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Relato 8. Matt se quiere casar. O quizás no.

[En Multimedia: Emma exhausta de tanta espera]

En el relato anterior...

Jane cumplía años y, por culpa de su desastroso novio, Emma tuvo que quedar a cargo de la fiesta, en la cual, todo salió mal: Jane se emborrachó, Aaron se emborrachó, y juntos, emborracharon a Matt también. Y por si fuera poco, Isabella y Joseph, tuvieron un contratiempo y tuvieron que dejarle a Gabrielle a Emma.

Pero como no era suficiente mala suerte para la pobre Emma, tuvo que tropezarse con una última roca: Oliver, su ex-novio, se apareció en la residencia con "algo muy importante que decirle". Al final, luego de un sinfín de eventos desafortunados más, Oliver le confiesa a Emma que se casara, por lo que ella queda reflexionando sobre todo en su vida.

En la noche, cuando Matt ya está mejor de su borrachera, acude donde Emma para darle un poco de consuelo por el desastroso día y proponer algo que ella no se esperaba: le dijo que quería que ella fuera su esposa, pero ella quedó en shock sin saber qué decirle.

Y... eso es todo lo que necesitan saber... Sigamos con la historia ;)

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Relato 8.

MATT SE QUIERE CASAR. O QUIZÁS NO.

Matt no volvió a mencionar más el tema del matrimonio.

No habló de eso ni al día siguiente, ni la semana siguiente, ni el mes siguiente, ni los tres meses siguientes. Supongo que en algo tuvo que influir que huyera como una desquiciada del dormitorio diciendo que ya me sentía mejor de la depresión cuando me dijo que quería que fuera su esposa.

¿Y es que acaso podía culparme de sentirme aterrorizada? Vamos, ¿quién se casa a los dos años de noviazgo? Sí ya sé que mucha gente, pero nosotros... nosotros no estábamos listos. Yo no estaba lista.

Así que se podría decir que los siguientes tres meses nos mantuvimos siendo los mismos que éramos antes de que él me propusiera algo serio: la pareja divertida, informal, que hacía bromas de todo.

La pareja que a mí me gustaba que fuéramos porque parecíamos dos mejores amigos enamorados, pero que luego de unos meses... simplemente dejó de llenarme.

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A eso de las tres de la tarde sentí un delicioso olor a avena. Una baja en calorías porque no tenía un aroma dulce, pero aún así olía tan exquisito que me hizo dejar a un lado el lienzo en el que trabajaba y aproximarme a toda velocidad a la cocina en busca de un poco de ella.

—¡Ah, sabía que no te podías resistir a mi deliciosa avena!

Isabella me recibió en la cocina con una cálida sonrisa. En una mano sostenía una cuchara de madera y en la otra una olla pequeña de la cual emanaba el ligero humo de la avena recién preparada. Supongo que no es común para un adulto comer avena en la tarde, pero los bebés la aman como merienda.

—Admito que es deliciosa—le sonreí también.

—Ya sabes que es lo que más le gusta merendar a Gabrielle a esta hora y veo a ti también—replicó, riéndose—. Siéntate, querida. Allá, al lado de tu sobrina favorita.

Gabrielle estaba muy cómoda en su silla de bebé con su babero listo para disfrutar de la deliciosa avena de Isabella. Me senté a su lado y a mi cabeza vinieron un par de cosas, como por ejemplo que nunca pensé que Isabella llegara a cocinar tan bien (cosa que yo todavía no lograba), pero siempre que se lo decía, ella respondía con: «Es un talento de madre. Cuando lo seas, lo tendrás».

Lo otro que llegó a mi cabeza era lo mucho que Gabrielle había crecido. Si de pequeña era hermosa, en su segundo año se veía todavía mejor. Su cabello castaño oscuro había crecido hasta los hombros, lo cual resaltaba perfectamente sus vibrantes ojos azules. Me preocupaba que un par de años tendríamos que conseguir rifles para protegerla de aquellos que pudiesen romperle el corazón.

—Es mi única sobrina—volví a la conversación con un chiste.

—Y la preferida—contraatacó Isabella con la clásica frase de Matt cuando se refería a Gabrielle.

Recobré la sonrisa. Era imposible no tenerla cuando pensaba en Matt. Tristemente mi semblante divertido se desvaneció cuando mi mente viajó más allá, en los recuerdos de por qué no estábamos comprometidos formalmente a este punto.

Isabella suspiró a mi lado. Me conocía y sabía que me atormentaba todo el tema de Matt y el compromiso.

—Así que no ha dicho más nada...—comentó, poniendo dos platos sobre la mesa, uno grande para mí y otro pequeño para la bebé.

Ah... Isabella Sinclair. Siempre tan predictiva.

Derrotada, negué con la cabeza.

—Vaya, esta vez sí metiste la pata.

—Gracias, eso me consuela mucho—bufé. Gabrielle rió a mi lado. O le gustaba mucho su avena o también se burlaba de mí—. Ni siquiera sé cómo abordarle el tema. No es como que me quiera casar, pero me duele un poco en el orgullo que ya ni siquiera haga chistes sobre eso.

—Déjame ver si entiendo... ¿Tú no te quieres casar, pero te duele pensar que él no se quiere casar contigo después de cómo lo dejaste con la propuesta en la boca?

Suspiré. Admito que sonaba menos tonto en mi mente, pero sí, así era.

—¿Qué? No, yo no lo dejé con la propuesta en la boca, solo huí un poquito.

Con semblante de desilusión, Isabella sacudió la cabeza dándole una cucharada de avena a su bebé.

—En serio, Emma, ese orgullo tuyo te dejará soltera de por vida.

Callamos al oír el timbre de la casa. Una voz ronca gritaba persistente: «¡Entrega a domicilio!», pero estaba tan concentrada en mi depresión que ni siquiera sentí curiosidad.

—¡Es para mí! ¡Es para mí, nadie abra esa puerta!—nos gritó la voz de Jane que venía corriendo escaleras abajo—. ¡Qué bien, ya llegó! ¡Ya voy!

No pasaron más de cinco minutos cuando Jane se adentró a la cocina. Traía consigo una caja que difícilmente dejaba ver su sonrisa. De no ser porque era enorme (la caja sí, pero su sonrisa también) no hubiésemos podido apreciar ambas cosas.

—¡Ah, es tan emocionante que pidas varias cosas por Internet y te lo traigan todo junto en una sola caja!—Jane le quitó la tapa y sacó varios envases cilíndricos.

Creo que más emocionante es la logística que usan para traerlo desde el otro lado del mundo, pero no se lo dije para que no pensara que estaba agria hoy, a pesar que todos sabíamos que lo estaba.

—¿Qué es todo eso?—preguntó Isabella curiosa.

—Son champús y tintes que traje de Hong Khong—Jane abrazó sus preciadas botellas, luego cayó en cuenta que tenía a su sobrina al lado—. ¡Hola hermosa! ¡Tú también eres emocionante!

—Ahora ya sabemos por qué prefiere a Matt—le dije.

Jane se rió.

—Alguien está de mal humor hoy—me dijo mientras sacaba más botellas y las revisaba en detalle—. Lamento decirte esto, Emma, pero si para este punto Matt no te ha vuelto a pedir que te cases con él, no lo hará jamás. Cuando un Sinclair renuncia, simplemente renuncia.

Su comentario no ayudó para nada a mi depresión así que dejé caer mi frente sobre la mesa. Supe que probablemente había sido una mala idea contarle lo sucedido con Matt, pero, ¿quién mejor que Jane para hacerme pensar con la cabeza fría? Era tan racional, honesta y sus comentarios verdaderamente te hacían reflexionar sobre tu vida.

—Discrepo—Isabella intentó ayudar—. Solo está esperando el momento apropiado para pedírselo.

Jane volvió a reír, esta vez cargada de sarcasmo.

—Sí, claro... Y yo voy a volar un día de estos.

No aguanté más.

—¡LÁRGATE CON TU CAJA, JANINE!

Pero Janine lo que en realidad hizo fue reírse de mí por tercera vez.

—¿Sabes cuál es tu problema, Emma?

¿Tener un karma podrido? ¿Temer indefinidamente al compromiso? ¿Tenerle fobia a los segundos nombres? ¿Tener tres alter egos que parecen demonios en mi cabeza? ¿Ser yo misma un problema?

—No sabes decirle 'sí' a la vida.

—¿Qué?

—Querida Emma, ¿sabes por qué a mí me va tan bien en la vida?

¿Porque es hermosa y multimillonaria? ¿Porque todos los hombres babean por ella? ¿Porque habla cinco idiomas? ¿Porque tiene mil negocios exitosos que prácticamente se sostienen solos? ¿Porque ella misma no es un problema?

