados en el caos.
—¿Listos?—preguntó uno de los agentes del equipo Alfa, rompiendo el silencio que había caído sobre ella. Ellen asintió, sintiendo el corazón acelerarse en su pecho. Era un recordatorio de que estaban a punto de entrar en un juego peligroso.
En ese momento, un segundo furgón se detuvo en una esquina oscura del puerto. Ellen supuso que se trataba de los socios con los que el clan letal realizaría el trato. Recordó las largas noches de planificación y las horas que había dedicado a estudiar a los criminales a los que estaban a punto de enfrentarse. Habían identificado un punto de entrega de mercancía donde los norteamericanos llevarían a cabo un intercambio crucial con sus socios japoneses. Capturar ese envío podría desmantelar una parte significativa de la operación.
El tiempo parecía ralentizarse mientras se preparaban. Ellen ajustó su traje y respiró hondo. Recordó el consejo de su padre: «La mejor estrategia es siempre mantener la calma ante el caos». Con esa frase resonando en su cabeza, se concentró en lo que tenía que hacer.
A su costado, Nick dio un paso más cerca, su mirada fija en la agente, por un momento, el aire se volvió denso. Era como si el tiempo se hubiera detenido y dentro de esa presión, la mujer sintió que la irritación comenzaba a convertirse en algo más profundo.
—¿Por qué tienes que mirarme así?—preguntó el hombre por lo bajo, con un tono desafiante, como si estuviera dispuesto a aceptar cualquier provocación. Su actitud era irritantemente desafiante, eso solo aumentaba la frustración de la agente.
Nick era un hombre de presencia imponente, con una altura que ganaba atención de inmediato. Su cabello oscuro, ligeramente desordenado, enmarcaba un rostro serio que aún podía mostrar destellos de calidez a pesar de su actitud reservada. Sus ojos, de un color azulado intenso, eran penetrantes e inquisitivos, lo que lo hacía parecer que podía ver más allá de las palabras y las apariencias.
—Porque, Nick, no te soporto—le respondió en un susurro, pero las palabras se sintieron como un grito. Mirándolo a los ojos, le lanzó una mirada que decía más de lo que las palabras podrían expresar. La tensión entre ellos era casi sofocante y no en el buen sentido.
—Interesante—dijo él, cruzándose de brazos—.Pero recuerda que estamos en esto juntos. Si fallamos, no solo arruinaremos la misión, también acabaremos con nuestras carreras.
Ellen se obligó a apartar la mirada. Tenía razón, pero eso no cambiaba el hecho de que trabajar con él le sacaba de quicio. Habían tenido demasiadas confrontaciones en el pasado, y no estaba dispuesta a dejar que su orgullo se interpusiera en lo que tenían que hacer.
—Solo concéntrate en la misión —dijo, tratando de que su voz sonara firme—. Una vez que atrape al jefe, esto se acabará.
Nick le lanzó una mirada evaluativa, como si intentara medir su determinación, su postura se tornó más firme, como si cada palabra que había callado se fuera acumulando en el aire entre ellos. Vestía un traje oscuro, bien ajustado, que acentuaba su figura atlética y su mandíbula, marcada y decidida, se apretó ligeramente mientras los dos se miraban.
—Sí, claro, eso es lo que todos estamos esperando. Pero no olvides que se trata de un maldito alacrán astuto; no será fácil hacerlo.
La agente soltó un suspiro, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en su pecho. Sabía que él tenía razón, pero eso no hacía que su compañía fuera más tolerable. Cada intercambio con Nick era como una batalla y estaban en medio de una guerra mucho más grande.
—Entiendo, entonces, hagamos lo que mejor sabemos hacer—dijo, tratando de mantener el enfoque—. Trabajemos juntos y mantengámonos alerta.
Antes de que Nick pudiera responder, el intercomunicador chirrió.
—¡Escuchen, agentes, vamos a dividirnos en dos equipos. Nick y Park, ustedes irán por el lado oeste, cubriendo la entrada principal. Sean rápidos y silenciosos. Tienen tres minutos para moverse! —La voz de Aleksey Baran resonó en sus oídos, firme y precisa.
Ellen asintió a Nick, su mirada ya llena de determinación. Con un movimiento veloz, se colocó la gorra y camufló su rostro en la oscuridad.
—No me dejes atrás—dijo, apremiante.
El hombre simplemente levantó una ceja, sus labios curvándose en una sonrisa.
—Como si pudiera, novata.