—Porque yo siempre le digo que 'sí' a todo lo que represente un reto en mi vida—alzó el dedo índice—. Decir 'sí' es un arte, Emma. Es decir 'sí' a tu existencia. A ti mismo. A las oportunidades. A lo nuevo. A lo diferente. A lo inesperado. Al compromiso. ¿Saldrá bien? Quién sabe, tal vez sí, tal vez no. Pero tú cumpliste con aceptar el reto. ¿Sabes a qué me refiero?

No. La verdad no entendí ni una mierda de lo que dijo, pero decidí mejor asentir con la cabeza para no contradecirla en su aura de positivismo.

—Dile 'sí' a la vida siempre.

—Vaya, qué profundo—la interrumpió Isabella. 

Jane, con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro, siguió rebuscando en su caja, mientras yo me concentré en mi avena.

—¡Oh! ¡Mira! ¡Me enviaron otro regalo!—exclamó sacando una pequeña caja negra de gamuza del paquete y abriéndola—. ¡Gracias Hong Khong! ¡Gracias por...!

Su sonrisa se desvaneció por completo. Su expresión facial se tornó tan seria que hasta parecía hubiese visto un fantasma.

—¿Qué? ¿Qué es?—Isabella se acercó para mirar—. Oh por Dios...

Entonces se unió al semblante petrificado de Jane. Me dio tanta curiosidad que dejé a un lado mi depresión para levantarme y espiar.

—¿Qué les... pa...?—me quedé boquiabierta cuando logré ver lo que había dentro—. Pa... pas... WAO.

En el interior de la caja, sobre una almohadilla blanca, reposaba un resplandeciente anillo plateado con una piedra que debía ser la gema más grande que había visto en mi vida. Era, sin duda alguna, un anillo de compromiso.

—¿Ordenaste un anillo?—me atreví a preguntarle a Jane.

—¿Acaso mi rostro de idiota parece de alguien que ordenó un anillo así?

Sí. Pero no se lo dije.

—¿Entonces quién lo pidió?—preguntó Isabella.

Juntas miramos a diferentes direcciones del techo buscando una explicación lógica en nuestras mentes. Por lo menos en la mía no encontré ninguna.

Jane chasqueó un dedo para hacernos reaccionar. Sacó su teléfono móvil del bolsillo, marcó un número y activó el altavoz para que todas pudiésemos escuchar, incluso Gabrielle que no entendía ni un pepino de lo que estaba pasando y rogaba con la mirada a su madre que le siguiera dando de la deliciosa papilla de avena.

¡Eh, preciosura!—respondió Aaron, el desubicado pediatra de Gabrielle, pero novio de Jane, del otro lado de la línea. Su voz estaba acompañada de un sonido extraño que mi mente interpretó como una sierra, por lo que imaginé debía estar en medio de una cirugía.

—¿Te me vas a declarar?—Jane fue directo al grano.

Mmm... creo que ya me declaré. ¿No es por eso que estamos juntos?

—Quiero decir matrimonio.

Aaron demoró un rato en contestar.

¡¿Quieres que nos casemos?!—gritó repentinamente—. ¡¿Tan pronto?! ¡Pero Jane, si solo ha pasado...!

Jane terminó la llamada.

—No, el anillo no es para mí.

Como decía, sumamente racional.

—No creo que Aaron pidiera por Internet un anillo a esta dirección si ni siquiera vive aquí—resopló Isabella—. Pero igual, si no es para ti y yo ya estoy casada, entonces...

Estará demás decir que la mirada de ambas cayó directo en mí. Lo que eran rostros de asombro se transformaron poco a poco en expresiones de complicidad. Sus labios se curvaron al mismo tiempo hacia arriba, por lo que tuve que echarme hacia atrás un tanto temerosa de lo que pudiesen hacerme.

Sin embargo, no alcancé a decir nada en mi defensa porque...

¡Llegué! ¡¿Alguien en casa?!

—Uy, llegó tu prometido—bromeó Jane.

—¡GUARDA EL ANILLO, JANINE!

Isabella le arrebató el anillo de las manos. Estaba encantada con la nueva noticia, pero sintió mi desesperación. Lo tiró dentro de la caja y tapó ésta con tanta brevedad que casi se le cayó al suelo.

Cuanto Matt se asomó por la puerta de la cocina, las tres fingimos sonrisas.

—Vaya, vaya, las cuatro mujeres de esta casa están reunidas en la cocina. ¿Me perdí de algo?

Tragué. Intenté hablar, pero no salió nada, solo una sonrisa más falsa.

—O... ¿nosotras nos perdimos de algo?—siguió bromeando Jane tras ver que nadie hablaba. La quería matar porque no sabía disimular, pero fue Isabella quien la golpeó con el codo.

—No lo creo—replicó Matt tras empezar a adentrarse en la cocina. Sus ojos se fueron directo a la caja de Jane—. ¿Ordenaste más tintes?

—Sí—replicó Jane.

—Se te va a caer el cabello un día de estos, Jane.

—Quizás, pero...—se rió con picardía—. No soy yo la que tiene que impresionar en una luna de miel.

La mato. LA MATO.

—¿Ah?—preguntó Matt confundido.

Jane cerró su caja de golpe y la cargó en sus brazos.

—Nada, debo irme—volvió a reírse huyendo de la cocina. Sin embargo, a los pocos segundos, escuché su voz a lo lejos que gritaba—: ¡'Sí' a la vida, Emma! ¡Siempre di que 'sí'!

Y desapareció de nuestras vidas.

Todavía avergonzada, me llevé la palma de la mano a la frente para esconderme. Si ésta era la manera en que queríamos ocultarle a Matt que sabíamos su pequeño secreto, no lo estábamos logrando.

Matt, con el ceño fruncido, se volvió hacia nosotras.

—¿Y a ella qué le picó ahora?—dijo—. Me preocupa. Esos químicos de los tintes le están afectando seriamente el cerebro.

Me reí forzadamente echando un vistazo a Isabella. Estaba muy concentrada pretendiendo que le daba de comer a su bebé, pero la conocía tan bien que sabía debía tener la oreja parada escuchando todo.

Antes de que pudiese decir algo, Matt me agarró repentinamente de la mano y me trajo contra su cuerpo. Quedé a centímetros de su rostro donde sus oceánicos ojos se posaron fijamente sobre mí tratando de hechizarme.

—Oye, tú—me dijo atacándome con su arma mortal—. De pronto tengo la tarde libre. ¿Tienes planes para hoy?

La voz de Isabella nos interrumpió:

—POR DIOS, SÍ, SUCEDERÁ HOY.

Nos giramos al mismo tiempo hacia ella, quien se dio cuenta que metió la pata hasta el fondo, por lo que introdujo el cucharón en la avena y lo depositó instantáneamente en la boca de Gabrielle.

—¡Sí, hija, sí, SUCEDERÁ HOY que comerás sola!—dijo risueña, con un terrible disimulo. Entonces nos devolvió la mirada—. ¿Qué? Solo me emociona mucho alimentar a mi hija.

Matt, ignorándola, se volvió hacia mí.

—En realidad sé que no tienes nada que hacer hoy porque nuestras agendas están sincronizadas—confesó—. Pero te pregunto porque respeto mucho tus deseos y derechos de mujer libre del Siglo XII. Así que, ¿quieres que hoy pasemos la tarde juntos?

Oh, demonios, si es así como siempre me invitará a salir, jamás podré negarme.

—¿Ju-juntos?—balbuceé—. ¿Como tú y yo juntos?

—A menos que quieras incluir a alguien más, que prefiero no lo hagamos, sí, solo tú y yo juntos—replicó—. Si quieres podemos ir al cine a ver esa terrible película de romance que me comentaste el otro día.

—Ah... eh...—seguí balbuceando. Estaba demasiado nerviosa—. Eh, pues, no, no quiero.

—¿Qué? ¿Por qué no?

Contemplé a Isabella. Necesitaba su apoyo. Ésta me hacía señas con las manos de que siguiera adelante. Que era mi momento. Que merecía esto. Sí, sí, todo eso me dijo a través de los ojos.

—Quiero decir: ¡Sí, el cine, wuju!—exclamé, no como mujer libre del Siglo XXI, sino como mujer demente—. Y luego podemos ir por un anillo, ¡UN HELADO! ¡QUISE DECIR UN HELADO!

Matt me contempló confundido. No abandonó el semblante divertido que lo caracterizaba, pero sabía que estaba analizándome porque no entendía nada de lo que estaba pasando. Así que antes de que se echara para atrás con la propuesta durante otros tres meses, me adelanté en sonreírle cálidamente.

—Por supuesto que quiero pasar la tarde contigo—dije—. ¿Nos vamos ya?

Asintiendo con la cabeza, agarró mi mano y la besó.

—Claro—dijo y me entregó las llaves de su auto—. ¿Qué te parece si buscas tu abrigo y me esperas en el auto? Te alcanzaré en un minuto.

Oh por Dios, quería que saliera de la cocina para buscar el anillo en la caja. ¡Esto totalmente iba a pasar hoy! Pero recuerda, Emma: tú no viste nada. Debías parecer emocionada.

—Sí—repliqué simplemente con neutralidad.

Me giré, empezando a caminar, dispuesta a irme, pero tuve que echar un vistazo hacia atrás antes de salir de la cocina. Matt había sacado a Gabrielle de su silla para cargarla y le hacía ojitos, mientras que Isabella lo regañaba porque la bebé todavía no había terminado de comer y podía vomitar.

Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, contemplé a Matt durante solo un segundo que significó todo para mí. Quizás ahora mismo era mi novio, el chico despistado que estaba jugando tan tontamente con Gabrielle quien le podría vomitar toda la avena encima... pero en un par de horas podría ser mi prometido y nada más que eso.

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Al final sí decidimos ir al cine. Bueno, Matt lo decidió.

Yo estaba demasiado nerviosa con todo este día, así que simplemente accedí a lo que él proponía que era primero ver la terrible película de romance que todavía seguía en cartelera, y que yo quería ver desde hace tiempo, y después ir a cenar si todavía tenía hambre luego de las botanas del cine.

La verdad me parecía que estaba demasiado relajado con todo, pero conociendo a Matt, algo macabro tendría planificado detrás de todo el asunto de la cita.

Llegamos al cine unos veinte minutos antes que empezara la película y conseguimos unos buenos puestos preferenciales porque, para variar, Matt se había inscrito a un plan VIP del cine con muchos beneficios o algo así. Ah... Tan inteligente y aún así caía como tonto ante cada publicidad.

Y mientras estábamos en la fila para comprar palomitas, en la que Matt me hablaba de todo, miró de pronto a su reloj y dijo:

—Ya casi es tiempo y no quiero que te pierdas los repartos de las películas de superhéroes que tanto te gustan. ¿Qué te parece si me esperas dentro?

Le sonreí por tan galante gesto. Porque que te lleven al cine como cita es lindo, pero que sacrifiquen ver los repartos de la películas nuevas de superhéroes que vienen para comprarte palomitas, enamora.

Asentí, besó mi mejilla, fui corriendo a la sala y encontré nuestros asientos. Ahí, decidí que lo más prudente era sacar mi teléfono en busca de un poco de apoyo moral con la única persona con sentido común que podría darme apoyo moral en ese momento.

EMMA:
¿Estás ocupada?

JANE:
Eh... más o menos. Aaron se está poniendo creativo.

Como decía: con un sentido común tan grande que... No, espera, ¿qué?

EMMA:
¡ASCOOOO! ¡Apenas son las cinco de la tarde!
¡Y no necesito tanta información!

JANE:
¿Qué? ¡Pero si tú preguntaste!

EMMA:
Olvídalo, le escribiré a Isabella.

JANE:
Ya, lo eché un rato, tenemos tiempo. ¿Qué ocurre?

La pantalla del cine se iluminó frente a mí. Empezaban a pasar los repartos de las nuevas películas y un montón de gente que llegó tarde a la sala, corría frente a la pantalla generando unas sombras monstruosas. Pero todavía nada de Matt. A este punto ya debía estar pagando las botanas.

EMMA:
Estamos en el cine, pero estoy nerviosa, ¿qué debo hacer?

JANE:
Pues fácil, debes estar atenta a cualquier movimiento en falso.

EMMA:
¿Movimiento en falso?

JANE:
Osea, cualquier movimiento que haga para pedírtelo. ¡Es código de espionaje, tonta!

Me pregunté cómo ella sabía sobre los códigos de espionaje, pero me dio tanto miedo preguntarle y la respuesta con que me saliera, que decidí mejor enfocarme en mi problema de cómo resolver los nervios de ese día.

EMMA:
Ah, sí, sí, claro. ¿Entonces crees que me lo pida hoy? Ni siquiera sé si recogió el anillo de la caja de correo.

JANE:
Yo creo que sí, pero debes estar atenta. Nada peor que el momento de tu compromiso te agarre desprevenida y pongas cara de idiota sorprendida. Consejo de exploradora.

También me pregunté cómo ella sabía del lenguaje de exploradoras, pero de nuevo, conociéndola, me daba demasiado miedo la respuesta con que me saliera, así que no, no le preguntaría eso jamás.

JANE:
Así que ya sabes: Está atenta. Podría guardar el anillo en las palomitas de maíz, o poner la pregunta en la pantalla de cine, o tal vez tenga un camino de rosas preparado en casa para cuando vuelvas... ¿Quién sabe? Matt es tan cliché.

La verdad eso sí sonaba muy cliché y típico de las terribles películas de romance, pero increíblemente no me importaba. Luego de haber pasado tres meses con la carga de consciencia de que no estábamos comprometidos a este punto por mi culpa (porque salí huyendo aterrada y bla, bla, bla), me lo podría pedir hasta con un anillo de mentirilla y le diría que sí.

EMMA:
De acuerdo.

JANE:
Oh, demonios, me tengo que ir, Aaron está en modo niña y se cabreó conmigo por echarlo, pero recuerda, Emmy: siempre dile que 'sí' a la vida. ¿De acuerdo?

No le respondí más nada porque sentí a Matt sentándose a mi lado. Traía una gran bandeja con dos tipos de palomitas: saladas y dulces. También dos tipos de gaseosas: blanca y oscura. ¿La explicación? Sencilla: la primera vez que fuimos juntos al cine nos golpeamos con el típico problema que aqueja a las parejas que van al cine juntas: uno (él) prefería las palomitas saladas y el otro (yo) prefería las dulces. Pero ahí no acabó el golpe. Para acabar de rematar el asunto, también descubrimos que uno (él) prefiere la gaseosa blanca, mientras que el otro (yo) prefiere la gaseosa oscura.

Al final, y tras una larga discusión retorcida de por qué las palomitas ideales desde su creación son las dulces y por qué morirse a causa de una gaseosa oscura es mejor que morirse a causa de una gaseosa blanca, decidimos que lo más saludable para nuestra relación era siempre comprar botanas por separado.

—Toma—me dijo entregándome las palomitas—. Compré el que te gusta.

Las recibí entusiasmada. Las palomitas eran mi parte favorita del cine.

—Gracias, mi amor.

Sacó la gaseosa también.

—Sigo dudando de cómo te puede gustar esta cosa llena de perseverantes artificiales y otros químicos que te matarán de un paro cardíaco un día—me entregó la gaseosa oscura—, pero aquí tienes. Toda tuya.

Fruncí el ceño.

—Matt, ya hemos hablado de esto mil veces—le dije y tomé un sorbo de la gaseosa. Sabía a una gloria mortal—. Ambas gaseosas te van a matar un día. Si te vas a intoxicar con gaseosa, al menos que sea con una que sepa bien, te despierte por el exceso de azúcar que tiene, que su línea gráfica publicitaria inspire emociones y que sean los patrocinadores oficiales de Papá Noel en Navidad, lo cual los obligue a traerlo cada año en un trineo ridículo que entrega regalos gratis. Los beneficios de la gaseosa oscura son innumerables. Por eso la prefiero.

Lógica de Emma Bennett, señoras y señores.

—Tampoco entiendo cómo te emociona tanto que traigan a Papá Noel en Navidad. Es un simple hombre disfrazado.

—Claro que lo es—contraataqué—. No me importa el hombre disfrazado. Los regalos gratis que trae el hombre disfrazado en el trineo ridículo con patrocinador oficial son los que me importan.

Matt terminó por reírse. Desde que estábamos juntos, cada año lo obligaba a ir conmigo a los desfiles de Navidad solo por los regalos gratis que entregaban. Quizás a él no le hacían falta esos regalos gratis, pero a una caza recompensa como yo, sí. 

—Eres imposible.

Los repartos de las películas estaban por terminar. Fui a agarrar un poco más de palomitas y en medio de eso, algo resonó en mi cabeza. Era la voz de Jane que me decía: «Matt es tan cliché. Tal vez esconda el anillo en las palomitas de maíz».

Me quedé estática frente a las palomitas. ¿Y qué si agarraba el anillo y me lo comía? Matt era demasiado inteligente, ¿acaso no vio eso venir?

Volví a ponerme nerviosa. Con todo el tema de la gaseosa oscura y las otras cosas importantes como el Papá Noel con patrocinador que siempre trae regalos gratis, me olvidé por completo que hoy me propondrían matrimonio. Y no podía agarrarme desprevenida, debía seguir al pie de la letra el consejo de Jane.

Así que olvidándome que tenía a Matt y a un tipo desconocido sentado a mi otro lado, empecé a sacar todas las palomitas como loca, en busca del anillo.

Cuando me giré, tenía a Matt mirándome estupefacto con la boca abierta y a punto de meterse una palomita en ella, pero estaba detenido por la confusión.

—¿Estás... bien?—me preguntó, preocupado.

Me giré hacia el otro lado y el tipo desconocido también me miraba de la misma manera. Entonces entendí que probablemente había sido una mala idea tirar la mitad de las palomitas al suelo.