Sin más palabras, comenzaron a moverse. El silencio era abrumador, solo roto por el suave crujido de sus pasos sobre los matorrales. La estrategia era clara: avanzar con sigilo, analizar cualquier riesgo, escuchar el murmullo del cartel que habían estado siguiendo durante meses.
Mientras se aproximaban al furgón que servía como fortaleza y centro de operaciones de los criminales, sintió su corazón latir con fuerza. La adrenalina la empujaba y cada fibra de su ser le decía que este era el momento.
—Recuerda—dijo Nick, su voz ahora más seria— tenemos que hacer esto rápido. No quiero que nos pillen desprevenidos. El jefe del cartel es astuto y peligroso.
Ellen asintió, sintiéndose más firme.
—No tengo intención de subestimar a nadie —respondió. Sabía que, a pesar de sus diferencias, debían trabajar como uno solo en ese momento crucial.
Se detuvieron detrás de un vehículo abandonado, espiando con cautela a los hombres que se apresuraban a trasladar el cargamento a uno de los furgones. Más allá, un grupo de hombres de aspecto duro discutía animadamente, ignorando que el destino de sus operaciones estaba a punto de cambiar.
—Nos cubriremos mutuamente —sugirió la agente, sintiendo que la tensión entre ellos comenzaba a ceder, aunque aún persistía.
Nick asintió gravemente; la burla que solía acompañar sus palabras se había desvanecido. Lo que estaba en juego era demasiado grande.
Ellen respiró hondo, preparándose para la batalla. El tiempo pareció detenerse por un breve instante, y luego con un movimiento sincronizado, ambos se lanzaron hacia adelante, listos para cumplir su deber y enfrentar lo que les esperaba dentro.
Justo entonces, sus sentidos se agudizaron al escuchar una serie de pasos: dos hombres del clan letal se acercaba a unos veinte metros de distancia. Cada golpe de sus botas resonaba entre el barro y el agua, mientras Ellen imaginaba cómo la maleza mojada se aplastaba bajo su peso.
Impulsada por el instinto de supervivencia, la pelinegra se movió con agilidad, ignorando las señales de protesta de sus músculos al avanzar por los arbustos empapados. Se deslizó hasta un robusto roble, dejando su mochila con municiones a un lado. Con la espalda apoyada en el tronco del árbol, sintió la textura rugosa de la corteza mientras preparaba su arma.
Mientras tanto, el resto del equipo se desplazó sigilosamente por el sendero montoso, cada uno ocupando su respectivo lugar en la estrategia. Nick, el «súper estratégico» se había fundido con las sombras, desapareciendo como parte del entorno.
La agente permaneció en su escondite, cada músculo tenso, lista para actuar. El silencio era casi ensordecedor, solo interrumpido por los ecos lejanos de las conversaciones de los matones, ajenos al peligro que se cernía sobre ellos.
Con el pulso acelerado, controló su respiración, dejando que la calma y la concentración se adueñaran de ella. Sabía que debía esperar el momento perfecto; no podía arriesgarse a disparar antes de tiempo y alertar a otros guardias.
A medida que los hombres se acercaban, la cacería se hacía más palpable. De repente, uno de ellos se detuvo, inclinando la cabeza como si pudiera percibir algo en el aire. Ellen contuvo la respiración, su corazón latiendo con fuerza, consciente de que cualquier movimiento en falso podría desatar el caos.
Un susurro rompió el silencio:
—¿Estás seguro de que hay alguien aquí?—preguntó uno de los hombres, su voz grave y desconfiada.
—Solo son rumores—respondió el otro—. Pero nunca está de más estar alerta.
La pelinegra sintió la tensión aumentar. El tiempo parecía desvanecerse; no podía permitir que la incertidumbre interfiriera en su misión. Tenía que actuar. Con precisión quirúrgica, levantó su arma, enfocando su mirada en el matón más cercano. La figura que tenía delante se convirtió en su único objetivo y sabía que, si lograba neutralizarlo, el resto podría avanzar sin problemas.
«Ahora» —pensó mientras apretaba el gatillo.
El disparo resonó en la noche, seguido de un sordo golpe cuando la figura cayó al suelo. El efecto fue inmediato; el segundo hombre se giró sorprendido y alarmado, solo para encontrarse con el eco de la sombra que la agente había dejado atrás.
Sin perder un segundo, se movió ágilmente entre los arbustos, buscando un nuevo punto de cobertura. La cacería había comenzado y el tiempo estaba de su lado, al menos por ahora.
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