—Eh, sí...—me reí nerviosa y tiré la caja de palomitas a un lado—. ¡Es que tienes razón! ¡Las palomitas dulces fueron una mala idea desde su creación! ¡Saben terrible! ¡Ya no me gustan!

—¿Quieres... de las mías?—me ofreció su caja.

¿En serio? ¿Ese era su gran plan? No, eso no parecía un plan. No pudo haber cambiado el anillo tan rápido de lugar. ¡Cielos! ¡Qué difícil es saber cuando te propondrán matrimonio! Necesitaba sacarlo de aquí cuando antes para revisar bien la caja de palomitas dulces.

—¡No!—repliqué—. ¡Quiero agua!

—Pero tienes tu gaseosa mortal—dijo. Lo miré con cara de mártir—. Y la película acaba de empezar—continuó. Me esforcé más con la cara de mártir eternamente dolida—. ¡Ah! ¡De acuerdo! Quédate ahí. Te buscaré agua.

Apenas terminó de salir de nuestra fila de asientos, agarré la caja de palomitas dulces que había tirado antes y se la estampé en la cara al tipo desconocido que tenía al lado mío.

—¡¿Pero qué está mal contigo?!—me dijo, cabreado.

—Creo que un anillo aquí.

—¿Disculpe?

—Creo que mi novio escondió un anillo de compromiso aquí y me parece una propuesta de lo más inusual, pero necesito encontrarlo, porque no me lo quiero tragar. Ayúdeme, por favor, estoy perdiendo mis cabales con todo esto. No estoy acostumbrada a estar expectante esperando hasta que me pidan matrimonio. ¡Pensé que jamás me casaría! ¡Y ya arruiné la primera vez que me propuso que fuera su esposa! ¡No puedo arruinar ésta o sino lo perderé!

Supe que conmoví al tipo porque ni siquiera me respondió. Él mismo agarró la caja de palomitas dulces y las empezó a sacar tan desesperado que hasta pensé se sentía identificado conmigo.

—No hay nada—me dijo al final—. Tal vez no sucederá hoy.

—¿NADA? ¡NO! ¡TIENE QUE SUCEDER HOY!

¡Shhh!—se escucharon las voces enojadas del resto de la sala con la intención de callarnos. La película ya había iniciado.

Derrotada, agarré la caja vacía, volví a mi puesto original, pero para mi mala suerte, Matt estaba parado detrás mío con una botella de agua en las manos, pero una cara tan confundida acompañada de un ceño fruncido, presenciando absolutamente todo.

—¡Cielos!—grité, tirándole la caja vacía al tipo desconocido—. ¡Si tanto querías mis palomitas, solo quédatelas! ¡Pero mira nada más, me quedé sin palomitas!

Y le puse una cara de perrito arrepentido a Matt.

—¿No quieres buscarme más palomitas, mi amorcito, por favorcito?

Matt pestañeó varias veces, inundado en el mar del desconcierto, pero aparte de darle el monólogo de por qué las palomitas dulces son las mejores desde su creación y el de por qué la gaseosa oscura te trae más beneficios que desdichas a la salud, también le había dado el monólogo de por qué uno nunca debe ver una película en el cine sin palomitas, así que se limitó a asentir sin querer entrar en ese tema.

—De acuerdo...—dijo simplemente.

Y se volvió a retirar de nuestra fila. Yo me tumbé en el asiento, agotada de tanta espera, tratando de concentrarme en la película, sin embargo, para continuar con mis infortunios, la vocecita de Jane hizo su segunda aparición en mi cabeza: «Matt es tan cliché. Tal vez lo pondrá en la pantalla».

Gemí tan asustada que me volví hacia el tipo desconocido otra vez en busca de hablarle de mis sentimientos, porque no había más nadie que me pudiese escuchar.

—¡Lo pondrá en la pantalla!—le dije.

—¡Señorita! ¡Quiero ver la película!

Naturalmente no me importaron sus sentimientos. Eran los míos de los que quería hablar.

—¡Eso es! El anillo no estaba en las palomitas, porque lo va a poner en la pantalla—dije, golpeándome la frente con una mano—. Usted sabe, como en las películas románticas donde aparece la propuesta en un estadio de fútbol, solo que esta vez sería en la pantalla del cine.

El tipo se quedó en shock ante mis palabras, pero luego dijo:

—¿Qué películas tan malas has visto?

Entonces se llevó una palomita a la boca, que masticó, tratando de ignorarme, pero yo lo agarré del brazo cayendo en cuenta de algo.

—¡No! ¡No puedo tolerar eso!—dije, frustrada—. Se supone que es algo privado, solo de nosotros dos. ¿Por qué lo pondría en la pantalla del cine para que todos se enteren que me está proponiendo matrimonio? ¡Debo impedirlo!

En ese preciso instante, Matt venía llegando, tomó asiento a mi lado y me entregó las nuevas palomitas, que estaban divididas por un cartón en la mitad: la parte derecha eran todas saladas y la parte izquierda eran todas dulces.

—No sabía cuál traerte—explicó y sonrió con satisfacción—. Así que te traje las dos.

—¿Eso se puede?

—Claro, es uno de los beneficios de mi plan VIP—respondió acomodándose en su asiento concentrándose en la pantalla. De acuerdo, lo admito, tal vez subestimé ese plan—. Oh, ya empezó, ¿de qué me perdí?

Oh, de nada. Solo que no escondiste el maldito anillo en las palomitas y ahora me estoy muriendo por dentro porque creo que lo vas a poner en la pantalla y no me parece que todo este montón de extraños se tengan que enterar que me voy a convertir en tu prometida pronto.

—Casi nada—le sonreí—. Apenas inicia y creo que...

¡SSSSHHHH!—nos volvieron a callar las voces de atrás, esta vez más fuerte.

Avergonzada, quedé silenciada. Hice mi mejor esfuerzo por concentrarme en la película, donde la protagonista se peleaba con su novio, se largaba a Italia y allá conocía a otro, pero que resultó peor que el anterior, hasta que...

«Matt es tan cliché. ¿Quién sabe? Tal vez te tenga un camino de rosas preparado para cuando vuelvas a casa», la voz de Jane me atormentó otra vez.

SANTÍSIMA MIERDA.

—¿Mi amor?—susurré a Matt.

Matt, que estaba tan conectado con la historia, por lo que apenas parpadeaba, respondió débilmente:

—¿Mmmm?

—Creo que debemos irnos.

—¿Qué? ¿Por qué?

¿Porque me tienes un camino de rosas esperando en casa?

—Esta película está muy mala—dije y no era mentira. Estaba peor que terrible. Era... una combinación entre mala y terrible. Era... era... marrible—. Quiero volver a casa.

—¿Qué dices? Es fabulosa. La mujer ya va por su tercer país y su tercer novio, estoy ansioso de saber por cuántos países y novios más pasará.

¡Pero yo estoy ansiosa de decirte que 'sí' a ti y a la vida!

—Pero, pero...

—Emma—se puso serio—. Es mi tarde libre. Quiero pasarlo contigo fuera de casa. La película está bien, tú la elegiste. Además, ya me hiciste salir dos veces. Nos quedaremos. Disfruta la película.

No lo pude contradecir. Exceptuando la parte en que decía que la película estaba bien, tenía razón en todo lo demás. Así que tiré todas mi guardias abajo, asentí y me recosté en su hombro, que era mi lugar favorito para ver una película en el cine, y me concentré en la terrible historia que tenía de frente.

Al final, si Matt consideraba que lo mejor era pedirme matrimonio a través de una pantalla de baja calidad en la mitad de una película mala, por algo lo habría decidido.

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Pero ni siquiera me lo pidió a través de la pantalla de baja calidad en la mitad de la película mala. Y si lo hizo, no me di cuenta, porque cuando la protagonista iba por el cuarto país y el cuarto novio, me dio tanto sueño que me dormí.

Cuando terminó, salimos de la sala con una fila de personas que me dieron un poco de lástima. Ninguno de estos pobres humanos se merecían ver una película tan mala.

—Ah, pero qué película tan mala—comenté en lo que caminábamos a través del centro comercial hacia el estacionamiento.

—¿Oh en serio? ¿Y cómo lo sabes si te dormiste?—contraatacó Matt—. También roncaste. Alto. Todo el mundo nos miraba. Me preguntaban si eras un hombre o una mujer. Y el tipo desconocido que estaba sentado a nuestro lado me dijo: «Ya entendí por qué aún no lo has hecho. Esa mujer está loca». ¿Hacer qué? ¿Qué quiso decir con eso? ¿Era un código o...?

Me aterré nada más oírlo. Esperaba que el tipo no le hubiese dicho más nada, así que apresuré a interrumpirlo.

—¡Ya, ya entendí!—exclamé—. Me dormí y soy una terrible novia.

—Exacto.

Cuando llegamos a su auto y me preguntó si aún tenía apetito para ir a cenar, tuve que decirle que no. Porque no solo se me había quitado el apetito, sino que también me sentía derrotada. Estar expectante esperando hasta que tu novio al que amas más que a nadie te pida matrimonio es emocionalmente agotador.

Y mientras regresábamos a casa, hubo un momento en que el cansancio se convirtió en ira. Me sentía enormemente cabreada conmigo misma de tan solo recordar que no estaría así de expectante si desde un principio hubiese atendido a todas las indirectas que Matt me tiraba con respecto al tema y que yo ignoraba por no sentirme lista al respecto. Era obvio que estábamos más que listos para avanzar a lo que continuaba en nuestra relación.

De pronto el consejo de Jane de «decirle que 'sí' a la vida» me sonó como lo más estúpido del mundo. ¿Cómo demonios uno puede decirle 'sí' a la vida si la vida ni siquiera se inmuta en presentarte una oportunidad sobre la que decidir? ¿Cómo tener un futuro mejor si no se presenta ningún cambio en el presente? ¡Al diablo con decirle 'sí' a la vida! ¡La vida es una grandísima desgraciada!

—...digo tuvo ocho novios diferentes, pero si le ves el lado positivo, visitó ocho países diferentes y, aunque al final quedó soltera, también se quedó con las experiencias de esos ocho países—Matt continuó hablando sobre la película, pero estaba demasiado fastidiada con la vida como para prestarle atención—. Yo también aprendí un par de cosas con sus ocho visitas, y es que...

De la nada, cuando ya casi llegábamos a casa, algo se vislumbró en mi campo de visión a través de la ventana del auto: era una pareja, sentados en una banca ubicada debajo de un árbol al que se le caían unas vibrantes hojas amarillas. Ambos debían ser más jóvenes que yo. Conversaban de lo más felices, pero entonces el muchacho se puso de pie, se arrodilló y sacó un anillo de compromiso. A la chica le brilló todo en la vida.

—No puede ser...—solté sin querer, porque eso era lo último que me podía ocurrir hoy para derramar la gota de mi ira. ¡Hasta ellos ya se estaban comprometiendo antes que yo y lo tenía que presenciar!—. ¡NO PUEDE SER!

Matt se volvió hacia mí, profundamente confundido.

—¿Qué no puede ser? ¿Seguimos hablando de la película?

Era todo, estaba harta de este día. Al diablo el consejo de Jane, al diablo la expectativa, al diablo el positivismo, al diablo la cordura.

No, yo no iba a presenciar esto y punto.

—¡Detén el auto! ¡Esto es una emergencia!

Dicho y hecho: Matt, asustado, pegó una frenazo que pudo haber ocasionado un accidente de no ser porque la calle estaba desierta. Abrí la puerta y salté fuera dispuesta a impedir ese compromiso a como de lugar.

—¡Emma!—me gritó Matt todavía en el auto—. ¡EMMA!

Pero yo seguí corriendo hacia la pareja.

—¡NO LE DIGAS QUE SÍ! ¡ES UNA TRAMPA!—exclamé tan pronto llegué a donde ellos, los cuales se asustaron tanto que, ella, que estaba sentada en la silla, casi se cae para atrás y él se tambaleó en sus rodillas—. ¡¿Me escucharon?! ¡Decirle 'sí' a la vida es una vil trampa!

Antes de que pudiese seguir advirtiéndoles de lo desgraciada que es la vida, sentí que los brazos de Matt me abrazaron por la cintura y me tiraron hacia atrás, mientras que la pareja ni siquiera se movía de sus posiciones de lo horrorizados que estaban.

—¡Lo siento tanto!—les dijo Matt sacándome de ahí—. ¡Mi demente novia olvidó tomarse hoy sus píldoras para la locura, por favor discúlpenla! ¡Y por favor sean MUY felices!

Entonces me cargó hasta su auto que estaba muy mal estacionado en la calle, me obligó a sentarme en el asiento de copiloto y a ponerme el cinturón. Eché un último vistazo a la pareja, pero ya no estaban ahí. Habían huido apenas tuvieron la oportunidad. Debían pensar que éramos unos locos, o ladrones, o ambas, y no los culpaba.

—Por amor a Dios, Emma—me regañó Matt—. ¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? ¡Ni siquiera sabemos quiénes son! ¿Qué ocurre contigo?

Las lágrimas de la ira empujaron fuerte por salir, pero no quise llorar. Era lo último que me faltaba para terminar de ponerle la cereza a este helado de la desgracia. Suficiente con que acabase de arruinar un momento tan feliz para otras personas por mis impulsos nerviosos.

—Nada—le respondí, en cambio, de mala gana.

—Emma, te conozco bien, sé que algo te está fastidiando—insistió—. Has actuado raro toda la tarde. Dime qué es lo que te ocurre, sabes que puedes contarme cualquier cosa.

A este punto ya estábamos en el porche de la mansión, donde Matt aparcó el auto bastante alejado de la puerta principal. Me bajé, sin esperarlo, porque primero no quería llorarle en la cara y segundo, necesitaba estar a solas para poder componerme de este horrible día.

Matt me alcanzó justo cuando estaba por abrir la puerta. Me agarró del brazo y giró hacia él para que pudiese conectarme con la preocupación que abundaba en sus oceánicos ojos.

—No, no, ni se te ocurra huir—me dijo—. ¿Cuál fue la promesa que nos hicimos cuando cumplimos nuestro primer mes juntos?

Negué con la cabeza, intentando zafarme de su agarre, pero no pude. Estaba carente de cualquier tipo de fuerza de voluntad. No, demonios, no podía llorar ahora. Si seguía con este tema, terminaría llorándole. Eso no podía pasar.

—Basta, necesito...

—¿Cuál fue, Emma?—insistió.

Exhalé el aire derrotada.

—Que sin importar de cuál fuese el problema, lo enfrentaríamos juntos, como si fuese un problema de los dos.

—¿Y qué más?

Inhalé aire.

—Y que confiaríamos siempre en el otro, no reprimiríamos nada y nos contaríamos todo.

Asintió con la cabeza. Y yo, de tan solo decirlo, sentí que había fallado en todo en este día, ¿pero es que podían culparme? ¿Cómo se suponía que debía reaccionar tras ver ese enorme anillo horas atrás? ¿Acaso yo no tenía derecho a ilusionarme?

—¡Bien! ¡Te diré qué me está fastidiando!—le dije y me soltó—. ¡Esto!—señalé el dedo anular de mi mano izquierda—. ¡Esto me está fastidiando!

Matt ladeó la cabeza.

—¿Tu dedo? ¿Algo le pasó a tu dedo?

¿EN SERIO? ¿PARA ESTO QUERÍA QUE LE CONTARA?

—¡Me fastidia lo que le hace falta a este dedo! ¿Que no lo ves? ¿En serio no lo ves?

—Eh, sí... no... sí... no.

—¡Matt!

Se llevó la mano al cabello para revolvérselo. Pobre, no debía ser fácil lidiar conmigo. De hecho, para ningún hombre debía ser fácil lidiar con una mujer. ¡Pero él quería que le contara! ¡Y lo estaba haciendo a mi manera!

—¡No sé qué responderte! ¡Siento que estoy desactivando una potente bomba!—exclamó, nervioso—. ¿Podrías ser un poco más clara?

Por supuesto que podía serlo.

—Vi el anillo, Matt—lo solté todo sintiendo un profundo alivio en mi interior—. ¿Y te digo algo? Me parece de muy mal gusto que si me vas a pedir matrimonio sea con un anillo que ordenaste de Internet, que además, ¡además! No tuviste precaución y todo el mundo lo vio.

El rostro de Matt palideció. Pestañeó un par de veces, seguramente tratando de procesar mis palabras, lo que le tomó varios segundos de nuestras vidas. Sin embargo, al final, respondió:

—¿Anillo de Internet? ¿Matrimonio? Emma, no entiendo, ¿de qué hablas?

—¡Ya deja de jugar al tonto!

—Emma, te juro que no sé de qué hablas—dijo, bajando la guardia y añadiendo un poco de dulzura a su voz—. No he ordenado ningún anillo por Internet, mucho menos de compromiso. ¿Sabes cuán insegura es la logística de traer cosas por Internet? ¿Acaso mi cara parece la de alguien tan tonto que ordenaría un anillo de compromiso de miles de dólares por Internet?

No, a diferencia de su hermana, él no parecía esa clase de tonto.

—Pero si no fuiste tú, Isabella ya está casada y es obvio que Jane y su desubicado doctor no se casarán jamás, ¿de quién era ese anillo?

—No lo sé, pero te juro que no es mío.

Quise encontrar la mentira en sus ojos. Lo miré tan profundamente en busca de ella, pero lastimosamente vi todo lo contrario. Se veía honesto, desorientado, como si lo que yo le estaba diciendo no le encajara para nada con sus planes. Como si hoy fuese realmente lo único que fue: una cita normal, para pasar tiempo juntos, porque él tenía la tarde libre y deseaba pasarla conmigo como siempre que tenía un poco de libertad de su ajetreada vida laboral. Como si los clichés de los que hablaba Jane (anillo en las palomitas, propuesta en la pantalla, camino de rosas) ni siquiera se le hubiesen pasado por la cabeza.

Ahí fue cuando finalmente sentí que el mundo se me caía a los pies. Quise retroceder el tiempo, a aquella noche donde me presentó una propuesta oficial sin anillo, pero con una promesa que hablaba de nuestro futuro juntos, y no haber huido jamás, porque no hubiese pasado por todo esto hoy.

Y es que la película de hoy no había sido la terrible historia de romance presentándose en el cine con la protagonista de los ocho novios. Había sido la horrible película que me hice en mi cabeza por el cargo de consciencia que tenía.

Una vez más: Qué vergüenza, Emma.

—Oh por Dios, qué estúpida soy—le dije, sabiendo que ahora sí que no podría contener las lágrimas producto de la decepción—. Lo siento, no debí... qué estúpida soy.

Quise irme de ahí cuando antes, para llorar a mis anchas sin tener que seguir avergonzándome ante Matt, pero él me volvió a agarrar del brazo. La preocupación en sus ojos se había intensificado por tres o cuatro.

—Amor—dijo en un tono tan suave que a mí me pareció que estaba incrédulo—. ¿Pensaste que iba a proponerte matrimonio hoy?

«Sí», quise decirle, pero lo que en realidad hice fue irme de ahí, pues ya no tenía fuerzas para pronunciar esa horrenda palabra. Porque según Jane Sinclair, esa palabra simboliza aceptar tu existencia, a ti mismo, a las oportunidades, a lo nuevo, a lo diferente, a lo inesperado, al compromiso.

Y yo, aparentemente, no tendría nada de eso hoy.

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Últimamente, cuando me sentía que todo iba muy mal en mi vida, huía en la noche a nuestro jardín renacentista y me tiraba en el césped a contemplar las estrellas.

La primera vez que lo hice sucedió hace unos cuantos meses, el día de mi segundo aniversario con Matt. Teníamos grandes planes para él: como caía fin de semana, iríamos a acampar al Parque Nacional de Yosemite, porque por puras coincidencias de la vida, ambos soñábamos con ver un amanecer desde la cima de una de sus montañas. Desafortunadamente, y porque mi novio resulta ser la persona a cargo de una gigantesca cadena de hoteles alrededor del mundo, el sábado que nos íbamos, tuvo que viajar imprevistamente a Suiza, donde desde hace meses estaba tratando de cerrar un contrato con un inversionista para abrir una nueva sede de la cadena de hoteles.

Esa tarde me tocó dejarlo en el aeropuerto con un punzante dolor en mi alma y luego, cuando llegué a casa, fui un rato al jardín a dar un paseo con Vincent. Cuando la noche cayó todavía estábamos dando vueltas alrededor, por lo que él se acostó, cansado, en el césped y yo hice lo mismo.

Entonces sucedió: era una noche tan oscura que pude contemplar las estrellas y encontrar una pequeña filosofía de vida detrás de ellas. Resulta que las estrellas siempre están presentes en el Cielo, sea de día o de noche. Pero jamás podremos verlas si no está todo oscuro, porque las estrellas son entes luminosos y nada brilla sin oscuridad.

Así mismo sucede en la vida: los momentos luminosos siempre están ahí. Sin embargo, es imposible notarlos si no hay situaciones de oscuridad. Porque en la oscuridad siempre estamos en busca de la luz. Y cuando se presenta finalmente la luz, pues, brillamos.

Esa noche, mientras miraba a las estrellas y pensaba en todo lo bonito que había vivido con Matt en los últimos dos años, a pesar que él no estuviese conmigo, me llamó durante cinco minutos a media noche para decirme que 1) me amaba, 2) no se imaginaba estando de aniversario con más nadie, 3) había finalmente cerrado el contrato para el nuevo hotel, y 4) que sin importar nada, volaría al día siguiente para estar conmigo.

Ese día me pareció que las estrellas fueron más mágicas que nunca.

Sin embargo, esta noche, a pesar que las miraba con cautela, en busca del consuelo que tanto necesitaba, no encontraba una razón para seguir brillando. Me sentía fatal, completamente patética porque todo esto que estaba sucediendo era a causa de mi inseguridad y más nada que eso.

De repente sentí unos pasos que vibraron en el césped y cuando tal presencia tan cautivadora se acostó a mi lado, supe exactamente de quién se trataba.

—Así que...—le dije a Matt, derrotada—. Me encontraste.

Sentí su cabeza recostarse al lado de la mía, pero no lo miré. Estaba demasiado avergonzada para hacerlo.

—Siempre te encontraré—replicó—. Hasta creo que he desarrollado superpoderes cuando se trata de ti.

—No empieces...

—Hablo en serio. La mayor parte del tiempo no tengo ni idea de qué estás pensando o cómo reaccionaras sobre algo, pero aún así, cuando me detengo a pensarlo un momento y en todo lo increíble que sé sobre ti, es sencillo resolver cada uno de los enigmas que hace que nuestra relación sea emocionante.

Resoplé. Yo también creía que él tenía superpoderes, pero no tenían nada que ver conmigo. Porque los héroes no se forman cuando aparece una doncella en peligro. Se forman mucho antes, cuando decidieron hacer hazañas por sí mismos, sin importar la serie de pretextos mundanos impuestos por la sociedad. Entonces aparece la doncella en peligro, que aunque llega para recordarle al héroe cuán bonitos son los sentimientos, también llega para entorpecerlo todo.

En épicas, pero pocas palabras: nuestra historia.

Hubo un pequeño silencio, en el que ambos nos perdimos en el brillo de las estrellas, pero Matt terminó por romperlo cuando dijo:

—Descubrí a quién pertenece el anillo.

Sentí un desgarrador estrujón en el corazón. Demonios, ¿era necesario que volviéramos a ese tema? Apenas empezaba a superarlo.

—En serio, Matt, prefiero que olvidemos todo ese penoso accidente.

—Es de Edward—continuó Matt, ignorándome deliberadamente—. De su sobrino, en realidad. Lo ordenó a esta dirección para que su novia, con la que vive, no se diera cuenta. Ya sabes cómo son los jóvenes hoy en día, piden todo por Internet. Supongo que en algún momento se debió traspapelar con los tintes de Jane.

—Si tu intención es consolarme, no lo estás logrando.

—Mi intención es dejar muy claro que el anillo de compromiso que viste en la tarde no es mío—respondió—. Y lamento si pensaste que era para ti.

¿Acaso intentaba torturarme? ¿Por qué insistía en recalcarlo tanto? Entre más lo decía, más escuchaba mi corazón desgarrándose en pedazos. ¿Saben que la gente suele decir que no sabes lo que quieres o tienes hasta que ya no lo tienes más? Esto era peor, porque fue algo que tuve, pero nunca quise.

No resistí más. Inevitablemente, mis ojos se humedecieron ante el dolor de confirmar que por mi culpa, probablemente mi relación jamás avanzaría. Y, tal vez en un principio mi relación no estaba puesta en un primer plano en mi vida, pero ahora era el único plano que me importaba.

—Por favor, por favor, ya déjalo, ¿sí?—le supliqué.

Y sin importarme cuán estúpida más podía ser, empecé a llorar. Esta vez ni siquiera hice el esfuerzo por aguantar las lágrimas, porque quería aferrarme a ellas. Estaba agotada. Emocionalmente agotada. Crecer es agotador, manejar un negocio es agotador, ser una buena persona es agotador. Si todo eso me tenía exhausta, no podía imaginar cuán agotador debía ser mantener un matrimonio, esa cosa que le asusta a todo el mundo.

Pero el asunto es que... a mí ya no me asustaba. Lo quería. Quería crecer, emprender y ser la buena versión de mí con alguien que me sostuviese cuando estaba demasiado agotada para hacerlo. Quería sentirme exhausta de todo en la vida con Matt a mi lado, despertándome cuando no escuchara la alarma, preparándome café cuando no pudiese conmigo misma, tomando las decisiones de mi negocio que yo no me atreviese a tomar, encontrando las perspectivas positivas de todo aquello que yo no podía encontrar. Quería tener eso de nadie más que él y ser la única en ofrecerle todo eso también.

—Emma, mírame.

Pero no lo hice. En cambio, me levanté de un tirón del césped y quedé sentada sobre él, llorando como toda una Magdalena, porque demonios, estaba agotada y punto.

—Emma—volvió a decir Matt—. ¿Quedó claro que el anillo que viste no es mío?

Y ahí no aguanté más. Me giré hacia él dispuesta a descargar toda la ira que llevaba reprimida. Matt estaba siendo un idiota en aquel momento y nadie podía cuestionarlo.

—¡Demonios, que sí!—grité—. ¡Quedó muy claro! ¿Cuál es el punto de...?

Me tuve que callar. Porque sin saber en qué momento sucedió, tenía a Matt frente mío, a mi altura, arrodillado en el césped.

—El punto es que ese anillo que viste no era para ti—aseguró una última vez y abrió la pequeña caja de la promesa—, porque éste es el anillo para ti.

Juro por todas mis obras artísticas (que ahora sí tenían un valor real), que quedé tan pasmada que hasta creo el alma se me salió del cuerpo. Se había largado a brillar con las estrellas, que aunque eran hermosas, ninguna brilló tan fuerte como la promesa que tenía frente a mí.

Hay tres momentos importantes en la vida romántica de cada mujer: 1) la primera vez que te enamoras, 2) tu primer beso y 3) el día que te proponen un compromiso para toda la vida. Nunca sabes cómo será ninguna de las tres, pero lo imaginas y lo conviertes en pequeñas ilusiones. Yo imaginé e ilusioné la primera y la segunda, pero la tercera nunca se me pasó por la cabeza hasta hoy y mejor que no lo hice. Porque ni siquiera mi imaginación podría superar lo que yo estaba sintiendo y experimentando en este momento.

—Te puedo asegurar que no ordené este anillo por Internet—continuó—. Lo compré hace seis meses en el último viaje que hice a Berlín y me aseguré de que fuera único, como tú. Tenía grandes planes para él y juro que ninguno de ellos involucraba algo tan terrible como esconderlo en las palomitas de maíz o cualquiera de las otras cosas clichés que pensaste haría hoy. No, yo tenía algo perfecto e inolvidable planificado. Y quise llevarlo a cabo muchas veces, pero no estabas lista. Así que esperé, esperé, esperé...

No dejé de llorar en ningún momento, pero sí cambiaron los motivos por los cuales lo hice. De repente no me sentía agotada. Me sentía ilusionada. Los hechos indican yo le salvé la vida a Matt, pero todo sucedió al revés. Él me salvó a mí. Éramos tal cual la historia épica de las películas: el héroe y la doncella, que a pesar de los peligros, querían mantenerse juntos por siempre, porque juntos eran invencibles.

—Pero ahora lo estás—dijo Matt con sus ojos titilando como las estrellas—. Y viéndote tan lista y segura, me doy cuenta que...—sonrió con especial dedicación—. No hay nada más perfecto e inolvidable que eso.

Secó mis lágrimas con las yemas de los dedos que tenía libre, porque los de la otra mano sostenían lo más hermoso que hubiese visto en mi vida.

—Por eso estoy aquí, de rodillas ante ti, con esta promesa en mis manos, para decirte que jamás tengo suficiente de ti, de tu personalidad y talento, ni tampoco de nuestras retorcidas discusiones sobre cuál gaseosa nos matará primero, ni de todos los enigmas que amo y amaré resolver por siempre.

Él hablaba de planes perfectos, momentos inolvidables, pero para mí nada era más perfecto que tenerlo frente a mí no solo con un anillo que simbolizaba una promesa, sino siendo él mismo la promesa.

—Siempre le restas mérito a tu carácter oscuro y resaltas los defectos que dices que te hacen débil—dijo y besó mi mano—, pero yo no. Porque para mí ese carácter oscuro del que tanto te quejas no es una debilidad. Es tu mayor fortaleza. Es lo que te hace ser la mujer decidida y valiente que amo, y que está llena de una vitalidad tan embrujadora que quiero disfrutar el resto de mi vida.

Los oceánicos ojos de Matt se conectaron con los míos, envolviéndonos en la potente fuerza electrizante que hubo desde un principio y que nunca, ni siquiera dos años después, se había desvanecido.

—Por eso y mucho más, Emma Bennett, aquí y ahora, sin tratos que nos impidan amarnos, ni ridículas limitaciones, ni escenarios peligrosos, te pregunto...

Sacó el anillo y lo vi bien por primera vez: no era enorme, tampoco pequeño. No era delgado, tampoco grueso. Era tan plateado que cada una de las piedras que lo conformaban deslumbraban por sobre todo a través de unos brillos celestes que parecían mágicos.

—¿Te casas conmigo?

Las lágrimas cesaron y fueron reemplazadas en cuestión de segundos por una amplia sonrisa que pudo haberlo dicho todo, pero igual sentí que quería gritar mi respuesta a los cuatro vientos con la voz y el corazón.

Me enfoqué en el segundo y por eso primero conté mis latidos. Porque quería recordarlos por siempre. Conté un latido, dos latidos, tres latidos, cuatro latidos y al quinto, lanzándome sin pensarlo al abismo de maravillosas promesas, le respondí:

—Matthew Allan Sinclair—dije pausadamente—. ¿Cómo te atreves a hacerme una pregunta tan tonta?—y me reí con locura—. ¡Por supuesto que sí!

«Sí» a mí. «Sí» a la existencia. «Sí» a las oportunidades. «Sí» a lo nuevo. «Sí» a lo diferente. «Sí» a lo inesperado. «Sí» al compromiso. «Sí» a la vida. «Sí» a Matthew Sinclair.

No podré describir jamás cómo se iluminó la mirada de Matt en aquel momento. Ahí no habían estrellas, ni tampoco constelaciones. Brillaba un sistema solar completo. 

Me colocó el anillo en el dedo al que pertenecería por el resto de nuestras vidas y se sintió como si hubiese sido hecho para mí. Pero ni siquiera pude detenerme a admirar cuán perfecto me quedaba, porque mi novio... quiero decir... prometido, me besó y abrazó tan fuerte que tuve que detener todo a mi alrededor para disfrutarlo solo a él.

No acabábamos de formar parte de un robo a mano armada, ni tampoco yo me robaba sin querer una cintas adhesivas. No era la joven confundida que acababa de salvar la vida de un desconocido, ni tampoco ese desconocido pedía matrimonio para saldar una deuda ridícula. Éramos solo Emma y Matt, que se conocían bien, discutían por tonterías, tenían un poco más de dos años de relación y accedían a amarse de por vida por voluntad propia.

Quise volver a besarlo, porque eso es lo único que realmente quieres hacer luego de decirle «sí» para toda la vida a la persona que amas, pero algo resonó detrás nuestro. Un gran colección de pasos acelerados.

Me separé de Matt solo un poco para encontrarnos con las miradas expectantes de nuestra familia. Los tres confundidos. Ansiosos. Como si supieran todo y al mismo tiempo nada.

Vaya, vaya, definitivamente jamás podrían respetar nuestros momentos privados. Eran nuestros mayores fans.

—Mirábamos todo desde las cámaras—se atrevió a decir Isabella. ¡Maldición, pero qué indiscretos!—, pero no estamos seguros. ¿Esto significa que...?

Matt me dedicó una mirada tierna, me escondí en su pecho porque estaba demasiado avergonzada y llena de mocos por la lloradera; y fue él quien respondió por los dos:

—Esto significa que...—y lo siguiente lo gritó tan alto y orgulloso que todos los vecinos de nuestra cuadra y la de al lado debieron escucharlo—: ¡Emma Rosalie Bennett, contra todo pronóstico, segura, sin titubear, sin que le rogara, y hasta insinuándome que le estaba haciendo una pregunta tonta, ME DIJO QUE SÍ!

Y luego, sin querer queriendo, porque al final esta era una hermosa historia de amor con un héroe y su doncella en peligro, sucedió el momento cliché: Jane, Isabella, Joseph y Aaron (que por alguna extraña razón estaba semi-desnudo. No preguntaría JAMÁS por qué), empezaron a gritar, saltar y yo me tuve que echar a reír a carcajadas porque entendí perfectamente la ironía en sus palabras: que una mujer le diga que sí a un hombre es una cosa, pero que yo, después de todo lo que habíamos pasado, dijera que sí, era un grandioso logro para él.

Los gritos, saltos, abrazos continuaron, pero yo me enfoqué en una sola cosa. En mirar lo que tenía frente a mí sonriéndome y abrazándome: un amor único. Uno valeroso, que se preocupaba por mí, que era capaz de hacer lo que fuese para que yo estuviera bien. Ese tipo de amor que piensas nunca encontrarás. Ese único amor al que se merece que le digas que «sí».

Por eso, sin importar quiénes estaban a nuestro alrededor, hablándonos, felicitándonos, haciendo chistes sobre lo hermosos que serían nuestros hijos, besé a Matt con una ferocidad que ni por la impresión titubeó en corresponderme.

Y así nos desconectamos de todo lo demás, durante un rato tan largo que pudo confundirse con lo eterno.

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En la noche, cuando se suponía que ya debía dormir y ya estaba en mi cama lista para eso, porque al día siguiente tenía una reunión importante en la mañana, no podía dormir.

Primero porque no podía dejar de admirar la belleza única que era mi anillo con destellos azules. Segundo porque, sin querer, ya me estaba haciendo una lista de ilusiones de las cosas que haría cuando oficialmente me casara y tercero porque, ¿quién en su sano juicio podría dormir cuando tienes a tu sensual prometido acostado a tu lado y a centímetros de tu cara besándote a cada segundo?

Así que entre el anillo, la lista de ilusiones y los besos intermitentes de mi prometido, encendí la luz de la lámpara de noche, volví a la posición que nos mantenía solo a centímetros de distancia y decidí contarle sobre la lista de cosas que haría cuando nos casáramos, iniciando por lo más prioritario:

—Voy a cambiar mi apellido.

Matt se rió a carcajadas, como siempre que salía con una de mis locas teorías. Excepto porque esto no era una loca teoría, tenía un punto firme y sensato.

—¿En serio lo harás?—contestó—. Digo, me encanta que hayas decidido hacerlo, pero no te imaginaba así.

—¿Bromeas?—contraataqué—. ¿Tienes idea de cuán poderosa me hará tu apellido? Hasta creo que seré más poderosa que Isabella, porque seamos honestos, Jane jamás se casará, lo que hace que tú seas el último Sinclair que se case. Y eso, pareja para toda la vida, te da, por lejos, más poder que Joseph.

Sí, sí, lo sé, comprometida y todo, era una genio.

—De acuerdo, te doy el punto—me dijo—. ¿Entonces cómo sería? ¿Emma Rosalie Sinclair? ¿O solo Emma Sinclair porque presiento aprovecharás para quitarte el segundo nombre a mis espaldas?

Ah, demonios, comprometido y todo, él también era un súper genio. Me conocía demasiado bien y solo por eso, decidí incluirlo en la decisión de mi futuro nombre con poder.

—Mmm... Eso depende, ¿tú quieres que me quite el segundo nombre?

—Claro que no, amo tu segundo nombre.

—Entonces ya está, no me lo quito.

Sonrió ampliamente.

—Vaya, vaya, te doy un anillo, ¿y ya tengo parte importante en tus decisiones?

Le asentí, riéndome, pretendiendo como que le daba la razón, pero la realidad era que al final no me importaba en lo absoluto el segundo nombre, si ya iba a tener un apellido que me daría mucho poder. Osea, Matt, reacciona.

—Tengo la sensación de que seré una de esas esposas que llegarán a tu oficina y gritarán a los cuatro vientos: «¡Arrodíllense ante mí, perras!»...

—Oh, Cielos, no...

—...«¡Ha llegado la esposa del presidente de esta prestigiosa cadena hotelera!»—y continué acompañando el discurso con las manos—. «¡Humíllense ante mí, perras sucias!».

—Esa es una palabra muy fea, Emma.

Tal vez para él lo fuera, pero para mí era una palabra que podía decir cuando quisiera y cómo quisiera, porque llevaría conmigo el apellido Sinclair, perras.

—Llegaré a los restaurantes y todo el mundo me mirará y dirá: «¿Esa no es Emma Sinclair? ¿La gran esposa de Matthew Sinclair, el presidente más joven en liderar una cadena hotelera?»...

—En realidad dudo que sea el más joven, pero...

—...«¿La esposa del más apuesto hombre de Los Ángeles que todas las mujeres desearían tener, pero que solo una se convirtió en la afortunada?»...

—Te pasas.

—Las envidiosas me mirarán y yo diré: «¿Qué tanto me miran, perras? ¿Acaso no se pueden creer que alguien tan común como yo...

—Eres todo menos común, mi amor.

—...que no tiene un esbelto cuerpo de modelo porque apenas puede alzar un pepino persa...

—Tienes un cuerpo hermoso.

—...ni tampoco ojos verdes...

—Tus ojos son preciosos.

—...se consiga a un hombre así?»—y terminé con mi épica frase de mujer con apellido de poder—: «¡Humíllense ante mí, perras!»

Matt me calló con otro intermitente beso, pero luego me siguió el juego:

—Estoy seguro que cuando vayamos a algún restaurante ninguna mirada femenina se cruzara ante mí y, en cambio, los hombres te mirarán a ti y dirán: «Mira a ese super-suertudo, no se merece tanto».

Fue mi turno de intentar callarlo con un intermitente beso, pero se separó a tiempo para seguir hablando:

—Y yo diré: «¡Están en lo cierto, desgraciados! ¡Pero esta es mi esposa de la que estamos hablando, así que ya dejen de mirarla!».

Esta vez nos reímos juntos. A pesar que él tenía el apellido con poder, no le caía para nada los insultos y lo sabía bien. Pero igual era lindo que me siguiera el juego, como cada vez que me inventaba un monólogo ridículo.

Cuando volvimos en sí, contemplándonos y disfrutando sin apuros de nuestro «por siempre», Matt acarició con suavidad mi mejilla como si mi piel fuese pura seda de lujo.

—¿Puedes añadir una cosa más a tu lista?—me dijo.

—No lo sé, siento que quedaré exhausta con tanto.

—No te preocupes, esto es algo que no te agotará, porque lo haces muy bien a diario—respondió atacándome con su arma mortal comprometida—. Prométeme que, sin importar cuánto poder te dé mi apellido, o cuántas miradas caigan sobre ti, o cuanta presión ejerza la sociedad, porque ese es el defecto que corroe a la raza humana...

Hizo una pausa, me dio otro beso intermitente y terminó:

—Prométeme que serás tú misma siempre—dijo con especial dedicación—. Siempre serás Emma. Por siempre mi Emma.

—¿Por siempre Emma Sinclair?

Negó, divertido.

—Por siempre Emma—dijo—. Solo Emma y nada más que eso.

Y eso fue imposible no incluirlo en mi lista de cosas por hacer cuando me casara.

—Cuenta con eso, pareja para toda la vida.

Me volvió a besar y supe que en esta ocasión no sería intermitente. Justo como nuestra relación, que tampoco lo sería de ahora en adelante.

Solía pensar que uno podía buscar el amor. O que en el mejor de los casos, el amor llegaba solo. Ahora sé que, independientemente de lo que muchos digan, el amor no se busca, ni tampoco simplemente llega. El amor se construye.

Es un hecho que no simplemente puedes amar a alguien de la noche a la mañana, porque no es lo mismo estar enamorado que amar. Así como también es un hecho que cuando llegas a amar, debes aprender a seguir amando.

Al final, el amor es un gran trabajo de equipo, que requiere cooperación de los dos. Y yo estaba por formar parte de un equipo invencible, que estaba construyendo un amor sobre cimientos de un acero imposible de destruir y llenos de promesas que ansiábamos cumplir.

Y es que sin importar todo lo que dijera Matt de no querer tener deudas con nadie, y lo que yo dijera de que tenía un corazón imposible de entregar, en el fondo ambos sabíamos que...

Yo tenía conmigo una factura de una deuda que para él sería imposible de pagar.

Y él tenía consigo un corazón: el mío, que sería imposible devolver.

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¡Hola!

Ya hablamos de los sentimientos de Emma y Matt, así que ahora hablemos de los míos: Mi corazón ENTERO quedó aquí, en este octavo relato.

Seré completamente honesta con ustedes: "Por Siempre Emma" no estaba para nada entre mis planes, pero luego que acabó "Factura al Corazón" y ustedes siguieron pidiéndome más de Emma y Matt, tuvo que nacer sí o sí "Por Siempre Emma". Y como ya en "Factura al Corazón" había dicho todo lo que consideraba relevante sobre estos personajes, decidí que "Por Siempre Emma" no sería una secuela, sino una serie de relatos, es decir, pequeñas historias independientes de cada personaje.

Este relato, específicamente, ha sido algo que me han estado pidiendo desde hace mucho tiempo y de todas las formas posibles, pero lamentablemente no me sentía lista para escribirlo. Por eso tomé tanto tiempo en subirlo. Porque soy una escritora muy insegura, que revisa sus capítulos una y otra vez, hasta quedar contenta con ellos. Éste lo tuve que escribir varias veces, porque necesitaba realmente sentir algo cuando lo leyera.

Pero bueno... "Aquí estoy, sentada frente a ustedes, para decirles que jamás tengo suficiente de Wattpad, ni de sus retorcidos comentarios y los ánimos que siempre me dan para seguir escribiendo sin importar todo lo que esté pasando en mi vida. Por eso y mucho más, mis amados lectores, les pregunto... ¿Me dejarían un voto?"

¿Ven? Matt no es el único que puede hacer propuestas épicas de matrimonio jajajaja ;) les quiero un mundo y gracias por llegar conmigo hasta aquí. Porque siempre transforman mi vida de una forma que es imposible describir.

Oficialmente esta historia queda en estado de "Completa", porque mi promesa fueron 8 relatos, pero posiblemente escriba un par de relatos más (preparaciones para la boda, la fiesta de compromiso y TAL VEZ la boda...) que por ahí les publico de sorpresa ;) 

En otras noticias, y ya para acabar con la carta de amor, ya acabé la edición de F.A.C <3 y espero, si las estrellas se ponen de mi lado, en los próximos meses tenerles buenas noticias sobre ella.

Sinceramente no sé sobre qué les escribiré de ahora en adelante, pero algo se me ocurrirá jajaja.

Les quiere un mundo,

S.

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